Flocco y Guyonvarch: ¿Con qué sueña la biología sintética?

Legitimaciones y críticas a la «mejora de lo vivo»

sniadecki.wordpress.com, 9 de abril de 2024

Resumen

La biología sintética es una ingeniería de lo vivo que ya no consiste simplemente en comprenderlo, sino en concebirlo «rediseñándolo» mediante una combinación de genética e informática. Sus promotores señalan innumerables virtudes: medicina personalizada, soluciones a la crisis ecológica, mejora de las capacidades de los seres vivos. Sin embargo, estas innovaciones tecnocientíficas son socialmente controvertidas porque también entrañan riesgos y peligros potenciales para la sociedad presente y futura: propagación de organismos modificados genéticamente; cuestiones éticas; patentabilidad y conceptos reduccionistas de la vida; «bioterrorismo». Ante estas cuestiones cruciales, ¿cómo legitiman estos avances los agentes implicados en este campo? A través de diversas posturas, son conscientes de las críticas que se hacen a la biología sintética. Al mismo tiempo, están convencidos de que nada puede oponerse a la «marcha del progreso» y, en consecuencia, estas críticas se desactivan, atenúan o integran, a través de múltiples registros de justificación y dispositivos retóricos que contribuyen a alimentar la ideología tecnicista de nuestro tiempo.

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Esponjas que limpian los océanos, producción de biocombustibles, carne sintética: estos logros de alto nivel son sólo algunas de las innovaciones ya desarrolladas o prometidas por la biología sintética. El principio de este campo científico multidisciplinar es concebir los organismos vivos como mecanos, cuyo funcionamiento global puede comprenderse y desmontarse «pieza a pieza» para reconstituirlos según la configuración deseada. La biología sintética es una ingeniería de lo vivo, que ya no consiste simplemente en comprenderlo, sino en concebirlo «rediseñándolo» mediante una combinación de genética e informática. Sus promotores señalan innumerables virtudes, como la medicina personalizada, las soluciones a la crisis ecológica y la mejora de las capacidades de los seres vivos. Sin embargo, estas innovaciones tecnocientíficas son socialmente controvertidas porque entrañan riesgos y peligros potenciales para la sociedad presente y futura: propagación de organismos modificados genéticamente; cuestiones éticas; patentabilidad y conceptos reduccionistas de la vida; «bioterrorismo».

Ante estos problemas cruciales, ¿cómo legitiman estos avances los agentes implicados en este campo? Ciertamente, a través de diversas posturas, son conscientes de las críticas que se hacen a la biología sintética, como las que cuestionan la voluntad de control ilimitado sobre los organismos vivos. Al mismo tiempo, están convencidos de que nada puede oponerse a la «marcha del progreso» y desarrollan diversos medios para neutralizar las críticas que se le hacen. ¿No sería obra del «bluff tecnológico» (Ellul, 2010) quedarse únicamente con el lado positivo del progreso tecnocientífico cuando sus facetas positivas y negativas están inextricablemente entrelazadas? El objetivo de este artículo es identificar las principales líneas retóricas utilizadas por este variopinto grupo de actores, que contribuyen a alimentar la ideología tecnicista de nuestro tiempo [1].

La presentación de esta ingeniería de lo vivo, que encierra promesas socialmente controvertidas, permite poner en perspectiva los intereses que tienen en ella los actores del sector, algunos de los cuales van acompañados de la expresión de críticas más o menos asertivas. Sin embargo, en sus testimonios, estos actores utilizan diferentes formas de justificación, neutralizando las críticas en nombre de un «progreso imparable».

Promesas y controversias de la biología sintética

Una serie de factores definen el sector como un campo emergente, poco estructurado pero valorado por las promesas que encierra por encima de las controversias actualmente aceptadas.

Una tecnociencia emergente

La biología sintética no es una disciplina nueva, sino más bien un campo tecnocientífico (Hottois, 2006). Al igual que la biotecnología (OCDE, 2005), se encuentra en la encrucijada de la genética, la biología, la informática y las matemáticas, entre otras. Apareció por primera vez a finales de la década de 1990 en Estados Unidos, donde se estableció firmemente, y luego se extendió de forma desigual por Europa, emergiendo en Francia a principios de la década de 2000.

La biología sintética trae consigo innovaciones tecnocientíficas sin precedentes, al tiempo que continúa la revolución genómica iniciada en los años sesenta con el desarrollo de la manipulación genética (Cameron, Bashor y Collins, 2014). Al igual que las nanotecnologías (Lafontaine, 2010), es objeto de múltiples definiciones con límites difusos y que revelan diferentes concepciones de lo vivo (Bensaude-Vincent y Benoit-Broaweys, 2011). Sin embargo, más allá de esta diversidad, un informe de la Comisión Europea la define como «la aplicación de la ciencia, la tecnología y la ingeniería para facilitar y acelerar el diseño, la fabricación y/o la modificación de materiales genéticos en organismos vivos» (Raimbault, Cointet y Joly, 2016: 1).

En Francia, la biología sintética no está tan estructurada como en Estados Unidos. Se practica ampliamente, principalmente a través de redes más o menos formales de investigadores y estudiantes en laboratorios multidisciplinares. En 2005, se creó un centro de investigación en París, donde la biología sintética empezó a suscitar el interés de estudiantes e investigadores que se reunían en forma de «club científico». En 2010 se creó en un bioclúster [2] de la región parisina otra gran institución en este campo, esta vez dedicada por entero a ella. La biología sintética también es utilizada por ingenieros en empresas de nueva creación, acogidas por instituciones de investigación, para desarrollar una amplia gama de aplicaciones industriales. También la utilizan los estudiantes de licenciatura y máster que participan cada año en un concurso internacional organizado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) [3], que constituye un acontecimiento para los profesionales del sector. Además de en la región parisina, la biología sintética se practica actualmente en laboratorios, máster, start-up y bioclúster de Clermont-Ferrand, Estrasburgo, Jouy-en-Josas y Toulouse.

