Por Immanuel Wallerstein, 1 de marzo de 2012
Durante mucho tiempo sólo hubo unas cuantas universidades en el mundo. El número de alumnos que asistían a estas instituciones era muy pequeño, y procedían en gran parte de las clases altas. Asistir a la Universidad confería gran prestigio y reflejaba un privilegio.
Este panorama empezó a cambiar a partir de 1945, cuando gran número de universidades comenzaron a desarrollarse y el número de personas que asistían a ellas empezó a aumentar considerablemente. Pero no fue simplemente una expansión de las instituciones universitarias en aquellos países que ya las tenían con anterioridad. La educación universitaria también se estableció en aquellos países en los que había tenido poca o ninguna presencia antes de 1945. La educación superior se expandió por todo el mundo.
La presión para que se produjese esta expansión surgió de arriba y se extendió hacia abajo. Desde el Gobierno se sentía la necesidad de formar graduados universitarios para así asegurarse la capacidad de competir en unas tecnologías cada vez más complejas ante la explosiva expansión de la Economía Global. Y desde abajo, las clases medias, e incluso los estratos más bajos de la población, insistieron en tener acceso a la educación superior a fin de mejorar sus perspectivas económicas y sociales.
La expansión de las Universidades fue posible gracias al enorme crecimiento de la Economía Global a partir de 1945, el más grande en la Historia del mundo moderno. Había gran cantidad de dinero disponible y se veía acertado el emplearlo para la creación de nuevas universidades.
Por supuesto, esto supuso un cambio en el sistema universitario. Las universidades se hicieron más grandes y perdieron la intimidad que tenían cuando eran estructuras más pequeñas. La composición del alumnado, y luego del profesorado, fue evolucionando. En muchos países, la expansión no sólo supuso una reducción del monopolio ejercido por las personas procedentes de los estratos superiores, profesores y administradores, sino que también significó que las minorías, entre ellas las mujeres, comenzaron a acceder de una forma más amplia a una institución que parcialmente o totalmente les había negado ese derecho.
Este panorama entró en crisis a partir de 1970. Por un lado, la Economía Global entró en un proceso de estancamiento. Poco a poco, los fondos recibidos por las universidades comenzaron a disminuir. Al mismo tiempo, los costes de la educación universitaria aumentaron, y la presión ejercida desde abajo para el crecimiento de las universidades creció. Desde entonces hay dos fuerzas que se contraponen: menos dinero y mayor gasto.
Al llegar al siglo XXI la situación se hace insostenible. ¿Cómo han afrontado esta situación las universidades? Una forma ha sido mediante la privatización. La mayoría de las universidades existentes antes de 1945, e incluso antes de 1970, eran instituciones estatales. La única excepción importante se producía en Estados Unidos, que tenía un gran número de instituciones no estatales, la mayoría de las cuales habían evolucionado a partir de instituciones religiosas. Pero incluso las instituciones privadas de Estados Unidos eran instituciones sin ánimo de lucro.
La privatización se notó en los siguientes aspectos: se establecieron instituciones de educación superior con fines lucrativos; las instituciones públicas comenzaron a solicitar fondos y donaciones de las empresas, lo que se tradujo en una incursión de éstas en las universidades; las universidades comenzaron a patentar los descubrimientos e invenciones de los investigadores universitarios, entrando de este modo como un operador más dentro de la economía, es decir, empezaron a comportarse como empresas.
Con una situación de escasos recursos económicos, o que parecían escasos, las universidades comenzaron a transformarse en instituciones de negocio. Esto puede ser visto de dos maneras, principalmente. Los cargos de dirección de las universidades y sus facultades, que habían estado tradicionalmente ocupados por académicos, comenzaron a ser ocupados por personas procedentes del mundo de la empresa, no de la vida universitaria. Se recaudaron fondos, pero también se establecieron los criterios desde los cuales se podían recibir esos fondos.
Así comenzaron a evaluarse las universidades en su conjunto y sus departamentos en función de sus logros por el dinero invertido. Puede medirse por el número de estudiantes que luego continúan con otros estudios, o cómo se apreciaban los resultados de sus investigaciones. La vida intelectual de la Universidad se estaba midiendo por unos criterios de pseudomercado. Incluso el reclutamiento de estudiantes se medía por la cantidad de fondos que se recibían utilizando vías alternativas de reclutamiento.
Y por si esto no fuera suficiente, las universidades comenzaron a recibir ataques por parte de la derecha, que veían en las universidades a instituciones laicas y antirreligiosas. La Universidad como una institución crítica, crítica a los grupos dominantes y a las ideologías dominantes, siempre había soportado una fuerte represión por parte del Estado y las elites. Pero su capacidad de supervivencia se mantenía gracias a su autonomía financiera, basada en el coste real de todos los servicios que ofrecía. Pero esta fue la universidad de antaño, no la de hoy, ni la de mañana.
Uno puede decir que este es un aspecto más del caos global en el que nos vemos insertos ahora. Salvo que las universidades debieran de desempeñar un importante papel ( por supuesto no el único) en el análisis del nuestro sistema mundial. Es este tipo de análisis lo que puede hacer posible el paso con una cierta seguridad de una situación caótica a otra nueva, espero que mejor, en el orden mundial. Por el momento, la agitación dentro de las universidades no parece fácil de resolver ante las turbulencias en la Economía Mundial. Y poca atención se pone a este hecho.
Immanuel Wallerstein es Investigador en la Universidad de Yale. Es autor de “La decadencia del poder estadounidense: Estados Unidos, un mundo caótico (New Press).