El crepúsculo de la monarquía: Reliquias obsoletas del siglo XXI

Por Prof. Ruel F. Pepa, 8 de enero de 2025

globalresearch.ca

Introducción

En una época definida por el rápido avance tecnológico, la evolución de las democracias y la acuciante necesidad de una gobernanza equitativa, las monarquías parecen cada vez más anacrónicas. Sin embargo, a pesar de su decreciente relevancia en términos políticos, muchas monarquías del siglo XXI siguen gozando de una atención pública, un apoyo financiero y una veneración cultural injustificados. Este artículo analiza por qué estas instituciones han quedado obsoletas en el mundo moderno, los beneficios desproporcionados que siguen recibiendo y la inercia cultural que las sostiene.

Las monarquías, antaño fundamentales para el gobierno y la identidad cultural de las naciones, parecen ahora fuera de lugar en un mundo que aboga por la democracia, la igualdad y la innovación. La autoridad de los monarcas, históricamente absoluta, se ha reducido a funciones ceremoniales en la mayoría de los países. Aunque algunas monarquías se han adaptado convirtiéndose en monarquías constitucionales, donde los poderes del monarca están limitados por la ley y los sistemas parlamentarios, la pregunta fundamental sigue siendo: ¿Sigue habiendo lugar para estas instituciones hereditarias en la gobernanza moderna?

Los avances tecnológicos han revolucionado la comunicación y la difusión de la información, creando un público más informado y capacitado. En este contexto, el concepto de monarquía parece alejado de las realidades de un mundo en el que los ciudadanos exigen transparencia, responsabilidad e igualdad de oportunidades. La naturaleza hereditaria de las monarquías contradice los principios democráticos de meritocracia e igualitarismo.

A pesar de su decreciente relevancia política, las monarquías siguen recibiendo un importante apoyo financiero del Estado. Esta financiación se justifica a menudo por los ingresos generados por el turismo y el valor simbólico de la monarquía.

Sin embargo, el verdadero coste para los contribuyentes suele quedar oculto y los beneficios se distribuyen de forma desigual.

Las monarquías también se benefician de la atención pública y la cobertura mediática. Esta fascinación por las familias reales, a menudo estimulada por el periodismo sensacionalista y la cultura popular, mantiene su relevancia ante la opinión pública. Los fastuosos estilos de vida y los eventos opulentos asociados a la realeza pueden parecer poco acordes con los retos económicos a los que se enfrenta el ciudadano de a pie, lo que suscita dudas sobre la justicia y la necesidad de tales gastos.

La inercia cultural desempeña un papel importante en la persistencia de las monarquías. Las tradiciones y la continuidad histórica ejercen una poderosa influencia sobre la conciencia pública.

Las monarquías encarnan a menudo la identidad y el patrimonio nacionales, sirviendo como símbolos de estabilidad y continuidad en un mundo que cambia rápidamente. Este apego cultural puede dificultar la evaluación crítica del papel y la relevancia de las monarquías.

Además, la pompa y el boato asociados a los acontecimientos reales pueden evocar un sentimiento de nostalgia y orgullo nacional. Estos espectáculos refuerzan a menudo el significado cultural de la monarquía, dificultando a las sociedades imaginar un futuro sin estas instituciones. La naturaleza entrelazada de la identidad nacional y la monarquía crea una dinámica compleja que sostiene estas instituciones a pesar de su obsolescencia práctica.

Aunque las monarquías puedan parecer cada vez más fuera de lugar en el mundo moderno, su existencia continuada se sustenta en una combinación de factores financieros, culturales e históricos. El reto consiste en equilibrar el respeto a la tradición con las exigencias de una sociedad democrática contemporánea. A medida que avanzamos, es esencial examinar críticamente el papel de las monarquías y considerar si se ajustan a los valores y prioridades del siglo XXI.

