Título original: An Empire of Lies
¿Por qué nuestros medios de comunicación nos engañan?
por Jonathan Cook / 28 de febrero 2011
La semana pasada, el principal periódico liberal británico, The Guardian, publicó la confesión tardía de un exiliado iraquí, Rafeed al-Janabi, con el nombre en clave «Curveball» para la CIA. Hace ocho años, Janabi jugó un papel muy importante en la sombra -tal vez involuntario- durante la invasión de Iraq por Estados Unidos. Su testimonio daba crédito a las afirmaciones del gobierno de Bush acerca de que el presidente iraquí, Saddam Hussein, había desarrollado un avanzado programa de producción de armas de destrucción masiva.
Contaba Cuverball con pelos y señales las características de los camiones móviles con armas biológicas, que luego presentaría en sociedad Colin Powell, el Secretario de Estado de Estados Unidos, a la ONU a principios de 2003. La actuación convincente de Powell para dar la información sobre las armas de destrucción masiva fue utilizada para justificar el ataque de Estados Unidos a Irak unas semanas más tarde.
Ocho años después, Curveball revela a The Guardian que se inventó la historia de las armas de destrucción masiva de Saddam ya en el año 2000, poco después de su llegada a Alemania en busca de asilo. Dice que mintió a la inteligencia alemana con la esperanza de que su testimonio ayudase a derrocar a Saddam, aunque parece más probable que quisiera asegurarse de que su petición de asilo fuera tenida en cuenta.
Para un lector atento – y subrayo lo de atento- surgen varios hechos inquietantes a raíz de estas informaciones.
Uno de ellos es que las autoridades alemanas habían demostrado con rapidez que el relato de las armas de destrucción masiva de Iraq era falso. Tanto la inteligencia alemana como la británica viajaron a Dubai para entrevistarse con Bassil Latif, ex jefe en la Comisión de la Industria Militar de Iraq. El Dr. Latif afirmó que las informaciones dadas por Curveball no eran ciertas. Las autoridades alemanas perdieron enseguida interés por Janabi y no le volvieron a entrevistar hasta finales de 2002, cuando se hacía más apremiante para los Estados Unidos encontrar una excusa para atacar Iraq.
Otra interesante revelación es que, a pesar de la imperiosa necesidad de confirmar todos los hechos relatados por Curveball – teniendo en cuenta que estaba en juego un ataque preventivo contra un Estado soberano-, los estadounidenses nunca se molestaron en entrevistar ellos mismos a Curveball.
Una tercera revelación fue que el jefe de la CIA de las operaciones en Europa, Tyler Grumheller, no consideró las advertencias de la inteligencia alemana, que consideraba muy dudoso el testimonio de Curveball. El jefe de la CIA, George Tenet, ignoró sin más el consejo.
Admitiendo el testimonio de Curveball, así como otros hechos de la historia, podemos sacar varias conclusiones obvias, conclusiones que quedan confirmadas por los acontecimientos posteriores.
A falta de motivos reconocidos en el Derecho Internacional, y del respaldo de sus principales aliados, el Gobierno de Bush necesita desesperadamente la historia de Janabi sobre las armas de destrucción masiva, una historia desacreditada, para justificar los planes militares para Iraq. La Casa Blanca no se entrevistó con Curveball porque sabía que el programa de armas de destrucción masiva de Saddam era algo inventado. Su historia se desmorona bajo cualquier mirada, y es mejor dejar a Washington con la opción de la «negación plausible».
Sin embargo, el cuento inventado por Janabi fue de vital importancia: no sólo ayudó a presentar a Saddam como un peligro para el mundo ante la opinión pública norteamericana, sino que también ayudó a que los vacilantes aliados se decidiesen; y trajo a un primer plano a Colin powell, un ex general considerado como la voz de la razón en la administración.
En otras palabras, la Casa Blanca de Bush utilizó a Cuverball para dar vida a su historia mitológica acerca de la amenaza de Saddam para la paz mundial.
Entonces, ¿ cómo es que The Guardian, un bastión del periodismo liberal, presenta en exclusiva el episodio más controvertido de los últimos años de la política exterior estadounidense?
Éste es el titular: ¿ Cómo es que Estados Unidos fue engañado por un fantasioso iraquí que buscaba derrocar a Saddam?
