A raíz de un correo electrónico en el que se recibía una presentación denunciando la situación en la que se encuentra una parte de la población de El Chaco, Argentina, en una zona denominada «El impenetrable», con fotos de una enorme crudeza: cuerpos macilentos,desnutrición, miseria y abandono, había quienes nos aseguraban que no era cierto, que había una manipulación malintencionada en la misma con unas oscuras motivaciones políticas, y que las mismas fotos no se correspondían con la zona de la que decían ser. Incluso la Embajada argentina dice que corresponden a otros tiempos. Por el contrario, otras fuentes no decían lo contrario, asegurándonos de la veracidad de las mismas.
Investigando un poco en internet enseguida se va desvelando una situación que se corresponde con el correo enviado y la presentación que lo denunciaba. A continuación copiamos dos artículos tomados de Rebelión, uno de ellos, el de Mempo Giardinelli, es el mismo texto, o muy aproximado, de la presentación, que fue publicado hace dos años. Los textos atestiguan la extrema situación de pobreza en la zona de El Chaco, Argentina.
03-09-2007
Los profesores de la región argentina de Chaco se han movilizado para denunciar que los alumnos se les duermen de hambre en el país conocido por su producción masiva de carne. Y eso en Resistencia, la capital: en el interior de la región, 12 personas han fallecido ya por desnutrición desde el 15 de julio, todas ellas indígenas.
Para los profesores la labor educativa ha pasado a un segundo plano, porque en el primero está el mantenimiento físico de sus alumnos. «El presupuesto que recibimos para comida es de 55 céntimos de peso por niño y día. Tenemos que organizar rifas, juegos, funciones de títeres o pedir donativos para darles algo», asegura Norma Papinutti, docente del Jardín de Infancia número 57 de Independencia.
No siempre fue así. Chaco era una región argentina dedicada en gran parte al cultivo del algodón y con alguna industria, sobre todo textil. La industria fue desmantelada durante los años noventa y el algodón ha sido sustituido en los últimos años por la soja, mucho más rentable. El problema es que el primero de esos cultivos necesitaba siete trabajadores por hectárea y el segundo apenas requiere de uno. El resultado es una gran corriente migratoria de personas que abandonan las áreas rurales y se concentran en torno a Resistencia, la cercana Corrientes o terminan en el gran Buenos Aires.
La capital de Chaco está ahora rodeada de un cinturón de pobreza donde no son raras las cabañas de adobe o con paredes formadas por esteras. Casi todos sobreviven con los 150 pesos (unos 36 euros) que el Gobierno local, en manos de los radicales (un partido no peronista [aunque la cantidad fue decidida por el gobierno nacional de Kirchner]), les otorga. «Acá estoy mejor que en Laguna Negra», asegura Argentina Iasco, de 40 años (parece que tiene 20 más). Iasco llegó hace varios meses de una localidad del interior. Descalza y rodeada de basura, vive a apenas cinco minutos en coche de la principal calle de Resistencia.
Como el territorio se halla inmerso en un proceso electoral, los candidatos han repartido ladrillos y cemento por doquier. Los niños se alimentan en las escuelas públicas de la zona. Por falta de presupuesto, los centros dejaron este año de dar almuerzo y sólo facilitan el desayuno. El resultado es que el absentismo escolar se ha multiplicado.
«El problema es que la situación, lejos de mejorar, se está deteriorando. Hay un importante deslizamiento de la clase media hacia la pobreza», denuncia Rolando Núñez, director del Centro Mandela, un organismo local de defensa de los derechos humanos que destaca que el drama es mucho mayor de lo que se pueda estimar. «Los chicos pasan hambre. Así de claro. Los pequeños se duermen y los mayores a veces se desmayan. Y no hablamos de zonas alejadas, sino de cosas que suceden ahora mismo a pocas cuadras del centro de la ciudad», subraya Sergio Soto, secretario general en Chaco de CETERA, el principal sindicato argentino de profesores.
