Las comparaciones en los últimos tiempos entre la revolución de Egipto y otras abundan y son instructivas. Se ensayan dos escenarios distintos para el período posterior a la revolución, dice Eric Walberg.
Por Eric Walberg, 10 de marzo de 2011
La revolución de Egipto está considerada como un nuevo desarrollo sorprendente, el resultado de la era de Internet. Pero en realidad es un escenario revolucionario tradicional predicho por Karl Marx a mediados del siglo XIX – una protesta desesperada contra la pobreza que proviene de un capitalismo depredador. Su relación con el derrocamiento de regímenes autoritarios en Europa del Este y Rusia en la década de 1990, asumiendo la imagen del puño cerrado del grupo serbio Orpor, es algo superficial. Una comparación más acertada en términos económicos sería con Filipinas, también un país donde la población campesina representa una parte muy importante de la población.
El dictador filipino Ferdinand Marcos (1965-1986), al igual que el presidente egipcio Hosni Mubarak, fue un estrecho aliado de Estados Unidos, y en Filipinas se instaló una gran base militar de Estados Unidos, de suma importancia para el control del Pacífico Sur. Marcos justificaba ante su socio estadounidense su régimen autoritario y la ley marcial para mantener a raya a los musulmanes y a la oposición comunista.
Pero la extrema pobreza, la corrupción y una elite preocupada, crearon las condiciones para su derrocamiento, tras unas elecciones fraudulentas y el asesinato del líder liberal de la oposición, Benigno Aquino, impulsó a Estados Unidos a dar su apoyo a la oposición. El ejército cambió de bando, y la viuda, Corazón Aquino, se convirtió en la primera presidenta en 1986. La ira popular por la presencia militar de Estados Unidos obligó a Aquino a cerrar la base de Estados Unidos, en 1992, un gesto simbólico para el pueblo. Sin embargo, Aquino estaba bien instruida en los Reaganomics, la nueva política neoliberal del capitalismo salvaje, y llevo a cabo el programa económico de Estados Unidos: un capitalismo salvaje.
Esto es lógico, habida cuenta de sus ( y la elite militar) credenciales, todos ellas relacionadas con Estados Unidos y los pro-estadounidenses. A menos de un año del comienzo de su presidencia, 15.000 campesinos realizaron una protesta pacífica pidiendo a Aquino que llevase a cabo una reforma agraria. La policía antidisturbios abrió fuego contra la multitud, matando a 17 de ellos. Escribe Alfred McCoy en Policing America’s Empire: “ Cuando los negociadores comunistas se retiraron de las conversaciones en curso para protestar por lo que se denominó la “masacre de Mendiola”, la presidente no envainó la espada de guerra”, dejando a los comunistas y los movimientos insurgentes en parecidas condiciones o empobreciendo aún más a la gente.
La probabilidad de que un líder popular, que empezó a destacar tras el derrocamiento de Marcos, estuviese todavía presente, el populista José Estrada, una estrella del cine con escasa formación, hizo que obtuviese una victoria aplastante en 1998, prometiendo ayudar a los pobres, pero fue destituido por cuestiones relacionadas con sus finanzas personales, y la vicepresidenta, Gloria Macapagal Arroyo, educada en los Estados Unidos, se hizo cargo, para alivio de la elite empresarial y Estados Unidos. Desde entonces, el espectro político se ha reducido para permitir sólo una elección entre los representantes de la elite, siendo el actual presidente Benigno III, hijo de Aquino.
La aquiescencia de Estados Unidos en su “guerra contra el terror” ha convertido en real lo que parecía algo imposible: la presencia militar de Estados Unidos es cada vez más fuerte. La revolución en Filipinas se ha puesto en peligro y este país continúa estando plagado de pobreza y sin esperanzas, aun con la Democracia Electoral, actuando como un factor legitimador. Este es el escenario que podría jugar en Egipto, si se les presenta la oportunidad.
Durante este período, el Egipto de Hosni Mubarak también se ajustó a una agenda neoliberal, al igual que hizo Corazón Aquino. En términos políticos, parece que entre Democracia y Autoritarismo no hay ninguna diferencia, dada la influencia que tiene tanto en Filipinas como en Egipto. Como muestra de la experiencia de Filipinas, es preferible tener una Democracia Electoral que controle de manera efectiva tanto al partido gobernante como a la oposición. Esta parece ser la explicación para que Estados Unidos haga su “promoción de la democracia”, la financiación de los partidos de la oposición en los últimos años, y el abandono sin escrúpulos de Mubarak.
¿Cuáles son las perspectivas para que se presente otro escenario, con el rechazo radical del sistema económico subyacente?
El primer partido político que ha surgido tras la revolución es Al-Wasat (Centro), un partido islamista reformista, siendo el segundo el Partido de los Campesinos Egipcios y los sindicatos independientes están surgiendo en todas partes con su propio Partido Democrático de los Trabajadores. Después de la revolución se han producido protestas de los trabajadores en el sector público, exigiendo la permanencia en sus puestos de trabajo. Bajo Mubarak, esta política socialista del trabajo seguro fue abandonada en buena medida, sólo aplicada a las personas que tenían contactos con el partido gobernante, el Partido Democrático Nacional, dejando a millones de personas con la preocupación de si tendrían trabajo al día siguiente o no.
