Albert Camus: Reflexión sobre una democracia sin catecismo

Artículo de Albert Camus publicado en La Gauche, n.º 4, 1 de julio de 1948, p. 1.

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«La Gauche» tiene el honor de publicar en este número un artículo escrito para ustedes por Albert Camus. Nadie ignora, ni en Francia ni en el extranjero, el talento y la calidad intelectual del novelista, dramaturgo y moralista de «El extranjero», «La peste», «Calígula» y «El mito de Sísifo ».

Que Albert Camus se adhiera o no al R.D.R., poco importa. Es uno de esos hombres libres que están de acuerdo con nosotros en la necesidad de abrir nuevos caminos al pensamiento de izquierda, de entablar debates entre todos aquellos que no aceptan ni la podredumbre ni el conformismo. En este periódico tenemos la ambición de dar la palabra a todos aquellos que, por su obra, por su posición política, filosófica o moral, han manifestado su voluntad, con todos sus matices y divergencias de pensamiento, de trabajar por la transformación profunda de un mundo mal hecho, de luchar contra la injusticia y la opresión en todas sus formas.

El R.D.R. ya tuvo la suerte de contar entre sus primeros fundadores con dos grandes escritores como Jean-Paul Sartre y David Rousset. Ahora es la voz de Albert Camus la que se alza entre ustedes. Lo que dice aquí puede suscitar, sin duda debe suscitar, el debate. Eso es lo que queremos. «La Gauche», que espera convertirse en octubre en el gran semanario político, social y cultural de la democracia revolucionaria en Francia y en Europa, acogerá en sus columnas a todos los hombres libres y a todos los militantes para quienes el R.D.R. y sus órganos pretenden ser un nuevo hogar.

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A VECES reflexiono, a falta de algo mejor, sobre la democracia (en el metro, naturalmente). Sabemos que existe cierta confusión en las mentes con respecto a este útil concepto. Y como me gusta reunirme con el mayor número posible de personas, busco definiciones que puedan ser aceptables para la mayoría. No es fácil y no me jacto de haberlo conseguido. Pero me parece que se pueden llegar a algunas aproximaciones útiles. Para ser breve, aquí tiene una de ellas: la democracia es el ejercicio social y político de la modestia. Queda por explicarlo.

Conozco dos tipos de razonamientos reaccionarios. (Como hay que precisarlo todo, convengamos en llamar reaccionaria a toda actitud que tenga por objeto aumentar indefinidamente las servidumbres políticas y económicas que pesan sobre los hombres). Estos dos razonamientos van en sentido contrario, pero tienen en común el expresar una certeza absoluta. El primero consiste en decir: «Nunca se cambiará nada en los hombres». » Conclusión: las guerras son inevitables, la servidumbre social está en la naturaleza de las cosas, dejemos que los fusiladores fusilen y cultivemos nuestro jardín (a decir verdad, se trata generalmente de un parque). El otro consiste en decir: «Se puede cambiar a los hombres. Pero su liberación depende de tal factor y hay que actuar de tal manera para hacerles el bien. Conclusión: es lógico oprimir: 1) a quienes piensan que no es posible ningún cambio; 2) a quienes no están de acuerdo con el factor; 3) a quienes, aunque están de acuerdo con el factor, no lo están con los medios destinados a modificarlo; 4) a todos aquellos, en general, que piensan que las cosas no son tan sencillas.

En total, tres cuartas partes de los hombres.

En ambos casos, nos encontramos ante una simplificación obstinada del problema. En ambos casos, se introduce en el problema social una fijeza o un determinismo absoluto que no puede razonablemente encontrarse en él. En ambos casos, hay suficiente convicción para hacer que la historia se desarrolle según estos principios, y para justificar o exacerbar el sufrimiento humano. Estas mentes, tan diferentes pero cuya convicción resiste igualmente la desgracia ajena, merecen mi admiración. Pero debemos al menos llamarlas por su nombre y decir lo que son y de lo que son incapaces. Por mi parte, digo que son mentes orgullosas y que pueden lograr cualquier cosa menos la liberación humana y una verdadera democracia. Hay una frase que Simone Weil tuvo el valor de escribir, y que, por su vida y su muerte, tenía derecho a escribir: «¿Quién puede admirar a Alejandro con toda su alma, a menos que tenga un alma vil?». «Sí, ¿quién puede sopesar las mayores conquistas de la razón o la fuerza frente al inmenso sufrimiento que representan, si no tiene un corazón ciego a la más simple compasión y una mente apartada de toda justicia?»