Un contexto político ambivalente

En Francia, este ámbito es objeto de un «programa en claroscuro» (Aguiton-Angeli, 2015: 51). Se beneficia de un discurso político favorable, a través de la elaboración de informes ministeriales que fomentan fuertemente su desarrollo (OCDE, 2005; MESR, 2011; OPECST, 2012). Sin embargo, su institucionalización sigue siendo tímida, dados los escasos presupuestos que se le asignan. La biología sintética no se beneficia directamente de la inversión pública, que se destina sobre todo a la vertiente industrial del campo. En consecuencia, sólo a posteriori se beneficia de forma dispersa de algunas derivaciones financieras, siendo los grandes proyectos apoyados principalmente a nivel europeo.

Algunos entrevistados que han estado en contacto con responsables políticos plantean hipótesis para explicar la reticencia de Francia a promover concretamente la investigación en biología sintética. Señalan sus objetivos de ingeniería de las ciencias de la vida y de aplicaciones industriales, que no la convertirían en una «ciencia noble» desde el punto de vista del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), así como su dimensión multidisciplinar, que no permitiría identificarla claramente entre las disciplinas tradicionalmente establecidas. Algunos señalan también los debates y la confusión en torno a los organismos modificados genéticamente («OGM»). Se dice que la biología sintética está sufriendo las consecuencias de las numerosas controversias que rodean a los OGM, y se la está equiparando a éstos con una connotación negativa. Además, aunque la biología sintética encarna el «gobierno de los riesgos», esto no ha impedido que haya sido objeto de controversia desde el principio, lo que también puede haber contribuido a frenar su desarrollo, según nuestros informantes.

Por ejemplo, un grupo de protesta de Grenoble llamado Pièces et Main d’œuvre (PMO) ha liderado la carga contra la biología sintética en su página web, acusándola de ser una técnica de manipulación de organismos vivos, con todos los riesgos que ello podría conllevar. En abril de 2013, una decena de activistas de este grupo interrumpieron el primer debate público organizado en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios (CNAM) por el Observatorio de la Biología de Síntesis -que quedó inactivo tras este suceso-. Este observatorio, creado en 2012, está formado por representantes de asociaciones, instituciones de investigación e industria e investigadores en ciencias sociales (Aguiton-Angeli, 2015). Los organizadores declararon su intención de crear «un espacio de debate abierto y pluralista, que permita el intercambio de información, la puesta en común de conocimientos y la expresión de desacuerdos sobre las numerosas cuestiones en juego en este campo emergente» con el fin de fomentar un «debate informado y constructivo» (Meyer, 2013), reuniendo a unas decenas de participantes, investigadores en biología sintética y ciencias sociales, estudiantes y periodistas.

Sin embargo, los activistas de la PMO que interrumpieron el debate defendieron la idea de que cualquier forma de consulta es en realidad una «farsa» o una «mascarada», ya que las decisiones se han tomado en otros lugares (como centros de investigación o empresas que ya han invertido en el campo), que no está prevista la oposición a tal proyecto de ingeniería de lo vivo (en este sentido, el debate solo pretende conseguir la aceptación de los avances en curso), y que los invitados a este «debate» habrían sido elegidos a dedo. Con esta acción, el grupo pretendía denunciar una voluntad de orquestar la aceptación social [4] de la biología sintética. En opinión de algunos de los entrevistados, esta protesta -relativamente aislada, ya que procedía de un puñado de individuos- también podría haber contribuido a disuadir a las autoridades públicas de promover la biología sintética en Francia.

Diversidad de enfoques y actores

A pesar de estas incertidumbres, la biología sintética sigue desarrollándose en Francia, aunque ello dificulte la definición de sus límites estrictos. Nuestra investigación se centró en dos grandes centros de la región parisina, donde coexisten una gran variedad de enfoques. Debido a su falta de institucionalización, no se beneficia de una unidad de prácticas, como ocurre al otro lado del Atlántico, donde predomina el enfoque de los «bioladrillos» de ADN. Estos permiten diseñar nuevas funcionalidades de lo vivo ensamblándose como un juego de construcción (Aguiton-Angeli, 2015).

Por eso hemos ido al encuentro de los distintos perfiles de actores que intervienen en la biología sintética en diversos grados, según su estatus y sus funciones. Algunos utilizan la bioinformática para explotar los inmensos volúmenes de datos drenados por la genómica [5]. Otros se dedican más a la xenobiología, una rama de la biología sintética que consiste en diseñar microorganismos sintéticos modificando las estructuras del ADN. Otros se alejan un poco más de las prácticas de investigación, centrándose más en actividades industriales, logísticas o de comunicación. Por ejemplo, hay profesores de bioinformática que han trabajado o siguen trabajando en la modelización informática de las interacciones entre genes y que, por tanto, dedican la mayor parte de su tiempo a trabajar con ordenadores; un investigador industrial que supervisa a un equipo de técnicos e ingenieros que producen un biocombustible, el isobuteno, a partir de un gen sintético; un investigador especializado en biología de sistemas que ha fundado una start-up y cuyo trabajo implica tanto la modelización informática como los experimentos biológicos habituales que se llevan a cabo en las mesas de laboratorio; un estudiante de máster que ha seguido cursos de biología sintética; un joven investigador que está diseñando un lenguaje informático que puede utilizarse para desarrollar funciones biológicas, y que también lleva a cabo sus actividades utilizando principalmente la programación informática; un ingeniero responsable de la utilización de los equipos necesarios para llevar a cabo la biología sintética; responsables de comunicación que informan sobre las actividades de biología sintética dentro de un laboratorio y de un clúster de biotecnología.

