Por Sonia Milone, 15 de mayo de 2024
Parte II
El profesor Boi no tiene teléfono móvil, usa los dedos para contar y solicita tiza y pizarra para enseñar a sus alumnos en universidades de medio mundo.
Se entrega generosamente y cita con igual ardor las teorías de Einstein y los textos de Leopardi, promoviendo una cultura aún «enciclopédica» contraria a las especializaciones autorreferenciales. Experto en matemáticas avanzadas, hay pocos que realmente puedan hablar de ciencia con la misma autoridad. En esta larga entrevista, abordamos con el profesor Boi muchos temas acuciantes y complejos, empezando por el genocidio palestino, y continuando por hablar del compromiso civil, del papel de los intelectuales, del transhumanismo, pero también de las maravillas de los descubrimientos científicos cuando son expresión de la «sabiduría» humana.
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Luciano Boi es catedrático de Geometría, Teorización Científica y Filosofía de la Naturaleza en el Centro de Matemáticas de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.
Estudió Filosofía, Matemáticas y Física en las universidades de Bolonia, París y Berlín. Ha recibido numerosos premios internacionales, entre ellos uno de la Fundación Guggenheim de Nueva York y una beca del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton.
Un currículum muy extenso que refleja el vasto campo de sus investigaciones, de las que sólo mencionaremos algunas: ha colaborado con el Centro de Física Teórica y Cosmología del Observatorio de París-Meudon y con el Instituto Matemático de Toulouse; ha realizado largas estancias de investigación y docencia en Berlín, Montreal, Princeton, Heidelberg, Lisboa, Calcuta, Roma y Ciudad de México; ha publicado libros con las editoriales más autorizadas como Johns Hopkins University Press, Oxford University Press, Cambridge University Press, Springer, MIT Press, World Scientific, American Institute of Physics Publishers.
Sus investigaciones se centran en diversos aspectos de las matemáticas y sus fundamentos conceptuales, las interacciones entre geometría y física teórica, la interfaz topología-biología, la modelización geométrica y fenomenológica de la percepción espacial, la filosofía y la historia de la ciencia, y las interconexiones entre ciencia y arte.
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Profesor Boi, usted enseña Geometría y Filosofía de la Ciencia, pero sigue utilizando la pizarra con tiza y le gusta hacer gestos durante las clases afirmando que la mano es esencial para aprender las disciplinas científicas. También afirma que la imaginación es un componente esencial de la ciencia. ¿Podría explicarlo mejor?
La enseñanza sólo puede tener lugar y transmitirse a través de una relación continua y directa entre el profesor y el alumno. En otras palabras, es una experiencia vital en la que uno adquiere las herramientas conceptuales para desarrollar el pensamiento crítico y formarse en la investigación. La enseñanza a distancia no existe y no tiene sentido. Estudiar necesita un estímulo continuo, que a su vez sólo puede provenir del contacto entre personas, de una presencia tanto física como mental, de una relación que se construye constantemente. Enseñar y estudiar son dos procesos activos y dinámicos que maduran a través de un intercambio vivo. Ahora bien, el lenguaje, el movimiento, los gestos, la escritura y el dibujo con la mano son elementos y momentos esenciales de la experiencia vivida de enseñar y aprender. La escritura es esencial para que el oyente pueda seguir el hilo del razonamiento, la concatenación de ideas. Dibujar ayuda a comprender mejor esas ideas porque permite asociar a cada una de ellas, a veces incluso las más abstractas, imágenes o representaciones mentales que muestran la estructura y las propiedades del objeto o fenómeno que se desea describir y explicar.
La posibilidad de construir imágenes mentales es un momento esencial de la comprensión. La mano -y los gestos corporales que la acompañan-, al igual que el libro, no es una extensión cualquiera del lenguaje a través del cual se expresa un concepto, sino que es la extensión del pensamiento mismo; lo pone en movimiento y lo hace más vivo y abierto a posibles analogías, yuxtaposiciones y transiciones entre ideas diferentes y nuevos desarrollos.
El cuerpo, el gesto, la mano, son un lenguaje rico y complejo, revelador de aspectos de una racionalidad multiforme y procesual. No hay verdadera racionalidad sin reflexión e imaginación. Al igual que el libro, este lenguaje es fruto de un largo proceso de maduración. El gran escritor Luis Borges escribió que el libro, que los amos de la poderosa industria tecnológica digital quisieran eliminar de las escuelas y universidades, es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los humanos. Sería reductivo y erróneo pensar que el libro es un ente cerrado a la comunicación: en realidad, es mucho más una relación, es un eje de innumerables relaciones.
La palabra es una extensión del pensamiento, pero lo contrario no es necesariamente cierto: de hecho, lo que se observa es que la palabra sirve a menudo para ocultar la ausencia de pensamiento y se ha convertido (en el caso de la publicidad, los medios de comunicación e incluso el deporte y la política) en un vehículo banal y vulgar del no-pensamiento. El libro es entre las herramientas utilizadas por el hombre la más asombrosa, pero es profundamente diferente de todas las demás herramientas, digamos técnicas (y a fortiori de las tecnológicas); el libro (y por tanto la lectura y la escritura) es otra cosa, es una prolongación de la inteligencia, la memoria y la imaginación.
El conocimiento es un proceso en el que la abstracción (rigor) y la imaginación (intuición) actúan concertadamente y en el que una necesita de la otra, fructifica en presencia de la otra. La eliminación del papel y de la importancia de la intuición y de la imaginación en la investigación científica conduciría a una aridez del pensamiento, a un estancamiento de la creatividad, a un cientificismo reductor y burdo. La investigación científica debe perder su aspecto puramente técnico y aplicativo y volver a entrar en contacto con la reflexión individual y la búsqueda de imágenes mentales profundas. Lo mismo cabe decir de las matemáticas, donde la búsqueda de un pensamiento riguroso (expresado en un lenguaje abstracto, pero sin caer en el puro formalismo) debe ir acompañada de la intuición y la imaginación, incluida la imaginación estética y artística. Sin duda perderá en certeza, en rigor, pero adquirirá una importancia «humana».
