El Estilo Paranoico en la Política Estadounidense (II)

Por Richard Hofstadter

Harper’s Magazine

Traducción del famoso artículo “El estilo paranoico en la política estadounidense” del historiador estadounidense Richard Hofstadter publicado en la revista Harper en noviembre de 1964.

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La amenaza de los jesuitas

Apenas se había calmado el temor a un complot masónico, cuando aparecen los primeros rumores de una conspiración católica contra los valores estadounidenses. Nos encontramos ante el mismo marco mental, pero el villano tiene otras características. El movimiento anticatólico convergió con el creciente nativismo, y si bien no eran idénticos, juntos tuvieron una considerable influencia en la vida estadounidense, de modo que muchos moderados tuvieron que aceptarlo, a pesar de que el estilo paranoico, en toda su gloria, no les decía nada.


Por otra parte, no hay que descartar de plano como algo totalmente corto de miras y mezquino el deseo de los yanquis estadounidenses [N. del T.: en Estados Unidos se utiliza el término yanqui para referirse a los estadounidenses de los estados del norte, como Nueva Inglaterra y el Medio Oeste. Llamar yanqui a un sureño puede considerarse un insulto] de mantener una sociedad homogénea, tanto desde el punto de vista étnico como religioso, ni el compromiso particular de los protestantes con el individualismo y la libertad que se puso en juego. Pero el movimiento tuvo un importante componente paranoico, y los militantes anticatólicos más influyentes tenían una fuerte afinidad por el estilo paranoico.


Dos libros que aparecieron en 1835 describen el nuevo peligro para el estilo de vida americano y pueden considerarse como un modelo de la mentalidad anticatólica. Uno de ellos, La conspiración extranjera contra las libertades de Estados Unidos,
fue escrito por el célebre pintor e inventor del telégrafo, S.F.B. Morse. Morse escribió: “Existe una conspiración y sus planes ya están en marcha… estamos siendo atacados en un terreno vulnerable que no puede ser defendido por nuestras naves, nuestras fortalezas o nuestros ejércitos”. La principal fuente de la conspiración lo encontró Morse en el Gobierno de Metternich: “Austria está interfiriendo en nuestro país. Ha ideado un magnífico esquema. Ha organizado un plan para intervenir aquí.. Ha enviado a sus misioneros jesuitas que viajan por toda la tierra; les ha proporcionado dinero, y también disponen de una fuente regular de suministro”. De tener éxito este complot, Morse dijo que veríamos a algunos descendientes de la Casa de Habsburgo instalados como emperadores de Estados Unidos.

Es un hecho comprobado” escribió un militante protestante,

que los jesuitas se están inmiscuyendo por todas partes de Estados Unidos con diversos disfraces, con el propósito expreso de propiciar una situación ventajosa para difundir el papismo. Un pastor del Evangelio de Ohio nos ha dicho que descubrió a uno que no llevaba los distintivos de su congregación; y dice que están invadiendo el país bajo la apariencia de titiriteros, maestros de baile, profesores de música, vendedores ambulantes, intérpretes de organillo y profesiones similares”.

Lyman Beecher, el hijo mayor de una célebre familia, y padre de Harriet Beecher Stowe, escribió ese mismo año La súplica de Occidente, en el que consideraba la posibilidad de que el Milenarismo Cristiano se impusiese en Estados Unidos. Todo dependía, a su juicio, de las influencias que dominaran en el gran Occidente, donde el futuro del país descansaba. El protestantismo estaba comprometido en una lucha a vida o muerte con el catolicismo. “Hagamos lo que hagamos, hay que hacerlo rápidamente…”. Una gran marea de inmigrantes, hostiles a las instituciones libres, estaba barriendo el país, subvencionados y enviados por los “potentados de Europa”, que multiplicaban los tumultos y la violencia, que llenaban las cárceles, hacinaban los hospicios, cuadruplicaban los impuestos y con un creciente número de votantes “poniendo una mano sin experiencia en el timón del poder”.

