El trabajo en la era de la IA

Acerca de: Juan Sebastián Carbonell, Un taylorismo aumentado. Crítica de la inteligencia artificial, Éditions Amsterdam

por François Jarrige , 6 de noviembre

laviedesidees.fr

La IA está redefiniendo los límites del trabajo, radicalizando aún más la fragmentación de las tareas. Pero no es una fatalidad que debamos aceptar sin crítica alguna. Por el contrario, es necesario recurrir a nuevas formas de resistencia.

Desde hace algunos años, el sociólogo laboral Juan Sebastián Carbonell desarrolla una reflexión original sobre las transformaciones tecnológicas del trabajo y los debates que estas suscitan. Autor en 2018 de una tesis en sociología de las relaciones laborales sobre los acuerdos de competitividad en la industria automovilística francesa, se interesa en primer lugar por los efectos sobre las condiciones de trabajo de los nuevos convenios colectivos (denominados «de competitividad») que siguieron a la crisis económica de 2008 [1], a partir de una encuesta de campo realizada a los trabajadores de la fábrica PSA de Mulhouse.

En la continuidad de esta encuesta clásica de sociología del trabajo, y en relación con un sector de actividad que no ha dejado de ser objeto de escrutinio desde hace 80 años, el autor construye una reflexión original sobre el trabajo, sus transformaciones tecnológicas y los discursos que acompañan a su supuesta crisis incesante, desde que una serie de profetas y futurólogos como Jérémy Rifkin comenzaron a anunciar su «fin» en la década de 1990.

Atrapado en el espejismo de la «sociedad del conocimiento» y la explosión informática, el final del siglo XX estuvo marcado por debates y anuncios estruendosos sobre el supuesto fin del trabajo y el llamamiento a su reducción y reparto. Ante estas promesas reavivadas por el auge actual de la IA, el autor hace un llamamiento a la resistencia y a deshacerse de las mitologías tecnológicas, dejando de verlas como un proceso ineludible para convertirlas en un tema de debate político.

El oscuro «fin del trabajo»

Desde finales del siglo XX, la cuestión del trabajo no ha dejado de ocupar un lugar central en la arena política y mediática, debido a la multiplicación de anuncios estruendosos sobre su desaparición o su transformación. Abordando de frente estos debates, Juan Sebastián Carbonell se ha interesado por el cambio tecnológico y por lo que este supone para el trabajo. La industria automovilística es el terreno perfecto para este tipo de investigación, ya que se trata de una industria muy intensiva en capital que también abarca algunos sectores que siguen siendo muy intensivos en mano de obra (montaje, pintura).

En Le Futur du travail (El futuro del trabajo), ya exploraba en 2022 las innumerables fantasías que rodean desde hace tiempo los debates sobre el trabajo, en torno a su fin, a su supuesta crisis, cuando en realidad los cambios tecnológicos no dejan de reinventar el trabajo en lugar de hacerlo desaparecer [2]. Más allá de una «crisis del trabajo» difusa e incierta, el autor muestra que no estamos asistiendo ni a una desaparición ni a una crisis del trabajo alimentada por espejismos tecnológicos, sino a su reinvención bajo el impacto de las transformaciones capitalistas con el auge de un nuevo proletariado digital y logístico.

En la continuidad de varias investigaciones sociológicas sobre el trabajo, el autor se centra ahora en mostrar cómo la tecnología digital y la inteligencia artificial, lejos de hacer desaparecer a los trabajadores, tienden más bien a redefinir su actividad y sus tareas, multiplicando las formas de proletarización. De este modo, prolonga las reflexiones de Antonio Casilli, entre otros, quien había demostrado que la externalización del trabajo y su fragmentación, permitidas por la automatización digital, no conducen a la gran sustitución de los seres humanos por máquinas, sino más bien a un desplazamiento del trabajo hacia aquellos a los que él denomina «trabajadores por encargo [3]», esos trabajadores mal pagados, generalmente ubicados en los países del sur y encargados de alimentar la máquina «etiquetando» imágenes o moderando contenidos. Para comprender los efectos de la IA en el trabajo y el empleo, Juan Sebastián Carbonell sugiere alejarse del debate sobre el fin del trabajo y la desaparición de los puestos de trabajo, explorando primero cómo el cambio tecnológico degrada el trabajo y las tareas realizadas. Como recuerda el autor: «El funcionamiento de la IA generativa, al igual que el de otras IA, depende en gran medida del trabajo humano» (p. 111), empezando por el de los artistas, escritores, periodistas y científicos cuyas obras, incluso protegidas por derechos de autor, son apropiadas por los actores del sector para desarrollar su modelo.