El matemático, físico teórico y filósofo Hermann Weyl creía que la intuición era un elemento esencial del conocimiento matemático. Opinaba que era la intuición (o visión, perspicacia), más que la demostración (prueba), lo que proporcionaba el fundamento esencial del conocimiento matemático. En su libro «Das Kontinuum» (1918), Weyl afirma que la mayoría de los matemáticos suelen pensar que en ciencia rige el principio de que cualquier afirmación que pueda demostrarse no puede considerarse válida hasta que no se haya probado. En contraste con este principio, Weyl cree que es el proceso de validación de cada paso individual del razonamiento a través de la visión inmediata y global que tenemos de él, y no la prueba per se, lo que constituye la fuente esencial a partir de la cual el conocimiento llega a la verdad, lo que llamamos «la experiencia de la verdad».
Para el matemático y filósofo de la ciencia René Thom, existe también un principio de complementariedad en las matemáticas, que domina toda nuestra actividad intelectual, y que puede enunciarse así: todo lo que pretende ser absolutamente riguroso carece de sentido. Thom escribe: «Hilbert vio bien, en su axiomática de la geometría, que no se podía acceder al rigor puro más que eliminando la intuición, privando a los símbolos de todo sentido. Rechazando el puro formalismo y exigiendo lo inteligible, el futuro espíritu científico acepta, con el corazón ligero, el riesgo del error, lo que, en efecto, hay que alentar porque favorece una actitud crítica y la maduración de un espíritu autónomo, un universo transparente, translúcido, donde los contornos de las cosas son algo borrosos y móviles, en lugar de un universo perfecto de certezas absolutas, aplastantes e indubitables, como era el caso de las sagradas escrituras cuando se trataba de defender el sistema aristotélico-ptolemaico del cosmos, y como es el caso en muchos aspectos de la física clásica«.
Para Thom, «lo que limita lo verdadero, no es lo falso, es lo sin sentido. Si tengo que elegir entre rigor y sentido, no dudo ni un instante en elegir lo segundo. Para alcanzar los límites de lo posible, hay que soñar lo imposible».
Toda teoría científica, y las matemáticas no son ajenas a esta idea, es susceptible de un amplio desarrollo porque siempre hay problemas abiertos. Pero incluso los problemas resueltos, por ejemplo en matemáticas, son susceptibles de amplios desarrollos (de reformulaciones y extensiones conceptuales), porque todo problema matemático verdaderamente importante se asemeja a un tema musical del que son posibles interesantes variaciones.
El matemático Ennio de Giorgi atribuyó a las matemáticas un valor sapiencial, que incluye un aspecto filosófico y otro artístico.
Escribió: «Como matemáticos, debemos transmitir a los demás nuestro amor por nuestra disciplina como componente esencial de la sabiduría humana y hacerles comprender que las matemáticas son algo más que la capacidad de calcular, la pura manipulación de los números. Ciertamente, el estudio de los números fue el principio de las matemáticas, pero éstas también estudian los problemas cualitativos junto a los cuantitativos».
Creo -continúa De Giorgi- que en el origen de la creatividad en todos los campos está lo que yo llamo la capacidad o la voluntad de soñar, de imaginar mundos diferentes. En esta libertad de soñar, el matemático no debe detenerse en los objetos que pueden tener una representación sensible inmediata, debe moverse libremente entre lo «real» y lo «ideal», lo «concreto» y lo «abstracto», lo «visible» y lo «invisible», lo «finito» y lo «infinito».
El matemático Alain Connes, fundador de la geometría no conmutativa, piensa que las matemáticas contienen ideas fundamentales sobre el mundo, que partes importantes de él están estructuradas de algún modo por las matemáticas (pensemos en el papel de las simetrías para dar orden al mundo) y, además, que los conceptos matemáticos nos dicen algo esencial sobre la vida misma (pensemos, por ejemplo, en las diferentes formas geométricas que puede adoptar la doble hélice de la molécula de ADN durante el ciclo vital de una célula). Afirma que las ideas matemáticas permiten poner en movimiento el pensamiento, a condición de trabajar en la duración (el concepto de durée -duración- fue desarrollado en particular por el filósofo Henri Bergson en su libro de 1922 «Durée et Simultanéité» (Duración y Simultaneidad), para diferenciarlo del tiempo de la física tal como Albert Einstein lo había definido poco antes en sus dos teorías de la relatividad, especial y general; e incluso antes por Edmund Husserl en «Para la fenomenología de la conciencia inmanente del tiempo” (1893-1917), 1ª ed. en alemán que apareció en 1893), más que en el tiempo cronofísico, y en una cierta idea del tiempo de la conciencia. Connes escribe: «Cuando realizamos un largo cálculo algebraico, el tiempo necesario es a menudo propicio al procesamiento en el cerebro de la representación mental de los conceptos utilizados. Por eso el ordenador, que da el resultado de tal cálculo suprimiendo la duración, no es necesariamente un progreso. Se cree que gana tiempo, pero el resultado feo de un cálculo sin la representación mental de su significado no es ningún progreso».
El topólogo estadounidense William Thurston subrayó la naturaleza auténticamente humana del conocimiento matemático, que no puede reducirse a los formalismos puros o al cálculo: «Mucha gente tiene la impresión de que las matemáticas son algo austero y formal, con reglas complicadas y en última instancia oscuras que sirven para manipular números, símbolos y ecuaciones, algo así como la preparación de la engorrosa declaración de la renta. Pero las verdaderas matemáticas son exactamente lo contrario. De hecho, es un arte del entendimiento humano».
Robert Musil, ingeniero y escritor, y también interesado en cuestiones de física y matemáticas, escribió en «El hombre sin atributos» (1930): «(…) si el sentido de la realidad existe y nadie cuestiona su derecho a existir, entonces también debe existir algo que pueda llamarse sentido de la posibilidad, definido como la capacidad de pensar en todo lo que podría ser y no considerar que lo que es, es más importante que lo que no es».
Profesor Boi, estamos en la cúspide del desarrollo tecnológico y, sin embargo, el hombre parece sumirse en la barbarie, la violencia, el transhumanismo, el delirio de omnipotencia de una ciencia con fin en sí misma en pos del «mito del progreso» heredero de cierto pensamiento ilustrado. ¿Podemos decir que el Siglo de las Luces está aún por llegar? ¿Las geometrías no euclidianas, que constituyen uno de sus campos de investigación distintivos, ofrecen una concepción diferente y menos reduccionista de la razón y del ser humano?