Logros modestos, muchas promesas

La comercialización de productos derivados de la biología sintética sigue siendo relativamente limitada. En 2015, un think tank estadounidense contabilizó 116 productos comercializados o en vías de comercialización a escala internacional, de los cuales solo dos en Francia (Woodrow Wilson Center, 2015). Según figura en un sitio web del gobierno francés (Pavel, 2016), la aplicación más emblemática es la artemisinina, un medicamento utilizado para tratar la malaria que antes se extraía de una planta. Hoy en día, las técnicas de biología sintética permiten obtener ácido artemisínico en el laboratorio a menor coste. También han contribuido al desarrollo de una herramienta de diagnóstico del sida y la hepatitis. Más allá de estos logros, son sobre todo las promesas de la biología sintética las que atraen la atención, en los ámbitos de la salud, la energía, los materiales, el medio ambiente y la agricultura. Por ejemplo, podría allanar el camino a la llamada medicina personalizada, diseñando fármacos «a medida». En la investigación del cáncer, augura la creación de «sensores» para detectar su aparición en una fase temprana. En el sector energético, promete aumentar el rendimiento en la producción de bioetanol, un alcohol obtenido de la fermentación de azúcares presentes en la materia vegetal y utilizado como combustible para vehículos. La biología sintética también prevé aislar los genes de ciertos insectos con el fin de producir artificialmente algunas de sus características para fabricar nuevos materiales ligeros y resistentes: la seda de la araña o el caparazón del escarabajo. Con vistas a proteger el medio ambiente, permitiría desarrollar herramientas de detección de sustancias tóxicas, metales pesados o explosivos. Por último, la agricultura también se vería considerablemente modificada por el cultivo de plantas capaces de adaptarse al cambio climático, o por la sustitución de los pesticidas químicos tradicionales por sustancias modificadas biológicamente que se degradan por sí solas (Pavel, 2016).

Estas promesas recuerdan a los desarrollos ya previstos por los pensadores críticos de la ciencia y la tecnología tras la Segunda Guerra Mundial. Así pues, la biología sintética se inscribe en el continuum de la «ingeniería humana» (Anders, 2002: 53), preocupada no sólo por interpretar el cuerpo, sino también por transformarlo para remediar la «construcción defectuosa» del hombre (ibíd.: 47). En cuanto a sus abundantes promesas, ilustran la proliferación de técnicas destinadas a resolver problemas que a su vez fueron causados por técnicas anteriores, ya sea en el campo de la medicina (Illich, 2003) o en la sociedad en general (Ellul, 2010).

Gobernar los riesgos de un campo controvertido

Uno de los rasgos distintivos de la biología sintética es que encarna el «gobierno de los riesgos» (Callon, Lascoumes y Barthe, 2001; Boudia, 2010; Aguiton-Angeli, 2015). Aunque es relativamente reciente y sus promesas superan a sus logros, los organismos políticos la promueven al tiempo que destacan sus consecuencias sociales (MESR, 2011; OPECST, 2012).

Suelen señalarse varios tipos de riesgos asociados a la biología sintética (Bensaude-Vincent y Benoit-Browaeys, 2011). El llamado riesgo de «bioseguridad» se refiere en primer lugar a las consecuencias accidentales de la manipulación genética. A continuación, el riesgo de «biohacking» se refiere a las prácticas informales e individuales de la biología sintética, algunas de las cuales no están supervisadas por instituciones, como la «biología de garaje». El riesgo de «bioseguridad» encarna el temor a que las transformaciones genéticas puedan utilizarse con fines terroristas, por ejemplo propagando un virus extremadamente peligroso entre la población. Desde el punto de vista económico, las innumerables aplicaciones potenciales de la biología sintética plantean la cuestión de la mercantilización creciente de la materia viva, a través de su patentabilidad [6] (Boyle, 2003). Por último, una última categoría de riesgos se refiere a las posibilidades de modificación de los organismos vivos gracias a la biología sintética y a la creciente difuminación de las fronteras entre lo natural y lo artificial.

Estas preocupaciones sociales han sido objeto de debate (Aguiton-Angeli, 2015). Han aparecido tanto en los discursos de los promotores, para demostrar que la biología sintética era capaz de superar tales efectos, como en las posiciones adoptadas por grupos militantes, para oponerse radicalmente a ella, como la organización no gubernamental (ONG) canadiense ETC Group o el grupo de Grenoble PMO. Entonces, ¿cómo se posicionan ante estas promesas y controversias los principales actores de la biología sintética, conscientes de estas críticas externas?

Dudas y críticas en un concierto de legitimaciones

Todos los actores con los que nos reunimos nos hablaron de las razones de su interés por la biología sintética, de sus convicciones sobre lo que puede producir y de la visión de la sociedad que implica, aunque espontáneamente expresaron dudas sobre varios aspectos.

Una miríada de intereses

Cuando se les pregunta por qué eligieron la biología sintética y qué les motiva a seguir invirtiendo en ella, los investigadores describen sus intereses y esperanzas, al tiempo que legitiman sus actividades. Van más allá de las críticas a la biología sintética que se mencionan explícitamente en sus testimonios. Éstas son diversas y de intensidad variable, ya que los encuestados no tienen todos la misma relación con la biología sintética. Sus definiciones son heterogéneas desde el principio y sus prácticas no se solapan, como en el caso de los investigadores en nanotecnología entrevistados por Céline Lafontaine (2010). Además, sus motivaciones son a veces el resultado de una reconstrucción a posteriori, ya que algunos precisan que también se encontraron allí «por oportunidad» o por «motivos profesionales».

En primer lugar, existe un interés por las aplicaciones industriales previstas, destacando las virtudes ecológicas esperadas de los nuevos materiales biodegradables. Los investigadores también quieren señalar la seguridad que caracteriza el alto nivel de contención de los experimentos realizados en biología sintética, para distinguirla de los OGM liberados en el medio ambiente, o subrayar su eficacia en la lucha contra los usos malintencionados. También destacan las promesas de la biología sintética en los ámbitos de la salud, el medio ambiente y la industria alimentaria. Lógicamente, además de los industriales, las personas que dan testimonio de ello están cerca de institutos para los que la ingeniería es fundamental: estudiantes de posdoctorado en organismos de investigación muy centrados en las aplicaciones, doctorandos que trabajan en empresas o investigadores en laboratorios de ingeniería biológica.

