Por Andre Vltchek, 26 de enero de 2017
¡Adiós al Presidente Obama! Japón está de luto por su reciente marcha. Están de luto porque era un buen amigo, un gobernante predecible y un imperialista al estilo tradicional. Habló muy bien, aunque atormentase todas esas colonias rebeldes con admirable celo y eficacia.
Lo que viene ahora no se sabe, y por tanto, da miedo. El obediente y disciplinado Japón ha detestado históricamente la imprevisibilidad.
En realidad no le importa venderse, aunque sólo si le reporta grandes beneficios y siempre y cuando el estricto protocolo y el decoro se respeten en su totalidad. El próximo escenario podría ser aterrador ¡Quién sabe! Esos negros nubarrones que se acercan por el océano podrían malograr la etiqueta, y acabar llamando a los especuladores y a las putas por su propio nombre.
El gobierno japonés y los grandes negocios están ahora temblando de miedo, día y noche: ¿qué cambios se producirán? ¿cómo complacer al nuevo señor del que se habla tan mal?
¿10 mil millones de dólares se gastará, o deberíamos decir invertirá, la empresa automovilística Toyota en los Estados Unidos con el fin de apaciguar al nuevo emperador? ¿Por qué no? Cada centavo cuenta. El Emperador tiene que sentirse feliz. Japón está listo para armarse hasta los dientes, provocando tanto a Corea del Norte, pero sobre todo a China. Sí, de nuevo, siempre y cuando el “equilibrio de poder” permanezca intacto, como viene ocurriendo desde hace décadas a favor de Japón, Corea del Norte y Taiwán.
El Primer Ministro del Partido Conservador, Shinzo Abe, no quiere ninguna peligrosa desviación. En lo que a él respecta, las cosas están bien como estaban. No es que sea una situación perfecta, pero se puede soportar bien. Japón ha estado exactamente donde debía estar: sobre su espalada, envejecido, pero consumiendo montañas de caviar y ostras.
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Las cosas, sin embargo, están cambiando con suma rapidez y algunas dirán que de manera irreversible. El nuevo Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, tiene alergia a China, así como a varios otros países asiáticos. Predica el proteccionismo y una forma extrema de nacionalismo, algo que solía ser sinónimo de las prácticas comerciales y de negocios de Japón en el pasado.
Esto no parece que vaya a favor de Japón. A Japón se le permitió unas prácticas proteccionistas a cambio de su incondicional obediencia política. Pensó que así se le otorgaban privilegios casi exclusivos.
Paradójicamente, ahora Japón está tratando de salvar el acuerdo de libre comercio firmado por doce naciones, la Asociación Transpacífica (TPP), que Donald Trump ha prometido bombardear. El Parlamento de Japón ratificó el pacto a finales de 2016. La revista Foreign Policy Magazine (FPM) declaró en su informe publicado en enero de 2017: “Abe quiere ser el último samurái del libre comercio”.
De hecho, Shinzo Abe, intenta desesperadamente preservar la prominente posición de Japón, al menos en Asia, y principalmente contra China, que negocia su propio acuerdo comercial con varios países asiáticos: Comprehensive Economic Partnership (RCEP). El Sr. Abe también está tratando de impulsar sus brutales reformas neoliberales a pesar de la resistencia que está encontrando entre los ciudadanos japoneses.
FPM escribió:
“La firma del acuerdo comercial TPP sirve de excusa al Gobierno para tomar una serie de medidas impopulares destinadas a dar un nuevo impulso al programa Abenomics [una serie de medidas introducidas por el primer ministro Shinzo Abe]. Culpar a la situación exterior por esas medidas “no japonesas” es una maniobra política que incluso tiene su propio nombre, “gai-atsu”.
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El deseo cercano a la desesperación de Japón de seguir siendo una superpotencia regional lo está acercando aún más a Occidente, particularmente a los Estados Unidos. Desde la Segunda Guerra Mundial, el país viene dependiendo totalmente de Washington (y sus dogmas fundamentalistas de mercado), hasta el punto que casi ha abandonado su propia visión de la política exterior.