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Por eso me parece que la democracia, ya sea social o política, no puede basarse en una filosofía política que pretenda saberlo todo y resolverlo todo, del mismo modo que hasta ahora no ha podido basarse en una moral de conservación absoluta. La democracia no es el mejor de los regímenes. Es el menos malo. Hemos probado un poco de todos los regímenes y ahora lo sabemos. Pero este régimen solo puede ser concebido, creado y sostenido por hombres que saben que no lo saben todo, que se niegan a aceptar la condición proletaria y que nunca se conformarán con la miseria de los demás, sino que, precisamente, se niegan a agravar esa miseria en nombre de una teoría o de un mesianismo ciego.

El reaccionario del antiguo régimen afirmaba que la razón no resolvería nada. El reaccionario del nuevo régimen cree que la razón lo resolverá todo. El verdadero demócrata cree que la razón puede esclarecer un gran número de problemas y resolver casi todos ellos. Pero no cree que reine, como única señora, sobre el mundo entero. El resultado es que el demócrata es modesto. Admite cierta ignorancia, reconoce el carácter en parte aventurero de su esfuerzo y que no todo le es dado. Y a partir de esta admisión, reconoce que necesita consultar a los demás, completar lo que sabe con lo que ellos saben. Solo se reconoce a sí mismo como delegado de los demás y sometido a su acuerdo constante. Sea cual sea la decisión que tenga que tomar, admite que los demás, para quienes se ha tomado esa decisión, puedan juzgarla de otra manera y hacérselo saber. Dado que los sindicatos están hechos para defender a los proletarios, sabe que son los sindicalistas quienes, al confrontar sus opiniones, tienen más posibilidades de adoptar la mejor táctica.

La verdadera democracia siempre se refiere a la base, porque supone que ninguna verdad en este orden es absoluta y que varias experiencias humanas, sumadas unas a otras, representan una aproximación a la verdad más valiosa que una doctrina coherente, pero falsa. La democracia no defiende una idea abstracta ni una filosofía brillante, defiende a los demócratas, lo que supone que les pide que decidan los medios más adecuados para garantizar su defensa.

Entiendo perfectamente que una concepción tan prudente no está exenta de peligro. Entiendo perfectamente que la mayoría puede equivocarse en el momento en que la minoría ve las cosas con claridad. Por eso digo que la democracia no es el mejor régimen. Pero hay que sopesar los peligros de esta concepción y los que se derivan de una filosofía política que lo somete todo. La experiencia nos enseña que es mejor aceptar una ligera pérdida de velocidad que dejarse arrastrar por un torrente furioso. Por lo demás, esa misma modestia supone que la minoría puede hacerse oír y que se tendrán en cuenta sus opiniones. Por eso digo que la democracia es el menos malo de los regímenes.

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No todo está resuelto a partir de ahí. Por eso esta definición no es definitiva. Pero permite examinar con precisión los problemas que nos acucian y cuyo principio se refiere a la idea de revolución y al concepto de violencia. Pero permite negar al dinero y a la policía el derecho a llamar democracia a lo que no lo es. Nos alimentan con mentiras todo el día, gracias a una prensa que es la vergüenza de este país. Cualquier pensamiento, cualquier definición que pueda contribuir a esta mentira o alimentarla es hoy imperdonable. Basta decir que, al definir una serie de palabras clave, al hacerlas lo suficientemente claras hoy para que sean eficaces mañana, trabajamos por la liberación y hacemos nuestro trabajo.

Albert CAMUS

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