Por Jonathan Cook, 6 de diciembre de 2013
Esta es una opinión que no sigue la línea general en este momento de dolor por la muerte de Nelson Mandela, pero no es probable que menoscabe en nada su popularidad. También es posible que se me malinterprete.
Así que comenzaré reconociendo el gran logro de Mandela en su lucha por derribar el Apartheid sudafricano, dejando claro mi enorme respeto por los grandes sacrificios personales que tuvo que soportar, incluyendo su estancia durante tantos años en la cárcel por su insistencia en liberar a su pueblo. Estas son cosas imposibles de olvidar o de ignorar a la hora de valorar la vida de alguien.
Sin embargo, es necesario hacer una pausa en esta aclamación generalizada de su legado, que en su mayoría proviene de personas que nunca han demostrado una mínima integridad, una consideración que los observadores quieren pasar por alto.
Quería destacar esa nota escrita en 2001 por Arjan el-Fassed, falsamente atribuida a Nelson Mandela, que apareció en la columna de Thomas Friedman en el New York Times. Es una maravillosa denuncia, pero denota la hipocresía de Friedman, en la que se pide justicia para los palestinos y que Mandela debiera haber escrito.
Esta carta se extendió con gran rapidez, sin mencionar que el autor era el-Fassed. Muchas personas, incluyendo a un par de periodistas de alto nivel, asumieron que había sido escrita por Mandela y se publicó como tal. Querían hacernos creer que Mandela había escrito algo tan clarividente sobre eso otro Apartheid, el impuesto por Israel que no desmerece al que durante décadas tuvieron que soportar los negros sudafricanos.
Sin embargo, el texto no fue escrito por Mandela, e incluso fue tan lejos como la de amenazar en emprender acciones legales contra su autor.
Mandela fue considerado durante la mayor parte de su vida como un terrorista. Tuvo que pagar un alto precio por su largo camino hacia la libertad y para acabar con el sistema de apartheid en Sudáfrica. Más tarde fue rehabilitado como un estadista, pero a cambio de que Sudáfrica se transformase con rapidez en un puesto avanzado del neoliberalismo, dando prioridad a otro tipo de Apartheid, el económico, del que los países occidentales están recibiendo ahora una buena dosis.
En mi opinión, Mandela sufrió una doble tragedia en los años posteriores a su estancia en prisión:
– En primer lugar, fue reinventando como un icono incruento, del que se apropiaron otros para legitimar sus demandas, como los testaferros del “Occidente democrático”, y exponer así una integridad y superioridad moral. Finalmente, después de permitírsele pertenecer al Club Occidental, se le expuso con regularidad como referentes de las credenciales democráticas del Club y de su sensibilidad ética.
– En segundo lugar, y esto es aún más trágico, esa misma condición de icono se convirtió en una trampa que le obligó a actuar como un estadista responsable, muy cuidadoso en lo que decía y lo que hacía. Se vio obligado a convertirse en una especie de Princesa Diana, alguien a quien se podía querer porque no suponía ninguna amenaza para los intereses de la elites corporativas que dirigen el planeta.
Esto es algo que no aceptó Mandela en su dura y larga batalla contra el brutal régimen del Apartheid, pero salió completamente derrotado cuando alcanzó el poder en Sudáfrica. No estaba luchando sólo contra un régimen canalla, sino contra el orden existente, un sistema corporativo mundial al que no tenía la esperanza de poder desafiar solo.
Es por esta razón, por su inconformismo, que vemos estos fallos. O mejor dicho, no fueron fallos de Mandela, sino nuestros. Mandela comprendió muy bien que no se puede emprender una revolución si no hay gente que la apoye.
Durante mucho tiempo nos hemos mantenido inanes ante el robo y saqueo de nuestro planeta y la erosión de los derechos, despertando sólo cuando aparecía el siguiente iPad o teléfono inteligente.
La manifestación de duelo de los dirigentes por la pérdida de Mandela nos sumerge en el mismo sueño: ceder en nuestra indignación para escucharles con sus ojos llorosos, aquellos mismos que obligaron a Mandela a convertir a un combatiente en un personaje. Y así, la semana próxima habrá otro motivo para dejar la lucha por nuestros derechos y los de nuestros hijos por una vida digna y un planeta habitable. Siempre habrá una razón para rezar a los pies de alguien, distraernos de lo que realmente importa.
Nadie, ni siquiera Mandela, puede cambiar las cosas por sí mismas. No hay mesías en el camino, sino muchas falsos dioses diseñados para mantenernos pacíficos, divididos, debilitados.
Jonathan Cook es escritor y periodista que vive en Nazaret, Israel. Sus últimos libros son Israel y el choque de civilizaciones; Iraq, Irán y el Plan para rehacer Oriente Medio ( Pluto Press) y La desaparición de Palestina: Israel experimenta la desesperación en humanos (Zed Books). Visite el sitio web de Jonathan: http://www.jkcook.net/
Lea otros artículos de Jonathan Cook: http://noticiasdeabajo.wordpress.com/?s=+Jonathan+Cook&x=8&y=7
Fuente: http://dissidentvoice.org/2013/12/victorious-over-apartheid-defeated-by-neoliberalism/#more-52031