por Fred Banfman, 18 de junio de 2012
Hace cuarenta y dos años tuve una experiencia nada usual. Me hice amigo de un hombre llamado Noam Chomsky. Lo conocí antes de que me diese cuenta de su fama y de la importancia de su trabajo. Muchas veces he pensado en esta experiencia, tanto por los conocimientos que obtuve de él, como por los problemas en que se encuentran sumergidos hoy en día el país y el mundo. Su contribución más importante para mí ha sido la de su constante atención a cómo las autoridades de Estados Unidos han tratado los muchos problemas de la gente del mundo, la “no-gente”, ya sea por la explotación económica a la que se ven sometidos o por las guerras en que se ha participado, asesinando, mutilando o dejando sin hogar a más de 20 millones de personas desde el final de la Segunda Guerra Mundial ( más de 5 millones de personas en Irak, sólo en Indochina ya fueron 16 millones, según las estadísticas oficiales del Gobierno de los Estados Unidos) .
Nuestra amistad se forjó por la preocupación mutua por algunos de estos problemas de la no-gente cuando visitó Laos en febrero de 1970. Había vivido en un pueblo de Laos, en las afueras de la capital Vientián , durante tres años y hablaba en laosiano. Sin embargo, cinco meses antes, me sentí conmocionado cuando me entrevisté con los primeros refugiados que fueron expulsados de Vientián, que pasó a estar controlada por los comunistas de Pathet Lao desde 1964. Descubrí con horror que los líderes del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos habían bombardeado clandestinamente a estos pacíficos aldeanos, decentes, buenos e inocentes durante cinco años y medio, obligándoles a refugiarse en subterráneos y cuevas, donde vivían como animales.
Yo sabía por las abuelas de los innumerables hombres que habían sido quemados vivos por el napalm, la gran cantidad de niños que fueron enterrados vivos por las bombas de 500 libras, los padres destrozados por las minas. Todavía quedaban marcas de estas bombas en los cuerpos de los refugiados que tuvieron la suerte de escapar, me entrevisté con personas que habían quedado ciegas a causa de los bombardeos, el napalm había cubierto de heridas los cuerpos de los bebés. También supe que los bombardeos de Estados Unidos en la Plain of Jars había destruido una civilización con 700 años de antigüedad, con una población de unas 200.000 personas viviendo en un desierto, y que las principales víctimas habían sido los ancianos, los padres y sus hijos, que tuvieron que permanecer cerca de los pueblos, no los soldados comunistas que podían moverse fácilmente a través de los bosques, y no perceptibles desde el aire. También descubrí muy pronto que los gobernantes de Estados Unidos habían realizado este atentado de forma unilateral, sin informar siquiera, y mucho menos con el consentimiento, al Congreso o al pueblo estadounidense, Pero habían sobrevivido. El bombardeo estadounidense de cientos de miles de otros inocentes no sólo continuó, sino que se intensificó.
Crecí creyendo en los valores estadounidenses, pero este bombardeo de civiles inocentes violaba cada una de ellos. En cuanto a los gobernantes estadounidenses y desde la perspectiva de los campos de refugiados de Laos, aprendí en dos semanas que eran los enemigos de la decencia humana, de la democracia, de los derechos humanos y del derecho internacional, y que en este mundo real debía vencer el derecho y que los crímenes cometidos se pagaban. Por mucho que uno creyese que Estados Unidos era una “nación de leyes”, era claramente una nación de hombres crueles, brutales y actuando ilegalmente en Laos.
Sin tomar una decisión consciente, me comprometí a hacer todo lo posible para intentar detener este horror inimaginable. Como judío que mamó el Holocausto, sentí descubrir la verdad de Auschwitz y Buchenwald, mientras que todavía las atrocidades se seguían cometiendo. Me puso a trabajar duro para intentar dar a conocer esta situación a todos los que pude, incluyendo a periodistas como Bernard Kalb de la CBS, Ted Koppel de la ABC y Flora Lewis de The New York Times, que escribirían artículos para hacer saber de estos bombardeos a todo el mundo.
Un día me enteré que tres activistas contra la guerra, Doug Dowd, Richard Fernández y Noam Chomsky, pasaron unas noches en el Hotel Lane Xang en Vientián antes de coger un avión para entrevistarse con la Comisión Internacional de Control (ICC) en Hanoi. (La única manera de ir a Hanoi en ese momento a excepción de ir directamente a Phnom Penh). Llamé en una de sus habitaciones, me presenté, nos conocimos y Noam salió al día siguiente al pueblo donde yo residía, pensando en ir a Hanoi al día siguiente.
