Cómo Texaco apoyó el Fascismo
Por Adam Hochsclild, marzo de 2016
(Este artículo es una adaptación de un fragmento del nuevo libro de Adam Hochshild “España en nuestros corazones: estadounidenses en la guerra civil española, 1936-1939”).
“Los comerciantes no conocen ninguna patria. El lugar en el que están no constituye un vínculo tan fuerte como el sitio del que obtienen sus ganancias”, escribió Thomas Jefferson en 1814. El ex Presidente se lamentaba de la actitud de los comerciantes y armadores de Nueva York ante el temor de perder el lucrativo comercio transatlántico, no logrando su apoyo en la guerra de 1812.
Hoy en día, los comerciantes obtienen sus ganancias en lugares repartidos por todo el orbe, de modo que es aún menos probable que sientan lealtad por algún país en particular. Muchos de ellos han visto que es más rentable acudir a los paraísos fiscales. Las grandes multinacionales, que a veces tienen unos ingresos anuales superiores al producto nacional bruto de los países más pobres del mundo, son más poderosas que los Gobiernos nacionales, mientras que sus Directores generales ejercen tal influencia política que muchos Primeros Ministros y Presidentes sólo la pueden soñar.
Las Empresas petroleras han sido las más agresivas en crear su propia política exterior. Con operaciones que se extienden por todo el mundo, sin que los Gobiernos puedan regular tales decisiones, vienen a decidir cómo y con quien establecen relaciones. Por ejemplo, en la búsqueda de yacimientos de petróleo en el delta del Níger, de acuerdo con el periodista Steve Coll, ExxonMobil proporcionó varios barcos a la marina de Nigeria, reclutando una parte del ejército del país, y la policía local lucía el logotipo de la Compañía (un caballo alado de color rojo) en sus uniformes. El nuevo libro de Jane Mayer, Dinero sucio, habla de cómo los hermanos y magnates del petróleo Charles y David Koch han donado cientos de millones de dólares tanto al Partido Republicano como al Partido Demócrata de Estados Unidos, lo cual ofrece un vívido ejemplo de cómo su padre Fred puso en marcha el negocio de la energía que ellos heredarían. Es el clásico ejemplo de no dejar flecos que se interpongan en el camino de las ganancias. Fred construyó instalaciones petroleras para el Dictador soviético Joseph Stalin antes de que Estados Unidos reconociese a la Unión Soviética en 1933; y luego ayudó a Hitler a construir una de las mayores refinerías de petróleo de la Alemania nazi, que más tarde suministraría combustible a su fuerza aérea, la Luftwaffe.
Gracias a Mayer conocemos ahora esta parte de la historia. Pero hay otro magnate estadounidense del petróleo de la década de 1930 cuyo apoyo a Dictadores ha pasado un tanto desapercibido. En nuestro mundo, donde el petróleo se ha convertido en una fuerza poderosa, la historia de Texaco, antes de que se convirtiese en una filial de Chevron, también resulta aleccionadora: ayudó a determinar el curso de una guerra que daría forma a nuestro mundo en las décadas posteriores.
Un bandera pirata en lo más alto de un Imperio Petrolero
Desde su comienzo en 1936, hasta que terminó a principios de 1939, con cerca de 400.000 muertos, la Guerra Civil Española centró la atención de todo el mundo. Para los que ya no lo recuerdan, aquí un breve resumen: un grupo de oficiales del Ejército que se hizo llamar Nacional, a los que se unió un joven y despiadado general, Francisco Franco, da un golpe de Estado contra el Gobierno electo de la República Española. Fue tal su brutalidad que pronto se convertiría en un conflicto más amplio, con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista. Escuadrones de bombarderos alemanes arrasaron la ciudad de Guernica, que quedó en ruinas, y destruyeron barrios completos de Madrid y Barcelona. Fueron miles los civiles muertos en estos ataques, algo que resultaba nuevo en aquellos tiempos.
