Por Graham Peebles, 5 de mayo de 2017
La ansiedad y la depresión se encuentran más presentes que nunca en todo el mundo, y las cifras no paran de crecer. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha descrito a estos dos fenómenos como de epidemia, y estima que 615 millones de personas sufren de una u otra de estas enfermedades debilitantes. Se trata sin duda de un número asombroso, que con toda probabilidad es un indicio de la gravedad del problema. La ansiedad, según dice la OMS, afecta sobre todo a las naciones desarrolladas. Los 800 millones de personas que viven en la India en una pobreza extrema están demasiado ocupadas en resolver sus problemas diarios de supervivencia como para preguntarse si están ansiosos o deprimidos. Lo mismo podemos decir de los 500 millones de personas que viven en el África subsahariana o en la China rural.
Asfixiantes expectativas
¿Cuáles son los factores que crean un ambiente hostil y que generan miedo? ¿Por qué tantas personas consideran el mundo como un lugar cruel, intolerante, la vida como algo a temer?
La cadena de radio BBC Radio 4 emitió recientemente un programa dedicado a la ansiedad. Se ofrecía la posibilidad de llamar a un número de teléfono para contar sus experiencias sobre la ansiedad o las de su familiares cercanos. Muchas de las personas que hablaron acabaron en un baño de lágrimas cuando contaban las historias personales de sus padres, de sus hijos que no podían ir a la escuela, de adolescentes que no salían de casa, hombres de mediana edad incapaces de enfrentarse al mundo y de mujeres que no salían de sus casas y participar de la vida social por temor al ridículo.
Era un tema recurrente esa falta de confianza en sí mismo y la incapacidad de estar a la altura de las expectativas, fueran reales o percibidas como tal. Las expectativas que se van construyendo en la escuela, donde gobierna la competencia y la conformidad, en la vida social, donde se considera que son necesarias una serie de cualidades y actitudes, y en el trabajo, donde se priman las reglas que hablan del imperativo del beneficio y de maximizar la rentabilidad. Un atenuante sentimiento de insuficiencia e inferioridad fluyen como ideas negativas, que limitan a uno mismo, provocando una inhibición de todo tipo: mental, emocional y física. O la misma ansiedad por comer. Tales efectos hacen que sea más difícil para las personas explorar áreas desconocidas, investigar, asumir riesgos, probar algo nuevo, solicitar un trabajo, atreverse a fallar, levantar la mano para dar una opinión o hacer una pregunta, desafiar a la autoridad, sean los padres, maestros, empresarios o el Estado.
La “angustia por el estatus” y la “angustia por la propia imagen” fue algo muy repetido por los expertos que escuchaban los testimonios, unos términos desconocidos para el profano. Son síntomas de nuestros tiempos, que tanta importancia dan a la imagen, algo que afecta a todos, pero especialmente a los jóvenes. En Gran Bretaña, el diario The Guardian informó que “los trastornos de ansiedad afectan a uno de cada ocho niños. Las investigaciones demuestran que los niños no tratados con trastornos de ansiedad corren mayor riesgo de tener un peor rendimiento en la escuela, de perderse experiencias sociales importantes y de caer en la adicción a ciertas sustancias”. Y en los Estados Unidos, la ansiedad arruina la vida del 25% de los adolescentes (30% de las chicas), sobre todo esas niñas que están sometidas bajo presión para cumplir con un ideal inalcanzable de belleza: la figura, aprobar los exámenes, obtener muy buenas calificaciones, ser deportiva, bailar bien, etc, etc.
Claire dijo: “Todo comenzó cuando tenía 15 años, cuando me di cuenta de que no era tan bonita e inteligente como creía, o tan buena como pensaba que era”. Después de sufrir durante 11 años esta situación, entró a trabajar en la editorial Penguin en Londres. Los ataques de pánico que había sufrido desde que era adolescente dominaban su vida. “Pensé: tengo que hacer algo, porque cada vez los ataques de pánico son peores. Sientes que te vuelves loca, como si te fueras a morir. Te preocupas por todo, como si todo estuviera fuera de control, una voz en la cabeza que no puedes silenciar. Es algo agotador”.
