Una acreditada reputación: Hayes, Syngenta y la Atrazina (y V)

Después de que Tyrone Hayes dijese que un producto químico era nocivo, su fabricante arremetió contra él

Por Rachel Aviv, febrero de 2014

The New Yorker

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Hayes dedicó los últimos quince años a estudiar la atrazina, un herbicida muy utilizado, fabricado por Syngenta “La Industria ha aprendido que el debate científico es mucho más sencillo y eficaz que el debate político. Un campo tras otro, las conclusiones que podrían ayudar en la aprobación de normas de regulación siempre están en constante disputa. Los datos que se obtienen de los estudios en animales no se consideran relevantes, los datos en personas no son representativos, y no se puede confiar en los datos de exposición ”, escribió David Michaels.
Hayes dedicó los últimos quince años a estudiar la atrazina, un herbicida muy utilizado, fabricado por Syngenta
“La Industria ha aprendido que el debate científico es mucho más sencillo y eficaz que el debate político. Un campo tras otro, las conclusiones que podrían ayudar en la aprobación de normas de regulación siempre están en constante disputa. Los datos que se obtienen de los estudios en animales no se consideran relevantes, los datos en personas no son representativos, y no se puede confiar en los datos de exposición ”, escribió David Michaels.

En el año 2010, escribía en un correo electrónico enviado al grupo de científicos del panel EcoRisk: “Acabo de iniciar el que será el evento académico más importante de esta batalla”. Tenía otra documento que iba a ser publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, en el que describía cómo los renacuajos machos que habían estado expuestos a la atrazina se desarrollaron para convertirse en hembras con trastornos en la fertilidad. Escribió a la Empresa para que iniciase lo antes posible otra campaña de relaciones públicas: “Es bueno saber que en este entramado económico puedo dar empleo a tantas personas”, escribió. Citó a Tupac Shakur y al rey sudafricano Shaka Zulu: “Nunca abandones la base del enemigo o regresará de nuevo para lanzarse sobre tu garganta”.

El Jefe de Seguridad de los productos de Syngenta escribió una carta al editor de las Actas de la Academia Nacional de Ciencias y al Presidente de la Academia Nacional de Ciencias, expresando su preocupación de que un “estudio con debilidades tan obvias hubiese logrado publicarse en una revista científica de tan buena reputación”. Un mes más tarde, Syngenta presentó una demanda ética ante el rector de Berkeley, alegando que los correos electrónicos de Hayes violaban las normas de conducta ética de la Universidad, sobre todo por la falta de respeto a los demás. Syngenta ha publicado más de 80 de los correos electrónicos de Hayes en su página web y envió unos cuantas en su carta al Rector. En uno de ellos, con el asunto “¿Están ustedes preparados?”, Hayes escribió: “Ya fulla my j*z right now!”. En otro, decía a los científicos de Syngenta que había estado tomando algo con sus amigos republicanos después de la conferencia, que querían saber algunos datos que había utilizado en un artículo: “As long as you followin me around, I know I’m da sh*t”, “Por cierto, dejo sus preguntas preescritas en la mesa”.

Berkeley no tomó medidas disciplinarias contra Hayes. El abogado de la Universidad recordó a Syngenta en una carta que “todas las partes tienen la misma responsabilidad en actuar de manera profesional”. David Wake dijo que había leído muchos de los correos electrónicos y los encontró “bastante jocosos”: “Les habla como a los punks en la calle, cuando ellos se ven a sí mismos como capitanes de la Industria. Cuando le dan un toque, va derecho a ellos”.

Michelle Boone, profesora de ecología de ecosistemas acuáticos de la Universidad de Miami, que formó parte del panel de asesores científicos de la EPA, dijo: “Todos seguimos el drama de Tyrone Hayes, y algunas personas habrán dicho, “Sólo debe dedicarse a cuestiones científicas”. Pero la Ciencia no habla por sí misma. La Industria tiene recursos ilimitados y un poder abusivo. Tyrone ha sido el único que ha dicho las cosas por su nombre. Sin embargo, algunas personas sienten que ha perdido buena parte de su objetividad”.

