Por Dana Visalli, 6 de abril de 2018
Pasé el mes de marzo en la ciudad palestina de Hebrón, como profesor voluntario de inglés. Como también me dedico a la botánica, quería enseñar a los niños palestinos el placer de observar las flores, y por esta razón traje conmigo un pequeño microscopio de disección. Mi plan era dejárselo a mi regreso, pero los planes a veces no concuerdan con lo que después sucede. Compré el billete para el vuelo desde Nueva York a Tel Aviv en la aerolínea israelí El Al, pero cuando el personal de esta empresa se enteró de que iba a Palestina, fui sometido a un severo control. La cosa se complicó cuando encontraron el pequeño microscopio, que se llevaron para realizar una minuciosa inspección. Finalmente me lo confiscaron, y me hicieron saber que si no tenía explosivos me lo enviarían en un vuelo posterior.
Unos días más tarde recibí una llamada telefónica cuando me encontraba en Hebrón de una empresa de mensajería, que me informaba de que el microscopio había llegado a Tel Aviv y que querían traérmelo. El problema era que Hebrón es palestino y está cerrado a los israelíes, a excepción de los colonos y los soldados israelíes que viven en diferentes enclaves de la ciudad. Hay un letrero rojo en el desvío de la autopista que dice: “La entrada de ciudadanos israelíes está prohibida, es peligroso para sus vidas y está en contra de las leyes israelíes”.
El servicio de mensajería decidió dejarlo en un hotel de Jerusalén, donde probablemente yo podría recogerlo. Pero el hotel tiene la política de no tocar ningún paquete que no esté dirigido directamente a ellos, por lo que con seguridad no iban a aceptar la entrega. Al final, la caja con el microscopio fue enviada de regreso al aeropuerto de Tel Aviv, donde pude recogerla a la salida del país, y después de otra hora de inspección pude traérmela de nuevo a los Estados Unidos.
La pregunta es: ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué lo israelíes tienen miedo de un microscopio? ¿Cuál es la historia de los acontecimientos que tanto temor e inquietud causaron a los ciudadanos israelíes? Tuve un encontronazo parecido mientras caminaba por un camino cercano a Hebrón, por el área natural Wadi al-Quff. Cogí un taxi hasta el inicio del sendero. En el recorrido de apenas 20 minutos, el taxista palestino me había regalado un libro para niños que él mismo había escrito y me invitó a su casa a comer. Pasé dos horas subiendo por el empinado camino hasta lo alto de la colina, donde había un búnker con un soldado apuntándome con una ametralladora. Se trataba de un puesto israelí, y los soldados se quedaron algo conmocionados al observar a una persona que observaba las flores. La soldado bajó el arma cuando saqué mi pasaporte estadounidense, pero en repetidas ocasiones exclamó, en inglés, lo raro que era ver que alguien saliese a observar la naturaleza en Palestina, y que, en su opinión, cualquier palestino que me encontrase me mataría. Es algo irónico, pues con el único palestino con el que había hablado (el taxista) me había dado un regalo y me había invitado a comer a su casa. Así que de nuevo surge la pregunta: ¿qué está pasando aquí?
Lo que pasa, por supuesto, es que palestinos e israelíes reclaman la misma pequeña porción de tierra. La historia de esta zona, que a menudo se conoce como el Levante (los países del este del Mediterráneo, palabra que surge en torno al 1500 a partir de la palabra italiana para “naciente”, es decir por donde sale el sol, el Levante) es larga y compleja. Es el conflicto más largo de la historia, en el que tanto israelíes como palestinos son simples partícipes, presentes en los últimos 2500 años de una forma y otra en una tierra que tiene una historia tribal de 10.000 años y una historia humana de 100.000 años. Ambos son semitas, que es un grupo de idiomas, no una raza ni una etnia. Los estudios genéticos han demostrado que los judíos del Mediterráneo (sefardíes) son idénticos a los palestinos, es decir, son los mismos seres humanos, mientras que los dos presentan mayor distancia genética con los judíos europeos (Ashkenazi).