El anticatolicismo siempre ha sido la pornografía del puritano. Mientras que los antimasones hablaban de juergas y de fantasías sadomasoquistas en el momento de los macabros juramentos masónicos [1], los anticatólicos inventaron toda una tradición de curas libertinos, el confesionario como una oportunidad para la seducción, conventos y monasterios con comportamientos licenciosos. Probablemente el libro contemporáneo más leído en Estados Unidos después de La cabaña del tío Tom sea una obra supuestamente escrita por María Monk, Revelaciones espantosas, que apareció en 1836. La autora, que decía haber escapado del convento de Hotel Dieu de Montreal después de cinco años como novicia y monja, informaba de su vida en el convento, elaborado con cierto detalle. Decía que la Madre Superiora le había informado de que debía “obedecer a los sacerdotes en todas las cosas”; para su sorpresa y horror pronto supo de la naturaleza de dicha obediencia. Los bebés nacidos en los conventos eran bautizados y luego asesinados, para que así pudieran ascender al cielo. Su libro, acaloradamente atacado y defendido a partes iguales, continuó siendo leído dando crédito a su contenido, incluso después de que su madre dijese que algo se había podrido en su cabeza cuando agarró el lápiz desde su niñez. María murió en la cárcel en 1849, después de haber sido detenida en un burdel como carterista.

[1] Muchos antimasones estaban fascinados por las sanciones que se podían imponer si los masones no cumplían con sus obligaciones. Mi favorito es el juramento atribuido a la Masonería del Real Arco que invitaba a “golpear mi cráneo y exponer mi cerebro a los abrasadores rayos del sol”.

Tanto el anticatolicismo, como la antimasonería, mezclaron sus destinos con la política de partidos de Estados Unidos, convirtiéndose en un importante factor en la política estadounidense. La Asociación Protectora de Estados Unidos lo revitalizó con variaciones ideológicas adaptadas a los tiempos que corrían – por ejemplo, la depresión de 1893 fue achacada a una complot internacional de los católicos que se habría iniciado por una crisis bancaria. Algunos portavoces del movimiento hicieron circular una falsa encíclica del Papa León XIII, en la que supuestamente instruía a los católicos estadounidenses para que exterminasen a los herejes en una fecha determinada de 1893, y un gran número de anticatólicos esperaron día tras día un levantamiento nacional. Este mito de una inminente guerra católica de exterminio y cercenamiento de los herejes persistió hasta el siglo XX.

Por qué se sienten desposeídos

Si después de estos ejemplos históricamente discontinuos del estilo paranoico, ahora damos un salto en el tiempo y nos trasladamos al ala derecha contemporánea, encontraremos algunas importantes diferencias con respecto a los movimientos del siglo XIX. Los portavoces de los anteriores movimientos sentían que representaban causas e individualidades que afectaban a todo el país, que había que defenderse de las amenazas frente a una determinada forma de vida ya establecida. Pero la actual ala derecha, como ha señalado Daniel Bell, se sentía desposeída: Estados Unidos se había alejado de ellos y de los de su clase, y eso a pesar de que estaban decididos a tratar de recuperar su posición y evitar finalmente todo acto destructivo y de subversión. Los viejos valores estadounidenses ya habían sido carcomidos por los cosmopolitas e intelectuales; el viejo capitalismo competitivo se había visto socavado gradualmente por las intrigas de los socialistas y comunistas; la vieja seguridad e independencia nacionales habían sido destruidas por las traiciones, siendo sus agentes más poderosos no solamente fuerzas venidas del exterior, sino veteranos estadistas que se encontraban en los mismos centros de poder de Estados Unidos. Sus predecesores decían haber descubierto conspiraciones; la moderna derecha radical piensa que el complot es una traición que llega desde arriba.

Estos cambios también pueden atribuirse a los efectos de los medios de comunicación. Los villanos de la derecha moderna resultaron ser mucho más despiertos que sus predecesores paranoides, y más conocidos por el público; la literatura de estilo paranoico es por esta misma razón más rica e incide más en la descripción e invectivas personales. Estos villanos vagamente relacionados con los antimasones, con aquellos que hablaban de los oscuros agentes jesuitas que se presentaban disfrazados, del papel poco conocido de los delegados papales de los que hablaban los anticatólicos, de las oscuras conspiraciones monetarias de los banqueros internacionales, todo eso podía sustituirse ahora por eminentes personalidades como los Presidentes Roosevelt, Truman y Eisenhower, Secretarios de Estado como Marshall, Acheson y Dulles, Magistrados de la Corte Suprema como Frankfurter y Warren, y toda una caterva de menor importancia de presuntos conspiradores, también famosos, encabezados por Alger Hiss.

Los acontecimientos que ocurrieron a partir de 1939 han dado a la derecha contemporánea un amplio margen para la imaginación, con ricos y numerosos detalles, repleto de pruebas innegables de la validez de sus sospechas. El teatro donde se representa la acción es ahora el mundo entero, y no solamente sirven de inspiración los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, sino también los de la Guerra de Corea y de la Guerra Fría. Cualquier historiador de la guerra sabe que es un terreno proclive a una comedia de errores y un museo de la incompetencia; pero si cada error y cada acto de incompetencia se puede sustituir por un acto de traición a la patria, se abre un amplio abanico de posibilidades a la imaginación paranoica. Al final, el verdadero misterio, para los que lean las obras principales del imaginario paranoico, no es la forma en que Estados Unidos ha llegado a la peligrosa situación presente, sino la forma en que ha conseguido sobrevivir.