En contraste con las aplicaciones, un segundo grupo de intereses es conceptual: la biología sintética es una forma de plantear cuestiones intelectualmente estimulantes, complejas y novedosas, que tocan el campo más difícil de todos: la vida. Algunos bioinformáticos la ven como una forma de crear «un nuevo lenguaje» gracias a la informática, que puede utilizarse para «cualquier aplicación biológica», con vistas a una «heurística entre disciplinas». Otros hablan de «potencial ilimitado», que proporciona fuentes de inspiración inestimables. Es precisamente este alejamiento de la realidad lo que les mueve. Se refieren al aspecto «fundamental» de la ciencia. La mayoría de estos testimonios proceden de investigadores universitarios, sobre todo en bioinformática, que consideran su contribución como una aportación conceptual bastante alejada de las aplicaciones industriales.

Una tercera fuente de interés, común a todos los testimonios, sea cual sea su procedencia y sus actividades, es el carácter lúdico y la atracción por la novedad. La «curiosidad», la «diversión», el «bling bling», lo «sexy» y lo «glamuroso», el aspecto «excitante» de «romper una barrera de seguridad» para explorar espacios hasta ahora inexplorados son ocurrencias muy extendidas. «Hicimos que las bacterias fabricaran betacaroteno, que es un pigmento naranja, y las bacterias lo expresaron y se volvieron naranjas. Es divertido, es mágico», confía un investigador doctorado. En este contexto se menciona siempre el concurso IGEM, en el que compiten cientos de equipos de todo el mundo y en el que estudiantes de grado y máster tienen que presentar proyectos relacionados con la biología sintética. IGEM consiste en que un equipo de «jóvenes hipercreativos y supermotivados» (en palabras de una de las personas entrevistadas) diseñe, financie y lleve a cabo un ambicioso proyecto en seis meses. El concurso ofrece una oportunidad de «aprendizaje acelerado del mundo de la investigación», una verdadera inmersión «hiperformativa», con el objetivo de ganar una o varias de las «cientos de medallas que se conceden» al final del concurso. El concurso se considera a menudo el «corazón de la biología sintética», un «trampolín formidable» y un «chupa-chups para los buenos estudiantes». Ayuda a «estimular la imaginación, a co-construir», «es una verdadera aventura» [7]. Cada equipo presenta su proyecto y contribuye también a aumentar el stock de «bio-ladrillos» disponibles, auténticos Lego de lo vivo.

En contraste con los horizontes revolucionarios e inéditos de la biología sintética, una cuarta forma de interés la expresan quienes desean desapasionar este entusiasmo. Aquí encontramos actores sensibles a la necesidad de comunicar con el público y a una visión interdisciplinaria del campo. Esta es también la opinión de quienes han abandonado o tienen previsto abandonar el campo porque sus dudas obstaculizan ahora la prosecución de sus actividades. Estas personas proceden de entornos más generalistas en las ciencias experimentales, y a menudo están más avanzadas en sus carreras, para las que la biología sintética no era más que un trampolín. Para ellos, la biología sintética tiene muchos intereses, pero no puede hacerlo todo, y eso es bueno. Creen que «la política debe decidir, no la ciencia», cuando se debaten ciertas aplicaciones; más allá de la retórica «publicitaria y de marketing», estos investigadores dicen ser conscientes de los límites de la ciencia y de su poder.

Una última fuente de interés que está impulsando a los investigadores hacia este campo se sitúa a otro nivel. Ya no es sólo la biología sintética en sí lo que les estimula, sino la preocupación social que acompaña a su desarrollo. La utilidad y el valor que atribuyen a su trabajo residen esencialmente en el reto de popularizar innovaciones tecnocientíficas complejas, con el fin de «anclar la biología sintética en la sociedad». Los investigadores subrayan la importancia de vincular las ciencias experimentales y las humanidades, y de desarrollar la comunicación en torno a sus actividades. Así lo manifiestan los responsables de la comunicación en este ámbito, los estudiantes de doctorado sensibilizados a estas cuestiones durante su formación y los investigadores que trabajan en laboratorios que han realizado importantes esfuerzos para promover los vínculos entre la ciencia y el público. Destacan la contribución de las ciencias humanas a su práctica, así como la presentación de sus actividades al público y la difusión de sus trabajos de forma accesible, no limitada a los círculos académicos y científicos.

Todos mencionan uno o varios de estos intereses, y los expresan al tiempo que subrayan la validez de sus actividades, en respuesta a los riesgos inherentes a su campo de investigación, que describen explícitamente. Pero para algunos, esto va acompañado de la expresión espontánea de dudas e incluso críticas (sin que les invitemos a hacerlo) sobre el mundo que están contribuyendo a crear.

Dudas y críticas sobre las «derivas»

También en este caso, la amplitud y el contenido de las críticas difieren en función de la relación con la biología sintética. Cuanto más trabajan los actores en el corazón del campo, menos presentes están los aspectos críticos, aunque nunca estén totalmente ausentes. Están directamente implicados en la promoción del campo, pertenecen a estructuras específicas y han tenido carreras que combinan la investigación y la ingeniería. Para los más distantes, las dudas tocan aspectos fundamentales, hasta el punto de romper voluntariamente con el campo para dos de ellos, y con su perspectiva para algunos otros. Es el caso de los estudiantes y doctorandos con los que nos reunimos, tan motivados como perplejos. También es el caso de las personas implicadas en la coordinación técnica o en la comunicación, cuyo papel es precisamente dirigir una reflexión crítica, así como de los investigadores, en principio alejados de las ciencias de lo vivo, pero que se han acercado a ellas con el desarrollo de la biología sintética. Las tres formas de crítica mencionadas reflejan la capacidad reflexiva de estos actores, al tiempo que centran sus preguntas en el posible mal uso de la biología sintética para fines con los que no se identifican, en lugar de cuestionar el campo como tal.