Profetas y expertos

En su ensayo, Juan Sebastián Carbonell aborda de frente la cuestión de la IA, que ahora ocupa un lugar central en todos los debates y en la atención pública. Si bien la inteligencia artificial existe desde la década de 1950 y la famosa conferencia de Dartmouth en la que se acuñó el término, ha pasado por una serie de inviernos y primaveras sucesivos. Desde 2022, y con la aparición de interfaces como ChatGPT, que se han democratizado rápidamente, hemos entrado en una etapa de considerable auge de sus usos. Si bien la IA en sentido estricto no existe y remite a varias trayectorias técnicas concurrentes —distinguiendo en particular entre «IA simbólica» e «IA conexionista»—, al menos podemos retomar, para sus ejemplos actuales, la definición sintética dada por el Ministerio de Educación:

«cualquier servicio digital basado en algoritmos probabilísticos, que se apoya en el tratamiento estadístico de grandes conjuntos de datos con los que se entrena y es capaz de producir resultados comparables a los obtenidos por una actividad cognitiva humana [4]».

El impacto de la IA en el mundo laboral es ahora objeto de una producción editorial especialmente importante, procedente de periodistas, activistas, sociólogos o ensayistas. El tema se está convirtiendo incluso en un género en sí mismo al que se suman cada vez más autores, cada uno de los cuales escribe su ensayo sobre la IA, en particular para ensalzar sus virtudes, alabar sus beneficios y su capacidad para aumentar la competitividad y mejorar la productividad. Los economistas especialistas en «innovación», como el reciente «Nobel» de Economía Philippe Aghion, no dejan de legitimar este proceso pidiendo que se eliminen todos los obstáculos y fomentando el uso de la IA en nombre de la vieja imaginación del progreso y la competitividad internacional, dejando de lado las cuestiones medioambientales y políticas que plantea esta nueva trayectoria. Los habituales profetas de lo digital también alaban los beneficios de la IA y piden que se evite cualquier reticencia para no quedarse atrás en la competitividad global [5].

Un verdadero fatalismo se instala progresivamente en los discursos y las prácticas de las organizaciones, en las grandes empresas, en la educación nacional y en la administración, sin que se permita ninguna objeción o duda. Preocupado por oponerse a este fatalismo tecnológico, y muy lejos de estos enfoques, el autor moviliza los recursos de la sociología para cuestionar el impacto de la IA en la organización del trabajo, en la actividad concreta de los empleados, pero también en las jerarquías y formas de poder que enmarcan su actividad. Tras una revisión particularmente clara y sintética de los orígenes de la IA y su desarrollo desde la década de 1950, también muestra cómo se construye el sueño de la IA impulsado por empresarios y expertos que son a la vez jueces y partes, y que celebran la «revolución tecnológica» al tiempo que se benefician de ella para hacer carrera y obtener financiación.

Crítica del «taylorismo digital»

Entre la abundante producción editorial sobre la IA, uno de los principales intereses del ensayo de Juan Sebastián Carbonell es situar la actual avalancha en el contexto de la larga historia de la automatización del trabajo. El autor defiende la tesis de que la IA «no es ni una herramienta de cualificación ni un instrumento de polarización, sino una herramienta de degradación del trabajo en manos de las empresas, en forma de taylorismo aumentado» (p. 72). Para el autor, la IA representa ante todo una nueva frontera del taylorismo y la racionalización creciente, menos una ruptura que una radicalización del antiguo proyecto de control social que acompañó al auge de la industrialización a partir de finales del siglo XIX. Siguiendo los pasos de la sociología crítica del trabajo inaugurada en el siglo XX por Georges Friedmann o, referencia importante para el autor, Harry Braverman, se esfuerza por reflexionar sobre lo que la IA hace en el trabajo, más allá de las promesas y los discursos mediáticos sin fundamento.