Había pasado la mayor parte de los años 60 en Oriente Medio, en Tanzania y en Laos, y sabía relativamente poco de Doug, Dick y Noam, aunque sabía que éste era un famoso lingüista y que había escrito sobre la guerra de Indochina. Mi objetivo en ese momento era tratar de informarles de la gravedad de los sucesos, con la esperanza de que pudieran hacer algo al respecto.
A nivel personal enseguida me sentí atraído por Noam. Era amable, pero intenso, algo que compartíamos mutuamente, y muy humano. Una de las razones por las que estaba tan horrorizado por los bombardeos es que conocía personalmente a la gente de Laos, con los que había convivido durante los tres últimos años, y allí conocí a un hombre de 70 años de edad, llamado Paw Thou Douang, que se había convertido en una especie de mi sustituto de padre. Era amable, sabio, y lo respetaba tanto como a cualquier otro que hubiera conocido. Me sentí impresionado por el afecto de Noam hacia Paw Thou Douang durante la cena con él y su familia. Era evidente la afinidad inmediata entre ellos, algo que no había visto en otros muchos visitantes que habían llegado a la aldea. También mostró curiosidad por saber los detalles de lo que estaba ocurriendo en Laos, a lo que estuve encantado de responder.
Al día siguiente, los tres visitantes recibieron noticias inquietantes: el vuelo a Hanoi de la ICC había sido cancelado y el siguiente vuelo no saldría hasta dentro de una semana. Los tres tenían unos horarios muy apretados, e intentaron regresar a casa durante la semana. Le sugerí a Noam que se quedase si le era posible. Le dije que podía arreglar una reunión entre los refugiados de los bombardeos, la Embajada de Estados Unidos y los funcionarios del gabinete de Laos, el Primer Ministro Souvanna Phouma, el representante del Pathet Lao y un soldado ex guerrillero, como ya lo había hecho con los medios de comunicación. Desde su perspectiva, fue una oportunidad única para aprender sobre la guerra secreta de Estados Unidos en Laos, y por mi parte tenía la esperanza de que los bombardeos se conociesen en el mundo y se acabase con ellos.
Noam estuvo de acuerdo, y creo que los dos tendríamos una de las experiencias más singulares de nuestra vida: en la parte trasera de mi moto le conduje por las calles de Vientián, mientras trataba de aprender todo acerca de la guerra de Estados Unidos en Laos, algo prácticamente desconocido en el resto del mundo. Pero no fue hasta un mes después cuando Richard Nixon reconoció por primera vez que los Estados Unidos habían estado bombardeando Laos durante los últimos seis años, aunque él y Henry Kissinger siguieron mintiendo al afirmar que los bombardeos sólo tenían objetivos militares.
Tengo una serie de recuerdos especialmente vívidos de Noam de aquella semana que permanecimos juntos. Uno de ellos fue verlo leer un periódico. Miraba una página, parecía memorizarla, y un segundo más tarde la daba la vuelta y miraba la página siguiente. En una ocasión le di un libro de 500 páginas sobre la guerra de Laos a eso de la 10 de la noche, y me reuní con él la mañana siguiente a la hora del desayuno antes de nuestra visita oficial a Jim Murphy en la Embajada de Estados Unidos. Durante la entrevista salió el tema de la tropas norvietnamitas en Laos. La Embajada decía que eran unos 50.000 los que habían invadido Laos, cuando las evidencias demostraban que apenas eran unos pocos miles. Casi me caigo de la silla cuando Noam citó una nota a pie de página de aquel libro que le había dado la noche anterior. Conocía el término memoria fotográfica, pero nunca la había visto usar por alguien de una forma tan acertada. (Curiosamente, Jim mostró a Noam documentos internos de la Embajada que también confirmaban que el número de soldados era menor, lo que Noam más tarde citó en su largo capítulo sobre Laos en «At War With Asia.»)
También me sorprendió que no le gustaba hablar de sí mismo, al contrario de otros muchos periodistas a los que había conocido. Tenía poco interés en las charlas coloquiales, por las curiosidades o en hablar de una u otra persona, y se centró casi exclusivamente en los temas de interés. Quitó importancia a sus trabajos sobre lingüística, diciendo que era algo menor en comparación con la lucha para oponerse a los asesinatos en masa que se estaban dando en Indochina. No tuvo ningún interés en la vida nocturna de Vientián, ni en visitar sitio turísticos o en acudir a la piscina. Tenía una misión y la quería cumplir. Me pareció un intelectual genuino, un hombre que ha vivido en su cabeza, con el que me he podido relacionar. Yo también viví en mi cabeza, y tenía una misión.
