Por Joseph Stiglitz, 3 de enero de 2016
NUEVA YORK.- El año 2015 ha sido muy duro en todos los sentidos. Brasil ha entrado en recesión. La economía china ha mostrado los primeros signos preocupantes después de casi cuatro décadas de un vertiginoso crecimiento. La Eurozona logró evitar el colapso de Grecia, pero continúa en una situación de estancamiento, contribuyendo a lo que posiblemente sea considerada como una década perdida. Para Estados Unidos, 2015 era el año en el que se cerraba el capítulo sobre la Gran recesión, que comenzó en 2008; sin embargo, la recuperación de Estados Unidos ha sido mediocre.
De hecho, Christine Lagarde, Directora del Fondo Monetario Internacional, ha declarado que el estado actual de la economía mundial como de Situación Mediocre. Otros, que se remontan al pesimismo tras el final de la Segunda Guerra Mundial, temen que la Economía mundial entre en un nuevo período de recesión, o al menos en una situación de estancamiento prolongado.
A principios de 2010, advertía en mi libro Caída Libre que los acontecimientos que condujeron a la Gran recesión, sin unas respuestas adecuadas, acarrearían lo que denominé el Gran Malestar. Por desgracia, tenía razón: no hicimos lo que teníamos que haber hecho, acabando donde me temía que lo haríamos.
Esta inercia es fácil de entender, y hay remedios a nuestro alcance. El mundo se enfrenta a una deficiencia de la demanda agregada, causada por una combinación de la creciente desigualdad y una oleada de austeridad fiscal sin sentido. Lo que están en la parte superior gastan mucho menos que los de abajo, de modo que a medida que el dinero se mueve hacia arriba, la demanda disminuye. Y países como Alemania, que mantienen de manera constante superávit externo, están contribuyendo de manera significativa al problema clave de una insuficiente demanda a nivel mundial.
Al mismo tiempo, Estados Unidos padece de una forma mucho más leve la austeridad fiscal que prevalece en Europa. De hecho, en el sector público estadounidense están empleadas unas 500.000 personas menos que antes de la crisis. De hacerse producido una expansión normal del empleo público desde 2008, habría habido dos millones más.
Además, gran parte del mundo se enfrenta, con dificultad, a una necesaria transformación estructural: desde la fabricación a la prestación de servicios en Europa y América, y de un crecimiento impulsado por las exportaciones a una economía impulsada por la demanda interna en China. Del mismo modo, la mayoría de las economías basadas en los recursos naturales, como son las de África y América Latina, no lograron aprovechar el auge de los precios de los productos básicos, apuntalado por el ascenso de China para crear una economía diversificada; ahora se enfrentan a las consecuencias de unos bajos precios de sus principales productos de exportación. Los mercados nunca han sido capaces de hacer por su cuenta este tipo de transformaciones estructurales.
Hay enormes necesidades globales insatisfechas que podrían estimular el crecimiento. Las infraestructuras podrían por sí solas absorber miles de millones de dólares en inversiones, no sólo en el mundo en desarrollo, sino también en Estados Unidos, que no han invertido lo suficiente en sus infraestructuras desde hace décadas. Además, todo el mundo necesita enfrentarse a la realidad del calentamiento global.
Mientras que los bancos vuelven a estar en una situación más favorable, han demostrado que no están a la altura para cumplir su propósito. Destacan en la explotación y manipulación de los mercados, pero fallan en su papel fundamental de intermediación. Entre los ahorradores a largo plazo ( por ejemplo, los fondos soberanos y los fondos de pensiones) y la inversión a largo plazo en infraestructuras, nuestro sector financiero se muestra miope y disfuncional.
El ex Presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, dijo una vez que el mundo está sufriendo de un “exceso de ahorro”. Podría haberse invertido mejor en lugar de hacerlo en viviendas de mala calidad en el desierto de Nevada. Pero en el mundo real, hay escasez de fondos; incluso proyectos de alta rentabilidad social a menudo no consiguen financiación.
La única cura para el malestar que hay en el mundo es un aumento de la demanda agregada. A largo plazo ayudaría a una redistribución de los ingresos y a una profunda reforma del nuestro sistema financiero, no sólo para evitar daños al resto de nosotros, sino también para que los bancos y otras instituciones financieras hagan lo que se supone que tienen que hacer: responder a las necesidades de ahorro a largo plazo con las necesidades de inversión a largo plazo.
Pero para algunos de los problemas más importantes del mundo se requerirán de las inversiones del Gobierno. Se necesitan tales inversiones en infraestructuras, educación, tecnología, medio ambiente, y facilitar las transformaciones estructurales que se necesitan en todos los rincones de la tierra.
Los obstáculos a los que se enfrenta la economía mundial no tienen su origen en la economía, sino que son de origen político e ideológico. El sector privado provocó desigualdad y degradación del medio ambiente, algo con lo que ahora tenemos que lidiar. Los mercados no van a ser capaces de resolver por sí solos estos y otros problemas críticos que han creado, ni van a restaurar la prosperidad. Se necesitan políticas gubernamentales activas.
Esto significa superar el fetichismo del déficit. Tiene sentido para países como Estados Unidos y Alemania, que pueden pedir prestado a unas tasas de interés negativas a largo plazo y así realizar las inversiones que necesitan. Del mismo modo, en la mayoría del resto de países, las tasas de retorno de la inversión pública superan con creces el coste de las inversiones. Para aquellos países cuyo endeudamiento se ve limitado, hay una salida, basada en el efecto multiplicador a largo plazo de un presupuesto equilibrado. Desafortunadamente, muchos países, entre ellos Francia, participan en las contracciones de un presupuesto equilibrado.
Los optimistas dicen que 2016 será mejor que 2015. Puede que sea cierto, pero sólo de manera casi imperceptible. A menos que se aborde el problema de la insuficiente demanda agregada a nivel mundial, el Gran Malestar continuará.
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Joseph E. Stiglitz es profesor en la Universidad de Columbia. Su libro más reciente es The Price of Inequality: How Today’s Divided Society Endangers Our Future. Entre sus muchos otros libros: Globalization and Its Discontents, Free Fall: America, Free Markets, and the Sinking of the World Economy, y (siendo coautora Linda Bilmes) The Three Trillion Dollar War: The True Costs of the Iraq Conflict. Recibió el Premio Nobel de Economía en 2001 por sus investigación sobre la información económica.
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Procedencia del artículo:
http://www.commondreams.org/views/2016/01/03/great-malaise-continues
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