Su pregunta toca un quid fundamental de muchos problemas cruciales a los que nos enfrentamos hoy en día. En primer lugar, una premisa que considero importante: las dos cosas y actividades, técnica y tecnología, no son idénticas y, por tanto, no deben situarse en el mismo plano. Hay que añadir que hoy asistimos a una sustitución de la tecnología, entendida como conjunto de instrumentos que emanan de la inteligencia del hombre y constituyen a menudo una ampliación de algunas de sus capacidades teóricas y prácticas (pensemos en el telescopio y el microscopio), por la producción sin límites de nuevas tecnologías que no emanan necesariamente de la inteligencia del hombre o de alguno de sus descubrimientos científicos, y que además tienen como efecto la reducción (y en muchos casos la aniquilación) de diversas funciones fisiológicas y capacidades cognitivas del hombre. En otras palabras, y resumiendo, la tecnología, por un lado, se ha ido desvinculando cada vez más de la ciencia hasta el punto de condicionar sus contenidos y objetivos; por otro, se ha distanciado de las situaciones reales y de las necesidades humanas, creando a menudo al hombre más problemas de los que es capaz de resolver.
La tecnología se ha impuesto así por sus innumerables y a menudo dañinas aplicaciones, sus escandalosos beneficios y su delirio de omnipotencia, y no sólo se ha hecho autónoma con respecto a la ciencia y al hombre, sino que pretende acallar el espíritu crítico de la ciencia, la epistemología y la cultura en general, y sustituir cada vez más al hombre, considerado ya obsoleto y demasiado imperfecto, por un «ser» artificial, que sin embargo poco o nada tiene que ver con un ser humano.
Este es el desarrollo más irracional de la ideología del progreso que se persigue como un fin en sí mismo, como un valor absoluto.
Una ideología tan irracional e inhumana conserva muy poco, y desde luego nada, de las principales ideas del Siglo de las Luces, del que por tanto algunos de los líderes del transhumanismo pretenden ser los verdaderos herederos en el siglo XXI, ha vaciado por completo el logos, el pensamiento racional y el espíritu crítico que la Ilustración (Voltaire, Diderot, Rousseau) concibió como cualidades indispensables del hombre, y ha retomado, acentuando fuera de toda proporción el proyecto de una mecanización integral de las funciones y actividades humanas, que históricamente ha sido la concepción defendida por el movimiento mecanicista más que por la Ilustración, aunque ciertamente haya existido una cierta combinación que ha llegado hasta nuestros días.
El transhumanismo fue defendido sobre la base de una gran falsedad histórica y de una aberración filosófica igualmente enorme. Sus acólitos han tergiversado por completo el significado original del concepto de progreso y también el sentido que le atribuyeron primero los idealistas (Platón y los neoplatónicos), luego los racionalistas (pensemos en Leibniz y Kant) y finalmente la mayoría de los pensadores de la Ilustración, identificándolo con el dominio total de la máquina y más concretamente de la tecnología sobre el hombre. Por otra parte, persiguen no tanto el ideal ilustrado de llegar a una mejora de ciertas funciones y capacidades del hombre a través de la tecnología, sino el loco designio de eliminar al hombre (empezando por su biología, luego su inteligencia e imaginación y finalmente sus emociones y sentimientos).
Quisiera aún proponer una reflexión que considero un tanto preliminar y necesaria. No creo que pueda afirmarse que exista una relación causa-efecto entre el desarrollo de la técnica y la tecnología y el avance de la barbarie. Porque eso sería negar el papel importante y también emancipador que la tecnología ha desempeñado a lo largo de varios milenios en el florecimiento de diversas civilizaciones en las regiones mediterráneas y en el Oriente Medio asiático, y también el papel que ha desempeñado desde entonces al permitir (en todo caso al favorecer) ciertos descubrimientos científicos fundamentales. Dicho esto, la naturaleza y el papel de la tecnología han cambiado profundamente a lo largo de los tres últimos siglos, y en la actualidad se observa un nuevo cambio aún más radical, al igual que han cambiado los paradigmas científicos a partir de los cuales se desarrolla la tecnología, o más bien las tecnologías.
Una de las consecuencias del desarrollo » triunfal » en las últimas décadas de las nuevas tecnologías de la información y digitales, desarrollo que ya no se limita a las sociedades llamadas capitalistas avanzadas, sino que afecta igualmente a todos los países de un mundo cada vez más globalizado y estandarizado, es que de ser una herramienta al servicio de la humanidad, se han transformado en un modelo que ha invadido, en todas partes y en todo momento, todos los espacios de la vida individual y colectiva, y eliminado la idea misma de comunidad y de sociedad plural; una de las consecuencias, decía, es la decadencia del lenguaje hablado y escrito, pero también de aquel que madura en el silencio y se expresa a través de gestos, por ejemplo en los oficios y en las artes, dos actividades del hombre que estaban profundamente ligadas en siglos pasados.
Lamberto Maffei ha escrito (en » Elogio de la palabra«, Il Mulino 2018) que «La huida del habla, el progresivo alejamiento de la conversación, tiene raíces relativamente lejanas, quizás, en mi opinión, en el desarrollo triunfante de la tecnología, con la aparición de instrumentos de comunicación siempre nuevos, cuyo floreciente mercado ha desplazado la atención hacia el objeto per se en lugar de hacia la necesidad de utilizarlo en el contexto de la realidad de los seres vivos y de sus relaciones sociales. Los objetos, las herramientas y su posesión han pasado a ser conceptualmente más importantes que los seres humanos y, lo que es más, permiten a algunos ejercer poder sobre muchos”.
Quien utiliza teléfonos inteligentes de la mañana a la noche ya no ve a su alrededor, ya no percibe el mundo, en pocas palabras se vuelve ciego, y su ceguera se convierte en una forma de soledad y adicción. Con los teléfonos inteligentes y las redes sociales, uno se embriaga, se vuelve estúpido, levanta una barrera entre el yo y el mundo, entre el yo y los demás. Así, uno se aísla en un mundo cerrado, como una cárcel, solipsista y egoísta: la vida se vacía poco a poco, el interés y la pasión por las cosas se apagan y muchas funciones vitales, sobre todo las del cerebro y la psique, se aniquilan. Tantos «yoes», indiferentes entre sí (como tantos átomos individuales que ya no interactúan ni intercambian ningún tipo de contacto y energía), inconscientes del entorno en el que viven, del que ya no reciben ningún estímulo, insensibles a las distintas dimensiones espaciales y temporales de la vida, ajenos a la búsqueda del sentido de las cosas, no pueden sino parecerse a zombis presos de un total desconcierto, tanto social como psíquico.
