Agustín García Calvo, o del pensamiento como acción directa

Por Jordi Carmona Hurtado, Profesor de filosofía, 18 de febrero de 2025

redeslibertarias.com

En un importante libro reciente, ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía (Kaxilda, 2023), Cathérine Malabou ha argumentado que algunos de los pensadores más significativos de la filosofía contemporánea han «robado» impulsos, orientaciones y conceptos al anarquismo, para desarrollar una crítica de la dominación o una lógica del gobierno, sin al mismo tiempo reconocer el origen de los mismos, y sin nunca reconocerse a sí mismos como anarquistas. Así, el anarquismo o el pensamiento social anarquista sería la fuente inconfesable del pensamiento de filósofos como Schürmann, Levinas, Derrida, Foucault, Agamben o Rancière, que al mismo tiempo siempre se han desmarcado de la etiqueta. Habría así una persistente denegación del anarquismo, en un pensamiento contemporáneo que al mismo tiempo se nutre en buena medida de él. Como si la relación de los filósofos con la literatura anarquista solo se diese bajo manga y de manera clandestina, como algo un poco vergonzoso, que se practica, pero no se declara. Un anarquismo que primero la filosofía saquea, y más tarde trasviste, en expresiones conceptuales sublimadas. Sin embargo, esto estaría empezando a cambiar en nuestros días, con lo que ha sido llamado un «giro anarquista» en la teoría, en que diversos pensadores, se diría, empiezan a salir del armario. Es lo que ocurre con Malabou en filosofía, cuando desarrolla un concepto filosófico propiamente anarquista, el de lo «no gobernable». Y algo semejante ocurre en otras ramas de la investigación y la creación, como en el antropólogo David Graeber, o en la autora de ficción Ursula K. Le Guin. Parece así que el anarquismo hoy en día tiende a volverse más presentable en los dignos debates de la cultura académica.

Sin embargo, antes de abrazar este giro anarquista de la teoría y archivar el proceso a la denegación filosófica del anarquismo, me gustaría reabrirlo momentáneamente y llamar aquí a un último testigo, para decidir, al menos en este caso particular, si se trata realmente de una denegación como sostiene Malabou o hay en juego otra cosa, en esta enconada resistencia en quienes piensan de manera anarquista a presentarse como pensadores anarquistas. Se trata del pensador zamorano Agustín García Calvo.

Y en efecto, García Calvo parece, a primera vista, un caso paradigmático de esta denegación filosófica del anarquismo, y Malabou bien podría haberlo incluido en su serie de encausa‐ dos, si hubiese conocido su obra. Baste un solo ejemplo al respecto. Corría el año 1972. Carlos Semprún y Javier Domingo eran por aquel entonces editores de la revista Ruedo Ibérico, creada por intelectuales españoles exiliados en París, y que se distinguía por una auténtica libertad y apertura ideológica a todas las corrientes de oposición al régimen franquista, hasta las más radicales o minoritarias, y la hospitalidad también a cierto vanguardismo teórico, poético y estético. Enviaron una carta a García Calvo, invitándolo a participar en un número especial sobre el anarquismo. El pensador zamorano se negó cortésmente mediante otra carta, que no fue publicada en ese número de Ruedo Ibérico, sino ya años más tarde, en 1978, en otra revista de alcance bastante más reducido: Historia libertaria. En esa carta, «Contra la idea de hacer la historia del anarquismo», Agustín explica los motivos de su rechazo a colaborar en el número, que según él solo podía contribuir a la historificación e institucionalización de la anarquía; a volverla saber y doctrina, y hacerla entrar en las enciclopedias oficiales; a darle algún tipo de identidad al lado de las otras, y así prepararla para que se vuelva algún tipo de poder.

Así, es en nombre del anarquismo mismo que Agustín rechaza contribuir a un número de revista sobre el anarquismo. De este modo, Agustín divide la idea misma de anarquismo, entre un anarquismo del ser y un anarquismo del hacer:

“[…] hay una contradicción interna, insuperable, entre la acción de negar el Orden y el hecho de ser un negador del Orden, entre el rebelarse contra la Sociedad y el tener un ideal de la Sociedad, entre la negación de toda fe religiosa y la conservación de una creencia, entre el negar el juego de los partidos políticos y el ser un partido, aunque se llame anarquista o ácrata o libertario”.1

Agustín García Calvo durante la charla en Córdoba. Foto: Rafael Jiménez. CC BY‐SA 2.0

