Las guerras, las pestes, incluso el cambio climático, son nimiedades en comparación con la destrucción del suelo
Por George Monbiot, 25 de marzo de 2015
Imaginemos un mundo en el que no existiese la amenaza del cambio climático, ni problemas en acceso al agua, ni resistencia a los antibióticos, ni problemas relacionados con la obesidad, ni terrorismo ni guerras. ¿Seguro que en esas circunstancias estaríamos libres de peligros? No. Incluso si el resto de problemas que hemos citado no se diesen, tendríamos que hacer frente a otro, que sin embargo se sigue considerando como algo marginal e irrelevante, del que pueden pasar meses sin que se recuerde en ningún periódico.
Se encuentra, literalmente, y también metafóricamente, bajo nuestros pies. La mayoría de los medios de comunicación, a juzgar por la escasa importancia que le dan, lo deben considerar como algo no digno de tenerse en cuenta. Pero la vida humana depende de él. Esto es algo que se sabe desde hace mucho tiempo pero que a menudo olvidamos. En un texto sánscrito del año 1500 a. de C. ya se decía:
“De este puñado de tierra depende nuestra superviviencia. Sobre él nuestro alimento, nuestro combustible y nuestro refugio. Nos rodea de belleza. Si abusamos de él, el suelo acabará por destruirse, y con él la humanidad entera”.
Esto no es algo que haya cambiado con el paso del tiempo, pero parece que estamos comprometidos en una guerra de destrucción del suelo, que de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación, en el mundo, de promedio, sólo disponemos de 60 años más para que nuestros cultivos sigan desarrollándose. Incluso en Gran Bretaña, que se encuentra a salvo de lluvias torrenciales que nos despojen del suelo, los informes de Farmers Weekly dicen que “el suelo sólo puede soportar unas 100 cosechas más”.
Para atender a la creciente demanda mundial de alimentos, la ONU estima que cada año se necesitarán 6 millones de hectáreas de nuevas tierras de cultivo. Sin embargo, cada año se pierden 12 millones de hectáreas debido a la degradación del suelo. Se destruyen las selvas tropicales y otros valiosos hábitats.
El suelo es un medio casi mágico, un sistema vivo que transforma los materiales y los pone a disposición de las plantas. El suelo contiene más microorganismos que todas las personas que han vivido sobre la tierra. Sin embargo, lo tratamos con desprecio.
Las técnicas agrícolas que se decía iban a alimentar al mundo, ahora nos amenazan con traernos el hambre. En un reciente artículo publicado en la revista Antropoceno, en el que se publicaban los resultados de un análisis realizado en los sedimentos de un lago francés, se dice que la intensificación de la agricultura desde el siglo pasado ha aumentado en 60 veces la tasa de erosión del suelo.
En otro documento, elaborado por investigadores del Reino Unido, se revela que los pequeños huertos que se cultivan a mano tienen un tercio más de carbono orgánico que los suelos agrícolas, y un 25% más de nitrógeno. Esta es una de las razones por las que los pequeños agricultores producen entre 4 y 11 veces más que las grandes explotaciones agrícolas.
Cada vez que menciono este asunto, la gente pregunta: “¿Pero no es cierto que los agricultores tienen interés en cuidar el suelo?. Algunos lo hacen, y los hay excelentes que mantienen el suelo. Pero también los hay en sentido contrario, que sólo pretenden la obtención de rápidos beneficios al coste que sea. Incluso los buenos agricultores a menudo se ven sujetos a impedimentos por un sistema económico y político que parece estar diseñado para crear frustraciones.
Este es el Año Internacional de los suelos, pero seguramente que usted no lo sabía. En el mes de enero, el Gobierno de Westminster publicó un conjunto de normas sobre el suelo, algo mejores que las anteriores, pero insuficientes para afrontar la magnitud del problema: sólo una pequeña multa en forma de recibir menos subvenciones públicas. Sin embargo, esta patética guía fue considerada como algo intolerable por la Unión Nacional de Agricultores, que presentó sus amargas quejas. Parece que su única pretensión fuera la de frenar cualquier cambio que pudiera ser positivo.
En pocos sitios se celebró con tanta alegría la supresión de la normativa europea sobre el suelo que en la Unión Nacional de Agricultores, la única normativa que contenía medidas para frenar la erosión del suelo. La Unión Nacional de Agricultores, con el apoyo del Gobierno, ha luchado durante más de ocho años para derogarla, y lo festejaron cuando lo consiguieron. Mirando hacia atrás estos acontecimientos, nos parece que refleja muy bien los tiempos en que vivimos.