En cuanto a la segunda parte de su pregunta, me gustaría hacer las siguientes observaciones. A principios del siglo XIX se descubrieron dos nuevas geometrías, llamadas geometrías no euclidianas, es decir, geometrías que tienen propiedades diferentes de las que caracterizan a la geometría euclidiana, que el matemático griego Euclides (alumno de la academia de Platón) elaboró hacia el año 300 a.C. y sistematizó en una obra fundamental que llamó «Elementos» (que significa fundamentos). A esto hay que añadir que, aproximadamente un siglo antes, varios matemáticos (entre ellos Desargues, Pascal y Poncelet) descubrieron una nueva geometría llamada geometría proyectiva, que se inspiraba en las ideas y técnicas de algunos artistas y arquitectos del Renacimiento, en particular Leon Battista Alberti y Piero della Francesca.
El descubrimiento de la geometría no euclidiana fue la revolución más importante de las matemáticas del siglo XIX, que tuvo profundas consecuencias en varias ramas de la ciencia, en particular la física, y la filosofía. Puede compararse con el descubrimiento del sistema heliocéntrico realizado por Copérnico y hecho público en su obra «De revolutionibus orbium cœlestium» en 1543. Fue un descubrimiento que transformó por completo nuestra visión del cosmos, ya que pasamos de un universo inmóvil y estático a otro móvil y dinámico. El descubrimiento de las geometrías no euclidianas se debe a tres matemáticos tan originales como audaces (el alemán Carl Friedrich Gauss, conocido como Princeps mathematicorum -que concibió pero no publicó la posibilidad de la geometría no euclidiana una vez que abandonamos el 5º postulado de Euclides sobre la unicidad de una paralela a una línea dada trazada en el plano que nunca se encontrará con esta última aunque se extienda hasta el infinito-, el ruso Nikolai Lobacevsky y el húngaro Johannes Bolyai), cuestionaron la unicidad y el carácter absoluto de la geometría euclidiana. Ello supuso tres transformaciones capitales primero del concepto de espacio y luego de los conceptos de tiempo y de universo. Mencionémoslas brevemente.
La primera mostró que no existe una geometría única y absoluta, sino que varias geometrías son matemáticamente posibles y que no hay razones a priori (como pensaba Kant) por las que nuestro pensamiento deba preferir una a otra. Estas nuevas geometrías, nacidas del cuestionamiento de la presunta validez absoluta de la geometría de Euclides y de la idea de que la elección de hipótesis distintas de las contempladas en particular en el quinto postulado de Euclides, conducen a nuevas geometrías igualmente válidas. Existe la geometría esférica, que es un caso especial de la geometría elíptica y de la que la esfera representa el modelo concreto, donde las rectas que son los grandes círculos ortogonales a la frontera de la superficie esférica no son paralelas entre sí, la suma de los ángulos internos en la esfera es mayor que dos ángulos rectos ( de 180 grados) y su forma es curva (de curvatura positiva respecto a la curvatura euclidiana) contrariamente al plano y al espacio euclidianos que son planos. Y existe la geometría hiperbólica, que tiene propiedades profundamente diferentes de la geometría euclidiana, pero también de la geometría esférica, ya que por un punto del plano hiperbólico pueden pasar infinidad de rectas ortogonales a una recta dada (esto se puede comprobar observando el modelo del semicírculo, ideado por Poincaré, que sustituye al plano euclidiano), la suma de los ángulos internos de un triángulo construido en este modelo es siempre inferior a 180° grados, y su curvatura es negativa respecto a la euclidiana.
La segunda transformación, realizada por el matemático Bernhard Riemann (gran visionario de las matemáticas y también un Naturphilosoph profundamente original) en una obra de 1854 (titulada «Sobre las hipótesis que están en la base de la geometría«) muestra que en el mismo espacio (de dos, tres o más dimensiones), por ejemplo sobre la esfera considerada como una superficie que tiene una geometría intrínseca (en el sentido definido por C. F. Gauss unos años antes en una famosa memoria escrita en latín, es decir, independiente del espacio euclidiano habitual). ), se pueden determinar más geometrías; es decir, admite múltiples estructuras geométricas (métricas y topológicas) diferentes entre sí.
Las ideas de Riemann fueron retomadas posteriormente por numerosos matemáticos, y más cerca de nosotros, por René Thom, Michael Gromov y William Thurston, que generalizaron las ideas geométricas de Riemann con el descubrimiento de varios teoremas fundamentales, teoremas que además de su profundo contenido matemático permitieron desvelar nuevos vínculos entre la geometría, la topología, la teoría de grupos y el análisis de las ecuaciones diferenciales parciales. Uno de ellos, debido a Thurston y enunciado a principios de la década de 1980, dice que sobre cualquier espacio tridimensional de tipo orientado, conexo y compacto, pueden construirse ocho geometrías diferentes, cinco de las cuales son no euclidianas y las demás son (en términos precisos) geometrías (o espacios) de cociente. Uno de los desarrollos más relevantes de las ideas de Riemann se debe al matemático francés Alain Connes, quien demostró que, a la escala cuántica de Planck, las distintas métricas que pueden definirse matemáticamente en un espacio-tiempo cuántico pueden variar debido a las fluctuaciones generadas por las distintas fuerzas que actúan en él y sus interacciones. En otras palabras, nos acercamos cada vez más a la idea fundamental de que la propia geometría y topología del espacio-tiempo es en realidad un objeto dinámico, no predeterminado ni fijado a priori por tanto, es decir, un conjunto de estructuras, que interactúan y cambian con la física, en definitiva una «realidad» en continuo movimiento de la que emergen nuevas estructuras y propiedades y no un hecho estático en el que nada cambia. Esta fue, al fin y al cabo, la idea de Riemann, Poincaré y Weyl, una idea que contribuyó a transformar y enriquecer profundamente el paisaje multiforme y extraordinario de las matemáticas. Vistas desde este punto de vista, las matemáticas son ante todo un ars inveniendi (en el sentido de Leibniz) un esfuerzo exquisitamente humano por comprender el mundo y dar sentido a las cosas que suceden a nuestro alrededor y lejos de nosotros.