Keith Solomon, profesor emérito de la Universidad de Guelph, Ontario, que ha recibido financiación de Syngenta y que formó parte del parte del panel EcoRisk, señaló que los académicos que se niegan a recibir dinero de la Industria no son inmunes a los prejuicios, están bajo presión para producir nuevos trabajos, ya que deben conseguir cargos y promocionarse. “Si hago un ensayo miro los datos en todas las direcciones, y si no encuentro nada va a ser difícil publicar algo. Las revistas quieren excitación. Quieren que sucedan cosas desagradables”-.

Hayes, que había engordado más de 22 kilos desde que se convirtió en profesor titular, llevaba bufandas, brillantes, un elegante traje y pendientes de plata del Tíbet. Al final de sus conferencias se echaba unas rimas: “Veo una estratagema/ construida intencionalmente para ponernos en un dilema/ de modo que estoy dispuesto a resolver el problema/ para poder elegir uno u otro esquema/ y demostrar la objetividad de mi sistema”. En algunas conferencias, Hayes advirtió de las consecuencias del uso de la atrazina, que afectaban principalmente a las gentes de color: “Si usted es un negro o un hispano, es más probable que viva o trabaje en zonas en las que esté expuesto a esa basura… Por un lado estoy tratando de jugar según las reglas de la torre de marfil, y por otro lado la gente está empleando un conjunto diferente de reglas”. Syngenta habla directamente al público, mientras que los científicos publican sus investigaciones en “revistas que usted no puede comprar en Barnes and Noble”.

Hayes confiaba que en la próxima audiencia de la EPA se encontrasen las suficientes pruebas como para prohibir la atrazina, pero en el año 2010 la Agencia encontró que los estudios sobre riesgos en los seres humanos eran muy escasos. Dos años después, durante otra revisión, la EPA determinó que la atrazina no afectaba al desarrollo sexual de las ranas. En ese momento, se disponía de setenta y cinco estudios publicados sobre el tema, pero la EPA excluyó la mayor parte de ellos, debido a que no cumplían con los requisitos de calidad que la Agencia había establecido en 2003. Así que la conclusión se basaba casi exclusivamente en los estudios financiados por Syngenta y dirigidos por Werner Kloas, profesor de Endocrinología de la Universidad de Humboldt, Berlín. Uno de los coautores fue Alan Hosmer, científico de Syngenta, cuyo trabajo, de acuerdo con la evaluación de rendimiento, incluía la defensa de la atrazina e influencia en la EPA.

Después de la audiencia, dos de los expertos independientes que habían participado en el grupo de asesoramiento científico de la EPA, junto con otros quince científicos, escribieron un documento ( aún no publicado) quejándose de que la Agencia había ignorado de forma repetida las recomendaciones del panel, colocando “la salud humana y el medio ambiente a merced de la Industria… La EPA trabaja con la Industria para establecer la metodología de tales estudios, de modo que la Industria es la única institución que puede permitirse el lujo de realizar las investigaciones”. El estudio de Kloas fue el más completo de su clase: sus investigaciones habían sido examinadas por un auditor externo, y sus datos en bruto entregados a la EPA. Pero los científicos escribieron que datos sobre una sola especie “no era como para construir un edificio lo suficientemente sólido y montar sobre él una evaluación de seguridad”. Citando un artículo de Hayes, que había hecho un análisis de dieciséis estudios sobre la atrazina, escribieron que “la mejor forma de predecir si el herbicida atrazina tiene efectos significativos es mirar la fuente de financiación”.