Poco después, el Ministro de Economía, Matthew Hancock, anunció quiénes serían los encargos de llevar a cabo las reformas: las asociaciones comerciales serían capaces de hacer cumplir las regulaciones en sus respectivos sectores. La Asociación Nacional de Agricultores fue de las primeras en obtener este privilegio. Hancock explicó que “forma parte de nuestra agenda a favor del mundo empresarial, que de forma inequívoca aumenta la seguridad financiera del pueblo británico”. Pero no aumenta nuestra seguridad, sea financiera o del cualquier otro tipo. Al revés, se socava.
La desregulación introducida por el Gobierno británico ya casi ha completado su paso por el Parlamento, y obligará a las Agencias de Regulación, incluidos a los dicen ser protectores de la tierra, a “que tengan en cuenta la conveniencia de promover el crecimiento económico”. Pero un crecimiento económico a expensas de comprometer la supervivencia a largo plazo. Esta agenda pro-empresarial no está llevando hacia nuestra propia aniquilación.
Ya no hay interés en estudiar el problema. Sólo la Universidad de Aberdeen ofrece ahora una licenciatura en Ciencia de la tierra. En el resto, ha desaparecido.
Esto es lo que provoca el colapso de la civilizaciones (N. del T.: Sobre el colapso del capitalismo y de su civilización, se puede leer el interesante libro En la espiral de la energía, de Luis González Reyes y Ramón Fernández Durán, que se puede descargar, en dos volúmenes, desde la página de la que incluye el enlace: http://www.ecologistasenaccion.es/article29055.html). Las guerras y las pestes podrán matar a un gran número de personas, pero a largo plazo la población se recupera. Pero si se pierde la tierra, arrastra a todo lo demás.
Ahora, la globalización nos asegura que este desastre se extienda por todas partes. La globalización, en sus primeras etapas, aumenta la resiliencia: la gente ya no depende de la producción local. A medida que se extiende, los procesos destructivos llegan a todos los rincones de la tierra, de modo que disminuye la capacidad de recuperación, y se amenazan todos los ecosistemas.
Frente a este problema, el resto parecen de menor importancia. A los que más importancia damos, se vuelven menores, ya que cada vez nos alejamos más de poder asegurar nuestra propia subsistencia.
El silencio social parece casi absoluto. Nos hemos aislado del entorno natural, alentando la creencia de la posibilidad de que nuestras vidas puedan mantenerse en una especie de desmaterialización, no por medio de los alimentos y el agua, sino por bits y bytes. Es una creencia que sólo pueden estar sostenida por personas que nunca han pasado por graves dificultades, y que por tanto no son conscientes de la contingencia de nuestra existencia.
Y no es que falten soluciones. Ahora parece que el arado del suelo resulta incompatible con la protección del suelo, y son muchos cultivos los que crecen sin emplear esta práctica agrícola. En muchas partes del mundo los agricultores cultivan sin arar ( lo que se denomina agricultura de conservación), a menudo con excelentes resultados.
Hay muchas formas de hacerlo: no es necesario poner el suelo al descubierto. Pero en el Reino Unido, como en la mayoría de los países llamados Desarrollados, apenas se ha empezado a experimentar con esta técnica, a pesar de los esfuerzos de revistas como Practical Farm Ideas.
Por ejemplo, existe la permacultura, que trabaja con los sistemas naturales complejos en lugar de simplificarlos o reemplazarlos. Pioneros como Sepp Holzer y Geoff Lawton han logrado notables rendimientos en el cultivo de frutas y verduras en lugares que parecían incultivables: 1.100 metros sobre el nivel del mar en los Alpes austriacos, por ejemplo, o en desierto jordano, con suelos muy salinos.
Pero a pesar de todo, el Gobierno se gasta 450 millones de libras en investigación agrícola y desarrollo, con técnicas que arruinan el suelo, sin mención alguna a la permacultura en ninguna página web de dos importantes organismos (NERS y BBSRC), o en cualquier otro departamento.
Este compromiso machista y destructivo parece resistir a cualquier prueba y a toda lógica. No importa la vida en la tierra, vamos a seguir haciendo lo mismo.
*Una versión de este artículo con todas las referencias completas se pueda leer en Monbiot.com
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