A lo largo de la obra, muestra cómo lo que se denomina inteligencia artificial tiende a «simplificar, estandarizar o fragmentar» las profesiones, independientemente del nivel de cualificación exigido para ejercerlas. Para ello, se basa en el estudio de varios ámbitos socioprofesionales cualificados, como los de los periodistas, los oncólogos o los traductores. El caso de la traducción automática, que se ha convertido en emblemático y objeto de una atención especial, muestra cómo la IA no tanto suprime puestos de trabajo como descalifica y precariza el trabajo, transformando una actividad creativa en una tarea cada vez más penosa, que consiste, por ejemplo, en corregir a posteriori los errores y las aproximaciones de la máquina. Para los periodistas o traductores, la IA favorece así «una pérdida de control del gesto creativo» (p. 124), al pretender facilitar las tareas y hacerlas más productivas, no deja de degradarlas, transformando al trabajador en un simple verificador. En la línea de la sociología crítica, Carbonell califica este proceso de «desposesión maquínica». Cuestiona la promesa de que la máquina debe aligerar las tareas del trabajador o liberarlo de las tareas monótonas o poco interesantes. La IA, al igual que otros procesos automáticos anteriores, conduce más bien a convertir a los trabajadores en «apéndices» de la máquina. Al cuestionar así la tesis clásica y repetida de la neutralidad de las herramientas, y muestra que lo digital y la IA no están ahí para mejorar el trabajo o hacerlo más eficaz, sino que su objetivo principal es «organizar y controlar el proceso de trabajo» y los entornos profesionales, en la continuidad de los informes sobre los poderes tecnológicos estudiados por David Noble en relación con la expansión de los dispositivos de control digital en la industria norteamericana [6].

Este breve ensayo combina las cualidades de un estudio comprometido, sintético y parcial con el análisis empírico de situaciones laborales concretas, a menudo olvidadas en los trabajos de filósofos o economistas centrados en el empleo y en datos macroeconómicos. Se trata aquí de penetrar en la fábrica y el taller, y de seguir el trabajo concreto y sus evoluciones, prestando especial atención a la historia. Aunque cada época es evidentemente singular y única, el autor constata que «los mismos debates sobre las consecuencias del cambio tecnológico en el trabajo (…) se repiten sin cesar, y siempre como si fuera la primera vez». Ante la amnesia, y basándose en la historiografía que se ha esforzado por reconstruir e historizar los debates y conflictos de larga duración en torno a los cambios tecnológicos en el trabajo, sitúa la secuencia actual en torno a la IA en la larga historia de debates, disputas y profecías sobre el trabajo y el impacto del cambio tecnológico [7].

El llamamiento al ludismo

Pasando de un enfoque principalmente sociológico de las situaciones laborales contemporáneas a una reflexión a largo plazo, el autor concluye su ensayo con un llamamiento a la resistencia y a la organización colectiva. Invita a reabrir la posibilidad de recuperar el control democrático sobre la producción, la organización del trabajo y la innovación. Su conclusión se titula: «Por la renovación ludita», en referencia al nombre de aquellos obreros destructores de máquinas que se rebelaron hace más de dos siglos, al comienzo de la era industrial. El término ludismo, que se ha convertido progresivamente en un calificativo insultante, sinónimo de rechazo y miedo a la tecnología, e incluso al progreso en general, no ha dejado de resurgir desde hace 40 años al calor de las controversias sociotécnicas. El término es objeto de múltiples instrumentalizaciones, como espectro y repelente para los promotores de las «revoluciones tecnológicas» o, por el contrario, como modelo a imitar. El ecologista estadounidense Kirckpatrick Sale apeló así al auge de un movimiento «neoludita» en la década de 1990 para oponerse a la informatización del mundo, y el grupo contestatario PMO organizó cafés luditas en Grenoble a principios del siglo XXI para oponerse a la expansión del parque tecnológico. Más recientemente, el historiador británico David Edgerton publicó un artículo de opinión en la famosa revista científica Nature, titulado «Elogio del ludismo», en el que pedía a los científicos que dejaran de realizar investigaciones inútiles y rechazaran el «imperativo tecnológico» que nos encierra en trayectorias obsoletas [8].