Pero lo que más llamó la atención fue lo que ocurrió cuando viajamos a un campamento de refugiados en Plain of Jars. Había llamado otras veces a docenas de periodistas y a otras personas para que acudieran al campamento, pero siempre había una distancia emocional con el sufrimiento de los refugiados. Tanto Bernard Kalb, Welles Hangen de la NBC o Sidney Schanberg de The New York Times, escucharon educadamente, hicieron preguntas, tomaron notas y luego volvieron a sus hoteles para redactar sus artículos. Mostraban poca emoción o interés sobre la situación de aquellas personas. Nuestras conversaciones en la parte trasera de los coches de camino hacia sus hoteles giraban en torno a la cena de esa noche o a los sucesos del día siguiente.
Me sorprendió que cuando traducía sus preguntas de Noam y las respuestas de los refugiados, de repente rompió a llorar. Me llamó la atención que frente a los otros que habían acudido al campo de refugiados, él, después de todo, diese la respuesta más natural y humana. Un intelectual como Noam rara vez expresa sus sentimientos sobre las cosas. En ese momento me di cuenta de que estaba viendo su alma. La imagen de Noam llorando en ese campo de refugiados se ha quedado fija en mi recuerdo. Cuando pienso en Noam es lo que veo.
Una de las razones por las que me sorprendió su reacción fue porque él no conocía a aquellos laosianos, Fue relativamente fácil para mí, después de haber vivido entre ellos y querer a personas como Paw Thou, comprometerme con detener los bombardeos. Por eso he tenido mucho respeto a los miles de estadounidenses, y a Noam, por implicar su vida en tratar de detener las matanzas en Indochina, de una guerra que nunca vieron.
Durante el regreso del campamento, él se quedó quieto, emocionado con lo que había aprendido. Había escrito mucho sobre los Estados Unidos y la guerra de Indochina con anterioridad. Pero esta fue la primera vez que había conocido a las víctimas cara a cara. Y en el silencio, un vínculo tácito se forjó entre nosotros.
Cuando miro hacia atrás en mi vida, siento que yo era mejor persona entonces que lo que había sido antes o he sido después. Y me di cuenta de que en ese momento que los dos veníamos del mismo lugar. En comparación con el Calvario de estas personas inocentes, gentiles, amables, todo lo demás parecía trivial. Una vez que sabía que personas inocentes estaban muriendo, ¿ cómo me podría justificar a mí mismo si no trataba de salvar sus vidas?
Y me di cuenta de que en el silencio de ese viaje en coche, por debajo del personaje público de Noam, un intelectual entre los intelectuales, que se basó en hechos y en la razón para defender las suyas, había una profunda sensación de humanidad. Para Noam estos campesinos de Laos eran seres humanos con sus nombres, sus rostros, sus sueños y hasta su derecho a la vida, que tan descuidadamente se ponía en peligro. Pero para muchos periodistas que los visitaban, por no hablar de los estadounidenses, estos aldeanos de Laos eran gente sin rostro, no-gente, cuya vida no tenía significado alguno.
Cuando regresé a Estados Unidos, Noam y yo permanecimos en contacto de forma regular durante todo el tiempo que duró la guerra. Me quedé más impresionado cuando comencé a leer las obras de Noam y me di cuenta de que nadie escribía con tanto detalle, con esa lógica, con una comprensión profunda de los horrores de la guerra y del sistema que los produjo. Pero aún me impresionó más al saber que tanto él como su amigo Howard Zinn, de la Universidad de Boston, fueron más allá de la mera escritura al poner sus cuerpos en la línea de oposición a la guerra.
Noam y Howard formaban parte de mi grupo afín durante las manifestaciones del Primero de Mayo en las que se detuvieron a miles de manifestantes, ocupando celdas contiguas durante las protestas de resistencia pasiva en D.C, y fue donde supe que Noam era líder de Resist, un grupo que promovía la insumisión fiscal frente a los gastos militares, y que había sido procesado. Se manifestó contra la guerra desde 1963, antes de que la mayoría de nosotros hubiese oído siquiera hablar de ella. Había sufrido numerosas amenazas de muerte y paso grandes dificultades, hasta el punto de que su esposa, Carol, tuvo que regresar a la escuela para desarrollar su profesión y así poder mantener a sus hijos en el caso de que algo le sucediese a Noam.
Cuando terminó la guerra tomé una mala decisión. En lugar de continuar oponiéndome a todos los horrores que el Gobierno estadounidense estaba perpetrando, decidí trabajar en el país para intentar la sustitución de los líderes por una nueva generación que se opusiese a la guerra y promoviese la justicia social. Estuve durante 15 años dedicándome a la política interna, con Tom Hayden y la Campaign for Economic Democracy, formando parte del Gabinete con el Gobernador Jerry Brown, con el senador Gary Hart, y aconsejando a economistas y líderes empresariales de Norteamérica.