Mientras tanto, Japón está tratando de penetrar aún más y subyugar a varios países del sudeste asiático, luchando literalmente contra la creciente influencia de China y Rusia. Un juego muy complejo y extraño, ya que el Gobierno actúa habitualmente por inercia, haciendo lo que las anteriores administraciones de los Estados Unidos desearían que hiciera, pero puede que no sea el deseo de la siguiente.
Una vez sometido al control por parte de Occidente, el monolito del sureste asiático se está empezando a agrietar: Filipinas, con la presidencia de Duterte, y Vietnam, después de algunos cambios en su liderazgo a principios de 2016, se están acercando a China y lejos de la órbita de Washington. Incluso Tailandia, uno de los aliados en quién más podía confiar en la Guerra Fría de Occidente, está descubriendo las innumerables ventajas de una estrecha relación con Pekín.
En Asia, la resistencia contra el Imperialismo Occidental está aumentando, y Japón ve aumentar su pánico. Se ha mantenido sometido durante tanto tiempo que ha perdido los recuerdos de cómo actuar de manera independiente. Traicionando a Asia cobraba cuantiosas regalías. La brecha entre su lujoso modo de vida y el del resto de Asia ha sido exorbitante, pero ahora el Índice de Desarrollo Humano (IDH) clasifica a países como Corea del Sur por encima de él. La China socialista e independiente está acortando esa diferencia, no sólo económicamente, sino también en los ámbitos científico, tecnológico y de nivel del vida.
No se habla nunca abiertamente de la cuestión esencial, pero está ocupando una parte del subconsciente de los japoneses: “¿Realmente mereció la pena colaborar tan descaradamente con Occidente y durante tanto tiempo?”.
Cuanto más confusas e inquietantes son las respuestas, más agresivo es el comportamiento de muchos ciudadanos japoneses: la actitud racista hacia los chinos y los coreanos está aumentando. A menudo se debe a una frustración que acompaña a la derrota; otras viene de la vergüenza.
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En la actualidad se están entrelazando la historia y su interpretación de la misma.
En Nagasaki, volví a discutir con el legendario historiador australiano Geoff Gunn sobre el intrincado y complejo pasado de Japón.
Japón nunca ha asumido la plena responsabilidad por el tremendo dolor que causó a varios países asiáticos, particularmente a China, donde desaparecieron 35 millones de personas durante la brutal y genocida ocupación.
También mantiene silencio sobre su papel durante la Guerra de Corea, y los crímenes cometidos por sus Corporaciones en el sudeste asiático y en otros lugares.
Sin embargo, se presenta como una víctima debido a las bombas atómicas que destruyeron dos de sus ciudades, Hiroshima y Nagasaki, al final de la Segunda Guerra Mundial, y debido a la anexión de varios de sus islas por parte de la Unión Soviética.
El bombardeo nuclear de las ciudades japonesas por la Fuera Aérea de los Estados Unidos ( o el bombardeo de Tokio) no fue un castigo por los crímenes cometidos por Japón en China y en Corea. Fue simplemente un experimento poco disimulado con seres humanos, así como un agresivo mensaje y una advertencia para la Unión Soviética.
En Japón todo se saca del contexto histórico. La memoria colectiva es confusa. La ocupación de varios países asiáticos y del Sur del Pacífico, su alianza con las potencias fascistas europeas, la Segunda Guerra Mundial, la ocupación estadounidense y la consiguiente colaboración, las especulaciones de Japón durante la Guerra de Corea y el constante apoyo a la política imperialista de Occidente: todo esto ha sido cubierto con un reconfortante edredón, por una acogedora pseudorealidad.
Mientras que las bases militares y aéreas de los Estados Unidos, ubicadas en Okinawa y Honshu, han estado intimidando tanto a China como a Corea del Norte, Japón ha estado distribuyendo, hipócritamente, su mensajes en varios idiomas: “May Peace Prevailing On Earth”. Así se sienten bien y felices por su “Constitución de la Paz” (redactada por los Estados Unidos después de la guerra).