Sus críticas se centran principalmente en un aspecto que no es específico del campo, pero que se ve acentuado por su naturaleza ingenieril: las apuestas económicas. Señalan las «políticas empresariales agresivas» que ejercen una presión ascendente sobre los laboratorios de investigación. También deploran a veces el espíritu de competencia que reina en este entorno y el enfoque conquistador, incluso ofensivo, de algunas de sus personalidades, «todo lo contrario de la imagen que tengo de un investigador». Para ellos, estos son los efectos de la explotación comercial de la ciencia (Lave, Mirowski y Randalls, 2010). Este primer conjunto de críticas es sin duda el más extendido y el más común a los distintos perfiles.

Un segundo conjunto de críticas se refiere a la manipulación de organismos vivos. Esta crítica no es mayoritaria. Se preguntan si la biología sintética no es «un universo sulfuroso» y reconocen que sus peligros potenciales «no son fantasiosos». Estos críticos condenan a ciertas figuras mediáticas que encarnan excesivamente estos peligros, como el biotecnólogo estadounidense Craig Venter y su deseo de «ganar dinero con las patentes» o de «jugar a aprendiz de brujo» sin preocuparse de las consecuencias. A menudo se habla del transhumanismo [8] como una extensión indeseable de la biología sintética, y está causando preocupación. Algunas personas admiten que dudaron cuando se embarcaron en este nuevo campo de investigación, ya que hasta entonces sus actividades académicas habían estado muy alejadas de las aplicaciones industriales y la ingeniería: ¿debían contribuir al campo o abandonarlo porque implica demasiados riesgos y sirve a fines cuestionables? El potencial de la biotecnología es tan grande como sus riesgos:

«En informática, tenemos un gran problema. Sólo se puede especificar lo que se quiere. No podemos especificar lo que no queremos […], así que intentamos limitar los ‘efectos secundarios'» (Étienne, 39 años, investigador en bioinformática).

Cuando estos efectos no deseados son conceptuales y perturban su modelización informática, está bien, pero cuando se trata de la difusión incontrolada de organismos vivos modificados, la cuestión se plantea con una agudeza sin precedentes. En la misma línea, el concurso IGEM parece haber «llevado el campo en una dirección demasiado biotecnológica», como explica este investigador, que ha decidido abandonar pronto el concurso:

«El IGEM es también una máquina de manipular a la opinión pública, para tranquilizarla diciéndole que los OGM no son peligrosos. Pero usted está planteando cuestiones bioéticas fundamentales. El IGEM las plantea, vale, pero no como un anciano que se plantea cuestiones científicas fundamentales» (Eddy, 56 años, investigador en bioinformática).

Para estos investigadores, los organismos vivos deben ser una fuente de inspiración, pero la investigación sobre su modificación genética no es un fin en sí mismo, que haya que sistematizar y racionalizar cada vez más, que es como ven el futuro desarrollo de este campo.

Por último, se critica la responsabilidad política de los investigadores. Algunos dicen que les preocupa la idea de que las consecuencias de lo que hacen no pueden predecirse por completo. ¿Sirven al bien o al mal? Hablan de «casos de conciencia», ya que otros investigadores utilizan los mismos procedimientos para avanzar en direcciones que ellos rechazan:

«Pero ahora, de repente, estamos fabricando organismos, bacterias Escherichia coli que huelen a plátano, lo cual es divertido. Salvo que, al mismo tiempo, alguien está reconstruyendo el virus de la gripe española». (André, 55 años, investigador en bioinformática, que ha abandonado el campo)

Les preocupa que los usos malintencionados se estén convirtiendo en algo habitual. Otros, en cambio, afirman que los científicos han asumido una irresponsabilidad, «porque su papel es ir constantemente más allá de los límites», contrarrestada por «normas estrictas que controlan su trabajo». La perplejidad expresada también se refiere a la naturaleza de la información que circula entre la investigación y el público en general: ¿dónde están los lugares «donde se plantean realmente las cuestiones de conciencia y las opciones sociales»? Hay que señalar, sin embargo, que estas formas de fuerte crítica no son mayoritarias, y a menudo las expresan las mismas personas que se muestran escépticas ante la «vida aumentada». Es más, estos elementos pueden aparecer incidentalmente en el transcurso de la entrevista, coexistiendo con la evocación de diversas formas de interés. Las dudas expresadas, salvo casos excepcionales, no agotan por tanto las fuentes de interés de los entrevistados.

Las dudas y las críticas están presentes en sus testimonios. No se refieren a la biología sintética como tal, sino más bien a aspectos que se describen como posibles aberraciones o como figuras repulsivas o caricaturescas que empañan la imagen de este campo emergente. Sin duda, es por ello que estas críticas y dudas no limitan la expresión de los variados intereses que estos actores perciben en la biología sintética y sólo excepcionalmente los ponen en entredicho, provocando el abandono del campo [9]. Así pues, aunque no tengan necesariamente respuestas a las cuestiones que ellos mismos plantean, la mayoría de ellos continúan. Esto significa que, por encima de estas dudas y críticas, prevalecen diferentes representaciones que alimentan sus visiones del progreso de las innovaciones tecnocientíficas en nuestras sociedades.