Durante este tiempo sólo tuve contactos esporádicos con Noam. Nuestros intereses divergieron. Él continuó escribiendo artículos, libros y pronunciando discursos, oponiéndose a la política criminal de los Estados Unidos hacia Timor Oriental, la guerras terroristas de Reagan en América Central, las desastrosas políticas económicas de Clinton en Haití y otras naciones del Tercer Mundo, el bombardeo de Kosovo, y una cuestión que la sintió de forma más apasionada: el patrocinio por parte de Estados Unidos de la política israelí hacia los palestinos. Estas preocupaciones estaban lejos de mi enfoque en la política electoral y los problemas nacionales, tales como la energía solar y el desarrollo de una estrategia económica nacional.
Cuando miro ahora hacia atrás, me doy cuenta de otro factor que en gran medida me resultaba inconsciente: traté de evitar a Noam porque supuse que me consideraría inmoral por haber abandonado el trabajo de intentar salvar vidas y entrar en el terreno del compromiso político y contra la corrupción del Sistema. Muchas veces discutí con él tratando de justificar lo que estaba haciendo, lo que se hizo más difícil tras los fracasos electorales, y me encontré más orientado hacia mi propia estima que en el período aquel de la guerra.
Después de más de una década, me encontraba en Boston y llamé a Noam. Me invitó a su casa y charlamos un rato. Finalmente le pregunté cómo me consideraba después de haber entrado en la campaña electoral. También le dije que había estado en casa de un antiguo amigo progresista que ahora trabajaba para un importante Banco, y que me había dicho que no quería conocer a Noam porque sabía que iba a criticar su decisión. Pero Noam estaba sorprendido por esta historia: “ ¿No estamos todos comprometidos? Mírame, yo trabajo en el MIT, que recibe millones de dólares del Departamento de Defensa”. Parecía desconcertado, y nosotros pensando que nos iba a denigrar por lo que estábamos haciendo.
En los últimos años he tenido contactos regulares con Noam, sobre todo mediante correo electrónico, pero también me alojé en su casa durante 10 días antes de asistir al homenaje de Howard Zinn el 3 de abril de 2010. Fue algo muy emotivo para nosotros, sobre todo para Noam, que tenía estrechos lazos de amistad con Howard, y la visita me causó una profunda impresión.
Me pareció esencialmente el mismo Noam que había conocido 40 años antes. Su falta de interés por la conversación inconsistente, no hablaba de sí mismo, su ira ante la negativa de los intelectuales y periodistas de los Estados Unidos a adoptar una postura sobre los crímenes de guerra cometidos por los dirigentes estadounidenses. Un buen tipo, con el que me di un paseo por Cambridge o para ir a recoger alimentos al supermercado para elaborar nuestras comidas.
Le pregunté a Noam como se sentía por ser criticado de forma constante por arremeter contra los líderes estadounidenses y no contra los de otras naciones. Me dijo que era algo apropiado, ya que él era ciudadano estadounidense, y que los Gobiernos estadounidenses han cometido más crímenes de guerra que todos los demás desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Estaba de acuerdo, señalando que hay otros intelectuales destacados de Estados Unidos que critican a los líderes extranjeros, pero no se atreven a denunciar los crímenes de guerra cometidos por los de su país.
Y como hace 40 años, sigo impresionado por su incansable capacidad de trabajo. Pasa casi todo su tiempo leyendo, escribiendo, concediendo entrevistas en persona o por teléfono, dando conferencias, en un acto de generosidad particularmente conocido, continúa respondiendo a los mensajes de correo electrónico, a menudo dedicando hasta 5 y 6 horas al día.
Y he descubierto que continúa hablando en todas las partes del país y del mundo, hasta el punto de que su agenda está completa con varios años de anticipación. A sus 82 años, mantiene un horario que abrumaría a alguien 40 años más joven.
También me sorprende su ascetismo. Cuando le llamé por teléfono me di cuenta de que tenía el mismo número de teléfono y vivía en la misma casa modesta de hace 40 años. Lleva pantalones vaqueros, y no tiene ningún interés en las posesiones materiales. Periódicamente es visitado por amigos y familiares, pero no se involucra en otras actividades de tiempo libre.