La tercera transformación se refiere a la introducción, en la segunda mitad del siglo XIX, del concepto de grupos de transformaciones (es decir, simetrías) en el estudio de distintas geometrías y espacios con un número par infinito de dimensiones. El concepto de grupo es un profundo concepto unificador de diversas ramas de las matemáticas, en particular del álgebra con la geometría, la topología y el análisis de ecuaciones diferenciales. Se basa en dos conceptos absolutamente complementarios que forman un todo, los de cambio (o transformación) e invariancia (es decir, conservación). En matemáticas, cualquier figura, objeto sólido, espacio o función puede transformarse (o deformarse si razonamos en el ámbito topológico) sin que esta operación suponga la destrucción del propio objeto. Aquí reside el quid filosófico del concepto de grupo: en el cambio, algo esencial permanece invariante, es decir, se conserva, y al mismo tiempo esta invariancia significa que el mundo de los objetos y estructuras matemáticas está sujeto a transformaciones y cambios continuos (o discontinuos).
La primera persona que históricamente introdujo el concepto de grupo fue el matemático Évariste Galois (que murió en un duelo en 1932) en su intento de resolver ecuaciones de quinto grado. Estas funciones algebraicas tienen extraordinarias propiedades de simetría (grupos de permutaciones de sus raíces), y su resolución está precisamente ligada a la comprensión de estas profundas simetrías.
En geometría, fue el matemático alemán Felix Klein quien introdujo el concepto de grupo en 1870 en su famoso «Programa de Erlangen». Su idea fundamental consiste en tomar como objeto (y concepto) principal un grupo de transformaciones y demostrar que a partir de la definición de sus propiedades esenciales se llega a la definición de un tipo de geometría; en otras palabras, es el grupo de transformaciones el que permite encontrar y definir el tipo de geometría buscado, y no al revés: por lo que una geometría o un espacio en el que se realiza es el resultado del proceso de conocimiento y no el punto de partida. Esto abre perspectivas absolutamente nuevas para el desarrollo de la geometría, pero también de otras diversas ramas de las matemáticas.
Los matemáticos Lie, Killing, Poincaré, Weyl y E. Cartan realizaron sucesivamente muchos desarrollos fundamentales en la teoría de grupos. La física actual sería impensable sin el concepto de grupo, que es su esencia. Y mientras tanto, a partir de principios del siglo pasado con los tres grandes descubrimientos conceptuales de la física (la relatividad especial y general y la mecánica cuántica), el mundo de los grupos y las simetrías se ha ampliado y enriquecido considerablemente, incorporando en particular dos nuevas clases de simetrías para distinguirlas de las simetrías espacio-temporales «clásicas», las simetrías internas (es decir, que conciernen directamente a determinadas entidades físicas, pensemos en la mecánica cuántica) y las simetrías incumplidas (o rotas), que conciernen a una gran variedad de fenómenos tanto en la física de partículas como en la física macroscópica (por ejemplo, materia condensada o dinámica de fluidos) y cosmología.
Como se desprende de lo dicho, las generalizaciones del concepto de espacio que posibilitó el descubrimiento de las geometrías no euclidianas, tras haberlo liberado del rígido marco euclidiano basado en parte en la percepción visual y táctil y elaborado sin embargo mediante la aplicación de un método lógico-deductivo bastante riguroso, lo extendieron más allá de las dimensiones tradicionales, a cualquier número, incluso a un número infinito de ellas. La geometría entró así en el siglo XIX en un periodo -que aún dura hoy- de extraordinaria creatividad, descubriendo nuevas estructuras respecto a las conocidas de la geometría euclidiana, que no son más que casos especiales, pero que en determinados ámbitos conservan su interés y su validez específica.
Quisiera hacer una última observación. El conocimiento del carácter específico de nuestro espacio se estableció gracias al descubrimiento de las geometrías no euclidianas en los años 1830-1860, y de la relatividad general en los años 1915-1916. Contribuyeron decisivamente a demostrar que existen otros espacios y que las estructuras y formas que los caracterizan difieren de las típicas del espacio euclidiano habitual. Dado que nuestro cerebro y nuestros sistemas sensoriales están en su mayoría adaptados al tipo de espacio en el que vivimos, en general nos resulta difícil (aunque no siempre imposible) representarnos esos otros espacios, aunque seamos capaces de formular una construcción matemática coherente de ellos y a veces incluso visualizarlos. Algunas teorías matemáticas y físicas fundamentales desarrolladas durante el siglo pasado nos han llevado a reconocer que el espacio del mundo microscópico (de lo infinitamente pequeño), el de las partículas subatómicas, así como el espacio a escala de todo el universo (de lo infinitamente grande) difieren profundamente del espacio en el que vivimos, el entorno natural de nuestras percepciones y movimientos.
La relación entre lo particular y lo general o entre la tradición (que primero tuvo que pasar por la introducción de un conjunto de ideas nuevas y descubrimientos profundos para llegar a ser tal) y el cambio es muy importante en las matemáticas, pero también en la física, y creo que es igualmente importante en, por ejemplo, la filosofía o la música. La llamada «cultura de la cancelación» (incluso el nombre parece equívoco y debería hacernos escépticos), es decir, el borrado de todo lo que se ha descubierto, elaborado y creado en el pasado, y por tanto la ruptura total con las tradiciones de pensamiento que nos han precedido y a partir de las cuales hemos podido desarrollar otras teorías y visiones, no tiene ningún sentido en las matemáticas y la filosofía, y tampoco en la ciencia en general y en las artes, y por tanto debe ser absolutamente rechazada y combatida, en primer lugar en las escuelas de todos los niveles, pero también en todos los lugares de cultura y educación.
La cultura de la cancelación es la última herramienta que se han dado los poderes fuertes del mundo (financiero, digital y mediático) para completar la destrucción antropológica en curso y conseguir una tabula rasa completa de las diferentes culturas y formas de vida. Los que no tienen conocimiento del pasado, los que no saben de dónde vienen, cuáles son sus raíces, los que no tienen memoria de lo que nos precedió y permitió nuevos progresos pero también regresiones e involuciones, los que viven en un presente perpetuo y repetitivo puntuado únicamente por las pulsaciones hechas en el teclado del smartphone y los numerosos mensajes vacíos que les llegan, no pueden desarrollar un pensamiento crítico, esos anticuerpos mentales necesarios para no aceptar todo lo que les proponen los medios de comunicación y la publicidad, ellos o ellas, que son entonces las grandes masas globalizadas y normalizadas, pueden ser fácilmente manipuladas y esclavizadas.