El llamamiento final al ludismo es significativo del debate actual en torno a la IA, entre la invitación a aceptarla y el llamamiento al rechazo y la resistencia. Por el contrario, otro sociólogo invitaba recientemente a rechazar la tentación del ludismo, que consideraba una amenaza, y sugería, por el contrario, acoger la IA en nombre de argumentos extraños, y particularmente abstractos y alejados de la realidad, como el hecho de que la crítica de la IA sería una forma de antropocentrismo rayana en el racismo [9]. Carbonell se sitúa a mil leguas de esta perspectiva y basa su enfoque en las prácticas y en la atención a las formas de organización del trabajo. Junto con otros, su ensayo forma parte de una reflexión crítica más indispensable que nunca, en un momento en que se impone en todas partes un nuevo fatalismo [10].

Pero, ¿cómo organizar la resistencia a estas trayectorias que se presentan como inevitables? Ya se están desarrollando diversas iniciativas en este sentido: así, algunas asociaciones hacen un llamamiento a la desescalada digital y al rechazo de la IA de cara a las próximas elecciones municipales. En los Países Bajos, un colectivo de universitarios publica una carta abierta en la que pide «poner fin a la adopción ciega de las tecnologías de IA en el ámbito académico». Es una pena que el autor no haya investigado con más detalle las resistencias que se están produciendo en el mundo laboral, en el día a día de las oficinas, las fábricas y las escuelas, en los sindicatos, ni haya explorado con más precisión el mundo de los profetas de la IA que buscan implantarla en las organizaciones. La investigación continúa y debe proseguir más que nunca.

Juan Sebastián Carbonell, Un taylorisme augmenté. Critique de l’intelligence artificielle, Éditions Amsterdam, 2025, 184 p., 13 €.

Notas

[1] J. S. Carbonell, «Les ouvriers de Peugeot-Mulhouse après crise (2008-2018)» (Los trabajadores de Peugeot-Mulhouse tras la crisis (2008-2018)), tesis de sociología, PSL-EHESS, 2018.

[2] Juan Sebastián Carbonell, Le Futur du travail, París, Ámsterdam, 2022.

[3] Antonio A. Casilli, En attendant les robots. Enquête sur le travail du clic, París, Seuil, 2019.

[4] Ministerio de Educación Nacional, Cadre d’usage de l’IA en éducation, 2025.

[5] Luc Ferry, IA: gran sustitución o complementariedad?, Éditions de l’observatoire, 2025; o Laurent Alexandre, La guerra de las inteligencias en la era de ChatGPT, Jean-Claude Lattès, 2023.

[6] David Noble, El progreso sin el pueblo: lo que las nuevas tecnologías hacen en el trabajo, Marsella, Agone, 2016.

[7] Véase en particular François Jarrige, En la época de las asesinas de brazos. La destrucción de máquinas en los albores de la era industrial, Rennes, Presses universitaires de Rennes, 2009; Id., Technocritiques. Del rechazo de las máquinas a la contestación de las tecnociencias, París, La Découverte, 2014, o también On arrête (parfois) le progrès, Histoire et décroissance, L’Échappée, coll. « Le pas de côté », 2022.

[8] David Edgerton, «In praise of Luddism», Nature, 3 de marzo de 2011, vol. 47, p. 27-29.

[9] Franck Cochoy, «Pour l’antiluddisme – du bon accueil de l’IA parmi les humains», AOC, viernes 6 de junio de 2025.

[10] Sorprende que no se cite la obra de Éric Sadin, autor de numerosos libros que llevan diez años alertando sobre este tema, véase en particular E. Sadin, L’Intelligence artificielle ou L’enjeu du siècle, L’Échappée, coll. « Pour en finir avec », 2018.

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