Dos breves textos extraídos del libro de Carlos Taibo “Libertari@s: Antología de anarquistas y afines para uso de las generaciones más jóvenes y de las que no lo son tanto”, Editado por Los Libros de la Catarata, 2017. Ambos textos son de Alexander Berkman (1870-1936)
Este proceso se ha verificado durante años en todos los países de Europa. Los partidos socialistas han logrado que muchos de sus miembros fueran elegidos para ocupar diversos puestos en parlamentos y gobiernos. Al respirar durante años en esa atmósfera, disfrutando de buenas comisiones y pagas, los socialistas electos se han convertido en una parte de la maquinaría política y han concluido que no merece pa pena aguardar hasta la revolución socialista para abolir el capitalismo. Se antoja más práctico trabajar para conseguir algunas “mejoras” y alcanzar una mayoría de gobierno socialista. Y es que cuando obtengan esa mayoría -nos dicen ahora- no necesitarán de ninguna revolución.
El giro socialista se ha abierto camino de manera gradual. Cuanto mayor es el éxito electoral y más firme el poder político correspondiente, más conservadores se vuelven y más aceptan las condiciones existentes. Alejados de la vida y de los sufrimientos de la clase trabajadora, viviendo en un ambiente burgués de opulencia, se convierten en lo que ellos llaman “gente práctica”. Al observar en primera fila cómo funciona la máquina política y su corrupción, por lógica han deducido que en esa charca de engaños, sobornos y corrupción no hay esperanza para el socialismo. Pero son pocos, muy pocos, los socialistas que encuentran el coraje preciso para alentar a los trabajadores de que no hay esperanza en la política. Una confesión de esa naturaleza acarrearía el final de su carrera, con la pérdida paralela de emolumentos y ventajas. Así la cosa, la mayoría de ellos se contentan con reservarse su opinión y seguir acumulando beneficios. Como quiera que el poder y la posición que ocupan ha ahogado gradualmente las conciencias, carecen de firmeza y honradez para nada contra corriente.
Lograr votos se convirtió en su principal objetivo. Para conseguirlos tuvieron que renunciar a muchas cosas. Hubieron de suprimir, poco a poco, las partes del programa socialista que podían suscitar la persecución de las autoridades, el rechazo de la Iglesia […].
Lo hicieron. Por encima de todo, dejaron de hablar de revolución. Aunque sabían que no era posible derribar el capitalismo sin una lucha encarnizada, optaron por decirle al pueblo que implantarían el socialismo por medio de la ley, de la legislación, de tal suerte que bastaría con poner en el gobierno a un número suficiente de socialistas.
Dejaron de describir el gobierno como un mal, dejaron de explicar a los obreros cuál es la verdadera naturaleza de aquél como agente de esclavitud. Además, empezaron a aseverar que ellos, los socialistas, eran los servidores más leales del “Estado” y sus mejores defensores. Afirmaron que, lejos de contestar “la ley y el orden”, eran sus mejores amigos, que se trataba de los únicos que creían sinceramente en el gobierno, en el buen entendido de que éste había de ser socialista […].
De esa manera, lejos de debilitar la falsa y esclavizadora fe en la ley y el gobierno, de debilitarla para que las instituciones correspondientes puedan ser abolidas en su condición de medios opresivos, los socialistas ponen hoy todo su empeño en fortalecer la fe de las gentes en la eficacia de la autoridad y el gobierno. De resultas, los integrantes de los partidos socialistas de todo el mundo creen hoy firmemente en el Estado.
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