Debemos rebelarnos contra este estado de cosas, que no es en absoluto ineludible, y rechazar todas las nuevas formas de alienación, adicción y esclavitud física y mental. Es la condición sine qua non de una nueva emancipación individual y de un renacimiento cultural colectivo.
Profesor, en su libro «Pensar lo imposible» (Springer, Milán 2012) usted compara arte y ciencia al afirmar que artistas como Jorge Eielson y Lucio Fontana lograron «pensar lo imposible». Ante un poder que parece imparable en su avance y que ahora se manifiesta en toda su despiadada ferocidad, ¿debemos todos empezar a «pensar lo imposible»? ¿Cómo podemos imaginar un futuro diferente al que nos quieren imponer? ¿Qué formas de resistencia debemos ser capaces de imaginar para construir una nueva perspectiva realmente adecuada y un proyecto alternativo viable?
Para terminar estas reflexiones (y esperar un nuevo comienzo), creo que ni un poder divino confiado a la «verdad» de la fe ni un espíritu mecánico de tipo neoprometeo pueden ayudarnos a encontrar el camino hacia un renacimiento cultural, hacia una nueva visión del mundo, hacia un vínculo social (una «cadena social» de la que hablaba Leopardi) que nos haga volver a estar juntos, a redescubrir el sentido y el placer profundo de las relaciones humanas. Lo humano ha vuelto a ser una utopía, una utopía posible y necesaria que hay que perseguir hasta el final con inteligencia y valentía, a pesar de los enormes obstáculos que encuentra y de la inmensa ola de transhumanismo y posthumanismo que amenaza con desbordarnos.
Para frenar la marea de insignificancia que avasalla cada vez más y sin tregua nuestras vidas, nuestras relaciones humanas y nuestros lugares vitales, necesitamos insuflar nueva vida y energía a nuestras sensibilidades cada vez más áridas y apagadas, revitalizar juntos la acción y el pensamiento, redescubrir conjuntamente el poder y la alegría de la palabra (de la conversación) y el sentido profundo del silencio (de la escucha), para que comprensión y acción, para que pensar y sentir, razonar e imaginar, sean un mismo gesto. La utopía mencionada nos exige unir nuestros esfuerzos en una acción coral -del mismo modo que los músicos de una orquesta unen los suyos al unísono para crear una nueva sinfonía, o que los campesinos de un campo unen sus esfuerzos para recoger los frutos de su trabajo y repartirlos equitativamente- para dar forma a un nuevo proyecto cultural y social, simplemente para dar cabida a nuestras voces y a las que, hasta ahora no escuchadas, tienen algo sincero y tal vez esencial que expresar, para liberar lo posible de las aguas estancadas y del presente perpetuo en que lo han encerrado los falsos esquemas de lo posmoderno y lo posthumano, para, en definitiva, volver a pensar y a soñar.
Citando libremente las palabras de Leopardi, estoy convencido de que la posibilidad de cambiar nuestro destino depende también y quizás sobre todo de nosotros. Bergson nos instaba a pensar como un hombre de acción y a actuar como un hombre de pensamiento. Eso es lo que hoy falta trágicamente. Después del largo y profundo adagio filosófico de Descartes, » Je pense, ergo je suis » (base de la racionalidad moderna y de una teoría un tanto totalizadora de la razón del hombre), Giacomo Leopardi subrayó en «Zibaldone de pensamientos» el hecho de que la imaginación es la primera fuente del conocimiento y de la felicidad humana, y luego Albert Camus tuvo la audacia de destacar (en «El hombre rebelde«, Bompiani, 1951) otra dimensión y necesidad humana fundamental, resumida por él en la expresión «Je me révolte, donc nous sommes«.
Es difícil imaginar y proponer algo nuevo si no alimentamos cierta esperanza en la posibilidad de cambiar nuestro destino. La esperanza es a la vez un ideal del espíritu y una forma concreta de vida, que hay que cultivar y poner en práctica. No debemos permitir que nos arrebaten el derecho a soñar lo imposible, ni abdicar de nuestro deber de liberar lo posible dejando abiertas otras perspectivas y garantizando un futuro para la Tierra, los organismos vivos y los seres humanos que la habitan. La rebeldía, entendida y conducida de forma inteligente, pacífica y paciente, vivida al mismo tiempo como un gesto noble, humilde y generoso, debe responder a la necesidad de una emancipación crítica de las conciencias, y es hoy no sólo un derecho sino un deber cultural y social que tenemos con nosotros mismos y con los demás.
La esperanza es un camino que se recorre. Para los seres libres y conscientes, no hay camino ya fijado e impuesto por otros, el camino se recorre pensando y actuando juntos, con una mirada al pasado, precioso legado cultural del que nunca dejamos de aprender (incluso dudando de lo que ya sabemos), y dejando huellas y obras que prefiguran un nuevo horizonte e indican una nueva perspectiva.
¿Y si este mundo no es el mejor de los mundos posibles (y todo apunta a que efectivamente no lo es)? ¿Y si los enormes intereses económico-financieros en juego fueran un obstáculo para el desarrollo de sociedades auténticamente democráticas y justas, para la posibilidad de realizar investigaciones libres de cualquier coacción o condicionamiento ajeno a la propia investigación (hoy, la búsqueda de aplicaciones tecnológicas incluso destructivas que den poder y beneficio está desquiciando el propio concepto de investigación científica libre y desinteresada; basta ver el ejemplo de Leonardo y las decisiones de sus altos ejecutivos), por ejemplo de carácter empresarial, político o militar, y por tanto para la propia posibilidad de expresar un pensamiento libre?
Hoy es necesario resistir a todos los abusos, mentiras e intentos de esclavizar a los individuos a un poder cínico, corrupto e irresponsable, ajeno a las necesidades reales de los seres humanos, donde la «resistencia» debe entenderse como un acto consciente y noble de valentía, autonomía y emancipación. Y es necesario luchar, con ideas y acciones, contra la injusticia y las desigualdades sociales, contra los acosadores y destructores de mundos, ecosistemas, culturas, lenguas, prácticas antropológicas, contra los grandes poderes financieros y digitales globales cuyo proyecto es reducir a los seres humanos a una mercancía y convertirlos en ‘máquinas inteligentes’ a través de una mutación sin precedentes e irreversible de nuestros circuitos neuronales y procesos cognitivos, reduciendo así cada vez más nuestro mundo donde se originan y maduran el pensamiento crítico y la autonomía mental, nuestras prerrogativas de poder reflexionar y actuar sin estar sometidos a los condicionamientos publicitarios y a la manipulación mediática, y reduciendo también la posibilidad de participar en las decisiones que nos afectan directamente como individuos y miembros de una comunidad, así como espacios vitales como los de la lectura y la escritura, las relaciones sociales, la participación en las elecciones y el juego), por no hablar, por último, de la alteración cada vez más rápida de nuestros ritmos temporales, tanto fisiológicos como cognitivos y emocionales. Esta perturbación provoca, entre otras cosas, una alteración de la percepción de la realidad y de los procesos de aprendizaje.