El caso de la obsolescencia

Las monarquías modernas, desprovistas en gran medida de poder ejecutivo, funcionan a menudo como mascarones de proa constitucionales o instituciones ceremoniales. Si bien sus defensores argumentan que proporcionan estabilidad y continuidad, los críticos ponen de relieve varios puntos de peso que cuestionan su relevancia y necesidad continuas en la sociedad contemporánea:

1. 1. Falta de utilidad práctica

En países como el Reino Unido, Suecia, Tailandia, Japón y España, entre otros, los monarcas ejercen poco o ningún poder político real. Las funciones que desempeñan -como cortar cintas en actos públicos, organizar banquetes de Estado y ejercer la representación diplomática- podrían ser desempeñadas fácilmente por responsables electos sin el bagaje asociado al privilegio hereditario. El argumento de su utilidad para proporcionar un sentido de unidad nacional y continuidad histórica se queda corto cuando se contrapone al principio democrático de que los puestos de influencia deben ganarse por méritos y no por herencia. En un contexto moderno en el que las decisiones ejecutivas las toman órganos elegidos, la presencia ceremonial de un monarca parece a menudo redundante y anacrónica.

2. Carga financiera pública

Las familias reales suelen vivir de forma fastuosa, con el apoyo de fondos públicos. La monarquía británica, por ejemplo, recibe millones al año a través de mecanismos como la Subvención Soberana, financiada por los contribuyentes. Tales gastos son difíciles de justificar en naciones donde persisten la desigualdad social y la penuria económica. Los opulentos estilos de vida y los eventos grandiosos asociados a la realeza contrastan fuertemente con las dificultades financieras a las que se enfrentan los ciudadanos de a pie. Los críticos sostienen que el dinero público podría gastarse mejor en servicios esenciales como sanidad, educación e infraestructuras, en lugar de en mantener un estilo de vida privilegiado para unos pocos. La transparencia y la rendición de cuentas exigidas en las finanzas públicas también plantean dudas sobre el alcance y la justificación de los gastos de la realeza, poniendo de relieve un posible mal uso del dinero de los contribuyentes.

3. Contradicciones culturales

La existencia de la realeza perpetúa una narrativa de privilegio heredado que contrasta fuertemente con los ideales de igualdad y meritocracia que las sociedades modernas dicen defender. Aunque muchas naciones se enorgullecen de ser progresistas e igualitarias, la continua veneración de las familias reales subraya una paradoja social. La fascinación cultural por las monarquías, a menudo estimulada por la cobertura mediática y las ceremonias públicas, puede obstaculizar el progreso de la sociedad hacia una ética verdaderamente igualitaria. La veneración por las tradiciones reales y los símbolos de poder y prestigio asociados pueden perpetuar las jerarquías y desigualdades sociales, socavando los esfuerzos por promover la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Esta inercia cultural, en la que el atractivo de la tradición eclipsa el impulso de los valores modernos, plantea un reto importante a la crítica racional de la monarquía como institución anticuada.

Aunque los defensores de las monarquías defienden su valor simbólico y su significado histórico, la utilidad práctica, la carga financiera y las contradicciones culturales que representan están cada vez más reñidas con los valores democráticos contemporáneos. El debate sobre su obsolescencia no versa únicamente sobre la tradición frente al progreso, sino sobre la adecuación de las estructuras sociales a los principios de equidad, igualdad y meritocracia a los que aspiran las democracias modernas. De cara al futuro, es crucial que las sociedades evalúen críticamente el papel de las monarquías y consideren si su preservación está justificada a la luz de las apremiantes necesidades y valores del siglo XXI.

Foco de atención y apoyo injustificados

Las monarquías siguen dominando los ciclos mediáticos, un fenómeno impulsado en parte por la fascinación del público por la tradición, el glamour y el escándalo. Los acontecimientos reales de gran repercusión -como bodas, coronaciones, jubileos y otras celebraciones- se tratan como espectáculos nacionales que atraen a audiencias masivas de todo el mundo y generan una amplia cobertura mediática. Estos acontecimientos, cargados de pompa histórica y significado simbólico, cautivan la imaginación del público y fomentan un sentimiento de identidad colectiva y nostalgia.

Sin embargo, este protagonismo perdurable a menudo oculta cuestiones más profundas sobre la pertinencia y el coste del mantenimiento de las monarquías en el siglo XXI. El brillo y el glamour asociados a las familias reales pueden eclipsar los debates críticos sobre su función práctica y la carga financiera que imponen a los contribuyentes. Este fenómeno no es accidental, sino que es cuidadosamente cultivado por los medios de comunicación y las propias instituciones, que se benefician de la publicidad positiva y el caché cultural que conlleva la atención generalizada.