En nombre del progreso: críticas presentes… pero desactivadas

Cuando se interroga explícitamente a los implicados en la biología sintética sobre las controversias provocadas por la tecnociencia, los testimonios recogidos ofrecen una visión de la forma en que se manifiesta una ideología tecnicista, es decir, un conjunto de representaciones que consagran la creencia en la validez de las innovaciones tecnocientíficas y en el carácter natural e indiscutible del progreso. A través de estas representaciones, se despliegan diferentes registros de justificaciones (Boltanski y Thévenot, 1991), que conducen a la neutralización de los desafíos, lo que Jacques Ellul (2010) describe como el corazón del «bluff tecnológico». De este modo, las dudas expresadas espontáneamente, por un lado, o la evocación de las críticas externas, por otro, se evaporan año tras año, para dejar paso a lo que a sus ojos es esencial, a saber, su contribución al progreso en curso. En sus discursos se pueden detectar cuatro argumentos [10].

«Siempre nos hemos dedicado a modificar organismos vivos».

Una forma habitual de desactivar los argumentos de protesta es hacer hincapié en la continuidad con la que se describen estas innovaciones tecnocientíficas («Los OGM ya están por todas partes y la gente ni siquiera lo sabe») y en la ruptura con el pasado («La biología sintética es verdaderamente revolucionaria»). Además, los encuestados lamentan que se utilicen ejemplos cada vez más extremos para desacreditar la biología sintética. Todo es esencialmente una cuestión de límites y de dosificación, sin ruptura real con lo que había antes. Los testimonios parecen utilizar el argumento de la continuidad para tranquilizar y banalizar ciertas innovaciones frente a un público reticente, y destacar sólo una diferencia de grado y no de especie entre las innovaciones pasadas y las actuales, mientras que la idea de ruptura se esgrime para destacar las aportaciones esenciales del campo frente a un público conquistado. Mostrar continuidad en lugar de ruptura equivale a situar los objetos técnicos de la sociedad preindustrial al mismo nivel que las innovaciones tecnológicas de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, y legitimarlas por su supuesto carácter natural.

«Todo depende de lo que se haga con ello».

Esta es la forma más extendida de neutralizar las críticas. La mayoría de los entrevistados creen que siempre habrá aplicaciones malévolas, y citan con frecuencia a Einstein y la bomba atómica. El principal problema reside en la cuestión de los usos, sin renunciar nunca al «desarrollo de la ciencia». En este sentido, las protestas contra la biología sintética no dan en el blanco, porque todo depende de «quién se haga con la tecnología». El culpable a menudo denunciado es la industria, no los científicos que diseñan OGM «buenos» para «hacer el bien». Este argumento suele ir acompañado de un recordatorio de la filiación académica de la mayoría de los investigadores, para distanciarse de las aplicaciones posteriores de sus investigaciones. Otros hacen suyas estas críticas y las utilizan como motor de su inversión: diseñan sistemas que garantizan la seguridad y la calidad medioambiental de lo que se produce. Sin embargo, Jacques Ellul planteó la espinosa cuestión de elegir o cambiar el uso de tales o cuales técnicas, dado que nuestras sociedades se caracterizan precisamente por la existencia de un sistema tecnológico que se ha convertido en el entorno natural de los seres humanos (Ellul, 2004). De hecho, encontramos en los testimonios la idea de que si se esperan consecuencias positivas, ello podría justificar que se frenaran los aspectos negativos. Salvo que, más allá de un «umbral crítico» de desarrollo industrial, Ivan Illich señaló en los años setenta que las consecuencias nefastas superan a las positivas: pensar únicamente en términos de usos, separando las consecuencias positivas y negativas de una innovación, se revela entonces como un callejón sin salida (Illich, 2004).

«La marcha natural del progreso»

Aunque algunos se declaren perplejos, no se plantean en absoluto la posibilidad de renunciar o poner en tela de juicio la «marcha del progreso» y las innovaciones, siempre y cuando exista la posibilidad técnica. Este es el sello distintivo de la ideología tecnocientífica (Bensaude-Vincent, 2009; Raynaud, 2015a y b), que se detecta en todos los testimonios, incluso de quienes expresan más dudas, como este investigador:

«Si nos fijamos en la historia de los luditas, ¿era necesario resistir contra la maquinaria industrial? Quizá el cambio siempre es convulsivo, siempre hay gente que se opone… También en la industria nuclear tenemos miedos, pero eso no significa que no debamos hacerlo». (André, 55 años, investigador en bioinformática)

Esto es tanto más cierto cuanto que los encuestados se refieren a menudo a las predicciones tecnocientíficas del futurólogo Raymond Kurzweil o al inexorable aumento de la potencia de cálculo encarnado por la Ley de Moore:

«Si no rompes las barreras, si no estás conceptualmente por delante, estás fuera» (Eddy, 56 años, investigador en bioinformática).

Estas representaciones también van acompañadas de una justificación de los riesgos (por ejemplo, nucleares), considerados como ineludibles, presente en los testimonios menos críticos:

«Todos vivimos con riesgos, así que ya está, vivimos con ellos y acabamos adaptándonos». (Étienne, 39 años, investigador en bioinformática)

Ellos mismos señalan que estos avances tecnológicos generan nuevos problemas, pero que éstos no están bajo su control, dando así un «paso al lado» respecto a la cuestión de las consecuencias.

En consecuencia, hay poco margen para el análisis tecnocrítico, que rápidamente se equipara con una postura retrógrada o tecnofóbica. La elección sería muy limitada, como dijo espontáneamente uno de los pocos investigadores que mencionaron la no neutralidad del progreso tecnológico:

«La ideología del progreso es omnipresente. Nunca se cuestiona, bueno, siempre es ‘nuclear o cavernícola’, como dicen los que están a favor de la energía nuclear, es impresionante, es el grado cero del pensamiento político«. (Laurent, 38 años, investigador en bioinformática que ha abandonado el campo)

La búsqueda de la perfectibilidad humana se centra por completo en la adaptación de las personas a un mundo que hemos renunciado a intentar cambiar políticamente (Le Dévédec, 2015). Los investigadores expresan claramente el credo de la tecnociencia, según el cual teoría y técnica operativa son inseparables, lo que conduce a la primacía de la segunda sobre la primera (Raynaud, 2015a). En otras palabras, se trata de intentar todo lo que sea técnicamente posible:

«Yo misma, al principio, tenía un poco de miedo, pero tampoco podemos… intimidar a todos los investigadores que tienen una capacidad intelectual interesante… porque la mayoría de la gente no es capaz de entender lo que está haciendo.» (Camille, 28 años, doctoranda, máster en biología sintética)

La marcha del progreso tecnocientífico y este vasto movimiento hacia la racionalización y el control del mundo y de la naturaleza son ciertamente fuente de preocupación, pero se presentan como hechos naturales ineludibles.