En 2016, el aliado cercano de Shinzo Abe, Barack Obama, visitó el Parque de la Paz en la ciudad de Hiroshima. No se disculpó por las víctimas provocadas por la explosión nuclear. En cambio, posó con dos grullas hechas en papel, símbolo local de la paz, y habló del sufrimiento de la gente durante las guerras. Escribió un mensaje para promover la abolición de las armas nucleares, y luego firmó el libro, poniendo la grulla de papel junto a su firma.
¡Qué conmovedor!
Los serviles medios de comunicación japoneses cubrieron el evento. Nadie fue atendido de un ataque de risa, nadie vomitó públicamente, recordando las innumerables guerras, las operaciones encubiertas y los golpes de estado, así como los asesinatos selectivos llevados a cabo mientras que Obama era el jefe de su agresivo Imperio.
Unos meses más tarde, el Sr. Abe visitó Pearl Harbour. Del mismo modo que su homólogo estadounidense en Hiroshima, habló sobre el sufrimiento de los militares estadounidenses con base en Hawai durante el ataque japonés. No se disculpó, pero se puso sentimental, incluso algo poético.
Al final, casi todos se sintieron muy bien, al menos los que vivían en Japón y en Occidente ¡El resto poco importa, de todos modos!
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Ahora ese antiguo guión se está volviendo anticuado. El nuevo director se enfrenta a una nueva representación: grita a los actores, golpea los asientos con un bastón, insulta a los protegidos de sus predecesores.
Japón esta aterrorizado. La gusta la continuidad y la certeza. Juega según las reglas, cuanto más viejo mejor.
Esta situación no se ve bien, puede no terminar bien, nada bien en absoluto.
China y Rusia están en ascenso, indignados y finalmente unidos. Varios países asiáticos están cambiando de lado. El Presidente de Filipinas está llamando “hijos de perra” a los líderes occidentales. La India, ahora el país más poblado de la Tierra, ha apretado los dientes y por si acaso ha puesto una silla más, y ahora se sientan dos.
Por lo menos algunas gentes de Japón ( de manera secreta y silenciosa) sospechan que durante todo este tiempo han estado apostando por un caballo equivocado.
¿Cómo puede un samurái romper sus juramentos sin perder la cara? ¿Cómo puede salvar su trasero cuando su armadura empieza a arder? No es fácil. Las normas de etiqueta son muy estrictas, incluso si se trata sobre el honor, despojado de su capa decorativa, de todo lo estúpido y sórdido.
Una salida posible y muy tradicional sería el suicidio ritual. Parece que el liderazgo de Japón va por ese camino: está levantando el estandarte abandonado en el campo de batalla por el anterior señor de la guerra, tratando de reunir a algunos aliados dispersos para conducirlos a una fútil batalla contra la más poderosa criatura de la Tierra, el Dragón. Y por asociación, contra el amigo y compañero del Dragón, el Oso.
Todo comienza a parecer una película de artes marciales muy cursi, o como un conjunto de irracionales y desesperados movimientos realizados por un jugador que ve cercana la bancarrota.
Todo esto podría, sin embargo, dar lugar a una falsa interpretación, ya que el Sr. Abe no es un tonto. Juego muy alto y todavía puede tener algunas posibilidades de ganar: si el nuevo Señor, el Sr. Trump, decide superar a todos los gobernantes anteriores por su brutalidad y agresividad y volver a contratar a los viejos y bien probados samuráis. Japón y su impacto mortal contra la humanidad.
Vale la pena recordar que a lo largo de la historia de Japón, no todos los samuráis han luchado por el honor. La mayoría de ellos actuaban en régimen de alquiler.
André Vltchek es novelista, cineasta y periodista investigador. Ha cubierto varias guerras y conflictos en varios países. Su Point of No Return se ha reeditado recientemente. Oceanía es un libro sobre el Imperialismo Occidental en el Pacífico Sur. También ha escrito un polémico libro sobre la era post-Suharto y el fundamentalismo de mercado: Indonesia: The Archipelago of Fear. También ha rodado documentales sobre Ruanda y el Congo. Ha vivido varios años en América Latina y en Oceanía; Vltchek reside actualmente en Asia Oriental y en África. Puede visitar su sitio web
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