Cómo los medios de comunicación occidentales han contribuido a justificar el genocidio en Gaza

Desde ocultar el papel de Occidente en la hambruna de Gaza hasta relatos sensacionalistas de violaciones masivas cometidas por Hamás, los periodistas están desempeñando el papel de propagandistas, no de reporteros

por Jonathan Cook, 20 de marzo de 2024

dissidentvoice.org

Los últimos cinco meses han sido clarificadores.

Lo que se suponía oculto ha salido a la luz. Lo que se suponía oscuro ha quedado nítidamente enfocado.

La democracia liberal no es lo que parece.

Siempre se ha definido a sí misma en contraste con lo que dice no ser. Donde otros regímenes son salvajes, ella decía ser humanitaria. Donde otros son autoritarios, es abierta y tolerante. Donde otros son criminales, es respetuosa con la ley. Cuando otros son beligerantes, busca la paz. O eso dicen los manuales de la democracia liberal.

Pero, ¿cómo mantener la fe cuando las principales democracias liberales del mundo – invariablemente denominadas «Occidente» – son cómplices del crimen de crímenes: el genocidio?

No sólo una infracción de la ley o un delito menor, sino el exterminio de un pueblo. Y no sólo de forma rápida, antes de que la mente tenga tiempo de asimilar y sopesar la gravedad y el alcance del crimen, sino a cámara lenta, día tras día, semana tras semana, mes tras mes.

¿Qué clase de sistema de valores puede permitir durante cinco meses el aplastamiento de niños bajo los escombros, la destrucción de cuerpos frágiles, la desaparición de bebés, y seguir afirmando que es humanitario, tolerante y que busca la paz?

Y no sólo permitir todo esto, sino colaborar activamente en ello. Suministrar las bombas que vuelan en pedazos a esos niños o derriban casas sobre ellos, y romper los lazos con la única agencia de ayuda que puede esperar mantenerlos con vida.

La respuesta, al parecer, es el sistema de valores de Occidente.

La máscara no sólo ha caído, sino que ha sido arrancada. Lo que hay debajo es realmente horrible.

La depravación a la vista

Occidente intenta desesperadamente salir adelante. Cuando la depravación occidental se manifiesta plenamente, la mirada del público tiene que dirigirse firmemente a otra parte: a los verdaderamente malvados.

Se les da un nombre. Es Rusia. Es Al Qaeda y el Estado Islámico. Es China. Y ahora mismo, es Hamás.

Tiene que haber un enemigo. Pero esta vez, la propia maldad de Occidente es tan difícil de disimular, y el enemigo tan insignificante -unos pocos miles de combatientes bajo tierra dentro de una prisión asediada durante 17 años- que la asimetría es difícil de ignorar. Las excusas son difíciles de tragar.

¿Es Hamás realmente tan malvado, tan astuto, una amenaza tan grande que requiere una matanza masiva? ¿Cree Occidente realmente que el atentado del 7 de octubre justifica el asesinato, la mutilación y la orfandad de muchas, muchas decenas de miles de niños como respuesta?

Para erradicar tales pensamientos, las élites occidentales han tenido que hacer dos cosas. En primer lugar, han intentado persuadir a sus públicos de que los actos en los que colaboran no son tan malos como parecen. Y luego, que el mal perpetrado por el enemigo es tan excepcional, tan inconcebible, que justifica una respuesta del mismo tipo.

Ese es exactamente el papel que han desempeñado los medios de comunicación occidentales en los últimos cinco meses.

Israel mata de hambre

Para entender cómo se está manipulando a la opinión pública occidental, basta con echar un vistazo a la cobertura -especialmente de aquellos medios más estrechamente alineados no con la derecha sino con valores supuestamente liberales.

¿Cómo han tratado los medios de comunicación a los 2,3 millones de palestinos de Gaza que mueren gradualmente de hambre por el bloqueo de la ayuda israelí, una acción que carece de cualquier propósito militar obvio más allá de infligir una venganza salvaje a los civiles palestinos? Después de todo, los combatientes de Hamás sobrevivirán a los jóvenes, los enfermos y los ancianos en cualquier guerra de desgaste de estilo medieval que niegue a Gaza alimentos, agua y medicinas.