Hasta el final de la guerra, el Dictador fascista Benito Mussolini habría enviado unos 80.000 soldados italianos para luchar al lado del bando nacional. Hitler y Mussolini suministraron armas, que iban desde tanques y artillería a submarinos. Pero había otro aliado de Franco, que no aparecía en la prensa mundial, ni vivía ni en Berlín ni en Roma. Con un globo terráqueo encima de su escritorio y con mapas desplegados en la pared de su oficina elegantemente forrada de madera, se le podía encontrar en lo alto del edificio Chrysler en el corazón de la ciudad de Nueva York.
Uno de los cientos de corresponsales extranjeros se dio cuenta durante los bombardeos de Madrid; cuando vio las nefasta formaciones en V de los aviones alemanes se preguntó: ¿De dónde procede el combustible de esos aviones? Pues bien, el petróleo era suministrado por el mejor amigo americano que el Dictador fascista podía tener. Proveyó no sólo de combustible al Ejército Nacional, sino que entregó generosas ayudas en metálico, abrió una generosa línea de crédito, y al mismo tiempo abrió una vía de inteligencia estratégica.
Torkild Rieber, un hombre fornido, de mandíbula cuadrada, cuya presencia destacaba en cualquier reunión, asistía a las elegantes reuniones, como las del Club 21 de Nueva York, donde una hamburguesa y un huevo en el menú se hizo un hueco después de él, cautivaba a los oyentes con sus proezas de un pasado accidentado. Nacido en Noruega, se enroló a los 15 años de edad como marinero en un barco, estando seis meses en un viaje que le llevó al Cabo de Hornos y luego a San Francisco. En los dos años posteriores, trabajó en los buques que llevaban trabajadores de Calcuta, India, a las plantaciones de azúcar de las Indias Occidentales Británicas. Con una voz profunda y áspera, Rieber contó estas historias durante el resto de su vida, la de los furiosos huracanes del Atlántico, de cuando había que trepar al palo mayor para arriar velas, y de los desesperados trabajadores indios irremediablemente mareados. Sin embargo, unos años más tarde, dejó su atuendo de marinero para llevar un esmoquin cuando iba al Club 21 o a otros lugares, ya que, como dijo “esa es la forma en la que los británicos se desenvuelven en las colonias de Calcuta”.
A los 22 años, después de sobrevivir a una pelea a navajazos contra un miembro borracho de la tripulación, se nacionalizó estadounidense y se convirtió en capitán de un petrolero. Desde entonces sus amigos lo llamarían “Cap”. Este petrolero fue adquirido más tarde por la Texas Company, más conocida por su nombre comercial de Texaco. Fue entonces cuando se dio cuenta de que en el negocio del petróleo, la mayor parte del dinero se conseguía en tierra firme. A medida que la compañía se expandió y la estrella roja de Texaco con su T en verde aparecía en las estaciones de servicio de todo el mundo, se casó con la secretaria de su jefe y fue subiendo en el escalafón, convirtiéndose en 1935 en su Director General.
“No puede estarse quieto en su asiento”, escribió un asombrado periodista de la revista Life que lo visitó en la sede de Texaco de Nueva York. “Rebota arriba y abajo, se agita y salta siguiendo el ritmo de sus palabras, como si fuera una baraja. Está permanentemente en movimiento, a escala terrestre. No puede permanecer mucho tiempo en su oficina o en una misma ciudad o continente”. La revista hermana de Life, Time, tampoco se pudo resistir a sus encantos: “Jefe de una Corporación con una voluntad de acero, con sentido común, que lidera un grupo humano, y posee una fuerza motriz en expansión”.
Texaco, en ese momento, tenía una reputación de ser una empresa impetuosa, una de las compañías petroleras más agresivas; su fundador, el primero que contrató a Rieber, colocó una bandera con un cráneo y unas tibias cruzadas encima del edificio de oficinas. “Si muriera en una gasolinera de Texaco, debieran arrastrarme por la carretera”, dijo una vez un ejecutivo de Shell.