Una explicación evolutiva (científica) que sirve para cualquier religión es que une a sus seguidores como personas “elegidas” por el dios o dioses que rigen cualquier sistema de creencias. Esto es válido para el judaísmo como para cualquier otra religión. Un principio básico de uno de los libros de las religiones judías, la Kabala, habla de la superioridad absoluta del alma y el cuerpo de los judíos sobre los no judíos. Según la Kabala, el mundo fue creado únicamente para el bien de los judíos; la existencia de los no judíos es algo meramente secundario. Un famoso maestro de la Kabala, el rabino Kook, dijo: “La diferencia entre un alma judía y el alma de los no judíos es mayor y más profunda que la diferencia entre un alma humana y el alma de los animales”. Puede decirse por tanto que el excepcionalismo es el núcleo de todas las creencias religiosas, que otorga identidad social, aunque imaginaria, al creyente.
Cuando los judíos sionistas decidieron establecer una patria judía en Palestina (una fecha seminal, por celebrarse la 1ª Conferencia Sionista Internacional en 1897) señalaron su propio excepcionalismo al reducir la población de musulmanes y cristianos de Palestina a subhumanos, a un estatus de la casi inexistencia. Así, Golda Meir (la 4ª Primer Ministro de Israel) dijo en 1969: “No existe el pueblo palestino. No es como si hubiéramos venido, los hubiéramos echado y tomado su país. Es que no han existido”.
De hecho, cerca de un millón de personas vivían en Palestina a comienzos del siglo XX, y musulmanes y cristianos constituían el 97% de la población. La única forma de que Palestina se convirtiera en un Estado Judío era expulsar a los no judíos. En diciembre de 1940, Joseph Witz, responsable de la colonización judía y alto funcionario del Yishuv (asentamiento; asentamiento de los judíos en la Tierra de Israel) escribió en su diario:
“Debe quedar claro que no hay sitio en el país para ambos pueblos… Si los árabes se van, el país será más amplio y espacioso para nosotros… La única solución es una tierra de Israel, al menos una tierra occidental de Israel, sin árabes. En esto no hay lugar para compromisos”.
Una idea errónea muy común sobre aquellos años de la formación de Israel es que estalló la violencia entre árabes e israelíes después de que Israel declarase la independencia el 14 de mayo de 1948. Pero en realidad, el año anterior se inició la masacre israelí de los palestinos, cuyo objetivo era el de propiciar el que los “inexistentes” palestinos dejaran su tierra. Las masacres fueron ejecutadas de manera consciente para aterrorizar al pueblo palestino.
La aldea de Deir Yassin sufrió la mayor de las masacres debido a la inusitada violencia con la que se perpetró y el hecho de que más de 20 aldeanos fueron trasladados a un asentamiento judío cercano, donde desfilaron como animales y luego los mataron. Menajem se regodea sobre esta masacre cuando escribe:
“La leyenda de Deir Yassin nos ayudó a rescatar Tiberia y conquistar Haifa… Todas las fuerzas judías avanzaron a través de Haifa como un cuchillo lo hace en la mantequilla. Los árabes huyeron presas del pánico, gritando Deir Yassin. Los árabes de todo el país se vieron invadidos por el pánico y comenzaron a huir para salvar sus vidas”.
Richard Catling, inspector general adjunto británico de la división de investigación criminal, informó sobre las “atrocidades sexuales” cometidas por las fuerzas sionistas:
“Muchas chicas jóvenes, en edad escolar, fueron violadas y luego masacradas. Las mujeres mayores también sufrieron abusos”.
El ataque de Deir Yassin fue perpetrado por dos milicias sionistas y coordinado con las principales fuerzas sionistas, cuya unidad de élite participó en la operación. Los jefes de las dos milicias, Menachen Begin y Yitzhak Shamir, posteriormente fueron Primeros Ministros de Israel. Begin, jefe de la milicia Irgun, envió el siguiente mensaje a su tropas tras la “victoria” en Deir Yassin:
“Acepten mis felicitaciones por este espléndido acto de conquista. Transmitan mis saludos a todos los comandantes y soldados. Les damos la mano. Todos estamos orgullosos de su liderazgo y espíritu de lucha en este gran ataque. Estaremos atentos en memoria de los asesinados. Estrechamos amorosamente las manos de los heridos. Digan a los soldados: han hecho historia en Israel con su ataque y conquista. Continúen así hasta la victoria. Como en Deir Yassin, en todos lados, atacaremos y golpearemos al enemigo. Dios, Dios, tú nos han elegido para la conquista”.