La “angustia por la propia imagen” y por el estatus no están relacionados únicamente con la apariencia física, sino por la imagen condicionada de qué y quiénes somos, o pensamos que somos, en el contexto de una sociedad que juzga por el aspecto, por la posición, por la riqueza o la extracción social. El estatus, la condición que se ha alcanzado o que ya se tenía, condiciona cómo seremos vistos por los demás, y es algo que muchos consideran muy importante. En un entorno social de tanta superficialidad se da un excesivo énfasis a la acumulación de riquezas materiales. Lo necesario, el alimento, la vivienda, la salud y la educación, se sustituye por el cumplimiento de un deseo. Se pasa por alto la suficiencia, se fomenta el despilfarro y poco a poco se va erosionando la dignidad humana. Y como ocurre a la mayoría, que ceden ante las presiones del consumismo, la competencia y el dominio sobre los otros, de modo que la autoestima vacila, vuelve la angustia, la depresión amenaza y el suicidio se puede presentar a la vuelta de la esquina. Y para aquellos que son capaces de cumplir todos sus deseos, el peso de las expectativas y lo realmente conseguido también ejerce su propia presión.
Desigualdad económica y ansiedad
Una de las principales causas de ansiedad es la desigualdad en los ingresos y en la distribución de la riqueza. Las pruebas publicadas por Richard G. Wilkinson, autor de El impacto de la desigualdad, muestran que en los países desarrollados las enfermedades mentales “son tres veces más comunes en aquellas sociedades donde hay mayores diferencias de ingresos entre ricos y pobres”. Un estadounidense será más propenso a sufrir problemas de ansiedad o depresión que un japonés o alemán, donde las desigualdades no son tan extremas. La desigualdad alimenta una amplia variedad de cuestiones sociales negativas, una desconfianza hacia los demás. Y Wilkinson también dice: “Se trata en parte de un reflejo de la forma en que la angustia por el estatus nos preocupa cada vez más, sobre cómo somos valorados ( o devaluados) por los demás”.
“Se está cultivando un estado continuo de inquietud,
inseguridad y temor para facilitar así un mayor control social,
permitiendo la manipulación de los comportamientos,
la explotación de millones de personas, o miles de millones,
y erosionando la dignidad humana”.
La división entre acomodados y los que luchan por sobrevivir con míseros salarios o bajos ingresos, está creciendo, y la brecha entre los ricos y los demás es mayor de lo que nunca lo ha sido. En enero de 2016, Oxfam UK informaba que sólo “62 personas poseen tanto como la mitad más pobre de la población mundial (3,6 mil millones de personas cuya magra riqueza se ha reducido en un billón de dólares desde 2010)… Este número (las 62 personas) va disminuyendo progresivamente, pasando de 388 del año 2010 a las 80 del año pasado”, algo que parece inevitable en un sistema inherentemente injusto, por su propio carácter. Estamos en la era de la desigualdad, una forma brutal de injusticia social, un crimen moral que provoca divisiones, que alimenta el resentimiento (algo comprensible) y que va en contra de la esencial unidad de la humanidad. Es imposible conseguir de este modo paz y armonía, siempre y cuando la pobreza extrema y la excesiva riqueza persistan. Esto es algo que conviene a la élite gobernante, a ese círculo privilegiado compuesto por ricos, corporaciones y bancos, que no quieren que la mayor parte de las personas tengan una seguridad económica, una estabilidad emocional y estén psicológicamente contentas. Se está cultivando un estado continuo de inquietud, inseguridad y temor para facilitar así un mayor control social, permitiendo la manipulación de los comportamientos, la explotación de millones de personas, o miles de millones, y erosionando la dignidad humana.
Si queremos abordar de manera decisiva
esta crisis mundial de salud mental,
necesitamos reemplazar esas actitudes destructivas
por valores que unan a las personas,
que fomenten la cooperación, el intercambio
y la comprensión mutua.
La desigualdad en la riqueza se traduce en desigualdad en la educación, en la salud y en las oportunidades de empleo, el acceso a las artes y la cultura, convirtiéndose el mundo en algo cada vez más elitista y al alcance de los ricos privilegiados. Se alimenta la división social, el miedo y la explotación, se cultivan las actitudes de superioridad e inferioridad, de dominio y sumisión. En un estudio dirigido por Sheri Johnson, de la Universidad de California, Berkeley, se encontró que condiciones tales como “las manías y el narcisismo están relacionadas con nuestra lucha por mejorar nuestro estatus, mientras que trastornos como la ansiedad y la depresión pueden ser respuestas ante una situación de subordinación”.