Con Rieber al frente, se abrió paso en los campos petrolíferos de todo el mundo, haciendo tratos con los Dictadores locales. En Colombia surgió una nueva ciudad llamada Petrólea del tamaño de Rhode Island, allí donde Texaco había adquirido los derechos de perforación. Para llevar el petróleo hasta un puerto donde los petroleros lo pudieran recoger, se construyó de oleoducto de 263 millas a través de los Andes por el Paso Capitán Rieber.
Bajo sus anchos hombros, su apretón de manos de hierro, sus juramentos de marinero, es un personaje que actúa bajo la cubierta, con un lado algo más oscuro. Aunque no puede considerarse antisemita según los estándares de la época, solía decir “Algunos de mis mejores amigos son unos malditos judíos, como Bernie Gimbel y Solomon Guggenheim”, y un admirador de Adolf Hitler.
“Pensaba que era mucho mejor hacer negocios con los autócratas que con las democracias. A un aristócrata sólo hay que sobornarlo una vez. A las democracias hay que hacerlo una y otra vez”, recordaba un amigo.
Convirtiéndose en el banquero de Franco
En 1935, la República Española firma un contrato con la Texaco de Rieber, convirtiéndose la Compañía en su principal proveedor de petróleo. Sin embargo, un año después, cuando Franco y sus aliados tratan de hacerse con el poder, de repente Rieber cambia y apuesta por ellos. Sabiendo que los camiones militares, los aviones, los tanques no solamente necesitan combustible, sino también aceites de motor y otros lubricantes, el Director General de Texaco envía suministros al puerto francés de Burdeos, donde serán recogidos por un camión cisterna de la empresa y enviado a las personas con dificultades. Fue un gesto que Franco nunca olvidaría.
De las autoridades del Frente Nacional llegaron mensajes diciendo que necesitaban con urgencia petróleo para sus unidades militares, pero que andaban cortos de dinero en efectivo. Rieber respondió con un telegrama diciendo: “No se preocupen por los pagos”, lo que se convirtió en una leyenda en los círculos internos del Dictador. No es sorprendente por tanto, que poco después fuese invitado a visitar Burgos, sede de la insurgencia del Frente Nacional, poniéndose pronto de acuerdo para cortar la venta de combustible a la República, al tiempo que garantizaba que Franco recibiese todo el combustible que fuese necesario.
Pocos han prestado atención por ver de dónde venía esta generosa oferta a Franco. Ni una sola investigación sobre el tema apareció en ningún periódico importante de Estados Unidos en un momento en el que la Guerra Civil española ocupaba casi a diario las primeras planas. Sin embargo, debiera haber sido una cuestión evidente, ya que más del 60% del petróleo que iba a ambas partes en conflicto estaba siendo consumido por los ejércitos y Alemania e Italia no pudieron ofrecérselo a Franco porque ambos eran países importadores de petróleo.
Las leyes estadounidenses de neutralidad hacían que las empresas estadounidenses tuvieran difícil vender sus bienes, incluso aunque no fuesen de carácter militar, a los países en guerra, lo que planteba dos obstáculos importantes para el Bando Nacional de Franco. La ley prohibía que dicha carga fuese transportada por barcos estadounidenses, y el bando nacional no tenía petroleros. Además, era ilegal abastecer a un país en guerra mediante crédito, y estos tenían pocos fondos. Las reservas de oro de España estaban en manos de la República.
No pasaría mucho tiempo antes de que los agentes de aduanas estadounidenses descubriesen que los petroleros de Texaco estaban infringiendo la ley. Así que partieron los petroleros de la empresa de la terminal de Port Arthur, Texas, con las declaraciones de carga con destino a puertos como Amberes, Rotterdam o Amsterdam. En alta mar, sus capitanes abrían las órdenes selladas marcando un nuevo destino hacia los puertos de la España nacional. Rieber también logró violar las leyes de otro modo: extendiendo el crédito a uno de los contendientes del conflicto. En un principio, el crédito era a 90 días (unos términos muy indulgentes para el negocio del petróleo de aquella época). Pero en realidad los términos eran mucho más generosos. Un funcionario del Frente Nacional lo explicaba más tarde: “Pagamos lo que pudimos y cuando pudimos”. En efecto, el Director General de la empresa petrolera estadounidense se había convertido en el banquero de Franco. Algo desconocido por las autoridades estadounidenses, Texaco también actuaba como un agente de compra cuando el Bando Nacional necesitaba productos derivados del petróleo que no se encontraban en el inventario de la empresa.