Un titular del New York Times, por ejemplo, decía a sus lectores el mes pasado: «El hambre acecha a los niños de Gaza», como si se tratara de una hambruna en África -un desastre natural o una catástrofe humanitaria inesperada- y no de una política declarada de antemano y cuidadosamente orquestada por las altas esferas de Israel.

El Financial Times ofreció el mismo perverso encuadre: «El hambre acecha a los niños del norte de Gaza«.

Pero el hambre no es un actor en Gaza. Israel lo es. Israel ha decidido matar de hambre a los niños de Gaza. Renueva esa política cada día, plenamente consciente del terrible precio que está infligiendo a la población.

Como advirtió el director de Medical Aid for Palestinians sobre los acontecimientos en Gaza: «Los niños están muriendo de hambre al ritmo más rápido que el mundo haya visto jamás«.

La semana pasada, Unicef, el fondo de emergencia de las Naciones Unidas para la infancia, declaró que un tercio de los niños menores de dos años del norte de Gaza sufrían desnutrición aguda. Su directora ejecutiva, Catherine Russell, fue clara: «Un alto el fuego humanitario inmediato sigue siendo la única oportunidad de salvar la vida de los niños y poner fin a su sufrimiento«.

Si fuera realmente el hambre el que acecha, en lugar de Israel el que impone el hambre, la impotencia de Occidente sería más comprensible. Que es lo que los medios de comunicación presumiblemente quieren que sus lectores deduzcan.

Pero Occidente no es impotente. Está permitiendo este crimen contra la humanidad -día tras día, semana tras semana- al negarse a ejercer su poder para castigar a Israel, o incluso amenazar con castigarlo, por bloquear la ayuda.

No sólo eso, sino que Estados Unidos y Europa han ayudado a Israel a matar de hambre a los niños de Gaza negando financiación a la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), el principal salvavidas humanitario del enclave.

Todo esto queda oculto -se pretende que quede oculto- por titulares que trasladan la responsabilidad de los niños hambrientos a un sustantivo abstracto en lugar de a un país con un ejército numeroso y vengativo.

Ataque a un convoy de ayuda

Esta distracción está en todas partes, y es totalmente intencionada. Todos los medios de comunicación occidentales lo utilizan. Fue demasiado visible cuando un convoy de ayuda llegó el mes pasado a la ciudad de Gaza, donde los niveles de hambruna inducida por Israel son más extremos.

En lo que los palestinos han dado en llamar la «Masacre de la Harina«, Israel disparó contra grandes multitudes que intentaban desesperadamente conseguir paquetes de comida de un convoy de ayuda poco frecuente para alimentar a sus familias hambrientas. Más de 100 palestinos murieron por los disparos, o aplastados por los tanques israelíes o atropellados por los camiones que huían del lugar. Muchos cientos más resultaron gravemente heridos.

Fue un crimen de guerra israelí -disparar contra civiles- que se sumó a un crimen israelí contra la humanidad: matar de hambre a dos millones de civiles.

El ataque israelí contra quienes esperaban ayuda no fue un hecho aislado. Se ha repetido varias veces, aunque apenas se sepa, dada la escasez de noticias.

La depravación de utilizar los convoyes de ayuda como trampas para atraer a los palestinos a la muerte es casi inabarcable.

Pero esa no es la razón por la que los titulares que dieron la bienvenida a este horrible incidente ocultaron o suavizaron de manera tan uniforme el crimen de Israel.

Para cualquier periodista, el titular debería haberse escrito solo: «Israel acusado de matar a más de 100 personas mientras una multitud espera ayuda en Gaza«. O: «Israel dispara contra una multitud que espera ayuda alimentaria. Cientos de muertos y heridos«.