Bajo el actual modelo socioeconómico se promueven la ambición y la consecución de un estatus y una situación de dominio, bajo una competencia atroz, de modo que “las personas sólo se preocupan y concentran su atención sobre sí mismas”. Esta epidemia de ansiedad y depresión no es más que la consecuencia de un ambiente de egoísmo y violencia. Si queremos abordar de manera decisiva esta crisis mundial de salud mental, necesitamos reemplazar esas actitudes destructivas por valores que unan a las personas, que fomenten la cooperación, el intercambio y la comprensión mutua. Cuando prevalezcan tales principios, veremos una sociedad más sana, con mayor justicia social y mayor confianza, diluyendo las tensiones y haciendo posible una sociedad más pacífica.
Superando el miedo
Además de las presiones sociales, una amplia variedad de situaciones y requerimientos emocionales desencadenan ansiedad: incertidumbre y anhelo de seguridad, emocional, amorosa, económica, de salud; las reacciones de los demás, lo que decimos y lo que hacemos. La angustia ante la posibilidad de perder un ser querido, a otra persona, la posibilidad de un malentendido, de una disputa. La ansiedad es miedo, e inhibe y condiciona las acciones. La superación de la ansiedad también supone la pérdida del miedo. El miedo es algo complejo, algo sutil y difícil de entender, y se entrelaza con el deseo y el placer. De la superación de ese miedo y su efecto paralizante depende la superación del deseo y el placer. Esto fue lo que dijo Buda, en ese tesoro que es el Dhammapada (capítulo 16, versículo 212): “Del placer nace el sufrimiento; del placer nace el miedo. Para aquel totalmente libre de placer no hay dolor, y mucho menos miedo.”.
O como dijera el gran maestro J. Krishnamurti: “
“El miedo y el placer son las dos caras de una misma moneda: no es posible liberarse de una sin liberarse también de la otra. Quiere tener placer toda su vida y, a la vez, liberarse del miedo, ese es todo lo que le interesa. Sin embargo, no se da cuenta de que si mañana no consigue placer se sentirá frustrado, enojado, ansioso y culpable, surgirá toda esa miseria psicológica. Por tanto, debe mirar al miedo y al placer juntos”.
El miedo psicológico es producto del tiempo, no del tiempo cronológico, sino del tiempo como pensamiento. Sentimos ansiedad no por lo que realmente está ocurriendo, sino por lo que pudiera suceder en un futuro, ya sea poco después, o días o años más adelante: esa entrevista, el pago del alquiler, conocer a una nueva persona, etc. Freud define la ansiedad como una amenaza que no tiene razón de ser, que se sitúa en un futuro: “ Colócate firmemente en el ahora y disminuirá el impacto del miedo psicológico (es más fácil hacerlo que decirlo). Muestra un compromiso total con lo que se esté haciendo en ese momento, sin pensar en los resultados, en el impacto, el éxito o no, etc.… esto ayudará a mantener firme nuestra mente, a detener ese impulso. Como enseñó Buda, cuando caminas, simplemente camina, y cuando comes, sólo come”.
Las estrategias para recuperar el control a menudo resultan útiles: por ejemplo, la terapia congnitivo-conductual (TCC), que es recomendada por diversas organizaciones de salud mental, y puede resultar beneficiosa. Si bien todos tenemos la responsabilidad de cambiar la forma en que respondemos de manera individual ante la vida, ya que nos afecta, está claro que el actual ambiente socioeconómico fomenta cierto comportamiento y genera las circunstancias en las que el miedo no se puede evitar, sobre todo en aquellas personas con una naturaleza sensible y una predisposición a las preocupaciones. Un nuevo sistema más justo es algo que se necesita con urgencia para permitir que la gente tenga una vida sana y armoniosa, libre de angustias: unas persona que no tengan como miras en su vida la competencia, que no giren en torno al dinero, ni fomentan las comparaciones con el otro. Un modelo que, en lugar de fomentar el egoísmo y la codicia, fomente valores como la unidad y la fraternidad: tolerancia, comprensión y cooperación, unos principios que han sido enterados bajo un sofocante manto de codicia y sospecha.
Nuestros problemas individuales, sociales y ambientales están interconectados. La ansiedad, como muchas otras crisis a las que se enfrenta la humanidad, forma parte de las consecuencias que se vienen arrastrando de la manera de entender la vida. Hemos permitido que los sistema de gobierno y de control nos vayan separando cada vez más en contra de la unidad inherente de la humanidad, algo que es perjudicial para nuestra salud y el bienestar de la tierra.
Graham Peebles es un escritor independiente. Puede ponerse en contacto con él en: graham@thecreatetrust.org
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