En otro artículo publicado en Policy Perspective, Jason Rohr, un ecologista de la Universidad de Florida del Sur, que formó parte de un panel de la EPA, ha criticado las prácticas de la Industria mediante la compra de científicos al servicio de su lucrativo negocio y ponen en duda los datos de otros. Escribió que de una revisión de la literatura científica sobre la atrazina, financiada por Syngenta, no podía entender que se hubiesen falsificado más de cincuenta estudios y realizado ciento cuarenta y cuatro declaraciones inexactas o falsas, de las cuales “el 96,5% favorecían a Syngenta”. Rohr, que ha llevado a cabo varios estudios sobre la atrazina, dijo que en sus conferencias “me veía asaltado de manera regular por los compinches de Syngenta, tratando de desacreditar mi investigación. Trataban de descubrir las lagunas en la investigación, más que apreciar los efectos adversos de los productos químicos… Tengo colegas que he intentado colaboren conmigo, pero me han dicho que no están dispuestos a entrar en este tipo de investigaciones, ya que no quieren los dolores de cabeza por la defensa constante de la credibilidad”.

Deborah Cory-Slechta, ex miembro de la Junta de Asesoramiento Científico de la EPA, dijo que pudo comprobar cómo Syngenta intentó desacreditar su trabajo. Profesora de la Universidad del Rochester Medical Center, Cory-Slechta ha estudiado cómo el herbicida Paraquat puede causar daños en el sistema nervioso: “La gente de Syngenta me estuvo siguiendo en mis conferencias y no paraba de decirme que no estaba usando dosis relevantes para los humanos. Abordaban a mis estudiantes y trataban de intimidarlos. Había una campaña constante para intentar que lo que yo hacía pareciera no legítimo”.

Syngenta se ha negado repetidas veces a concedernos entrevistas, pero Ann Bryan, Gerente de Comunicaciones, me dijo en un correo electrónico que algunos de los estudios que yo citaba eran poco fiables o de escasa solidez científica. Cuando le mencioné un reciente artículo aparecido en la revista American Journal of Medical Genetic, que mostraba una asociación entre la exposición de la madre a la atrazina y la posibilidad de que su hijo tuviera un pene más pequeño, testículos no descendidos, o una deformidad en la uretra, defectos que han aumentado en las últimas décadas, dijo que el estudio había sido “revisado por científicos independientes, encontrando numerosos defectos”. Me recomendó que hablase con el autor de la revisión, David Schwartz, neurólogo, que trabaja para Innovative Science Solutions, una empresa de consultoría especializada en la defensa de los productos y en estrategias “que le darán el poder de proponer los mejores datos”. Schwartz me dijo que los estudios epidemiológicos no pueden eliminar variables confusas o hacer afirmaciones sobre la causalidad: “Hemos sido muchas veces engañados por este tipo de estudios”.

En el año 2012, como resolución de las demandas colectivas, Syngenta acordó el pago de 105 millones de dólares para indemnizar a más de un millar de sistemas de abastecimiento de agua por el coste adicional de filtrar la atrazina del agua potable, pero la Empresa negó que su comportamiento fuese premeditado. Bryan me dijo que “la atrazina no tiene efectos adversos en la salud en los niveles a los que la gente está expuesta en el mundo real… Mostró la preocupación de que se hubiese sugerido que alguna vez intentasen desacreditar a alguien. Nuestro enfoque ha sido siempre el de revelar los conocimientos científicos y dejar las cosas claras… Cada marca, cada producto, tiene su propio programa de comunicaciones. La atrazina no es diferente”.

El año pasado (se refiere al año 2013), Hayes dejó en suspenso la realización de más experimentos. Dijo que los gastos para el cuidado de los animales habían aumentado ocho veces en una década, y que no podía permitirse el lujo de mantener su programa de investigación. Acusó a la Universidad de cargarle más gastos que al resto de Departamentos de investigación. En respuesta, el Director de la oficina de atención de los animales de laboratorio, envió cartas detalladas que ilustraban que se cobraba según unas tasas estándar en todo el campus universitario, que han aumentado para todos los investigadores en los últimos años. En un artículo de opinión aparecido en la revista Forbes, Jon Entine, un periodista que aparece en los registros de Syngenta como un apoyo por parte de terceros, acusó a Hayes de dar crédito a las teorías conspiratorias, y de dirigir a la comunidad reguladora internacional hacia una búsqueda inútil, algo que linda con lo criminal.

