( Hoy las notas necrológicas de los periódicos dan la noticia de la muerte de Agustín García Calvo, “por insuficiencia cardíaca”, dicen. Vamos, que no ha sido otra que una muerte natural la que se lo ha llevado, y ya se quedó mudo y sin ya nada que decir. Allá por 1999 y el año 2000 publicó en el diario La Razón una serie de artículos bajo el título de Adioses al mundo en los que iba “despidiéndome de las miserias y pesadumbres del mundo en general y del Estado del Bienestar en particular…”. Aunque también reconocía la tristeza de tener que “ dejar tantas cosas buenas, de la tierra, el aire y el agua”. Y así fueron apareciendo uno tras otros los objetos de nuestra desdicha: el automóvil, las leyes (que os zurzan), el dinero ( Ahí te pudras), ejecuti@s (gilipoll@s), la profilaxis (matasanos), etc, etc, sin olvidar la Ciencia ( Opio del pueblo), los turistas, la Democracia, la Televisión… A modo de despedida, publicamos aquí uno de esos textos, el primero, que posteriormente fueron recogidos en un libro editado por Lucina: 37 adioses al mundo).
El caso es que, si echamos cuentas, si considero el número de años que he durado hasta la fecha y lo confronto con la media de los que suelen durar los hombres de mi tribu y tiempos ( y ¿no voy a tener aún la bastante humildad para reconocer que soy uno de ellos? ¿No me han dado los bastantes palos para que lo aprenda?), resulta que no pueden ser muchos los que me quedan por durar en este mundo; y, ya que me quedan todavía voz y manos para decirle adiós, antes de que ni ganas tenga de decirle nada, aprovechemos pués estas mismas acogedoras páginas de “Otras razones” de La Razón para irnos despidiendo, parte por parte, de las cosas de este mundo. ¿Quién sabe, además, si alguien que lea, al ver cómo les digo adiós medio desde fuera, perciba mejor y con cierto estrañamiento lo que eran esas cosas en las que él seguirá metido todavía?
Y en este primer adiós, al mundo en general, deseo que quede claro lo doble y ambiguo de mis sentimientos ante mi próxima desaparición del mundo. Dobles y ambiguos han de ser, como lo soy yo mismo. Pues, por un lado, si en la idea de “mundo” encierro también eso que hay por ahí, que nadie lo ha hecho, ni Dios ni Hombre, ni lo sabe de verdad nadie, pero debo reconocer que, aunque no sean cosas de este mundo, están también sometidas a su nombre y también a ellas he de abandonarlas al abandonar el mundo, entonces ¡qué pena tan grande y qué tristeza sin orillas sólo de decirme “¿Y nunca más vas a asomarte a la ventana a ver morir el día y las nubecillas que huyen disfrazándose de oros y púrpuras del poniente? ¿Y nunca más vas a llegar sudoroso y encontrar un vaso limpio de agua fresca que se te meta boca y garganta abajo hasta los adentros? ¿Y nunca más sentir un murmullo de voz que, si la dejas, en un descuido, te sube de los pulmones y revienta de los labios en canciones o sermones sin sentido, ni cómo ella resuena en el caracol de los oídos de otros? ¿Y nunca más siquiera vas a descifrar letritas negras de lengua estraña, descubriendo poco a poco la razón en ellas presa? ¿Y nunca más acariciar como un tonto la corteza de ese fresno, mirando temblar en el río las hojas de su retrato? ¿Ni quedarte por detrás del tren, cuando no ponen furgón de cola, viendo cómo huyen vías, peñas, nubarrones? ¿Y nunca más palpitar adivinando en la esquina del ojo de alguna lo que ella misma no sabe, y esos labios que se vienen a los tuyos sin que nadie lo mande ni pueda ya impedirlo?¿Y nunca más desperezarte como un loco y sentir restallar las fibras desde los dedos de los pies hasta las lágrimas de las pestañas, y nunca oír del patio de la escuela cercana los niños y niñas saliendo al recreo en una vocinglería de pájaros sueltos de la jaula? “ ¡Ay, sí, qué pena!
Pero, en cambio… Sólo de pensar que no voy a tener que ir a ningún Banco, a hacer ninguna declaración a Hacienda, ni saber el dinero que gano ni el que pierdo ni el que debo, sólo de pensar que ya no me hará falta andarme escondiendo de las pantallas de la Televisión del mundo, que nunca más oiré el clamor del Domingo de que los hombres han metido un gol, sólo de imaginar que no voy a tener ni Jefe ni Policía ni Señora que me registren y me reclamen mis débitos conyugales, que no voy a tener que ver más tierras y ciudades machacadas por la necesidad de mover el Capital, ni prójimos chequeándose en previsión de cáncer y obedeciendo a la venta al por mayor de preservativos, sólo de pensar que no voy a ver más ni la miseria de los arrabales del Bienestar tendiéndome la mano mugrienta de monedas ni la de los Ejecutivos de Dios vendiéndome a la desesperada paquetes de felicidad futura, montañas de basura, de imaginar que no va a oler a gasolina ni a juzgados ni a alquitrán ni a cátedras emitiendo información de la Realidad para fomentar la idiocia general y algunos SIDAS o esquizofrenias de propina, sólo con pensar en las cosas de que voy a carecer (tantas, que voy a tener que irle diciéndoles adiós a cada una en números sucesivos), sólo con eso me entra un cosquilleo de alegría que me hace sentir mi próxima desaparición como un respiro inmenso.
Lástima que, para tantos gozos, haya que pagar con la desaparición de uno. ¿Es un precio escesivo? ¡Quién echará esa cuenta! Pero, aunque no esté yo para gozarlo, ¡qué gozo -¿verdad?- el gozo de la desaparición de todas esas cosas!
¡Adiós mundo! Ahí te quedas; con Dios, como corresponde.
Texto extraído de: 37 adioses al mundo. ¿Agustín García Calvo? Editorial Lucina, 2000.