«El tema del hambre es impopular en Argentina, pero aquí además se está produciendo un auténtico genocidio silencioso sobre las comunidades indígenas del interior», recalca Rolando Núñez. En las últimas semanas se han producido 12 muertes por desnutrición de aborígenes de la comunidad de Villa Río Bermejito, situada en el interior de la región, en una zona conocida como El Impenetrable. Los aborígenes, de la etnia toba, presentan un grado de desnutrición inconcebible en un país considerado el granero del mundo y donde según las estadísticas oficiales cada argentino consume entre 60 y 70 kilos de carne al año. «En Chaco hay entre 50.000 y 60.000 aborígenes. El 96% vive bajo el nivel de indigencia y el otro 4% restante, bajo el de pobreza. No hay un solo aborigen que pertenezca a la clase media», subraya.
«Los funcionarios dicen que es un problema cultural, acusan a los indígenas de no querer tratarse, y a lo sumo hablan de un problema médico. Pero en esta provincia hay hambre», resalta Sergio Soto, quien ha encabezado varias manifestaciones de profesores para denunciar la situación. Y mientras hay una Argentina desarrollada que atrae al turismo internacional, Soto se lamenta: «No nos diferenciamos en nada de Biafra o Eritrea».
«Aunque no quieran reconocerlo, Chaco vive una situación de emergencia sanitaria debido al hambre», denuncia Rodolfo Cobo, ex director de Medicina Materno-Infantil, quien subraya que, aunque los casos de los indígenas son los más llamativos, el verdadero problema está en el cinturón de pobreza que rodea Resistencia. «Al menos la mitad de la población no come».
27-09-2007
En estos tiempos el Chaco concita la atención de todo el mundo. Prensa y televisión global vienen a mirar los estragos de la desnutrición que afecta a miles de aborígenes en los bosques que se conocen –ya impropiamente– como El Impenetrable.
Mi colega y amiga Cristina Civale, autora del blog Civilización y Barbarie, del diario Clarín, me invita a acompañarla. No es la primera invitación que recibo, pero sí la primera que acepto. Rehusé viajar antes de las recientes elecciones, porque, obviamente, cualquier impresión escrita se habría interpretado como denuncia electoral. Y yo estoy convencido, desde hace mucho, de que la espantosa situación socioeconómica en que se encuentran los pueblos originarios del Chaco, y su vaciamiento sociocultural, no son mérito de un gobierno en particular de los últimos 30 o 40 años (los hubo civiles y militares; peronistas, procesistas y radicales) sino de todos ellos.
Primero nos detenemos en Sáenz Peña, la segunda ciudad del Chaco (90 mil habitantes), para una visita clandestina –no pedida ni autorizada– al Hospital Ramón Carrillo, el segundo más importante de esta provincia. Civale toma notas y entrevista a pacientes indígenas en las salas de Tisiología, mientras yo recorro los pasillos mojados bajo las infinitas goteras de los techos, y miro las paredes rotas, despintadas y sucias, los patios roñosos y un pozo negro abierto y rebalsando junto a la cocina.
Aunque el frente del hospital está recién pintado, detrás hay un basural a cielo abierto en medio de dos pabellones. Vidrios y muebles rotos, escombros, radiografías, cascotes y deshechos quirúrgicos enmarcan las salas donde los pacientes son sólo cuerpos chupados por enfermedades como la tuberculosis o el Chagas. Me impresiona la mucha gente que hay tirada en los pisos, no sé si son pacientes o familiares, lo mismo da.
Una hora después, en el camino hasta Juan José Castelli –población de 30 mil habitantes que se autocalifica “Portal del Impenetrable”– la desazón y la rabia se perfeccionan al observar lo que queda del otrora Chaco boscoso. Lo que fue imperio de quebrachos centenarios y fauna maravillosa, ahora son campos quemados, de suelo arenoso y desértico, con raigones por doquier esperando las topadoras que prepararán esta tierra para el festival de soja transgénica que asuela nuestro país.
Entramos –nuevamente por atrás– al Hospital de Castelli, que se supone atiende al 90 o 95 por ciento de los aborígenes de todo el Impenetrable. Lo que veo allí me golpea el pecho, las sienes, los huevos: por lo menos dos docenas de seres en condiciones definitivamente inhumanas. Parecen ex personas, apenas piel sobre huesos, cuerpos como los de los campos de concentración nazis.