La adulación de los medios de comunicación a las familias reales no sólo amplifica su influencia, sino que también las protege de un escrutinio significativo. La prensa suele centrarse en los aspectos más agradables y entretenidos de la vida real, como la moda, los hitos personales y los compromisos públicos, en lugar de indagar en cuestiones más controvertidas. Por ejemplo, las controversias en torno a la riqueza de la realeza, su presunta mala conducta y las implicaciones éticas de su estatus privilegiado suelen minimizarse o pasarse por alto en comparación con la cobertura exhaustiva de sus apariciones públicas y actividades benéficas.

Esta narrativa mediática crea un retrato sesgado que refuerza la imagen de la monarquía como institución benigna y benévola, perpetuando así su relevancia cultural y su apoyo público. La falta de un examen crítico permite a las familias reales mantener su estatus y sus privilegios con una responsabilidad mínima, mientras que el público sigue ignorando en gran medida los aspectos más polémicos de su existencia.

La fascinación por las familias reales y sus fastuosos estilos de vida sigue suscitando gran interés público y cobertura mediática. Sin embargo, es esencial evaluar críticamente las implicaciones de esta adulación. Al centrarse en el espectáculo y el glamour, los medios de comunicación a menudo pasan por alto cuestiones más sustanciales como la relevancia, el coste y la responsabilidad. A medida que las sociedades progresan y dan prioridad a los valores democráticos, la transparencia y la igualdad, es crucial reevaluar el papel de las monarquías y cuestionar si su continua prominencia está justificada en el mundo moderno.

El argumento a favor de alternativas republicanas

La abolición de la monarquía no es una propuesta radical, sino un paso lógico hacia la madurez democrática. Las naciones que han pasado a sistemas republicanos -como Hungría, Eslovaquia, Serbia y Austria, entre otras- funcionan sin jefes hereditarios. Estas repúblicas demuestran que la identidad y la gobernanza de una nación pueden prosperar sin necesidad de una familia real. Acentúan las ventajas de un sistema en el que el liderazgo viene determinado por el mérito y el mandato público, y no por el derecho de nacimiento.

1. Eficiencia económica y fondos públicos

Uno de los argumentos más convincentes para adoptar un sistema republicano es el potencial de ahorro significativo de fondos públicos. Las monarquías requieren a menudo un apoyo financiero sustancial para el mantenimiento de las casas reales, las ceremonias de Estado y los gastos personales de los miembros de la familia real. En cambio, las repúblicas pueden asignar los recursos de forma más eficiente, destinando el dinero de los contribuyentes a servicios esenciales como la sanidad, la educación, las infraestructuras y el bienestar social. Al eliminar la carga financiera asociada a la monarquía, los sistemas republicanos pueden invertir más en el bienestar de sus ciudadanos y promover una distribución más equitativa de los recursos.

2. Fomentar la igualdad y la meritocracia

Los sistemas republicanos apoyan intrínsecamente los principios de igualdad y meritocracia. En una república, los más altos cargos del Estado son accesibles a todos los ciudadanos, en función de sus capacidades, logros y apoyo público, y no de su estatus hereditario. Este planteamiento se ajusta a los ideales democráticos de equidad e igualdad de oportunidades, fomentando una sociedad más integradora y justa. Al eliminar el arraigado privilegio de una monarquía hereditaria, una república capacita a sus ciudadanos para aspirar y alcanzar puestos de liderazgo, fomentando así una cultura de méritos y logros.

3. Alinear las identidades nacionales con los valores democráticos

La transición a un sistema republicano permite a las naciones alinear plenamente su identidad nacional con los valores democráticos. Aunque la admiración pública por la monarquía suele derivarse de su asociación con el patrimonio nacional, es importante reconocer que la preservación de los lugares históricos y la celebración de las tradiciones culturales no tienen por qué estar atadas a monarcas vivos. Una república puede honrar el pasado y mantener la continuidad cultural conservando los palacios reales, los artefactos y las tradiciones como parte del patrimonio nacional, sin perpetuar instituciones antidemocráticas.

Los museos, las sociedades históricas y las organizaciones culturales pueden desempeñar un papel vital en la salvaguarda e interpretación del significado histórico de las antiguas monarquías. Las celebraciones nacionales y los actos públicos pueden seguir inspirándose en temas históricos y símbolos reales, garantizando que el legado cultural del pasado de una nación siga siendo vibrante y significativo, incluso en ausencia de una monarquía reinante.