«Debate sí, pero sin bloqueo».

Para estos diferentes actores, los temores expresados por la sociedad civil o las ciencias humanas son a menudo injustificados porque se basan esencialmente en una forma de ignorancia o de miedo irracional:

«Los científicos están más que hartos de que se les recuerde constantemente lo de los OGM, para impedirles avanzar. La gente es muy ingenua porque la naturaleza produce OGM constantemente y así lo dicen los científicos, pero sin decir demasiado tampoco… para no asustar a la población mientras hacemos lo que queremos». (Sandie, 30 años, estudiante de doctorado)

Otros son más matizados:

«La gente teme por ignorancia, pero la culpa es compartida, viene de ambos lados». (Brad, 45 años, ingeniero de investigación)

En todos los casos, las dificultades se atribuyen a una «falta de comunicación», pero también a una tendencia «a ver sólo el lado negativo de las cosas». Según las personas entrevistadas, estos temores no pueden servir en ningún caso de excusa para frenar su creatividad científica. Sin embargo, algunos de ellos hicieron autocrítica sobre estos malentendidos:

«A los científicos les gusta ser los únicos que entienden lo que hacen; me parece despectivo que no pidamos opinión a la gente por el hecho de que no vayan a estar de acuerdo«. (Camille, 28 años, doctoranda, máster en biología sintética)

En este sentido, insisten en la necesidad de crear un espacio de debate entre científicos y ciudadanos. Por eso, los promotores de la biología sintética se han propuesto integrar estas consideraciones en su campo desde el principio. Algunos reclaman «mediadores científicos», evocan «controversias pacíficas» o reivindican una «ciencia ciudadana y participativa», en una perspectiva educativa y lúdica.

Sin embargo, esta autocrítica no significa que exista una oposición real:

«Está bien dudar, tener miedo y expresarlo, es normal… ¡pero no está de acuerdo en absoluto que los individuos [referencia aquí al PMO] impidan que se celebre un debate público!» (André, 55 años, investigador en bioinformática, que ha abandonado el campo).

Además, las preocupaciones éticas aparecen de forma poco clara: «Siempre hay un guion ‘ética’ en los expedientes sobre biología sintética», o: «Tuve módulos de ética en mi carrera», pero sabemos poco sobre la forma en que los investigadores las tienen en cuenta. Esto se confirma en varias ocasiones: «Después, cuando se trata de los aspectos jurídicos, etc., todo es un borrón». Al final, en la mayoría de los debates se vislumbra una visión bastante restringida de la ética. El papel de la sociedad es ambivalente: por una parte, las cuestiones políticas no deben dejarse en manos de los investigadores; por otra, el desarrollo acelerado de las biotecnologías es el resultado de una trayectoria tecnológica que no ha sido realmente objeto de una elección social y política.

Si no podemos esperar que la tecnociencia se autorregule, ¿acudir a una mediación política externa sería una solución suficiente? Creemos que no. Lo que hay que hacer es repolitizar la tecnociencia, a partir de las tres formas en que se debate la tecnociencia: el progreso científico, lejos de ser neutro, es una categoría construida sociohistóricamente que puede y debe ser cuestionada como tal, para poner fin a su naturalización; este debate no debe ocultar la posibilidad de renunciar a ciertas innovaciones, incluso cuando son tecnológicamente posibles, en función de principios políticos y de convivencia que serían superiores a ellas ; Por último, las ideas de finitud, imperfección y fragilidad inherentes a la vida humana y a la de todos los seres vivos deberían poner en tela de juicio el actual proyecto tecnocientífico de optimizar, racionalizar y controlar cada vez más la vida, a riesgo de destruir su propia esencia.

Gaëtan Flocco es sociólogo en el Centro Pierre-Naville (Universidad de Evry/París-Saclay). Sus investigaciones hasta la fecha se han centrado en las formas de resistencia y consentimiento de los directivos en las grandes empresas industriales. En 2015 publicó Des dominants très dominés. Pourquoi les cadres acceptent leur servitude (Raisons d’Agir). Recientemente, él y Mélanie Guyonvarch decidieron dedicar una reflexión a los ámbitos científico y técnico, dado el lugar que ocupan en nuestras sociedades actuales y los cambios que están experimentando. Juntos están llevando a cabo una investigación sobre el trabajo y las representaciones de los implicados (investigadores, ingenieros, empresarios, etc.) en la biología sintética.

Mélanie Guyonvarch es socióloga en el Centro Pierre-Naville (Universidad de Evry/París-Saclay). Hasta la fecha, su investigación se ha centrado en las prácticas y la retórica de la banalización de los despidos en el sector farmacéutico. En 2017 publicó Performants… et licenciés. Enquête sur la banalisation du licenciement (Presses universitaires de Rennes). Recientemente, ella y Gaëtan Flocco decidieron centrarse en los ámbitos científico y técnico, dado el lugar que ocupan en nuestras sociedades actuales y los cambios que están experimentando. Juntos están llevando a cabo una investigación sobre el trabajo y las representaciones de los implicados (investigadores, ingenieros, empresarios, etc.) en la biología sintética.

Gaëtan Flocco y Mélanie Guyonvarch, «¿Con qué sueña la biología sintética?», Socio, 12 | 2019.