Una mujer de 37 años que pesa menos de 30 kilos parece tener más de 70. No puede alzar los brazos, no entiende lo que se le pregunta. Cinco metros más allá una anciana (o eso parece) es apenas un montoncito de huesos sobre una cama desvencijada. El olor rancio es insoportable, las moscas gordas parecen ser lo único saludable, no hay médicos a la vista e impera un silencio espeso, pesado y acusador como el de los familiares que esperan junto a las camas, o tirados en el piso del pasillo, también aquí, sobre mantas mugrientas, quietos como quien espera a la Muerte, esa condenada que encima, aquí, se demora en venir.
Siento una furia nueva y creciente, una impotencia absoluta. Le pregunto a una joven enfermera que limpia un aparador vidriado si siempre es así. “Siempre”, responde irguiéndose con un trapo sucio en la mano, “aunque últimamente han sacado muchos, desde que empezó a venir la tele”.
Es flaquita y tiene cara de buena gente: se le ve más resignación que resentimiento. Son 44 enfermeros en todo el hospital pero no alcanzan para los tres turnos. Trabajan ocho horas diarias cinco días por semana y cobran alrededor de mil pesos los universitarios, y menos de 600 los contratados, como ella. Los días de lluvia los techos se llueven y esto es un infierno, dice y señala los machimbres podridos y los pozos negros saturados que revientan de mierda en baños y patios. Y todo se lava con agua, nomás, porque “no tenemos lavandina”.
Camino por otro pasillo y llego a Obstetricia y Pediatría. Allí todos son tobas. Una chiquilla llora ante su hijo, un saquito de huesos morenos con dos ojos enormes que duele mirar. Otra joven dice que no sabe qué tiene su nena pero no quiere que muera, aunque es obvio que se está muriendo. Hay una veintena de camas en el sector y en todas lo mismo: desnutrición extrema, mugre en las sábanas, miles de moscas, desolación y miedo en las miradas.
Después viajamos otra hora y el cuadro se hace más y más grotesco. Paramos en Fortín Lavalle, Villa Río Bermejito, las tierras allende el Puente La Sirena, los parajes El Colchón, El Espinillo y varios más. Son decenas de ranchos de barro y paja, taperas infames donde se hacinan familias de la etnia Qom (tobas). Todas, sin excepción, en condiciones infrahumanas.
Digan lo que digan, estas tierras –más de tres millones de hectáreas– fueron vendidas con los aborígenes dentro. Son varios miles y están ahí desde siempre, pero no tienen títulos, papeles, ni saben cómo conseguirlos. Los amigos del poder sí los tienen, y los hacen valer. El resultado es la devastación del Impenetrable: cuando el bosque se tala, las especies animales desaparecen, se extinguen. Los seres humanos también.
Y aunque algunas buenas almas urbanas digan lo contrario, y se escandalicen ciertas dirigencias, en el ahora ex Impenetrable chaqueño palabras duras como exterminio o genocidio tienen vigencia.
Desfilan ante nuestros ojos enfermos de tuberculosis, Chagas, lesmaniasis, niños empiojados que sólo han comido harina mojada en agua, rodeados de perros flacos, huesudos y ojerosos como sus dueños. Se llaman Margarita, Nazario, Abraham, María y lo mismo da. Casi todos dicen ser evangelistas, de la Asamblea de Dios, de la Iglesia Universal, de “los pentecostales” o “los anglicanos”.
Involuntariamente irónico, evoco a Yupanqui: “Por aquí, Dios no pasó”.
Al caer la tarde estoy quebrado, roto, y sólo atino a borronear estos apuntes, indignado, consciente de su inutilidad. Al partir de regreso veo en un caserío un cartel deshilachado por el sol: “Con la fuerza de Rozas, vote lista 651”. Y en la pared de un rancho de barro, seguramente infestada de vinchucas, veo un corazón rojo como el de los pastores mediáticos brasileños de “Pare de sufrir”. Abajo dice: “Chaco merece más. Vote Capitanich”.
A unos 400 kilómetros de aquí el escrutinio final de las elecciones avanza lenta, nerviosamente. En alguna oficina el ministro de Salud de esta provincia seguirá negando todo esto, mientras el gobernador se prepara para ser senador y vivir en Buenos Aires, bien lejos de aquí, como casi todos los legisladores.
Nunca antes el Chaco ni este país me habían dolido tanto.
Fuente: Rebelión