Cuando Pascal plagió a Platón

Por Martin Legros, 2 septiembre 2024

philomag.com

«Durante una lectura pública del Fedón este fin de semana, me encontré con un claro caso de plagio intelectual que, que yo sepa, nunca ha sido referenciado. Y, sin embargo, es importante: si se confirma, Pascal, el gran Blaise Pascal, ¡habría ‘robado’ de Platón su gran idea de las apuestas!”

En el marco del festival de filosofía de Les Inattendues celebrado este fin de semana en Tournai (Bélgica), que ha reunido a filósofos como Cynthia Fleury, Éric Sadin, Ilaria Gaspari o Pascal Chabot, además de escritores como Pascal Quignard y músicos como Raphaël Imbert, Karol Beffa y la impresionante cantante de jazz Célia Kameni, a la que descubrí en esta ocasión- he adquirido la costumbre de ofrecer lecturas públicas de extractos de textos clásicos que descifro línea a línea con el público. Como el tema del festival de este año era el cuerpo, propuse abrir el recorrido por los grandes pensamientos sobre el cuerpo con el Fedón de Platón.

Este magnífico diálogo entre Sócrates y sus jóvenes aprendices, Fedón, Simmias y Cebes, gira en torno a la cuestión del alma y el cuerpo. Corre el año 399, año de la muerte de Sócrates. Acaba de ser condenado por la ciudad por impiedad y corrupción de la juventud. Sin embargo, antes de beber la cicuta, debe esperar el regreso del barco ritual que los atenienses envían a Delos una vez al año en primavera, periodo durante el cual no se permite que ningún asesinato manche el suelo de la Ciudad. Este «indulto» permite a sus amigos visitarle en su celda. Mientras lamentan el futuro destino de su maestro, Sócrates se opone a su aflicción. Es el famoso nacimiento de la imagen del filósofo -o del disidente- que camina heroicamente hacia la muerte, sin miedo ni queja. Más allá de su valor, es su constancia lo que Sócrates muestra a sus amigos. Nunca he dejado -dice en sustancia- de exhortaros a desprenderos de todos los asuntos de los sentidos y del cuerpo. He encomendado al filósofo la tarea de salir de la caverna del mundo sensible. He propuesto a vuestras almas que se desprendan de su envoltura corporal para unirse al mundo de las ideas. No sería coherente si, en el momento en que esta separación del alma de su envoltura material va a realizarse definitivamente, la temiera. Eso sería «ridículo», dice: «He aquí un hombre que, durante toda su vida, se entrena en un modo de vida lo más cercano posible a la muerte y luego, cuando ésta llega, ¡se rebela contra ella! De ahí esta definición, que se ha convertido casi en canónica de la filosofía: «Los que filosofan rectamente practican la muerte, y no hay hombre en el mundo que tema menos la muerte que ellos.»

Impresionados por esta resolución, los compañeros de Sócrates que habían estado de acuerdo con sus afirmaciones no ocultaron su escepticismo ante la idea de que la muerte es una liberación que permite al alma liberarse del cuerpo para vivir «su mejor vida»… Para vencer su incredulidad, Sócrates les ofreció una sorprendente «apuesta»:

«Pues he aquí mi apuesta (¡ya verás, querido amigo, qué ganas tengo de enriquecerme!): supongamos que lo que digo resulta ser cierto, lo único bueno será creérselo. Supongamos, por otra parte, que una vez muerto no hay nada. Bueno, al menos, durante todo ese tiempo anterior a la muerte, no molestaré a los que me rodean con mis lamentaciones» (Fedón, 91b, trad. Monique Dixsaut).

Cuando me encontré con este pasaje ante el público de Les Inattendues, me quedé estupefacto. Para convencer a su auditorio de que hay vida después de la muerte, Sócrates recurre a razonamientos matemáticos e incluso económicos. La palabra griega utilizada en el pasaje (λογίζομαι, logizomai) significa «hacer un cálculo, una apuesta». El maestro de Platón ironiza incluso sobre la dimensión financiera de su propuesta: «Es un medio de enriquecerme para mí que soy codicioso.» O tengo razón, nos dice Sócrates -que la vida eterna existe- y lo gano todo, incluida una preparación en esta vida para la vida venidera. O estoy equivocado, no hay nada – y no sólo no pierdo nada, sino que habré encontrado una manera de no molestar a mis seres queridos con mis temores. Este razonamiento es exactamente el mismo, término por término, que el propuesto por Pascal, gran lector de Platón y sin duda del Fedón (cuyo énfasis protocristiano en la dualidad alma-cuerpo es evidente), con su ilustre apuesta. Para Pascal, la cuestión no puede decidirse por la razón: la fe es una gracia, no el producto del razonamiento. Pero considera que, desde el punto de vista de su economía psicológica, a todos les conviene elegir la vida eterna. «Tu razón no se perjudica más eligiendo una que otra, puesto que necesariamente debes elegir. Es un punto vacío. Pero, ¿y tu dicha? Sopesemos la ganancia y la pérdida, tomando la cruz de Dios. Si ganas, lo ganas todo; si pierdes, no pierdes nada. Tomad pues la cruzquees Dios, sin miedo« (»Pensamientos», fragmento 397). Así fue como el gran Blaise Pascal, inventor de la máquina de calcular y autor de los Pensées, robó a Platón esta idea brillante y provocadora y la unió a su nombre, ya que nadie antes que él, se creía, se había atrevido a hacer de la existencia de Dios el objeto de un cálculo, ¡una economía de costes y beneficios! Además de sorprenderme, salí de Tournai con una pregunta: ¿puede calificarse de plagio la apropiación de la idea de un filósofo por otro? Para nosotros, modernos apegados a la propiedad intelectual, sin duda. Pero si creemos, como Sócrates y Platón, que las ideas no las inventan los hombres sino que existen en el mundo inteligible, quizá no. ¿Qué me dice? «

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