La decisión británica de dar Palestina a los sionistas, formalizada en la Declaración de Balfour de 1917, se entiende que fue algo calculado para ayudar a los británicos a ganar la Primera Guerra Mundial y así mantener la ruta británica a través del Canal de Suez hacia su colonia la India (donde cultivaban opio que descargaban en China) y como una ventaja adicional, inducir a que el Mesías regresase a su Tierra. Ya seriamente, este es el nivel de inteligencia que impulsa la mayoría de las decisiones del Gobierno (lo que hace que la gente se cuestione la existencia misma de los gobiernos).
A mediados de 1916, Gran Bretaña estaba en peligro de perder la Primera Guerra Mundial. En la batalla de Somme de ese mismo año, perdió medio millón de hombres o quedaron heridos, con casi 60.000 muertos sólo el primer día de los combates. Los sionistas ricos se ofrecieron para persuadir a los Estados Unidos para que entrase en la guerra al lado de Gran Bretaña, a cambio de que se les regalase Palestina como “patria”. El Presidente Woodrow Wilson, que había sido reelegido en 1916 con la promesa de mantener a los Estados Unidos fuera de la guerra, declaró la guerra a Alemania en abril de 1917. Así fue como la comunidad judío-sionista diseñó la derrota de Alemania en esa guerra (algo que los alemanes no olvidaron después de la guerra).
Además, la colonia más lucrativa de Gran Bretaña en su imperio mundial era la India, y el acceso desde y hacia la India a través del Canal de Suez era vital para controlar al oprimido pueblo indio y mantenerlo activo para obtener ganancias británicas. Al crear un «enclave judeo-cristiano» en el Levante, el gobierno británico sintió que podía proteger mejor su ruta marítima a través del canal. También es cierto que Arthur Balfour (el Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial y uno de los autores de la Declaración de Balfour) era un cristiano fundamentalista que creía, junto con otros, que ciertos pasajes de la Biblia indicaban que Jesús no regresaría a la Tierra hasta que «los judíos estuvieran de vuelta en Jerusalén». Lo que, si lo piensas bien, significa que los últimos 70 años de conflicto en Tierra Santa han sido en nombre del Príncipe de la Paz. Se ha dicho que a Dios le encantan las ironías.
Con esta información de fondo podemos entender mejor el comportamiento de los israelíes que encontré en mi viaje a Palestina. Porque aterrorizaron al pueblo palestino en 1947-48 y expulsaron a un millón de ellos de sus tierras y los llevaron a campos de refugiados, luego les robaron la tierra y las viviendas y las hicieron suyas, porque durante 70 años han seguido usurpando tierras palestinas, brutalizando al pueblo palestino y han seguido tratando de expulsarlo de Palestina, porque todo este comportamiento nefasto se basa en el poder, la dominación, la mitología y las mentiras, los israelíes tienen que vigilar constantemente sus espaldas. De hecho, 70 años después de la creación de un estado judío en tierra palestina, el lugar más peligroso del mundo para ser judío está en Israel.
Hay una salida clara de este nudo gordiano y es que los israelíes abandonen la mitología pseudo-religiosa de ser de alguna manera superiores al resto de la humanidad, que derriben los muros de hormigón que han construido a través de Tierra Santa y los muros de hormigón que impregnan sus mentes y sus corazones, y que creen una sociedad igualitaria basada en la decencia humana y quizás incluso en una medida de amor, con los demás habitantes del Levante, el pueblo palestino, sus hermanos y hermanas genéticos y geográficos.
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Dana Visalli es un ecologista que vive en el estado de Washington.
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