por Bill Quigley
CounterPunch
Las Naciones Unidas han informado que son 1,2 millones de personas las que viven en asentamientos precarios, campamentos de personas sin hogar, en Puerto Príncipe. Tres personas que viven en estos campamentos nos dieron sus testimonios, antes de que cayesen las últimas lluvias.
Jean Dora
Mi nombre es Jean Dora. Nací en 1939. Vivo en una plaza frente a la iglesia de St. Pierre en Pétion-Ville (en las afueras de Puerto Príncipe). Vivo con los doce miembros de mi familia. Todos perdimos nuestra casa.
Vivimos bajo una lámina de plástico verde para protegernos del sol. Colocamos algo de ropa de cama alrededor. Los nietos viven con nosotros, también mi hijo y sus hijas. Mi hija está esperando un niño. Irá al campamento de la Cruz Roja cuando llegue el momento del nacimiento.
Trabajé en la embajada de China durante 36 años limpiando las oficinas. Me retiré en 2007. Vivíamos hasta antes del terremoto en un apartamento, pero el edificio fue destruido.
Por la noche ponemos un retal de alfombra en el suelo, nos tapamos y tratamos de dormir. Cuando llueve tenemos un nuevo inconveniente. Aprovechamos para llenar las botellas de agua, pero tenemos muy poca comida.
No hay baños en el parque, lo hacemos por detrás de la iglesia.
Mi hijo solía trabajar para apoyarnos económicamente, es un buen cocinero. Trabajaba en el restaurante del Hotel Montana, pero también fue destruido, perdiendo su trabajo y ahora no encuentra otro.
Nunca había visto nada como esto y no sé lo que pasará en el futuro. Parece que las cosas no van a a cambiar, aunque deseo que mejoren.
Mi hijo sin trabajo, sin ningún ingreso. Sin trabajo estamos totalmente desamparados.
Un futuro nada claro, más bien una oscuridad para todos nosotros.
Nadege Dora, 28 años
Mi nombre es Nadege Dora, de 28 años, con tres niños y una niña, y estoy esperando para este mes otro bebé.
Vivo en la plaza de Petionville con el resto de mi familia. Nuestra casa fue destruida por el terremoto. Antes vendía pan por las calles para sacar algún ingreso. El padre de los niños no nos ayuda, es como si no existiéramos para él.
Hacemos lo que podemos para sobrevivir, pues nadie de nuestra familia tiene trabajo. No hay ningún trabajo.
Si te dan un cupón puedes ir a recoger una bolsa de arroz, pero estoy embarazada y no puedo luchar contra la multitud de personas que también intentan conseguir su ración de arroz. Lo he intentado, pero la gente te empuja y tenía miedo de ser aplastada.
Mi sobrina ayudaba a una mujer a llevar el arroz a su casa de Delmas (otro barrio de las afueras de Puerto Príncipe) y de este modo compartía con nosotros algo del arroz que recibía. Ahora tenemos un poco de arroz, pero no tenemos petróleo, ni carne, ni leche, sólo arroz. No tenemos dinero para comprar otros alimentos.
Desde el terremoto no hemos conocido lo que es tener una alimentación adecuada.
Cuando vaya a nacer mi bebé iré al Campamento de la Cruz Roja. Un día fui a ver al doctor, que me dio unas pastillas, que me pusieron muy enferma.
Otro día vino el alcalde diciendo si teníamos parientes en el campo, que ellos nos podían ayudar. Pero no queremos ir al campo, allí no conocemos a nadie, Esperamos aquí una vida mejor que la que ahora tenemos.
Garry Philippe, 47 años
Mi nombre es Garry Philippe, de 47 años. Vivo en las cercanías del aeropuerto en una tienda que construí yo mismo, con ramas de árbol y unos postes que las sujetan.
Vivo con mis cinco hijos, ni esposa murió en nuestra casa durante el terremoto. Vivíamos en la aldea de Solidaridad. Era una casa que construí poco a poco durante 4 años, con el poco dinero que tenía. En el momento del temblor yo estaba fuera, mis hijos salieron corriendo por la puerta principal. Cuando mi esposa volvió para ayudar a los niños fue aplastada por los escombros.
No hicimos un funeral a mi esposa, pues no tenemos dinero. La enterramos en un cementerio de Cité Soleil.
Los niños no se hacen a la idea de que su madre ya no volverá, y siempre piensan en ella.
No tenemos camas. Cuando llega la hora de dormir, ponemos bolsas en el suelo, nos tapamos y tratamos de conciliar el sueño.
Nos lavamos con el agua que recogemos en botellas. Nos ponemos sobre un balde y nos echamos agua encima nosotros mismos.
Cuando llueve nos ponemos bajo una carpa de plástico hasta que escampa. Allí nos refugiamos más de 20 personas.
Antes era mecánico, pero el taller fue destruido. No hay trabajo desde entonces.
Hemos oído que algunas personas consiguen sacos de arroz, aquí nada de nada, Pido alimento a los amigos, y a veces nos dan algo de arroz.
No tenemos baño. Cuando tenemos necesidad lo hacemos en una bolsa que tiramos cerca del campamento, a una distancia de un minuto andando.
Vemos a camiones que entran y salen del aeropuerto. Muchos camiones, pero nunca paran donde nosotros estamos.
Este no es un buen sitio, pero ¿qué podemos hacer? Es el deseo de Dios y lo aceptamos. Rezamos todos junto en este campamento.
Nadie ha venido a hablar con nosotros para decirnos qué está pasando y nada sabemos de lo que pasa en los otros campamentos. Las escuelas de los niños no funcionan, o ni siquiera existen ya.
No podemos decir que va a pasar en el futuro, pero la cosa se pone cada vez peor. Necesitamos viviendas y alimentos, agua, escuelas para los niños, y empleos. Tenemos que encontrar un lugar seguro donde refugiarnos, la época de las lluvias está por venir y corremos el peligro de que nuestros niños pierdan la vida por las inundaciones.
Bill Quigley es director del Centro de Derechos Constitucionales y defensor de los derechos humanos. Este artículo lo escribió con ayuda de Vladimir Laguerre, en Puerto Príncipe.
Para escribir a Bill: quigley77@gmail.com.