Anexo

Esta encuesta, que no es el resultado de un encargo institucional, abarca un panel diverso de actores que evolucionan -o han evolucionado- en el ámbito tecnocientífico de la biología sintética. La muestra no incluye a los responsables de la toma de decisiones económicas ni a los agentes públicos y políticos, aunque el análisis sí tiene en cuenta ciertas evoluciones contextuales recientes. El doble objetivo de la encuesta es estudiar, por una parte, los aspectos relacionados con el trabajo, las tecnologías utilizadas, los aspectos organizativos y las aplicaciones y, por otra, las dimensiones más subjetivas de este campo y el sentido que le dan sus protagonistas. Así pues, uno de los objetivos de las entrevistas semiestructuradas era debatir con los entrevistados sobre los ideales y esperanzas que depositan en la biología sintética y confrontarlos con los distintos riesgos y problemas que se plantean regularmente en relación con este campo, a fin de recabar sus reacciones. Las entrevistas se realizaron generalmente en parejas, con una duración de entre una y dos horas y media, a menudo en los establecimientos a los que pertenecían los entrevistados, en una sala de reuniones o en sus despachos personales, o a veces en un lugar más neutro, como la terraza de un café. La primera fase de esta encuesta se basó en 17 entrevistas con 13 hombres y 4 mujeres en diferentes etapas de sus carreras: 8 investigadores universitarios, 6 de los cuales siguen trabajando sobre el terreno; 1 ingeniero de investigación; 1 investigador en una start-up biotecnológica; 4 responsables de comunicación; 3 estudiantes de investigación que realizan su tesis. Estos actores trabajan en diversas instituciones: laboratorios universitarios de bioinformática, biofísica y biología sintética, así como un laboratorio interdisciplinar para el estudio de los organismos vivos. La encuesta también se basa en 12 observaciones de lugares de experimentación, reuniones científicas y/o debates públicos sobre innovaciones científicas y técnicas. Otro material de la encuesta consiste en documentos que presentan el campo de actividad y su desarrollo por parte de diversos institutos (bioclúster, laboratorios de investigación, empresas, expertos, asociaciones, gobierno).

Agradecemos a Fabrice Colomb su detallada revisión de este artículo.

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Notas:

[1] El método se presenta en el apéndice.

[2] Un bioclúster es «una agrupación geográfica de empresas, laboratorios y cursos de formación en el ámbito de la biotecnología» (Vallier, 2018: 1).

[3] Esta competición internacional, denominada IGEM (International Genetically Engineered Machine Competition), se creó en 2003 y se celebra cada año en Boston. Equipos de estudiantes compiten para crear productos innovadores utilizando técnicas de biología sintética.

[4] «Aceptación social» significa que la consulta e incluso el debate público pueden ser estrategias para hacer frente a la falta de confianza -por no decir desconfianza u hostilidad- del público hacia la ciencia y la tecnología. Al integrar los valores de los usuarios y consumidores en el desarrollo de productos, aumentamos las posibilidades de que sean aceptados» (Bensaude-Vincent, 2009: 187).

[5] Este enfoque da lugar a la biología de sistemas, a la que se refieren algunos de nuestros entrevistados. Se trata de la vertiente analítica y académica de la biología sintética, cuyo objetivo es comprender el funcionamiento global de los sistemas biológicos. Sólo sobre la base de esta comprensión inicial puede la biología sintética prever posteriormente el diseño y la producción de sistemas novedosos.

[6] La patentabilidad de los organismos vivos significa «la posibilidad de apropiarse de seres naturales y patentar organismos vivos» (Bensaude-Vincent, 2009: 139), de modo que cualquier uso de estos organismos (con fines agrícolas, industriales o científicos) debe dar lugar a un pago a su propietario.

[7] Al mismo tiempo, se mencionan algunos aspectos menos glamurosos, como el «enorme maná financiero» que representan las fundaciones que aportan fondos, como la Fundación Liliane Bettencourt, que presta apoyo financiero a determinados centros de investigación donde se practica la biología sintética; También hay referencias a «equipos de jóvenes dirigidos por equipos de investigación que sólo envían a los mejores estudiantes a trabajar en proyectos ya en marcha para ganar medallas y hacer brillar a su instituto»; o a una competición «vigilada de cerca por la industria»; también hay referencias a trampas o a la sospecha de trampas entre equipos movidos por la competición, y a la idea de «hacer trabajar a los jóvenes por menos dinero y luego robarles las buenas ideas».

[8] El transhumanismo es un movimiento intelectual que surgió de la cibercultura estadounidense en la década de 1980 y que ahora se agrupa en torno a la asociación Humanity+. Promueve la mejora de la condición humana a través de las nuevas tecnologías para conseguir un humano aumentado, en términos de rendimiento físico, intelectual y emocional (Le Dévédec, 2015). Los temas favoritos del movimiento son la salud perfecta, la prolongación de la vida y la fusión hombre-máquina.

[9] A pesar de la espontaneidad de estas críticas, que pueden haber sorprendido a los entrevistadores en un primer momento, cabe señalar que la situación de la entrevista puede haber animado a algunos de ellos a hacer hincapié en cuestiones éticas o en cuestiones más reflexivas sobre su investigación. Estas consideraciones críticas parecen expresarse menos en público, durante los diversos debates y reuniones públicas a los que asistimos, que en el marco más confidencial de la entrevista sociológica. Por ejemplo, durante el debate interrumpido por el grupo PMO en el CNAM en 2013 (Meyer, 2013; Aguiton-Angeli, 2015), los diversos representantes de la biología sintética, directamente confrontados con su cuestionamiento radical, expusieron principalmente argumentos destinados a defender el campo en lugar de comprometerse en un cuestionamiento crítico sobre el mismo.

[10] Una quinta forma, que no se ha desarrollado aquí, consiste en que algunos de los actores no se pronuncian sobre estos aspectos, alegando que «no están en la mejor posición para responder a estas preguntas», lo que en parte puede verse como una forma de disipar los puntos polémicos.

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