Por Dave Philipps, 19 de junio de 2016
Las alarmas sonaron en las Bases Aéreas de Estados Unidos situadas en España y los oficiales reclutaron a todas las tropas de bajo rango que pudieron recabar para realizar una misión secreta. Fueron cocineros, empleados de los supermercados e incluso los músicos de la banda de la Fuerza Aérea.
Era una noche de invierno de 1966 y un bombardero B-52 procedente de la frontera turco-soviética chocó contra un avión nodriza durante las maniobras de reabastecimiento de combustible por encima de la costa española, desprendiéndose cuatro bombas de hidrógeno que fueron a caer en un pequeño pueblo agrícola, Palomares, formado por un mosaico de pequeños campos de cultivos y casas blancas cubiertas con tejas, en un extremo de la costa sur de España, que poco había cambiado desde la época de los romanos.
Ha sido uno de los mayores accidentes nucleares de la historia, que Estados Unidos quiso ocultar rápidamente y mantener en silencio. A los hombres de la Fuerza Aérea ni siquiera se les dijo nada de la naturaleza de su misión, que consistía en limpiar el material radiactivo esparcido, y por el contrario se les aseguró que “No tenían nada de qué preocuparse”.
“No se nos habló de radiación, ni del plutonio, ni de ninguna otra cosa. Nos dijeron que era una misión segura, y supongo que éramos lo suficientemente tontos como para creerlos”, dijo Frank B. Thompson, un trombonista que tenía entonces 22 años de edad, que pasó varios días limpiando los campos contaminados sin equipo de protección e incluso sin cambiarse de ropa.
El Sr. Thompson, que ahora tiene 72 años de edad, tiene cáncer de hígado, un pulmón y un riñón. Paga 2200 dólares al mes por el tratamiento, que sería gratuito en un hospital de Veteranos si la Fuerza Aérea lo reconociera como víctima de la radiación. Pero desde hace 50 años, la Fuerza Aérea sigue manteniendo que no había niveles dañinos de radiación en el lugar del accidente. Dice que el peligro de contaminación era mínimo, que se tomaron estrictas medidas de seguridad y que se aseguraron de que todos los 1600 soldados que participaron en las labores de limpieza estuvieran protegidos.
Pero las entrevistas con decenas de hombres como el Sr. Thompson y los detalles de los documentos desclasificados, nunca publicados hasta ahora, cuentan una historia bien diferente. Los niveles de radiación en las zonas cercanas a las bombas era tan altos que los equipos de medición de las tropas superaron los límites de la escala. Pasaron meses limpiando el polvo tóxico, y no llevaban más protección que la ropa de faena de tejido de algodón. Y cuando los datos de las mediciones realizadas en los hombres que llevaban a cabo la limpieza mostraron unos niveles alarmantes de plutonio, la Fuerza Aérea dijo que esos resultados eran “poco realistas”.
En las décadas posteriores, la Fuerza Aérea no ha permitido el acceso a los resultados de las pruebas de radiación recogidos en los historiales clínicos y se ha resistido a volver a realizar exámenes médicos, incluso cuando los llamamientos procedían de las propias Fuerzas Armadas.
Muchos hombres dicen que están sufriendo los efectos paralizantes por la intoxicación con plutonio. De los 40 veteranos que participaron en las labores de limpieza con los que pudo contactar The New York Times, 21 de ellos tenían cáncer. Nueve habían muerto por esta causa. Es difícil establecer una relación entre los cánceres y la exposición a la radiación. Y no se ha realizado ningún estudio formal para determinar si existe una elevada incidencia de enfermedades. La única evidencia son las anécdotas de los conocidos, que luego vieron enfermar.
“John Young, muerto de cáncer… Dudley Easton, cáncer… Furmanksi, cáncer”, dijo Larry L. Slone, de 76 años de edad, en una entrevista, en medio de los temblores causados por un trastorno neurológico.
En el lugar del accidente, el Sr. Slone, oficial de la Policía Militar en ese momento, dijo que se le entregó una bolsa de plástico para que recogiese los fragmentos radiactivos con sus propias manos. “Un par de veces me revisaron con un contador Geiger, y estaba claro que las mediciones salían fuera de rango. Pero nunca apuntaron mi nombre, ni nunca se pusieron en contacto conmigo”.
El seguimiento de la población española también ha sido algo fortuito, como muestran los documentos desclasificados. Estados Unidos se comprometió a pagar un programa de salud pública para controlar los efectos a largo plazo de la radiación, pero durante décadas apenas ha tenido financiación. Hasta la década de 1980, los científicos españoles han estado utilizando muy a menudo un material anticuado, y carecían de los recursos para el seguimiento de las potenciales consecuencias, incluyendo las muertes por leucemia en los niños. Hoy en día, varias zonas cercadas siguen contaminadas, y el efecto sobre la salud a largo plazo sobre la población no es bien conocido.
Muchas de los estadounidenses que participaron en las labores de limpieza de los restos de las bombas están tratando de obtener una atención médica completa y una compensación del Departamento de Asuntos de los Veteranos por las discapacidades que sufren. Pero el Departamento dice ceñirse a los registros de la Fuerza Aérea, y esos registros aseguran que nadie sufrió daño en Palomares, rechazando las peticiones una y otra vez.