Debemos resistir a quienes nos quieren hacer aceptar la normalidad de la guerra, a quienes nos quieren hacer creer que es inevitable, a quienes nos quieren engañar afirmando el carácter supuestamente defensivo y por tanto justo de esta guerra (de guerras). Y debemos resistir a quienes nos quieren convertir en máquinas, en prótesis tecnológicas, en autómatas totalmente virtuales, presentando tal perspectiva como inevitable porque está inscrita en las leyes de la naturaleza que guían el progreso de la especie humana, y engañándonos con que la digitalización y la inteligencia son el nuevo y único horizonte de un futuro luminoso en el que se sitúan necesariamente nuestras posibilidades y acciones. Por último, debemos resistir contra una globalización salvaje y devastadora que en realidad corresponde a una plaga antropológica de proporciones espeluznantes, cuyos efectos más evidentes son la pérdida de cualquier tipo de autodeterminación de las entidades individuales nacionales, regionales y locales, la desaparición del patrimonio cultural y social de muchas realidades que lo custodiaban, y la extinción de saberes, oficios, lenguas y modos de vida.
Hay muchas formas de resistir, pero dos parecen ser las más significativas e incisivas: en primer lugar, negarse a acatar las decisiones que no consideremos justas y, a continuación, no hacer lo que consideremos contrario a las prerrogativas esenciales del ser humano. Esto debe ir seguido de actos concretos. Por ejemplo, con respecto a la educación que debe darse a los niños, creo que en lugar de regalar coches y teléfonos móviles y otros objetos electrónicos, los padres deberían mostrar a los niños una planta y decirles: ¿Sabéis lo que es esto? Es una planta que transforma la energía del sol y los minerales de la tierra. O señalarles el cielo estrellado, enamorándoles del espectáculo que es el Universo para hacerles reflexionar sobre los cuerpos celestes y las propiedades de la luz. Un proverbio del pasado decía así: «No des un pez a un niño, enséñale a pescar». Hoy deberíamos decir: «No le des un ordenador a un niño, enséñale más bien a jugar y a pensar». En un ordenador se encuentra una gran cantidad de datos, pero no se encuentra lo esencial, las preguntas: el problema es, de hecho, tener la capacidad de cuestionar, cultivar la curiosidad, saber formular preguntas fructíferas que provoquen nuevos conocimientos y un esfuerzo gozoso por aprender.
Dondequiera que el niño juegue, dondequiera que hable, piense o sueñe, se esconde un misterio, el misterio de la vida misma. Sólo el niño es capaz de inventar la vida mientras la narra, de imaginarla mientras la piensa, de vivirla mientras la pone en movimiento atribuyéndole diferentes significados. En lugar de dejar atrás la infancia, como algo ya pasado y que hay que eliminar, hay que proponer el camino inverso, es decir, hacer de la infancia un horizonte al que mirar, un fin hacia el que tender.
Una sociedad que descuida y desprecia a los niños y excluye a los ancianos es una sociedad sin historia, sin patrimonio cultural y sin futuro. Es una sociedad inhumana e infeliz.
Estoy profundamente convencido de que una sociedad en la que la mayoría de la gente decide sustituir a un ser humano por un animal de compañía, que prefiere un niño a un perro, o que cuida mejor del animal que del niño, es una sociedad profundamente enferma poblada por personas que han mutado mentalmente o que viven en un estado alterado de conciencia, es una sociedad que ha renunciado a la vida y a ser humana. La chocante involución evolutiva y cognitiva actual, la regresión degradante hacia una animalización de la vida, a menudo unida a una vuelta al comportamiento bestial, es un claro indicio de una falta de humanización y de un declive cultural y espiritual de nuestros modelos de vida.
Este declive se ha visto favorecido en parte por la difusión en las dos últimas décadas de modas sociológicas y pseudoculturales irracionales, antinaturalistas y contrarias a la energía y la dignidad de la vida: Me refiero aquí a los diversos movimientos de género, transgénero, transhumanistas y de defensa de los derechos de los animales, cuyo rasgo común es un mosaico de ignorancia, arrogancia y opiniones insultantes sobre la naturaleza y la naturaleza humana, la biología humana y la psicología compleja, el sexo y el amor; lo que realmente une a estos movimientos es una aversión total contra todo lo que es natural, humano y expresión del logos.
Volviendo al tema de la guerra, para justificar la legitimidad de la guerra emprendida por Israel contra el pueblo palestino se evoca la necesidad absoluta, en contra de todas las leyes y resoluciones internacionales, de eliminar el terrorismo, al igual que en otros casos, en las últimas décadas, se han evocado las mismas razones (que ahora sabemos que son completamente falsas) para llevar a cabo guerras justas y golpes de estado legítimos en nombre de la democracia y la libertad, precisamente las del modelo occidental-neoliberal-capitalista.
Es importante señalar que todas las guerras y golpes de Estado más recientes han ido precedidos de (i) una larga fase de preparación comunicativa y publicitaria (una verdadera máquina de guerra de manipulación psicológica y de habituación) para convencer a la opinión pública de la existencia de un «enemigo» y de la imperiosa necesidad de eliminarlo para salvar los valores universales de los que sólo Occidente sería depositario; y se utilizaron todos los medios, desde la propaganda hasta los financieros y militares, para alcanzar el objetivo fijado según la máxima «el fin justifica los medios», lo que en muchos casos equivalía a afirmar una lógica y una ideología del terror, la opresión y la destrucción.
La voluntad de poder, el robo de los recursos y las fuentes de riqueza con el consiguiente empobrecimiento de las condiciones de vida de la población y la negación de la diversidad y la complejidad culturales han sido a menudo los aliados de las guerras, cuando no los verdaderos objetivos perseguidos.