Frente al ser anarquista, Agustín reivindica lo que él llama un «corazón anárquico» (o «anarquizante, acrático, rebelde o negativo»). El anarquismo, viene en resumen a decir García Calvo, no es un asunto de teoría, sino de práctica. El anarquismo es una acción, y no una idea. E incluso el pensamiento anarquista no puede entenderse como un sistema filosófico entre otros, sino como cierto tipo de acción, de praxis, que anula, socava o crea brechas en los sistemas. Esto acercaría a García Calvo a concepciones semejantes a la «deconstrucción» de Derrida, o la «destitución» de Giorgio Agamben. Y en efecto, el anarquismo, para Agustín, solo puede existir en cierto tipo de acción negativa o «destructiva» (según la palabra que Agustín prefiere, frente a las más eruditas de Derrida o Agamben). El pensamiento anarquista no tiene más fundamento, entonces, que el que pueda darle ocasionalmente ese tipo de acción. Si el anarquismo gravita en torno a la experiencia de la libertad, Agustín García Calvo consideró que esta experiencia solo existe en la acción de liberación, en el acto de liberarse de, de liberarse en cada ocasión de algo determinado. Esta concepción negativa de la libertad anarquista (que solo existe como práctica de liberación) es lo que le acerca, por otro lado, al pensamiento de la emancipación de Jacques Rancière. En esta oposición entre el ser y el hacer, no se trata de defender ningún purismo o puritanismo anarquista, sino de mostrar, al contrario, la radical inadecuación entre la práctica anarquista y cualquier tipo de identidad social. De ahí que García Calvo, que durante toda su vida no dejó de practicar actos anárquicos, nunca haya querido etiquetarse a sí mismo como anarquista. En esta insistencia en el hacer, y en que el anarquismo es ante todo un modo de acción, García Calvo recoge la potente tradición del comunismo libertario y del anarcosindicalismo español, que siempre fue eminentemente práctica. Sin embargo, García Calvo lleva esta tradición a un terreno inédito en la historia del anarquismo español, que es el de la acción teórica, cultural, o más bien contracultural. De ahí su importancia, a menudo ocultada, a la hora de inspirar el movimiento histórico de la contracultura. Agustín, así, siempre privilegiará un tipo de acción contracultural, que se dirige contra la Cultura pero que se mueve en ese mismo nivel, en el nivel de la palabra y del pensamiento. De ahí también, a pesar de su insistencia anarquista en la acción, su rechazo de cualquier forma de violencia, su pacifismo radical.

En este aspecto, lo que cuenta de un tipo de intervención (contra‐)cultural no es lo que dice, sino lo que hace, o lo que hace diciendo. Eso es una manera de hacer política, pero se trata de la otra política, la política de los que no son (ni desean) ser políticos. No la política del gobierno, sino la política del pueblo. Al conducir el anarquismo a un terreno fundamentalmente (contra‐)cultural, García Calvo propone una verdadera comprensión filosófica de la acción directa. Podemos pensar, entre los ejemplos más célebres de este tipo de acción contra‐cultural, en el himno de la Comunidad de Madrid, que Leguina encargó a García Calvo, y que es un verdadero anti‐himno, que hace aparecer la inmensa abstracción de cualquier ente político de este tipo. Se trata, aquí, de construir el edificio de la Cultura con dinamita, en lugar de con ladrillos. Esta es una característica más general de la acción anarquista de pensamiento, que abre espacio en la Institución (o el Estado, en el sentido más general de la palabra, el orden tanto global como local) a otra cosa que no es la institución.

Esta otra cosa puede llamarse «lo vivo y lo palpable», desde un punto de vista filosófico, es decir, lo contrario a la idea, a la abstracción; lo que solo puede ser sentido, sentido por los sentidos (escuchado, olido, degustado, acariciado…) y por el «corazón anárquico», y no pensado, no ideado o proyectado intelectualmente. Se trata de «lo vivo y lo palpable», de «lo cuerpo». Sin embargo, no hay que entender de ahí que Agustín esté en contra de la intelectualidad. Al contrario, para él, la «razón común» cuando llega a encontrar espacios para enunciarse, o el lenguaje cuando la gente se reúne en cierto número y se deja hablar (incluso en contra o por debajo de su identidad o de sus ideas) se vuelven cosas completamente vivas y palpables. Desde un punto de vista político, esta otra cosa es simplemente el pueblo, como lo anti‐Estado, como lo no gobernable; un pueblo que, como García Calvo solía decir, en realidad no existe, o solo existe cuando se rebela, cuando niega, cuando lucha por liberarse‐de, cuando socava las raíces de la dominación.

Sin embargo, cabe llamar la atención sobre el machadiano manantial sereno del que brota la acción directa de pensamiento, por la boca de Agustín, sin ningún aspaviento heroico ni pose revolucionaria. Esto puede comprobarse, en otro ejemplo del tipo de anarquismo entendido como práctica contracultural, en el programa de radio «Pensamiento 3». El hecho es que ese programa, que estuvo en antena durante tres años (entre 1988 y 1990) no solo consiguió llevar la filosofía a la radio española, una práctica de pensamiento desarrollada con el mayor cuidado y menor demagogia, siempre en colaboración activa con la audiencia, sino también crear una agenda de discusión alternativa a la de los medios de formación de masas. Pero además, ese programa hizo que personas de diferentes lugares de la geografía española se conociesen y se encontrasen, que asociaciones y colectivos minoritarios tuvieran un espacio mayor de difusión. Mediante ese programa, Agustín mostró en la práctica que el pensamiento, que parece lo más abstracto, se vuelve el arma más concreta y vital cuando se trata de luchar en unas condiciones en que lo que nos domina no son fundamentalmente individuos singulares, sino abstracciones (como el Estado, la Persona, el Capital, el Futuro…).

