Por John Laforge, 31 de octubre de 2014
La modificación de las normas sobre radiación, el establecimiento de un límite de responsabilidad civil en caso de accidente, más publicidad a favor de la energía nuclear sin que ello conlleve mejoras, reactores que siguen funcionando más allá de su período de vida útil, reactores que superan los límites establecidos en las especificaciones de diseño… Uno pensaría que estamos buscando un nuevo desastre nuclear.
La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos ha recomendado que se aumenten los límites máximos de exposición en caso de que se produzcan emisiones por accidente. Esto ahorraría a la Industria Nuclear algunos paquetes de medidas para evitar la exposición a la radiación de las personas en lugar de cerrar los desvencijados reactores que ya han superado su vida útil. [En Europa también se han aumentado los niveles máximos de radiactividad que pueden presentar los alimentos, poco después del accidente de Fukushima]
La propuesta de la EPA es una salida ante el accidente de Fukushima, porque después de la triple fusión de los reactores, Japón incrementó en un factor de 20 los límites permisibles de radiación, y que ahora considera tolerables para los seres humanos. Antes del accidente de marzo de 2011, en Japón estaba establecida la norma de 1 milisievert de radiación al año. Ahora el límite se ha elevado a 20 milisievert. No hablan de seguridad, sólo de permisibilidad, o más bien, de lo que es asequible, porque el coste por descontaminar 1.000 kilómetros cuadrados de suelo de Japón siguiendo los estándares más estrictos puede reventar la caja de caudales de cualquier banco.
La Ley Price Anderson beneficia a los propietarios de reactores nucleares al establecer un límite máximo de responsabilidad civil y al establecer un rescate por parte de los contribuyentes en caso de accidente nuclear. Esta Ley viene a aliviar en muchos cientos de miles de millones de dólares el riesgo financiero en la ruleta del juego de los accidentes nucleares. Los propietarios seguro que no quebrarán la próxima vez que se produzca un desastre, pero tal vez sí Estados Unidos.
En Fukushima se han vertido grandes cantidades de radiación, al aire, al suelo y al océano, una cantidad mayor que en cualquier otra catástrofe sucedida hasta ahora. Pero enseguida un canto sonó en todo el mundo: “Las dosis de radiación son bajas, no hay peligro inmediato”. Los lobbies de la Energía Nuclear repiten este mantra cada vez que tienen oportunidad, tratando de ocultar la respuesta de Alemania a la crisis de Fukushima, la eliminación permanente de las centrales nucleares, y casi nos hacen olvidar todas las advertencias sobre los efectos en la salud de la radiación o en el medio ambiente.
¿Ha oído hablar a los Físicos por la Responsabilidad Social (PSR) de los “riesgos para la salud de las emisiones radiactivas de los reactores de Fukushima: ¿Una preocupación para los residentes de Estados Unidos?; o de IPPNW (Asociación Internacional de Físicos para la Prevención de la Guerra Nuclear): Análisis crítico del Informe UNSCEAR; o el Informe de la Relatora Especial de la ONU sobre el derecho a la salud en el contexto del accidente nuclear de Fukushima; o de dos importantes informes de Greenpeace: Lecciones de Fukushima y Crisis de Fukushima. No, los Gobiernos prefieren leer los Informes del Comité Científico de las Naciones Unidas, en los que se viene a decir que los efectos de Fukushima es “poco probable que sean observables”. Esta conclusión se obtuvo sin ningún tipo de investigación.
Las posibilidades de nuevos desastres nucleares aumentarán si la Comisión Reguladora de Estados Unidos permite a los reactores funcionar durante 80 años. (Véase el caso de la Central Nuclear de Santa María de Garoña). Esto es lo que sugieren Duke Power, Dominion Power y Exelon para siete de sus centrales que llevan ya operando 40 años en Pennsylvania, Virginia y Carolina del Sur.
Estos siete reactores fueron diseñados y autorizados para ser cerrados en la década actual. Sin embargo, desde 1991 la Industria Nuclear se ha concedido 70 ampliaciones de licencia, que por lo general han sobreañadido 20 años más de explotación. Ahora los propietarios quieres que funcionen otros 40 años más.
El ex Comisario de la NRC (Comisión de Regulación Nuclear), George Apostolakis, no se quedó inerme cuando consideró esta idea y declaró en The New York Times: “No sé cómo vamos a explicar a la gente que estos reactores con 90 o 100 años de antigüedad todavía son seguros para operar”. La NRC aún tiene que pronunciarse sobre esta ampliación a los 80 años, pero nunca ha negado ninguna solicitud de prórroga.
Viejos reactores tipo Fukushima
Atendiendo a las peticiones de la Industria Nuclear, la NRC ha aprobado 149 solicitudes para aumentar la potencia de los reactores, y sólo ha negado una. El aumento de potencia de los viejos reactores hace que superen los límites de funcionamiento establecidos por sus licencias originales. Para ello se añaden al núcleo del reactor barras adicionales de combustible, lo que hace que trabajen a mayor potencia.
Es escalofriante: 23 reactores estadounidenses son idénticos a los de Fukushima, Mark 1 de General Electric. A quince de estos bodrios se les ha concedido un aumento de potencia, y a siete de estos quince se les ha concedido un nuevo aumento de potencia (Ver gráfico), dos de ellos con 31 años de antigüedad. A los clones de Fukushima de Susquehanna en Pennsylvania se les ha concedido tres permisos de aumento de potencia. Espeluznante.
Con la Industria Nuclear y la NRC trabajando para negar o retrasar las medidas de seguridad después del accidente de Fukushima, ¿cómo hemos de sentirnos con los operadores de los reactores pisando el acelerador mientras corren con sus cochambrosos cacharros hacia el precipicio?
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Procedencia del artículo: http://www.commondreams.org/views/2014/10/31/bowling-nuclear-meltdowns-and-throwing-gas-fire
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