Pero eso habría transferido con exactitud la autoría a Israel -el ocupante de Gaza durante más de medio siglo, y su asediador durante los últimos 17 años- de las muertes de quienes ha estado ocupando y asediando. Algo inconcebible para los medios de comunicación occidentales.

Así que hubo que desplazar el foco a otra parte.

Contorsiones de la BBC

Las contorsiones de The Guardian fueron especialmente espectaculares: «Biden dice que las muertes relacionadas con la ayuda alimentaria en Gaza complican las conversaciones sobre el alto el fuego«.

La masacre perpetrada por Israel desapareció como misteriosas «muertes relacionadas con la ayuda alimentaria», que a su vez pasaron a un segundo plano ante el interés de The Guardian por las consecuencias diplomáticas.

El titular llevó a los lectores a suponer que las verdaderas víctimas no eran los cientos de palestinos asesinados y mutilados por Israel, sino los rehenes israelíes cuyas posibilidades de ser liberados se habían «complicado» por las «muertes relacionadas con la ayuda alimentaria».

El titular de un análisis de la BBC sobre el mismo crimen de guerra -ahora reformulado como una «tragedia» sin autor- repetía el truco del New York Times: «La tragedia del convoy de ayuda muestra que el miedo a la inanición persigue a Gaza«.

Otra de las maniobras favoritas, de la que también fue pionero The Guardian, consistió en diluir la responsabilidad de un claro crimen de guerra. Su titular de portada decía: «Más de 100 palestinos mueren en el caos que rodea al convoy de ayuda a Gaza«.

Una vez más, Israel fue eliminado de la escena del crimen. De hecho, lo que es peor, también se eliminó la escena del crimen. Los palestinos «murieron» aparentemente por la mala gestión de la ayuda. Quizá la culpa fue de la UNRWA.

El caos y la confusión se convirtieron en eslóganes útiles para los medios de comunicación deseosos de ocultar la culpabilidad. The Washington Post declaró: «El caótico reparto de ayuda se vuelve mortal mientras funcionarios israelíes y gazatíes se echan la culpa». La CNN siguió la misma línea, degradando un crimen de guerra a un «incidente caótico».

Pero incluso estos fallos fueron preferibles al rápido desinterés de los medios de comunicación a medida que las masacres israelíes de palestinos en busca de ayuda se convertían en rutina y, por tanto, en algo más difícil de desmitificar.

Pocos días después de la Masacre de la Harina, un ataque aéreo israelí contra un camión de ayuda en Deir al-Balah mató al menos a nueve palestinos, mientras que la semana pasada más de 20 palestinos hambrientos murieron por disparos de helicópteros israelíes mientras esperaban ayuda.

Las masacres «relacionadas con la ayuda alimentaria» -que rápidamente se habían normalizado tanto como las invasiones israelíes de hospitales- ya no merecían una atención seria. Una búsqueda sugiere que la BBC se las arregló para evitar dar una cobertura significativa a cualquiera de los incidentes a través de Internet.

La teatralidad de las entregas de alimentos

Mientras tanto, los medios de comunicación han ayudado hábilmente a Washington en sus diversas desviaciones del crimen de lesa humanidad cometido por Israel al imponer una hambruna en Gaza, agravada por la desfinanciación por parte de Estados Unidos y Europa de la UNRWA, la única agencia que podría mitigar esa hambruna.

Los locutores británicos y estadounidenses se unieron entusiasmados a los equipos aéreos mientras sus ejércitos sobrevolaban las playas de Gaza con aviones panzudos, a un gran coste, para dejar caer comidas precocinadas a algunos de los hambrientos palestinos.

Teniendo en cuenta que se necesitan cientos de camiones de ayuda al día sólo para evitar que Gaza se hunda en la hambruna, los lanzamientos no fueron más que una representación teatral. En el mejor de los casos, cada una de ellas entregó un único camión de ayuda, y sólo si las cajas no acababan cayendo al mar o matando a los palestinos a los que debían beneficiar.

La operación merecía poco más que el ridículo.

