por Ramzy Baroud / 21 de enero 2011
Los regímenes autoritarios, cuando se enfrentan a problemas, emprenden una política de rigidez, cuando la respuesta adecuada sería la flexibilidad, la sabiduría política y la concesiones. Esta política da la oportunidad a los dictadores de controlar a sus ciudadanos y servir a los intereses de unos pocos individuos de la aristocracia política y militar. También puede suponer su caída, pues la población sólo puede ser oprimida, controlada y castigada hasta cierto punto.
El presidente de Túnez Zine al-Abidine Ben Ali, que controlaba el país con mano de hierro desde su llegada al poder en el año 1987, había llegado a esta situación. Se vio obligado a abandonar el país, forzado por las protestas de miles de tunecinos, hartos del aumento del paro, la creciente inflación, la corrupción, la violenta represión y la falta de libertades políticas. Todo esto ha llevado a protestas sin tregua en todo el país, que tras la posterior represión por parte del Gobierno no hizo más que aumentar los ánimos, más allá de cualquier estrategia de control de la población, lo que finalmente obligó a Ben Ali a buscar refugio fuera del país.
La revuelta de Túnez ha ocupado los titulares de todos los periódicos, se ha comentado en los medios y ha generado multitud de declaraciones oficiales. Pero muchas de estas reacciones contienen generalizaciones de amplias expectativas, empeorando una situación ya de por sí terrible y provocando políticas equivocadas. En efecto, la actual tormenta política, tanto la denominada Intifada de la Juventud como la Revolución de los jazmines, han inspirado muchas interpretaciones. Algunos comentaristas quisieron ver el levantamiento popular como el preludio a fenómenos anti-árabes, que también se producirían en otros lugares, mientras que otros lo colocan en un contexto no árabe, diciendo que los levantamientos se están produciendo en países que luchan contra el aumento en el precio de los alimentos. Incluso Al-Qaeda tomaba nota de la situación, tratando de encontrar un lugar en el vacío político que se avecina.
Muchos comentaristas se han centrado en la identidad árabe de Túnez para buscar correlaciones con otros otros lugares. Hadeel al-Shalchi’s Associated Press en un artículo publica que “los activistas árabes tienen la esperanza de que el levantamiento en Túnez traiga el cambio”, presentando el levantamiento en un contexto árabe. Reporting from Cairo hablaba sobre el creciente optimismo entre los llamados activistas árabes, de modo que otros dictadores podían seguir el destino de Ben Ali si no disminuyen su exceso de poder. Hossan Bahgat, un activista, dijo a AP que “siento que hemos dado un gran paso hacia nuestra propia liberación… Lo significativo de Túnez es que hace sólo unos días el régimen parecía inquebrantable, prevaleciendo finalmente la Democracia, sin que ningún país Occidental moviese un dedo”.
Es cierto que Túnez y Egipto son los países árabes con más similitudes, quizás esperando que se repita el escenario propio de Túnez, e implícitamente sugiere que es una ilusión pensar en los países occidentales como precursores de la Democracia.
Ahora que Ben Ali está fuera de escena, los Gobiernos Occidentales observan con cautela la sublevación de Túnez, casi con el mismo entusiasmo con el que apoyaron los disturbios en Irán en junio de 2009. El Ministro de Exteriores británico, William Hague, sólo denunció los disturbios, pidiendo que “exista moderación por todas las partes. Condeno la violencia y hago un llamamiento a los autoridades tunecinas para que hagan todo lo posible para que la situación se resuelva pacíficamente”. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama: “insto a las partes a mantener la calma y evitar la violencia, y pido al Gobierno tunecino que respete los Derechos Humanos, celebrando elecciones libres y justas dentro de poco tiempo”.
Las declaraciones responden a un cliché, tanto por parte de los Estados Unidos como del Reino Unido, que temen las consecuencias de un levantamiento popular en una zona muy cercana al centro de los intereses estadounidenses y británicos en Oriente Medio. Ambos países tienen cuidado en no dar la impresión de oponerse a las reformas democráticas, incluso si se ven obligados a renunciar a algunos de sus amigos de la región. Su respuesta ejemplifica en gran medida las respuestas oficiales de muchos países Occidentales, que alaban lo ocurrido en Túnez como un modelo de cómo los países árabes pueden ayudar en la guerra contra el terrorismo.
No hay que enredarse con los confusos titulares de los medios de comunicación sobre el hecho de que ni Estados Unidos ni el Reino Unido tenían una especial vigilancia sobre la falta de democracia o la violación de los Derechos Humanos en Túnez. Ben Ali era celebrado como un símbolo de moderación, a pesar de su atípica postura árabe sobre el conflicto palestino-israelí.
El régimen autoritario de Ben Ali no era del tipo de los que había que castigar. Era un tipo benigno que permitió un pequeño espacio para una oposición secular, mientras que tomaba medidas enérgicas contra cualquier grupo de oposición islámica. Durante 23 años, estas prácticas no le supusieron ningún problema, ya que servía tanto a los intereses de Ben Ali como a los de varias potencias Occidentales. Las llamadas internacionales para que se respetasen los Derechos Humanos de las organizaciones internacionales y locales fueron atendidas en su mayoría. Washington y Londres, rara vez se encontraron molestas con este régimen.
Ahora que la lucha del pueblo Tunecino por los Derechos Humanos ha dado un giro radical, nos resulta difícil examinar este contexto específico sin entrar en peligrosas generalizaciones. Los Gobiernos Occidentales hablan ahora de Democracia en la región, como si hubiesen tenido alguna vez una preocupación por este tema; los comentaristas hablan del siguiente régimen en caer, como si todo los países árabes fuesen uno la duplicación del otro; y los bloggers están celebrando otra “revolución de Twitter”.
Tal vez las generalizaciones hagan que las cosas parezcan más interesantes. Túnez, después de todo, es un país pequeño, del que la mayoría de la gente sabe muy poco, a excepción de que es un destino turístico barato, de ahí la necesidad de colocarlo en un contexto más específico. Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) está realizando una lectura única de este levantamiento. El líder de AQMI, Abu Musab Abdul Wadud, ha pedido el derrocamiento de los “corruptos, criminales y tiránicos” regímenes, tanto de Túnez y Argelia, y solicita en restablecimiento del derecho al-Sharia. Estas declaraciones han puesto la mosca tras la oreja a los comentaristas estadounidenses, que advierten de una islamización futura de Túnez y probablemente provocará una intervención occidental para asegurar que se le sucede otro “moderado” régimen del estilo del que acaba de desaparecer.
No se hace daño en mostrar la experiencia de un levantamiento popular para entender el mundo en general y sus conflictos. Pero en el caso de Túnez parece que este conflicto tiene que entenderse en un contexto con múltiples capas, apareciendo como sin singularidad política, cultural o socio-económica. Entender Túnez como otro “régimen árabe”, como otro foco de posible violencia del Al-Qaeda, es una opción conveniente, pero puede ser inútil para comprender de forma coherente la situación y los acontecimientos que a partir de aquí se sucedan.
Ramzy Baroud es escritor y periodista. Su último libro publicado es “La segunda Intifada palestina: crónica de una lucha popular” ((Pluto Press, London). Se puede contactar con él en:
ramzybaroud@hotmail.com .
http://dissidentvoice.org/2011/01/generalizing-tunisia-context-overrides-story/