Y así, con esta manera de entender el pensamiento como una acción directa, «Pensamiento 3» iba haciendo pueblo, o más bien deshaciendo abstracciones o ideas dominantes para que, poco a poco, tal vez y solo tal vez, fuese apareciendo algo de voz del pueblo. Y vaya si aparecía. Solo que, en cierto momento, el programa fue cancelado. Hubo entonces oyentes que llamaban completamente indignados o furiosos, denunciando una censura por parte de la cadena pública de radio en la que se emitía. Pero esta indignación escondía el orgullo secreto del que, precisamente porque le censuran, cree ser el único poseedor de la ver‐ dad y de la razón: «si ladran, es que cabalgamos». En el extremo opuesto a esta actitud, García Calvo aventuraba más bien que las razones de la cancelación del programa tendrían que ver con una rotación en la parrilla, que podía haberle tocado a su programa o a cualquier otro, por mera necesidad de renovación y actualización de los medios; y que lo raro y lo asombroso era haber estado en antena tres años, no la cancelación del programa.

El pensamiento como acción directa se entiende así, en la práctica de García Calvo, como un ejercicio de destrucción serena de las abstracciones que nos dominan, que abre hueco en la cultura a la expresión de lo no gobernable: de «lo vivo y lo palpable», de «lo cuerpo» y de «lo pueblo», según nombres meramente indicativos de algo que no tiene identidad propia, y que por tanto no puede tener nombre. Así, no se trata, en el caso de García Calvo, de que la filosofía robe al anarquismo, sino que el hacer anarquista necesita entenderse en un campo cultural extendido, y no solo social o sindical, en las condiciones de dominación contemporánea. La acción directa anarquista necesita volverse filosófica, en esas condiciones. Y entonces se descubre que ese tipo de acción puede proceder de cualquier parte, que el anarquismo no puede ser contenido en ningún tipo de identidad.

Pero García Calvo no solo rechazó definirse a sí mismo como anarquista, sino que también usó diversas estrategias textuales para rehuir cualquier forma de identidad, como la práctica del anonimato, del seudónimo, la firma colectiva (como en los textos de la Comuna Antinacionalista Zamorana) o el nombre propio puesto entre interrogantes. De nuevo, en este tipo de estrategias que cuestionan la función‐autor (como la llamaba Foucault), vemos que entender el pensamiento como un tipo de acción libertaria implica una atención extrema a la forma y a las condiciones en que se desarrolla la acción de pensamiento. El fondo, o la teoría del pensamiento como acción directa es muy simple: la negación de lo determinado (que nunca debe volverse determinación negativa) devuelve lo determinado a un estado de infinitud, que vuelve posible (solo posible) la resurrección del caos primordial, del algo indeterminado original. O, por decirlo más simplemente, el acto de destrucción de las ideas, o de lo que se sabe, permite la resurrección de los cuerpos, o de lo que no se sabe. Pero hay innumerables maneras de negar, incontables maneras de practicar el pensamiento como acción directa. A este respecto, podemos decir que tal vez no haya habido nunca un pensamiento que se identifica de una manera tan íntima con el anarquismo como el de García Calvo. Pero llamarlo anarquista sería positivar la negación y por tanto, anular su potencia. Es el riesgo que corren los intentos de volver el anarquismo algo respetable, un tema de estudios entre otro, un conjunto de ideas o una corriente filosófica, que se traduce como cualquier otra en los formatos convenidos del paper y la revista científica. Así, esos papers tal vez digan anarquismo, pero hacen neoliberalismo. Por eso, casi mejor que no dijeran anarquismo, pero que lo hicieran de un modo o de otro.

Pues el anarquismo no es una teoría o una visión del mundo, sino un estilo de acción: el anarquismo solo vive en la acción directa de la gente. Si el anarquismo importa es porque es una posibilidad de cualquiera, y no exclusiva de los que deciden definirse a sí mismos como anarquistas. Y esto ocurre así, como muestra el ejemplo de García Calvo, incluso en el pensamiento, en el pensamiento entendido como una forma entre otras de la acción directa, que tiene sus características propias y su relevancia especialmente acusada cuando la dominación es inseparable de la violencia de la abstracción.


  1. Texto citado en: Jordi Carmona Hurtado, Cómo matar a la muerte. Agustín García Calvo y la filosofía de la contracultura (La oveja roja, 2022), p. 246. ↩︎

———————-