En su lugar, las dramáticas imágenes de heroicos aviadores, intercaladas con expresiones de preocupación por las dificultades de abordar la «crisis humanitaria» en Gaza, distrajeron útilmente la atención de los espectadores no sólo de la inutilidad de las operaciones, sino del hecho de que, si Occidente estuviera realmente decidido a ayudar, podría obligar a Israel a permitir la entrada de una ayuda mucho más abundante por tierra en cualquier momento.

Los medios de comunicación se vieron igualmente arrastrados por el segundo plan, aún más extravagante, de la administración Biden para ayudar a los hambrientos palestinos. Estados Unidos va a construir un muelle flotante temporal frente a la costa de Gaza para que los envíos de ayuda puedan llegar desde Chipre.

Las lagunas de la trama eran enormes. La construcción del muelle llevará dos meses o más, cuando la ayuda se necesita ya. En Chipre, al igual que en los pasos fronterizos terrestres de Gaza, Israel se encargará de las inspecciones, la principal causa de los retrasos.

Y si Estados Unidos piensa ahora que Gaza necesita un puerto, ¿por qué no se pone también a trabajar en uno más permanente?

La respuesta, por supuesto, podría recordar al público la situación anterior al 7 de octubre, cuando Gaza estaba sometida a un asfixiante asedio de 17 años por parte de Israel, el contexto del ataque de Hamás que los medios de comunicación occidentales nunca encuentran el espacio para mencionar.

Durante décadas, Israel ha negado a Gaza cualquier conexión con el mundo exterior que no pueda controlar, impidiendo incluso la construcción de un puerto marítimo y bombardeando el único aeropuerto del enclave allá por 2001, poco después de su inauguración.

Y sin embargo, al mismo tiempo, la insistencia de Israel en que ya no ocupa Gaza -sólo porque lo ha hecho a distancia desde 2005- se acepta sin cuestionamientos en la cobertura mediática.

Una vez más, Estados Unidos tiene una influencia decisiva sobre Israel, su Estado cliente, en caso de que decida ejercerla, sobre todo miles de millones en ayuda y el veto diplomático que ejerce con tanta regularidad en nombre de Israel.

La pregunta que deben hacerse los medios de comunicación en cada artículo sobre la «hambruna que acecha a Gaza» es por qué Estados Unidos no utiliza esa influencia.

En un típico artículo sin aliento titulado «Cómo el ejército estadounidense planea construir un muelle y llevar alimentos a Gaza», la BBC ignoró el panorama general para profundizar con entusiasmo en los detalles de los «enormes desafíos logísticos» y de «seguridad» a los que se enfrenta el proyecto de Biden.

El artículo repasaba precedentes, desde las operaciones de ayuda en catástrofes en Somalia y Haití hasta el desembarco del Día D en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial.

Periodistas crédulos

En apoyo de estas tácticas de distracción, los medios de comunicación también han tenido que acentuar las atrocidades del ataque de Hamás del 7 de octubre -y la necesidad de condenar al grupo en todo momento- para contrastar esos crímenes con lo que de otro modo podrían parecer atrocidades aún peores cometidas por Israel contra los palestinos.

Esto ha exigido una dosis inusualmente grande de credulidad por parte de periodistas que normalmente se presentan como escépticos empedernidos.

Bebés decapitados, o metidos en hornos, o colgados en tendederos. Ningún escándalo inventado por Hamás ha sido demasiado improbable como para que se le haya negado el tratamiento de portada, sólo para ser abandonado en silencio más tarde cuando cada uno ha resultado ser tan inventado como debería haber sonado a cualquier reportero familiarizado con la forma en que los propagandistas explotan la confusión de la guerra.

Del mismo modo, toda la prensa occidental ha ignorado deliberadamente durante meses las revelaciones de los medios de comunicación israelíes que han ido desplazando gradualmente la responsabilidad de algunos de los incidentes más horripilantes del 7 de octubre -como la quema de cientos de cadáveres- de los hombros de Hamás a los de Israel.