Los agentes del FBI efectivamente preguntaron a Rieber sobre estos buques cisterna, pero el Presidente Franklin D. Roosevelt se mostraba receloso de inmiscuirse en la Guerra Civil española, incluso aunque fuese persiguiendo el evidente incumplimiento de las leyes estadounidenses. En su lugar, Texaco sólo recibió un tirón de orejas, pagando una multa de 22.000 dólares por extender el crédito a uno de los contendientes en la guerra. Años después, cuando las empresas petroleras comenzaron a emitir tarjetas de crédito a sus clientes, una broma corría entre los expertos de la industria: ¿Quién fue el primero en recibir un tarjeta de crédito de Texaco? Francisco Franco.
Cómo acabar con la República
El Presidente Roosevelt siguió manteniendo una estudiada neutralidad hacia la Guerra Civil española, de lo que más tarde se arrepentiría. Texaco, sin embargo, sí participó en la guerra.
Recientemente, el historiador español Guillem Martínez Molinos, estuvo estudiando los archivos del monopolio petrolero, e hizo un descubrimiento: no sólo Texaco llevó de forma ilegal en sus barcos el petróleo a Franco, sino que puso un precio como si lo hubiera transportado él con sus medios, no con los camiones cisterna de la empresa.
No fue el único de los regalos de Rieber. Mussolini había colocado submarinos italianos en el Mediterráneo para atacar a los barcos de suministro a la España republicana. Si bien Franco tenía sus barcos y aviones para realizar esta labor. Los comandantes que dirigían estos submarinos, bombarderos y buques de superficie estuvieron siempre muy bien informados sobre los buques cisterna con destino a la República. Estos eran, por supuesto, objetivo primordial del bando Nacional, y durante la guerra al menos 29 de ellos sufrieron daños, fueron hundidos o capturados. El riesgo se hizo tan grande, que en el verano de 1937 las tasas de los seguros de los buques cisterna que navegaban por el Mediterráneo se cuadruplicaron. Una de las razones por las que esas aguas se hicieron tan peligrosas: el Bando Nacional tuvo acceso a la red de inteligencia marítima internacional de Texaco.
La empresa tenía oficina y agentes de venta en todo el mundo. Gracias a Rieber, su oficina de París empezó a recoger información en las ciudades portuarias sobre los petroleros que se dirigían a abastecer a la República española. Su asociado en París, William M. Brewster, coordinó este flujo de información y la transmisión de los datos a los nacionales, que se recibían de Londres, Estambul, Marsella y otros lugares. Los mensajes de Brewster enumeraban a menudo la cantidad y el tipo de combustible que transportaba un buque y cuánto había pagado por ello, de modo que estos datos ayudarían al Bando Nacional a evaluar los suministros y las finanzas de la República. Sin embargo, siempre que podía, también enviaba información útil para los pilotos de bombarderos o capitanes de submarinos en busca de objetivos.
El 2 de julio de 1937, por ejemplo, envió un telegrama al jefe de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos Sociedad Anónima (Campsa) sobre el SS Campoamor, un buque cisterna de la República que un agente de Texaco había visto en Le Verdon, un puerto francés cercano a Burdeos. Se había tapado su nombre bajo varias capas de pintura negra y se disponía a zarpar con bandera británica. Por dos veces había zarpado y vuelto a puerto, debido a informes que señalaban la presencia de buques y submarinos del Bando Nacional en las cercanías de Santander, cuando debía entregar su carga de 10.000 toneladas de combustible de queroseno para la aviación en un puerto de la República. La noticia de que había sido repintado y que llevaba otra bandera, fue información muy útil para los comandantes de los buques de guerra de los nacionales. Pero también había otra valiosa información en el mensaje de Brewster: “gran parte de la tripulación abandona el barco casi todas las noches”. Cuatro días más tarde, cuando la mayor parte de la tripulación asiste a un baile, el Campoamor es asaltado a medianoche por un grupo armado del Bando Nacional, llevando el barco a un puerto en poder de Franco.