Los trabajadores siguen exigiendo el triple del salario mínimo para recuperar el poder adquisitivo tras la inflación galopante, que ha empujado a millones de personas por debajo del umbral de la pobreza. El Gobierno recortó los salarios de los trabajadores públicos. Incluso se habla de un máximo y un mínimo en los ingresos, y también de unos impuestos progresivos para hacer frente a la pobreza que se instaló durante el régimen de Mubarak ( Egipto aplica el 20% de impuestos sobre la renta). Pero no hay un movimiento socialista visible a la altura de la conservadora Hermandad Musulmana, aprobándose durante la presidencia de Anuar El-Sadat y las reformas de Mubarak en 1997, por las cuales se permite la posesión ilimitada de tierras y se devuelven las tierras confiscadas bajo Gamal Abdel-Nasser.
En última instancia, escribe Abu Atris en Aljazeera.net: “la intensa especulación sobre el dinero acumulado por Mubarak durante su régimen… es una cortina de humo”, en tanto que Egipto sigue siendo un Estado neoliberal que ha reciclado los activos privatizados por la elite rica. Debe de existir un claro rechazo a la filosofía neoliberal de que todo está en juego, que el mercado es el único regulador económico. La educación, la salud, el medio ambiente – se trata de acontecimientos relacionados con la vida y que deben ser protegidos por un Gobierno independiente que no esté subordinado a la ley del mercado (o al dictado de Estados Unidos). “ Se encuentran en un estado lamentable las escuelas y los hospitales de Egipto, con unos salarios inadecuados, sobre todo en el sector privado, con una fuerte expansión. Esto fue lo que determinó las protestas de cientos de miles de activistas”.
Con la renuncia del último Primer Ministro de Mubarak, Ahmed Shafik, y su gabinete el pasado viernes y el nombramiento del ex Ministro de Transportes y crítico a Mubarak, Essam Sharaf, como nuevo primer Ministro, la pregunta candente de hoy en día es: ¿puede sobrevivir el orden neoliberal en Egipto? El ejército está luchando ahora para lograr un orden político mediante el nombramiento de un Gobierno supuestamente neutral de “tecnócratas”. Pero no hay nada de neutral en la “teoría del derrame” y no hay egipcios “tecnócratas” con experiencia en el desmantelamiento de un orden neoliberal íntimamente ligado al imperialismo de Estados Unidos.
¿Los egipcios podrán echar una mirada a los países que han rechazado claramente este camino en los últimos años, los países latinoamericanos como Venezuela, Argentina, Ecuador o Brasil, que han introducido reformas radicales y han resistido con éxito el poder hegemónico de Estados Unidos? Este es otro escenario para los revolucionarios de Egipto, aunque la ubicación geopolítica de Egipto la hace más sensible ante cualquier intento por desafiar a los Estados Unidos. El principal aspirante a la presidencia de la Liga Árabe, Amr Moussa, insiste en voz alta que las relaciones con Norteamérica debieran ser “excelentes y fuertes”.
La actitud de los militares, que controlaban el 10% de la Economía, siendo uno de los principales beneficiarios económicos gracias a la ayuda de Estados Unidos durante el régimen de Mubarak, es clave para que prevalezca uno u otro escenario. Estados Unidos los ve como una fuerza regresiva que se opusieron a las privatizaciones. Paul Sullivan, de la Universidad de Georgetown, dice: “Hay una caza de brujas a todo lo que huela a corrupción, y hay un riesgo de que la Economía pueda volver a los tiempos de Nasser”. A mí esto me suena bien.
La nostalgia por la dictadura, régimen, de Nasser en Egipto sigue siendo muy fuerte, incluso entre aquellos que nacieron mucho tiempo después de la muerte de Nasser. A veces los dictadores son necesarios, para hacer frente a las elites atrincheradas que se niegan a compartir la riqueza. Pero hay pocas probabilidades de otro Nasser. Sea cual sea el escenario que se desarrolle en Egipto, implicará disputas políticas y coaliciones inestables, degustando los egipcios los frutos prohibidos de la Democracia Electoral.
Tal vez los partidarios del socialismo se unan en torno a alguna nueva versión del legado de Nasser, que pueden formar una coalición de trabajadores con la Hermandad Musulmana (MB). A pesar de que MB es capitalista en su orientación, su apoyo a la revolución fue clave para su éxito y ahora se prepara para lanzar un partido inspirado en el Partido Justicia y Desarrollo de Turquía -Partido de la Libertad y la Justicia-.
No hay duda de que, como en Filipinas, la única respuesta a los problemas económicos de Egipto -alto desempleo, pobreza extrema, desmoronamiento de los servicios sociales y un enorme abismo entre ricos y pobres – es una fuerte dosis de socialismo.
Egipto y Túnez han sido los primeros países en derrocar con éxito sus regímenes neoliberales. Irónicamente, su falta de democracia resultó ser una ventaja, obligando a las masas empobrecidas a unirse contra los opresores. Equivocadamente, un comentarista de Estados Unidos decía: “¿Será Venezuela el próximo Egipto?”. La respuesta debe ser: “¿Será Egipto el próximo Venezuela?”.
Eric Walberg es un periodista que trabajó en Uzbekistán y escribe ahora para Al-Ahram Weekly (ehttp://weekly.ahram.org.eg/) de El Cairo. Lea otros artículos de Eric (http://ericwalberg.com/)