Aunque los medios de comunicación occidentales no destacaron la importancia de sus declaraciones, el portavoz israelí Mark Regev admitió que el número de muertos israelíes del 7 de octubre tuvo que reducirse en 200 porque muchos de los restos calcinados resultaron ser combatientes de Hamás.

Los testimonios de comandantes y oficiales israelíes muestran que, cegadas por el ataque de Hamás, las fuerzas israelíes atacaron salvajemente con proyectiles de tanque y misiles Hellfire, incinerando indiscriminadamente a combatientes de Hamás y a sus cautivos israelíes. Los coches quemados amontonados como símbolo visual del sadismo de Hamás son, de hecho, prueba, en el mejor de los casos, de la incompetencia de Israel y, en el peor, de su salvajismo.

El protocolo militar secreto que dirigió la política de tierra quemada de Israel el 7 de octubre -el notorio procedimiento Aníbal para impedir que ningún israelí fuese hecho cautivo- parece no haber merecido mención ni por parte de The Guardian ni de la BBC en su exhaustiva cobertura del 7 de octubre.

A pesar de su interminable revisión de los acontecimientos del 7 de octubre, ninguno de los dos ha considerado oportuno informar sobre las crecientes demandas de las familias israelíes para que se investigue si sus seres queridos fueron asesinados en virtud del procedimiento Hannibal de Israel.

Ni la BBC ni The Guardian han informado sobre los comentarios del jefe de ética del ejército israelí, el profesor Asa Kasher, lamentando que el ejército recurriera al procedimiento Hannibal el 7 de octubre, calificándolo de «horrible» e «ilegal».

Denuncias de bestialidad

En cambio, los medios de comunicación occidentales liberales han vuelto a afirmar en repetidas ocasiones que han visto pruebas -pruebas que no parecen dispuestos a compartir- de que Hamás ordenó que sus combatientes utilizaran sistemáticamente la violación como arma de guerra. La implicación apenas velada es que tales profundidades de depravación explican, y posiblemente justifican, la escala y el salvajismo de la respuesta de Israel.

Nótese que esta afirmación es muy diferente del argumento de que puede haber habido casos de violación el 7 de octubre.

Y ello por una buena razón: Hay muchos indicios de que los soldados israelíes utilizan habitualmente la violación y la violencia sexual contra los palestinos. Un informe de la ONU publicado en febrero en el que se denunciaba que soldados y oficiales israelíes habían utilizado la violencia sexual contra mujeres y niñas palestinas desde el 7 de octubre no suscitó ninguno de los titulares ni la indignación de los medios de comunicación occidentales contra Hamás.

Para sostener que Hamás cambió las reglas de la guerra ese día, se ha necesitado una desviación y un pecado mucho mayores. Y los medios de comunicación occidentales liberales han desempeñado de buen grado su papel reciclando afirmaciones de violaciones masivas y sistemáticas por parte de Hamás, combinadas con escabrosas afirmaciones de perversiones necrófilas, sugiriendo al mismo tiempo que cualquiera que pida pruebas está consintiendo tal bestialidad.

Pero las afirmaciones de los medios de comunicación liberales sobre las «violaciones masivas» de Hamás -iniciadas por un artículo del New York Times que marcaba la agenda y del que se hizo eco The Guardian semanas después- se han desmoronado al examinarlas más de cerca.

Medios independientes como Mondoweiss, Electronic Intifada, Grayzone y otros han ido desmontando poco a poco la narrativa de las violaciones masivas de Hamás.

Pero tal vez lo más perjudicial de todo ha sido una investigación de The Intercept que reveló que fueron los editores del Times quienes reclutaron a un periodista israelí novato -un ex oficial de inteligencia israelí con un historial de apoyo a declaraciones genocidas contra la población de Gaza- para hacer el trabajo de campo.

Más sorprendente aún, fueron los editores del periódico quienes le presionaron para que revelara la historia. En violación de las normas de investigación, la narración se elaboró a la inversa: se impuso desde arriba, no se descubrió mediante reportajes sobre el terreno.