Me conmovió una noche mientras estaba sentado frente a él, apesadumbrado por la enorme distancia que separa lo que Noam sabe acerca de las masacres cometidas por los sucesivos Gobiernos de los Estados Unidos y lo que la gente sabe de ello. De pronto pensé en Winston Smith, de la novela 1984 de Orwell, que tenía pocas esperanzas en cambiar la sociedad y se ocupa sólo en tratar de mantenerse sano y escribir la verdad, con la esperanza de que las generaciones futuras lo recordasen. Se lo dije a Noam en ese momento.
Siempre recordaré su reacción. Sólo me miró. Y sonrió con tristeza.
Noam puede ser duro con aquellos que apoyan las guerras de Estados Unidos. Pero él es más duro consigo mismo. En una ocasión le dije que había preguntado a un activista que si al mirar hacia atrás sentía alguna especie de pesadumbre. Respondió que le gustaría haber pasado más tiempo con su familia y en la búsqueda de otros intereses no políticos. “ ¿Te arrepientes de algo?, le pregunté a Noam. Murmurando para sí mismo me dijo: “No he hecho lo suficiente”.
En otra ocasión le pregunté por su grado de satisfacción tras haber escrito tantos libros, el desarrollo de un nuevo campo dentro de la lingüística, y el ser tan influyente en todo el mundo. “Ninguno”, respondió con gravedad y explicó que sentía no haber sido capaz de convencer a más personas sobre el comportamiento de los líderes estadounidenses, “salvaje y brutal con las personas del mundo”. Se sentía frustrado, por ejemplo, que mucha más gente no entendiese cómo los gobernantes estadounidenses podían matar a cientos de miles de inocentes y destruir la base misma de la sociedad de Vietnam, la forma en que habían ganado en Indochina, destruyendo la posibilidad de una alternativa económica y un modelo social alternativo.
Una noche, mientras subía las escaleras de mi habitación miré la oficina de Noam. Pasaba la mayor parte de su tiempo en casa sentado en una silla frente a su equipo, y su postura parecía a la de un monje budista meditando.
Y entonces me di cuenta. De repente me di cuenta de que Noam había estado viviendo de esta manera durante los últimos 40 años. Ha trabajado durante todo el día, leyendo, escribiendo, hablando, sin perder un minuto, en un intento de que Estados Unidos deje de matar, de que el mundo se dé cuenta de la difícil situación de la no-gente.
Y sin embargo, digo sin embarazo que sentí gran amor por él en ese momento. Y tuve una idea. Durante la lectura de Mahatma Ghandi me pregunté por el significado del término “Gran Alma”. Y lo comprendí en ese momento, por fin. Una Gran Alma responde plenamente a los sufrimientos humanos, de los sin voz, y se vierte al mundo entero, en cuerpo y alma. Por fin había conocido a uno. La tradición judía lo dice de una manera diferente, en la leyenda “36 hombres justos”, que sin saberlo en un momento dado mantienen viva la humanidad. Si Noam no es uno de esos 36 hombres justos, entonces ¿ quién lo es? Me acordé también de los muchos que han comparado a Noam con los profetas del Antiguo Testamento, como Amós o Jeremías, que también criticaron de forma airada a los gobernantes corruptos de su época.
Aunque algunas personas no estén de acuerdo con las posiciones que pueda haber tomado Noam en los últimos 40 años, me pareció en ese momento, cuando subía las escaleras, que tales controversias me parecían irrelevantes, por lo que es y lo que representa. Me di cuenta de que mientras yo, como la mayor parte de la gente que conozco, ha escuchado los gritos de la víctimas de las guerras emprendidas por Estados Unidos en las últimas décadas, Noam ha sido incapaz de protegerlos hacia afuera.
Durante mi estancia con Noam, éste recibió la vista de la famosa escritora hindú Arundhati Roy, que como otros muchos que no son estadounidenses, sienten un gran respeto y admiración por él. Sólo entendí lo que significaba para ella cuando leí estas palabras en el capítulo “La soledad de Noam Chomsky”:
“ Chomsky revela el corazón de la despiadada máquina de guerra norteamericana… dispuesta a aniquilar a millones de seres humanos, civiles, soldados, mujeres, niños, pueblos enteros, ecosistemas, con un método científicamente brutal. Cuando el sol se ponga sobre el Imperio estadounidense, el trabajo de Noam Chomsky sobrevivirá. Como pudo haber un oriental, o quien sabe, un oriental en potencia, casi no pasa un día que no piense, por una u otra razón, en “Chomsky Zindabad”. ( Long Chomsky en vivo)·.
[…]
Puede comunicarse con Fred Branfman escribiendo a Fredbranfman@aol.com . También puede visitar su página web.
Originalmente publicado en Salon
Fuente del artículo: http://dissidentvoice.org/2012/06/when-chomsky-wept/