Por E.R. Bills, 23 de diciembre de 2010
El 19 de enero de 1919, Vaslav Njinsky, el mejor bailarín del siglo XX, dio un recital durante la guerra en el hotel Suvretta en San Moritz, Suiza. Durante la preparación del evento, se negó a hacer alusión alguna a lo que tenía intención de bailar ni hizo ninguna insinuación de cuál sería su acompañamiento. Después de todo era una estrella mundialmente reconocida. Influyó en la cultura, en la moda, en la sociedad y su aparición siempre atraía a las multitudes, independientemente de lo que representara.
Cuando comenzó la actuación, realizó algunos pasos superficiales mostrando su dominio en los giros aéreos. Luego cogió una silla y se sentó frente al público.
Njinsky les miraba. El tiempo corría, y la audiencia se mantenía en silencio. Pasaba el tiempo y Njinsky seguía mirando. El público se quedó inmóvil.
Después de varios minutos, Njinsky se levantó. Cogió unos rollos de terciopelo blanco y negro e hizo una enorme cruz de la longitud de la sala. Se puso de pie junto a ella y con los brazos en cruz dijo: “Ahora voy a bailar toda la guerra, con su sufrimiento, con su destrucción, con su muerte. La guerra que no impedimos y de la que somos responsables”.
Y Nijinsky estalló con sus amplios gestos que llenaban el espacio de horror y sufrimiento. El público se quedó sin aliento, fascinado, petrificado. Los movimientos de Njinsky impregnaron la habitación de cuerpos retorcidos, explosiones salvajes. Devolvió a su audiencia a las trincheras, al frente de guerra, con el campo sembrado de cuerpos. Era etéreo y violento, la encarnación perfecta de esta tragedia humana, terrible.
El público estaba desconcertado, pero no se quedó impasible, sin lugar a dudas. Su recital fue intenso, brillante y convincente.
Si usted acude a la biblioteca de su barrio o consulta la Wikipedia, encontrará que muestran a Njinsky como un personaje histórico o un genio de gran habilidad física. Pero le resultará imposible encontrar nada del espíritu de las situaciones que representaba. Y todavía se hace menos evidente en los canales de TV, emisoras de radio y galerías de arte. Carecen de la urgencia y, por desgracia, de la fuerza convincente y poética que consiguió Njinsky en San Moritz.
La cultura contemporánea del pop carece prácticamente de importancia y profundidad, y el marketing empresarial llega a extremos inauditos para que esto continué así. Taylor Swift es tan desafiante como un baño tibio. Lil Wayne es tan evocadora como un eructo de mostaza. Y Justin Bieber es tan significativa como la corteza de las migas de pan con mayonesa.
Claro, que tenemos a Sinead O’Connor destrozando la imagen del Papa, o encontramos a Sharon Olds llevándonos hacia una solución que no habríamos escogido por nosotros mismos. Y de vez en cuando escuchamos a Rage Against the Machine, pero donde echamos de menos a Bob Dylan. No hay futuro en una Beyoncé banal, un Labeoufs sin dientes ni espinas, o un débil Crepúsculo o las secuelas de Harry Potter.
No hay otro límite a nuestro arte que éste, porque está lleno de actores en lugar de artistas, y las pocas almas realmente ingeniosas no destacan porque carecen de una conciencia o una filosofía.
Kurt Vonnegut solía decir que los artistas son como canarios en una mina de carbón. Que eran super-sensibles y que se desplomaban debido a las condiciones tóxicas mucho antes que la gente corriente, incluso antes de sentir que estaban en peligro. Vonnegut concebía el arte como un heraldo indispensable, un medio crítico de alarma.
Pero a pesar de la toxicidad sin precedentes de nuestro tiempo y de nuestra complicidad con el sistema que nos pone en riesgo, los artistas no hacen sonar la alarma. Se producen muchas calamidades en el mundo actual, en todos los países, pero la gran mayoría de los artistas no tienen sensibilidad, y mucho menos hipersensiblidad.
Albert Camus fue más allá que Vonnegut. Dijo que “ no es tiempo para artistas irresponsables”, y que en cualquier época problemática, el papel legítimo de cada artista era crear peligrosamente.
Estamos involucrados en una guerra y en una ocupación, pero no hay intérpretes de esta etapa significativa, ni nadie baila la guerra de un modo convincente, de modo que muestre la mezquindad y la vergüenza de esta ocupación. Nuestro sistema socio-económico nos está exponiendo una amplia lista de peligros ambientales, pero nuestra comunidad creativa pasa más tiempo en cobrar del sistema que de condenarlo. Nuestra dependencia tecnológica es el resultado de nuestra naturaleza , capacidades fisiológicamente obsoletas, pero cada vez más artistas recurren a las nuevas tecnologías, deshumanizadoras, disputando su mérito real, a largo plazo.
El Arte por el Arte estaba bien cuando no había nada en juego, pero cuando todo está en juego la expresión artística exige valentía y responsabilidad. Así que si eres de la especie literaria, cinematográfica, o cantas, pero la musa no te dice que bailes nuestras inhumanidades o pintes nuestra autodestrucción o la pluma se vanagloria de nuestras locuras, por favor, ignóralo y busca otro camino entre las multitudes de no iniciados. Ya tenemos suficientes artistas que crean de forma segura, pero que no sirven para nada.
E.R.Bills es un escritor independiente de Fort Worth, Texas. Sus escritos aparecen en Fort Worth Weekly, South Texas Nation, Fort Worth Magazine, etc. Se puede establecer contacto con él en: erbillsthinks@gmail.com
http://dissidentvoice.org/2010/12/create-dangerously-a-call-to-artistic-arms/