Creo que para salir de esta espiral infernal, una forma (desde luego no la única, ni siquiera la más eficaz) es enseñar lo placentero del estudio que sólo nos permite expresar nuestras ideas después de formarlas, el valor y el sentido de la ciencia y la filosofía que pueden iluminar nuestras mentes, y también debemos volver a enseñar cierto rigor y el ejercicio de la imaginación mostrando la importancia de la paciencia y la perseverancia.
Parafraseando a Nietzsche (en «Humano, demasiado humano«, vol. 1), puede decirse que lo que hace falta es un nuevo ímpetu, un impulso que nos impulse, una voluntad que nos dé fuerza, una curiosidad que nos lleve a buscar y comprender, un nuevo deseo y gusto por un mundo diferente.
San Agustín escribió («Las Confesiones«, 398) que «la esperanza tiene dos hermosos hijos, el desdén y el coraje. El desprecio por la realidad de las cosas. El valor de cambiarlas».
Pensemos en el profundo y magnífico pasaje de Pascal en el que escribe: «El hombre no es más que una caña (roseau), la más frágil de toda la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que todo el universo se arme para aniquilarlo: basta un vapor, una gota de agua para matarlo. Pero aunque el universo lo aplastara, el hombre seguiría siendo más noble que quien lo mata, puesto que sabe que está muriendo y la ventaja que el universo tiene sobre él, el universo no sabe nada. Toda nuestra dignidad reside, pues, en el pensamiento. Es en virtud de él que debemos elevarnos, y no en el espacio y la duración que no sabríamos llenar. Trabajemos, pues, para pensar bien: ése es el principio de la moral».
El gran escritor egipcio Naguib Mahfouz escribió: «Nuestra voz y nuestras ideas son más poderosas que el rugido de los cañones y el estruendo de los truenos. (…) La democracia es apta para cosechar los frutos del conocimiento, mientras que cualquier dictadura no tendrá ningún interés en difundir la ciencia y la luz de la razón».
Quisiera concluir estas reflexiones con dos órdenes de consideraciones: el primero pretende poner de relieve algunos de los efectos de la digitalización, el segundo pretende injertar en estas observaciones críticas algunas propuestas de encuentro y de acción.
Entre los efectos devastadores de la digitalización y la artificialización del hombre, quisiera destacar los siguientes – una bárbarización sin límites de los comportamientos, la estética y el gusto, – una grosería y una insolencia cada vez más generalizadas cuyas manifestaciones más evidentes y deplorables son la indiferencia, la no percepción del propio contexto o lugar, la falta de atención hacia los demás (como si el otro no existiera), el ruido omnipresente que se ha convertido ya en una forma de agresión continua de nuestros espacios de libertad y sensibilidad, – la desaparición de toda diferencia entre lo público y lo privado, tanto en términos de espacios como de momentos, y la prevaricación constante de la dimensión privada (íntima, personal) por la pública; a ello ha contribuido en gran medida la espectacularización de la vida mundana (y de la cultura) de las personas y su exhibición en el escenario público a través de la televisión y la prensa, los medios de comunicación y las redes sociales, que se han convertido en auténticos promotores de la estupidez y la vulgaridad producidas en masa, – una deriva rápida e inexorable hacia el limbo de la insignificancia, que se manifiesta de diversas maneras, y sobre todo a través de la pérdida (y la renuncia) del lenguaje escrito y hablado, su banalización y homogeneización, la desvinculación del lenguaje y de los diversos lenguajes del pensamiento, por lo que cada vez se habla más sin pensar: la lengua no sólo ha dejado de procesar y transmitir contenidos, sino que se ha convertido en un obstáculo para su generación.
En cuanto a los lenguajes, se dividen en los ultraespecialistas -por ejemplo, los científicos, pero no sólo (reservados a iniciados e incomprensibles para la inmensa mayoría de la gente), desprovistos de todo análisis epistemológico crítico de los conceptos y métodos utilizados, y los que se han evaporado en una especie de vaguedad y vacuidad extremas.
En resumen, podemos decir que los dos rasgos más característicos de este reino de la insignificancia son, por un lado, la pérdida del lenguaje como herramienta esencial para describir, narrar, interpretar y comprender la realidad estructurada y compleja y sus múltiples mundos, y por otro, la pérdida del vínculo entre lenguaje y pensamiento, entre palabra y significado.
Pasemos ahora a algunas propuestas de encuentro y de acción: – construir nuevas realidades asociativas locales; – investir a las bibliotecas, a los círculos culturales y a las plazas de las ciudades de una nueva función (y misión) cultural destinada a favorecer el encuentro y el debate; – refundar comunidades monásticas (religiosas y laicas) con tareas espirituales, científicas y filosóficas, utilizando todos aquellos lugares (monasterios, conventos, abadías, etc.) que se presten a acoger un encuentro y un debate sobre el tema. potenciar y multiplicar los espacios de formación artística y creatividad cultural, especialmente conservatorios, escuelas de bellas artes, academias, etc, – poner en marcha una regeneración profunda y completa de la escuela, con la vuelta al ejercicio de la memoria, la lectura y la escritura en todas las asignaturas, la atribución al profesor de un papel educativo y formativo fundamental (por supuesto, los profesores deben estar preparados para ello), el desarrollo a todos los niveles de itinerarios de estudios transversales que contemplen y vinculen los estudios humanísticos con los científicos, y ambos con los artísticos; estos itinerarios deben estar marcados por la profundización (y el rigor), la comprensión y la imaginación, sin que por ello el rigor sea un fin en sí mismo y se degrade en un formalismo estéril, y sin que la imaginación se convierta en una mera quimera carente de criterios y exigencias.
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«Detengamos el genocidio, llamamiento de los intelectuales» publicado en Comedonchisciotte el 30/10/2023, promovido por Luciano Boi junto con Fabio Bentivoglio, Guido Cappelli, Vincenzo Costa, Ezio Laconi, Lamberto Maffei, Michele Maggino, Lorenzo Maria Pacini, Paolo Quintili, Patrizia Scanu, Daniele Trabucco, Giuseppe Vitiello y suscrito por numerosos intelectuales autorizados.
Conferencia «En defensa de lo humano. Problemas y perspectivas«.
Conferencia «Ciencia y humanismo. En defensa de lo humano«, 22 de abril de 2023
RAI cultura, «En defensa de lo humano. Problemas y perspectivas«, entrevista a Fabio Bentivoglio, febrero de 2023
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