Conspiración de silencio

El reportaje del New York Times apareció a finales de diciembre bajo el titular «‘Gritos sin palabras’: Cómo Hamás utilizó la violencia sexual el 7 de octubre». El seguimiento que hizo The Guardian a mediados de enero se basa tanto en el reportaje del Times que el periódico ha sido acusado de plagio. Su titular era: «Las pruebas apuntan al uso sistemático de la violación y la violencia sexual por Hamás en los atentados del 7 de octubre«.

Sin embargo, a preguntas de The Intercept, un portavoz del New York Times se retractó rápidamente de la certeza original del periódico, admitiendo en su lugar que «puede haber habido un uso sistemático de la agresión sexual«. Incluso eso parece una conclusión demasiado fuerte.

Las lagunas en la información del Times no tardaron en resultar tan evidentes que su popular podcast diario canceló un episodio dedicado a la historia tras su propia comprobación de los hechos.

La reportera novata asignada a la tarea, Anat Schwartz, ha admitido que a pesar de buscar en las instituciones pertinentes de Israel -desde instituciones médicas a centros de crisis por violación- no encontró a nadie que pudiera confirmar un solo ejemplo de agresión sexual ese día. Tampoco pudo encontrar ninguna corroboración forense.

Más tarde, en un podcast con el Canal 12 de Israel, declaró que consideraba la falta de pruebas como prueba de «una conspiración de silencio».

En cambio, el reportaje de Schwartz se basó en un puñado de declaraciones de testigos cuyas otras afirmaciones fácilmente refutables deberían haber puesto en duda su credibilidad. Peor aún, sus relatos de casos de agresión sexual no coincidían con los hechos conocidos.

Un paramédico, por ejemplo, afirmó que dos adolescentes habían sido violadas y asesinadas en el kibutz Nahal Oz. Cuando quedó claro que nadie se ajustaba a la descripción, cambió la escena del crimen al kibutz Beeri. Allí tampoco ninguno de los muertos se ajustaba a la descripción.

No obstante, Schwartz creía que por fin tenía su historia. Dijo al Canal 12: «Una persona vio lo que pasó en Be’eri, así que no puede ser sólo una persona, porque son dos chicas. Son hermanas. Está en la habitación. Hay algo sistemático, algo que me hace pensar que no es aleatorio».

Schwartz obtuvo más confirmaciones de Zaka, una organización privada ultraortodoxa de rescate, cuyos responsables ya se sabía que habían inventado las atrocidades de Hamás el 7 de octubre, incluidas las diversas denuncias de actos depravados contra bebés.

Sin pruebas forenses

Curiosamente, aunque las principales denuncias de violaciones cometidas por Hamás se han centrado en el festival de música de Nova atacado por Hamás, Schwartz se mostró inicialmente escéptica -y con razón- de que fuera el escenario de ningún acto de violencia sexual.

Como ha revelado la información israelí, el festival se convirtió rápidamente en un campo de batalla, con guardias de seguridad israelíes y Hamás intercambiando disparos y helicópteros de ataque israelíes sobrevolando en círculos y disparando a todo lo que se movía.

Schwartz concluyó: «Todos los supervivientes con los que hablé me hablaron de una persecución, de una carrera, de ir de un sitio a otro. ¿Cómo iban a tener tiempo de meterse con una mujer? O te escondes, o… o mueres. Además es público, la Nova… un espacio tan abierto».

Pero Schwartz abandonó su escepticismo en cuanto Raz Cohen, veterano de las fuerzas especiales israelíes, accedió a hablar con ella. Ya había afirmado en entrevistas anteriores, pocos días después del 7 de octubre, que había sido testigo de múltiples violaciones en Nova, incluidos cadáveres violados.

Pero cuando habló con Schwartz sólo pudo recordar un incidente: un horrible ataque en el que violaron a una mujer y luego la acuchillaron hasta matarla. Desmintiendo la afirmación central del New York Times, atribuyó la violación no a Hamás sino a cinco civiles, palestinos que entraron en tropel en Israel después de que combatientes de Hamás rompieran la valla que rodea Gaza.