Algo parecido ocurrió con el accidente en Thule, Groenlandia, en 1968, que las Fuerzas Aéreas niegan cualquier tipo de daño entre los 500 militares que realizaron las labores de limpieza. Estos militares veteranos trataron de demandar al Departamento de Defensa en 1995, pero el caso fue desestimado por la ley federal protege a los militares en los casos de negligencia. Todos los demandantes ya han muerto de cáncer.
En un comunicado, el Servicio Médico de la Fuerza Aérea dijo que había utilizado las técnicas más modernas para volver a evaluar los riesgos de la exposición a la radiación en los veteranos que limpiaron la zona después del accidente de Palomares y “no se observaron efectos agudos adversos ni eran de esperar, y los riesgos a largo plazo en el aumento de la incidencia de cáncer óseo, de hígado y de pulmones, eran muy bajos”.
Las secuelas por la exposición a agentes tóxicos son difíciles de determinar. Es difícil cuantificar los daños y casi imposible relacionarlos con problemas posteriores. Reconociendo este hecho, el Congreso ha aprobado algunas leyes para favorecer de manera automática a los militares que han estado expuestos a algunos agentes tóxicos muy específicos: el Agente Naranja en Vietnam o las pruebas atómicas en Nevada, entre otros. Pero no se ha aprobado ninguna ley en relación con los hombres que limpiaron en Palomares.
Si estos hombres pudieran demostrar que resultaron perjudicados por la radiación, tendrían cubiertos todos los costes de los cuidados médicos necesarios y recibirían una pensión por invalidez. Pero encontrar pruebas en una misión secreta para la limpieza de un veneno invisible, se ha demostrado que es tarea harto difícil de conseguir. Así que cada vez que se habla de los daños, las Fuerzas Aéreas dicen que no hubo daños e insisten en sus negativas.
“Incluso se negó primeramente que estuviéramos allí, y luego que hubiera algún tipo de radiación. Presento una reclamación , y me la deniegan. Presento un recurso, y me lo vuelve a denegar. Ya no puedo presentar más alegaciones. Muy pronto todos estaremos muertos y habrán tenido éxito en tapar este accidente”, dijo Ronald R. Howell, de 71 años de edad, que recientemente tuvo un tumor cerebral que le fue extirpado.
El día que cayeron las bombas
Un policía militar de 23 años de edad, John H. Garman, llegó en helicóptero al lugar del accidente el 17 de enero de 1966, pocas horas después de que las bombas cayesen en tierra.
“Aquello era un caos. Los restos estaban esparcidos por todo el pueblo. Gran parte de los restos del bombardero habían caído en el patio de la escuela”.
Fue uno de los primeros en llegar al escenario del accidente, y se unió a la media docena de personas que se encontraban a las búsqueda de las cuatro armas nucleares que faltaban. Una bomba había golpeado suavemente contra un banco de arena cerca de la playa, se dobló un poco pero se mantuvo intacta. Otra cayó en el mar, donde se encontró dos meses más tarde, después de una búsqueda frenética.
Las otras dos quedaron muy afectadas y se produjo la detonación del explosivo convencional que contenían, dejando cráteres del tamaño de una casa a ambos lados del pueblo, según un Informe secreto de la Comisión de la Energía Atómica, que esperaban desde entonces a ser desclasificados. Las medidas de seguridad integradas impiden que se produzca una detonación nuclear, pero el explosivo convencional que rodea los núcleos radiactivos produjeron un polvo fino de plutonio, que cubrió un buen número de casas y un campo lleno de tomates rojos y maduros.
Muchos de los residentes en el pueblo llevaron al Sr. Garman a observar los cráteres cubiertos de plutonio, y viendo los restos del avión destrozado, no supieron qué hacer. “No disponíamos todavía de ningún detector de radiación, así que no teníamos ni idea si estábamos en peligro o no”, dijo. “Nos quedamos mirando fijamente hacia el hoyo formado”.
Científicos de la Comisión de la Energía Atómica llegaron pronto y se llevaron la ropa del Sr. Garman, pues estaba contaminada, pero le dijeron que no tenía importancia. Doce años más tarde desarrolló un cáncer de vejiga.
El plutonio no emite el tipo de radiación penetrante, a menudo asociada con las explosiones nucleares, lo que provoca unos efectos en la salud inmediatamente observables, tales como quemaduras. El plutonio emite partículas alfa que sólo viajan unas pulgadas y no pueden penetrar la piel. Fuera del cuerpo, dicen los científicos, es relativamente inofensivo, pero si es absorbido por el cuerpo, generalmente al ser inhalado, emite un haz continuo de partículas radiactivas, lo que va produciendo daños, incluso décadas después de la exposición, tales como cáncer y otras enfermedades. Un microgramo, es decir, la millonésima parte de un gramo, presente en el interior del cuerpo es potencialmente dañino. De acuerdo con un documento desclasificado de la Comisión de la Energía Atómica, las bombas de Palomares emitieron unas siete libras de plutonio, lo que supone unos 3 mil millones de microgramos.
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