A finales de noviembre, el laboratorio de Hayes reanudó el trabajo. Se sirvió de donaciones privadas para apoyo de sus estudiantes, más que para el pago de honorarios, pero el laboratorio empezó a acumular deudas. Dos días antes del Día de Acción de Gracias, Hayes y sus estudiantes discutieron su plan de vacaciones. Llevaba una sudadera naranja de gran tamaño, pantalones cortos y zapatillas de deporte, y una antigua alumna, Diana Salazar Guerrero, comía patatas fritas que había dejado otro estudiante sobre la mesa. Hayes la animó a acudir a la cena de Acción de Gracias y acudir a la habitación de su hijo, que ahora es estudiante en Oberlin. Guerrero acaba de entregar la mitad del depósito del alquiler de un nuevo apartamento, y Hayes se sintió un tanto perturbado por la descripción de su nuevo compañero de apartamento: “¿Estás segura de que puedes confiar en él?”

Hayes acababa de regresar de Mar del Plata, Argentina. Había hecho un viaje de quince horas y conducido doscientas cincuenta millas para dar una conferencia de treinta minutos sobre la atrazina. Guerrero dijo: “Ahora que había más científicos documentándose sobre la atrazina, supuse que estaría dispuesto a seguir adelante. Al principio era un tipo loco de Berkeley… pero ahora las cosas están cambiando”.

En un reciente artículo aparecido en Journal of Steroid Biochemistry and Molecular Biology, Hayes y otros veintiún científicos, aplicando los criterios de Sir Austin Bradford Hill, quien en 1965 se refirió a las condiciones necesarias para establecer una relación causal, en este caso entre los estudios de la atrazina y diferentes clases de vertebrados, argumentaron que los estudios independientes mostraban de manera consistente que la atrazina perturba el desarrollo reproductivo de los machos. El laboratorio de Hayes estaba trabajando en otros dos estudios que exploraban cómo la atrazina afecta al comportamiento sexual de las ranas. Cuando le pregunté que haría si la EPA, que estaba llevando a cabo otra revisión de seguridad de la atrazina, y prohibiese el herbicida, bromeó diciendo: “probablemente me vuelva a deprimir”.

No hace mucho tiempo, Hayes vio lo que decía de él mismo la Wikipedia, observando una falta de respeto, y no estaba seguro de si se trataba de un ataque por parte de Syngenta o si simplemente había gente que pensaba que hacía mal las cosas. Se sintió deprimido cuando se acordó de los argumentos que había empleado con los expertos financiados por Syngenta: “Una cosa es que estén en desacuerdo con mis planteamientos científicos o que crean que estoy dando la alarma sobre algo que no debiera. Pero ni siquiera tienen sus propias opiniones. Pagan porque alguien tome una determinada postura”. Se preguntó si había algo inherentemente desquiciado en la denuncia de irregularidades; tal vez los locos persisten. Estaba preparado para la lucha, pero parecía buscar a su oponente.

Uno de los primeros estudiantes graduados, Nigel Noriega, que dirige una organización dedicada a la conservación de los bosques tropicales, me dijo que todavía se estaba recuperando de la experiencia de la investigación de la atrazina, de eso hace ya una década. Veía la Ciencia como una cultura rígida, “un club selecto, una sociedad de la élite… pero Tyrone no se ajustaba al estándar de lo que se considera un científico”. Noriega, preocupado porque la gente sepa muy poco del contexto en el que se dan los descubrimientos científicos, dijo: “No es provechoso para nadie pensar que los científicos han de ser autoritarios. Un buen científico pasa toda su vida cuestionando sus propios descubrimientos. Una de las cosas más peligrosas que puede hacer es tener fe”.

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Procedencia del artículo:

http://www.newyorker.com/magazine/2014/02/10/a-valuable-reputation

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