Rieber viajó a la España Nacional dos veces durante la guerra. En una de ellas visitó las líneas del frente cerca de Madrid. En abril de 1939, una vez que Franco hubo ganado la guerra, se aseguró a Rieber el pago con creces de la apuesta que había hecho. Texaco recibiría por fin el dinero entregado a cuenta por los suministros de combustibles que había realizado durante casi tres años. En total, había vendido al Bando Nacional unos 20 millones de dólares en petróleo durante la guerra, el equivalente a unos 325 millones de dólares en la actualidad. Los barcos petroleros de Texaco habían realizado 225 viajes a España, y Franco alquiló otros 156 buques de la compañía. Más tarde, Rieber fue condecorado con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, uno de los honores más altos que se puede recibir en España.
Cuando terminó la Guerra Civil española, Texaco continuó con su propia política exterior. Incluso después de que Alemania entrase en guerra con Gran Bretaña y Francia en septiembre de 1939, Rieber no ocultó su entusiasmo por Hitler. A veces bromeaba con sus amigos diciendo que si bien el antisemitismo de Hitler podía parecer excesivo, sin embargo era el que necesitaba un líder fuerte, un anticomunista con el que se podía hacer negocios. Rieber vendió sin remilgos combustible a los nazis, utilizando los petroleros construidos en los astilleros de Hamburgo, y viajando a Alemania después de la guerra relámpago de Polonia, de la mano de Hermann Göring para conocer las industrias clave de la zona. Durante este viaje pasó un fin de semana en la casa de campo del Comandante de la Luftwaffe Carinhall, que luego sería decorada de modo extravagante con las obras de arte saqueadas por toda Europa.
Con el tiempo, el amor de Rieber por los Dictadores le acabó pasando factura. En 1940 se descubrió, entre otras cosas, que varios de los alemanes que había contratado eran espías nazis que utilizan las comunicaciones internas de Texaco para transmitir información de inteligencia a Berlín. Rieber fue despedido, pero Franco rápidamente le nombró Jefe de Compras de Campsa, en agradecimiento a su apoyo durante la guerra. Más tarde, ocupó sucesivos cargos directivos en la Industria del petróleo y la construcción naval, muriendo rico en 1968 a la edad de 86 años.
Rieber fue olvidado durante mucho tiempo, pero su mano ayudó a forjar el mundo actual. El petróleo de Texaco ayudó a que Franco pudiese ganar la Guerra Civil y de este modo estar en condiciones de ayudar a los nazis en la mayor guerra que nunca se haya dado. Un número incontable de marinos estadounidenses perdieron la vida al ser atacados por U-boats alemanes situados en la costa atlántica de España. Cuarenta y cinco mil españoles acudieron como voluntarios al ejército y la fuerza aérea de Hitler, y España suministró una importante cantidad de minerales estratégicos para la industria de guerra alemana. En Estados Unidos, tres cuatros de siglo después, científicos bien financiados por los hermanos Koch, niegan el cambio climático, o han establecido una red de clientelismo político, lo que es testimonio del poder perdurable de la Industria del Petróleo.
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Adam Hochschild enseña en la Escuela de Periodismo de la Universidad de California en Berkeley. Es autor de ocho libros, entre los que se encuentran El fantasma del rey Leopoldo, Poner fin a todas las guerras: una historia de lealtad y Rebelión: 1914-1918. Este artículo es una adaptación de un fragmento del nuevo libro de Adam Hochshild “España en nuestros corazones: estadounidenses en la guerra civil española, 1936-1939”.
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Procedencia del artículo:
http://www.tomdispatch.com/post/176117/tomgram%3A_adam_hochschild%2C_a_corporation_goes_to_war/#more
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