El argumento a favor de las alternativas republicanas se basa en los principios de madurez democrática, eficiencia económica, igualdad y preservación cultural. Mediante la transición a un sistema republicano, las naciones pueden ahorrar fondos públicos, fomentar una sociedad más igualitaria y adoptar plenamente los valores de la meritocracia y la gobernanza democrática. Al mismo tiempo, pueden honrar su patrimonio histórico y cultural sin necesidad de una institución hereditaria. Mientras el mundo sigue evolucionando, merece la pena plantearse si la persistencia de la monarquía es compatible con las aspiraciones y los valores de las sociedades democráticas contemporáneas.

Conclusión

En el siglo XXI, los argumentos a favor de la monarquía se han erosionado considerablemente. Las funciones que desempeñan los monarcas son en gran medida simbólicas y sirven más como figuras decorativas que como participantes activos en la gobernanza. La utilidad práctica de las monarquías es mínima, y sus obligaciones se limitan a menudo a funciones ceremoniales que podrían ser desempeñadas por responsables electos. La continuidad de estas funciones es cada vez más difícil de justificar en las sociedades modernas, que dan prioridad a los valores democráticos y a la meritocracia.

1. Roles simbólicos y contradicciones democráticas

Las monarquías se defienden a menudo con el argumento de que proporcionan una sensación de estabilidad y continuidad. Sin embargo, estas funciones son simbólicas en el mejor de los casos y no contribuyen a la gobernanza práctica de una nación. En un mundo en el que priman los principios de democracia, igualdad y responsabilidad, la existencia de gobernantes hereditarios que ostentan posiciones de privilegio por derecho de nacimiento contradice la esencia misma de los ideales democráticos. La noción de que el liderazgo y la influencia pueden heredarse es contraria a los valores meritocráticos que las sociedades modernas se esfuerzan por defender.

2. Costes injustificados y carga financiera pública

El coste financiero de mantener a las familias reales es otro importante punto de controversia. Las monarquías suelen requerir cuantiosos fondos públicos para mantener sus fastuosos estilos de vida, sus funciones estatales y sus gastos personales. Estos costes corren a cargo de los contribuyentes, muchos de los cuales se enfrentan a dificultades económicas y desigualdad social. El uso de fondos públicos para sostener a unos pocos privilegiados se considera cada vez más una asignación injusta de recursos. En tiempos de tensión económica, estos gastos se vuelven aún más polémicos, lo que suscita llamamientos a una mayor transparencia y responsabilidad en las finanzas reales.

3. El espectáculo de la monarquía

Las monarquías se han convertido más en un espectáculo que en una necesidad. Los acontecimientos reales de gran repercusión, como bodas, coronaciones y jubileos, atraen la atención mundial y a menudo se presentan como celebraciones nacionales. Aunque estos acontecimientos pueden fomentar un sentimiento de orgullo y unidad nacionales, también desvían la atención de problemas más acuciantes a los que se enfrenta la sociedad. La fascinación de los medios de comunicación por la realeza perpetúa su relevancia, pero esta adulación a menudo oculta cuestiones más profundas sobre su valor real y su contribución a la nación.

4. Reevaluar el papel de las monarquías

Ha llegado el momento de que las naciones reconsideren la utilidad y la moralidad de apoyar a las familias reales con fondos públicos. A medida que las sociedades evolucionan y se esfuerzan por lograr una mayor equidad e integridad democrática, es esencial evaluar críticamente si la continuidad de la monarquía se alinea con estos objetivos. Avanzar hacia un futuro más equitativo implica adoptar sistemas que promuevan la justicia, la transparencia y la responsabilidad.

Aunque las monarquías pueden tener un significado histórico y cultural, su papel en la sociedad contemporánea está cada vez más reñido con los ideales democráticos. La carga financiera que imponen y la naturaleza simbólica de sus funciones plantean importantes interrogantes sobre su relevancia en el mundo moderno. Es imperativo que las naciones reflexionen sobre estas cuestiones y consideren si la persistencia de la monarquía está justificada en una sociedad que valora la igualdad y la gobernanza democrática. Al reevaluar el papel de las monarquías, las naciones pueden trabajar por un futuro más equitativo y democrático que refleje verdaderamente los principios que aspiran a defender.

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El profesor Ruel F. Pepa es un filósofo filipino afincado en Madrid, España. Académico jubilado (Profesor Asociado IV), enseñó Filosofía y Ciencias Sociales durante más de quince años en la Trinity University of Asia, una universidad anglicana de Filipinas. Es colaborador habitual de Global Research.

 

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