En particular, Schwartz admitió al Canal 12 que ninguna de las otras cuatro personas escondidas en el monte con Cohen vio el ataque. «Todos los demás miraban en otra dirección«, dijo.

Y, sin embargo, en la historia del Times, el relato de Cohen es corroborado por Shoam Gueta, un amigo que desde entonces se ha desplazado a Gaza donde, como señala The Intercept, ha estado publicando vídeos de sí mismo rebuscando en casas palestinas destruidas.

Otro testigo, identificado únicamente como Sapir, es citado por Schwartz como testigo de la violación de una mujer en Nova al mismo tiempo que le amputa un pecho con un cúter. Ese relato se convirtió en el tema central del informe de seguimiento de The Guardian en enero.

Sin embargo, no se ha presentado ninguna prueba forense que apoye este relato.

Pero la crítica más contundente a la información del Times provino de la familia de Gal Abdush, la víctima principal del reportaje «Gritos sin palabras». Sus padres y su hermano acusaron al New York Times de inventarse la historia de que había sido violada en el festival Nova.

Momentos antes de ser asesinada por una granada, Abdush envió un mensaje a su familia en el que no mencionaba ninguna violación, ni siquiera un ataque directo contra su grupo. La familia no había oído sugerir que la violación fuera un factor en la muerte de Abdush.

Una mujer que había dado acceso al periódico a fotos y vídeos de Abdush tomados ese día dijo que Schwartz la había presionado para que lo hiciera con el argumento de que ayudaría a la «hasbara israelí», término que significa propaganda diseñada para influir en audiencias extranjeras.

Schwartz citó al Ministerio de Bienestar israelí para afirmar que había cuatro supervivientes de agresiones sexuales desde el 7 de octubre, aunque el Ministerio no ha dado más detalles.

A principios de diciembre, antes del artículo del Times, funcionarios israelíes prometieron que habían «reunido decenas de miles» de testimonios de violencia sexual cometida por Hamás. Ninguno de esos testimonios se ha materializado.

Ninguno lo hará nunca, según la conversación de Schwartz con el Canal 12. «No hay nada. No se recogieron pruebas en el lugar de los hechos», afirmó.

No obstante, los funcionarios israelíes siguen utilizando los informes del New York Times, The Guardian y otros para tratar de intimidar a los principales organismos de derechos humanos para que acepten que Hamás utilizó la violencia sexual de forma sistemática.

Lo que puede explicar por qué los medios de comunicación aprovecharon con entusiasmo la oportunidad de resucitar su desgastada narrativa cuando la funcionaria de la ONU Pramila Patten, su representante especial sobre violencia sexual en los conflictos, se hizo eco de algunas de sus desacreditadas afirmaciones en un informe publicado este mes.

Los medios de comunicación ignoraron alegremente el hecho de que Patten no tenía ningún encargo de investigación y que dirige lo que en realidad es un grupo de defensa dentro de la ONU. Mientras que Israel ha obstruido los organismos de la ONU que sí tienen poderes de investigación, dio la bienvenida a Patten, presumiblemente suponiendo que sería más flexible.

De hecho, no hizo más que repetir las mismas afirmaciones no demostradas de Israel que constituyeron la base de los desacreditados informes del Times y el Guardian.

Retractación de las declaraciones

Aun así, Patten incluyó importantes advertencias en la letra pequeña de su informe que los medios de comunicación no quisieron pasar por alto.

En una conferencia de prensa, reiteró que no había visto pruebas de un patrón de conducta por parte de Hamás, o del uso de la violación como arma de guerra – las mismas afirmaciones que los medios de comunicación occidentales habían estado subrayando durante semanas.

En el informe concluyó que era incapaz de «establecer la prevalencia de la violencia sexual». Además, admitió que no estaba claro si los actos de violencia sexual ocurridos el 7 de octubre eran responsabilidad de Hamás o de otros grupos o individuos.

Todo esto fue ignorado por los medios de comunicación. De forma típica, un artículo de The Guardian sobre su informe afirmaba erróneamente en su titular: «La ONU encuentra ‘información convincente’ de que Hamás violó y torturó a rehenes israelíes».

