Por Julian Rose, 12 de noviembre de 2016
Así que después de lo que parecía un destacado acto de resistencia, la Región Valona optó por ceder. En ese acto de resistencia se encontraban los agravios sufridos por millones de europeos, no solamente de los agricultores valones sino también de los defensores de los derechos humanos. Todos estuvimos esperando, con el corazón en vilo, deseando que esta pequeña región francófona de Bélgica se mantuviera firme y desafiara el insensible poder hegemónico de las Corporaciones.
Pero parece que no pudo ser: la pelota rebotó en el muro y siguió cuesta abajo. Esta particular línea de resistencia carecía de la suficiente robustez como para hacer que el CETA cayese de rodillas. Si bien se ha conseguido avanzar en algunos compromisos, y al suponer un obstáculo es posible que resulte en algo significativo en los próximos meses.
Justo antes del plantón de Valonia, todos los Estados de la UE nos ofrecieron una muestra de capitulación, de modo que el status quo quedaba sin modificar, una desgana colectiva que no pretendía ofrecer ningún tipo de resistencia ante este acuerdo comercial tan bochornoso.
Es importante reconocer la enorme brecha que se ha abierto entre la voz de las gentes y la instituciones políticas que dicen representarlas. Cerca de 3,5 millones de personas han firmado una petición exigiendo el cese de las negociaciones secretas que constituyen la base de este acuerdo comercial entre Canadá y la UE. Casi la misma cantidad de los que se expresaron en contra de ese otro acuerdo más conocido, el TTIP. Sin embargo, este número sin precedentes de voces fue completamente ignorado por los Jefes de Estado de la UE.
Esto ofrece una vívida imagen de hasta qué punto “la solidaridad entre ladrones” opera en las endogámicas instituciones de la Unión Europea. Y por supuesto, lo mismo podemos decir del otro lado del Atlántico.
Lo que estamos presenciando es el colapso casi completo de este marco político Democrático, un marco en el que las voces de los ciudadanos fueron antaño reconocidas como la piedra angular de los Estados autónomos. Y desde el punto de vista de sus gentes, también representa una desafección que crece rápidamente a medida que también lo hace la Ideología Neoliberal de libre mercado, que durante tanto tiempo se ha destacado como la pieza central de la “Economía progresista” de Occidente.
Entonces, ¿qué va a pasar a partir de ahora con el acuerdo CETA?
Sin embargo, su paso para convertirse en una entidad legal no parece tan firme y seguro : ya hay toda una plétora de zonas libres de este tipo de tratados comerciales en diferentes zonas de toda Europa, del mismo modo que están surgiendo zonas libres de transgénicos, lo cual no es algo sorprendente, porque de transgénicos se inundaría Europa de firmarse los acuerdos TTIP o CETA.
El secreto es el sello distintivo que rodea las negociaciones, pero también es sello distintivo la resistencia que han demostrado los europeos frente a los transgénicos. No van a decirnos lo que han estado negociando, porque saben que es algo inaceptable para la mayoría de las gentes de Europa.
En este contexto de creciente hostilidad a estos acuerdos comerciales, el Tratado CETA está siendo examinado ahora por el Parlamento Europeo, y después requerirá la aprobación de los Parlamentos de cada uno de los Estados miembros, incluidas unas diez autoridades parlamentarias regionales. Esto es algo significativo, porque las concesiones que ha conseguido arrancar Valonia han sentado un precedente para otras autoridades para exigir también concesiones similares, lo cual podría convertir pronto al acuerdo en inviable.
Valonia, a pesar de ceder, ya ha declarado que no aceptará el acuerdo en su forma actual, señalando el Tribunal Corporativo como un importante obstáculo en el camino.
Aún más relevante es la promesa de Bélgica de llevar a ese Tribunal Corporativo recogido en los tratados TTIP y CETA ante el Tribunal de Justicia Europeo, a fin de establecer si sería legal dentro de la Constitución Europea. Esto parece ser algo muy interesante.
No es el momento de renunciar a las presiones ciudadanas para acabar con este tratado infame. Es necesario mantener las voces en alto, apoyando algo muy distinto: un Comercio que respete los derechos humanos y las preocupaciones ambientales, eso para empezar. Pero también de las preocupaciones sociales y una distribución equitativa de la riqueza. Esto pone en evidencia ese absurdo de comerciar productos y alimentos similares procedentes de varios miles de kilómetros, cuando se puede acceder a ellos dentro del mismo país, con un recurrido de unos pocos kilómetros. Y se debe poner fin a esa insistencia en la competitividad global, que no es otra cosa que hacer que otros fracasen para que prosperen los intereses propios.
No hay motivos para desanimarse, pero necesitamos ir unidos en el camino de las reformas radicales, que pronto serán imparables.
Este artículo se publicó por primera vez en www.connorpost.com
Julian Rose es un pionero de la agricultura ecológica en Gran Bretaña. Es escritor, activista y Presidente de la coalición internacional para proteger el campo polaco. Es autor de varios destacados libros: “Cambiando el rumbo de la vida” y “En defensa de la vida”.
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