Los elementos básicos del pensamiento de la derecha contemporánea pueden reducirse a tres: en primer lugar, se habría producido una conspiración familiar sostenida en el tiempo, durante más de una generación, que habría alcanzado su punto culminante con el New Deal de Roosevelt, para acabar con el capitalismo libre y allanar el camino bajo la dirección del Gobierno federal hacia el socialismo o el comunismo. Una gran cantidad de derechistas estarían de acuerdo con Frank Chodorov, autor de El Impuesto de la Renta: la raíz de todo mal, campaña que se inició con la aprobación de la enmienda a los ingresos sobre los impuestos de la Constitución de 1913.

El segundo elemento es que en las altas instancias del Gobierno se habrían infiltrado comunistas, al menos en los días previos a Pearl Harbor, estando la política estadounidense dominada por hombres que socavaban de forma astuta y consistente los intereses nacionales de Estados Unidos.

Y por último, el país estaría impregnado por una vasta red de agentes comunistas, como en los viejos tiempos lo estuvo por agentes jesuitas, de modo que todo el aparato educativo, la religión, la prensa y los medios de comunicación estarían comprometidos en sus esfuerzos para paralizar la resistencia de los estadounidenses leales.

Tal vez el documento más representativo de la fase macartista fue el de la acusación del Secretario de Estado George C. Marshall, presentado en el Senado en el año 1951 por el senador McCarthy, y publicado más tarde de una forma algo diferente. McCarthy puso a Marshall como la figura central de una traición a los intereses estadounidenses, que se extendería desde los planes estratégicos de la Segunda Guerra Mundial hasta la formulación del Plan Marshall. A Marshall se le asoció prácticamente con cada fracaso o derrota estadounidense, e insistió McCarthy que no eran fruto de la incompetencia o debido a un accidente. Había un patrón desconcertante en las intervenciones de Marshall durante la guerra, que siempre conducían a un trato de favor hacia el Kremlin. La fuerte disminución de la fuerza relativa de Estados unidos entre 1945 y 1951 no era algo incidental, sino que estaba provocado de voluntad de alguien, de forma intencionada, no fruto de los errores, sino de una conspiración “a gran escala que empequeñecía cualquier empresa anterior en la historia del hombre”.

Hoy en día, el papel asumido por McCarthy en su tiempo ha sido recogido por un fabricante jubilado de dulces, Robert H, Welch Jr., peor colocado estratégicamente, que tiene un estatus inferior, pero que está mucho mejor organizado que el senador. Hace unos años, Welch proclamó que “las influencias comunistas tienen el control casi total de nuestro Gobierno” – nótese el cuidado y el escrupuloso uso de casi. Propone una interpretación de nuestra historia reciente en la que los comunistas aparecen en cada resquicio: propiciaron una crisis de los bancos estadounidenses en 1933, lo que obligó a su cierre; ese mismo año Estados Unidos reconocía a la Unión Soviética, justo a tiempo para salvar a los soviéticos del colapso económico; han intervenido en los disturbios contra la segregación en el Sur; se han hecho con el control de la Corte Suprema y la han convertido en “una de las agencias más importantes del comunismo”.

Un punto de vista tan particular de la historia confiere al Sr. Welch un estatus privilegiado, sin el cual no nos habríamos percatado de todos esos acontecimientos. “Por muchas razones, y después de muchos años”, escribió hace algunos años, “personalmente creo que [John Foster) Dulles es un agente comunista”. El trabajo del profesor Arthur F. Burns como Jefe del Consejo de Asesores Económicos de Eisenhower era “simplemente un trabajo de encubrimiento de las relaciones de Eisenhower con algunos de sus jefes comunistas”. El hermano de Eisenhower, Milton, era “en realidad su superior y jefe dentro del Partido Comunista”. En cuanto al propio Eisenhower, Welch le caracteriza, en palabras que han hecho famoso al fabricantes de dulces, como “un agente dedicado y consciente de la conspiración comunista”, una conclusión, agregó, “basada en una acumulación de pruebas detalladas, extensas y palpables, que parece poner a esta convicción más allá de cualquier duda razonable”.

Emulando al enemigo

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El estilo paronoico en la política estadounidense (I)

El estilo paranoico en la política estadounidense (y III)

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