La principal fuente de información de Patten, admitió, fueron las «instituciones nacionales» israelíes, funcionarios del Estado que tenían todos los incentivos para engañarla en favor de los objetivos bélicos del país, como habían hecho antes con unos medios de comunicación complacientes.

Como ha señalado el académico judío estadounidense Normal Finkelstein, Patten también se basó en material de fuentes abiertas: 5.000 fotos y 50 horas de vídeo de cámaras corporales, cámaras de salpicadero, teléfonos móviles, CCTV y cámaras de vigilancia del tráfico. Y, sin embargo, esas pruebas visuales no arrojaron ni una sola imagen de violencia sexual. O, como dijo Patten: «No se pudieron identificar indicios tangibles de violación«.

Admitió que no había visto ninguna prueba forense de violencia sexual y que no había conocido a ninguna superviviente de violación o agresión sexual.

Y señaló que los testigos y fuentes con los que habló su equipo -las mismas personas en las que se habían basado los medios de comunicación- resultaron poco fiables. Con el tiempo, adoptaron un enfoque cada vez más cauteloso y circunspecto en relación con relatos anteriores, e incluso, en algunos casos, se retractaron de declaraciones hechas anteriormente».

Colusión en el genocidio

Si algo se ha descubierto que es sistemático, son los fallos en la cobertura de los medios de comunicación occidentales de un genocidio plausible que se está desarrollando en Gaza.

La semana pasada, un análisis computacional de la información del New York Times reveló que seguía centrándose en gran medida en las perspectivas israelíes, incluso cuando la relación de víctimas mortales mostraba que Israel había matado a 30 veces más palestinos en Gaza de los que Hamás había matado a israelíes el 7 de octubre.

El periódico citaba muchas más veces a israelíes y estadounidenses que a palestinos, y cuando se hacía referencia a los palestinos era invariablemente en voz pasiva.

En Gran Bretaña, el Centro de Seguimiento de los Medios de Comunicación del Consejo Musulmán de Gran Bretaña ha analizado casi 177.000 fragmentos de programas de televisión que cubren el primer mes tras el atentado del 7 de octubre. Según este estudio, los puntos de vista israelíes eran tres veces más frecuentes que los palestinos.

Un estudio similar realizado por el Glasgow Media Group reveló que los periodistas utilizaban habitualmente un lenguaje condenatorio para referirse a los asesinatos de israelíes – «asesinato», «asesinato en masa», «asesinato brutal» y «asesinato despiadado»-, pero nunca cuando Israel mataba a palestinos. «Masacres», «atrocidades» y «matanzas» sólo se llevaban a cabo contra israelíes, no contra palestinos.

Ante un caso verosímil de genocidio -que ha sido televisado durante meses-, incluso los elementos liberales de los medios de comunicación occidentales han demostrado que no tienen un compromiso serio con los valores democráticos liberales que supuestamente deben defender.

No son vigilantes del poder, ni del poder del ejército israelí ni de los Estados occidentales que colaboran en la matanza de Israel. Más bien, los medios de comunicación son fundamentales para hacer posible la connivencia. Están ahí para disfrazarla y blanquearla, para que parezca aceptable.

De hecho, la verdad es que, sin esa ayuda, los aliados de Israel habrían sido avergonzados hace mucho tiempo para que actuaran, para que detuvieran la matanza y la hambruna. Las manos de los medios de comunicación occidentales están manchadas con la sangre de Gaza.

– Publicado por primera vez en Declassified UK

Jonathan Cook es un periodista británico pluripremiado. Lleva 20 años en Nazaret, Israel. Vuelve al Reino Unido en 2021.Es autor de tres libros sobre el conflicto israelo-palestino: Sangre y religión: El desenmascaramiento del Estado judío (2006); Israel y el choque de civilizaciones: Irak, Irán y el plan para rehacer Oriente Próximo (2008); La desaparición de Palestina: Los experimentos de Israel con la desesperación humana (2008)

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