¿No malinterpreta el titular la información dada en la noticia? No, el titular encapsula perfectamente su mensaje. En el texto, se nos dice sobre la presentación de Powell ante la ONU que «se reveló que los partidarios de la línea dura de la Administración Bush se lo habían tragado», dice Curveball. En otro punto se nos dice que Janabi «llevó a cabo uno de los mayores trucos en la historia de la inteligencia moderna». Y que «sus críticos, que son muchos y poderosos, dicen que el coste de este engaño es difícil de estimar».
En otras palabras, The Guardian asume este punto de vista, a pesar de todas las pruebas presentadas por su propia investigación, la de que Curveball engañó al Gobierno de Bush en la fabricación de un error de consecuencias desastrosas. Según esta información, la Casa Blanca fue la verdadera víctima de las mentiras de Curveball, no el pueblo iraquí -más de un millón de muertos como resultado de la invasión, de acuerdo con las mejores cifras disponibles, y cuatro millones que se han visto obligados al exilio.
No hay nada excepcional en este ejemplo. Lo elegí porque está relacionado con unos sucesos que van a continuar y con un significado muy importante.
Desgraciadamente, ya es algo tristemente familiar en este tipo de informaciones, incluso en las publicaciones liberales de Occidente. Contrariamente a su objetivo declarado, el periodismo convencional disminuye de manera invariable el impacto de los nuevos acontecimientos si estos amenazan a las poderosas elites.
Y vamos a examinar el por qué en unos momentos. Pero en primer lugar, ¿qué o quién es el imperio de hoy en día? . Ciertamente, en su forma más simbólica, se puede identificar como tal al Gobierno de los Estados Unidos y su ejército, que es la única superpotencia del mundo.
Tradicionalmente, los imperios se han definido en términos estrictos como una nación fuerte que expande con éxito su esfera de influencia y poder a otros territorios. El objetivo de los imperios es hacer de otros territorios dependientes, y explotar sus recursos en el caso de países pocos desarrollados, o en los países más desarrollados abrir nuevos mercados para sus excedentes. Si lo consideramos en este último sentido, habría que considerar al imperio estadounidense como una fuerza para el bien mundial, que propaga la libertad y los beneficios de una cultura basada en el consumo.
El Imperio puede lograr sus objetivos de distintas maneras: a través de la fuerza, mediante conquista, cuando se trata de países que se resisten a que sus recursos sean expoliados, o de una manera más sutil a través de la interferencia política y económica, mediante la persuasión y el control, en el caso de querer crear nuevos mercados. Sin embargo, el objetivo es crear unos territorios dependientes de sus intereses y que su destino esté unido al del imperio.
En este mundo globalizado, la cuestión de quién está en el centro del imperio está mucho menos clara de lo que estuvo en otro tiempo. El Gobierno de Estados Unidos es hoy menos el corazón del imperio que quien facilita su existencia. Los que han sido hasta hace poco los brazos del imperio, especialmente las industrias financiera y militar, se han convertido en una elite imperial transnacional, cuyos intereses no están vinculados a las fronteras y cuyo poder pueden evadir en gran medida los controles legales y morales.
El liderazgo de Israel, hay que tener en cuenta, además de considerar a sus partidarios de la elite de todo el mundo – incluyendo los grupos de presión sionistas, los fabricantes de armas y los ejércitos occidentales, e incluso las tiranías en ruinas de los países árabes de Oriente Medio- es un elemento integrado en la elite transnacional.
El éxito de las elites imperiales depende en gran medida de la creencia compartida en Occidente de que los necesitamos para asegurar nuestra subsistencia y seguridad, y que al mismo tiempo son nuestros amos, Algunas de estas ilusiones necesarias son perpetuadas por las elites transnacionales del siguiente modo:
-
Que la función de los Gobiernos electos es limitar el poder de las Corporaciones
-
Que en particular, y la fuerza laboral mundial, en general, que las Corporaciones son las principales creadoras de riqueza y nosotros sus beneficiarios.
-
Que las empresas y la ideología que las sustenta, el capitalismo mundial, son la única esperanza para la libertad.
-
Que el consumo no solamente es una expresión de nuestra libertad, sino que también es una importante fuente de felicidad.
-
Que el crecimiento económico puede mantenerse de forma indefinida y sin un coste a largo plazo para la viabilidad del planeta, y
-
Que existen grupos terroristas que quieren destruir nuestro benevolente sistema de creación de riqueza y de superación personal.
Estos supuestos, todo pura invención que se desmonta tras el mínimo examen, son la base ideológica sobre la que están construidas nuestras sociedades Occidentales, y también de donde deriva nuestro sentido de identidad. Este sistema ideológico nos parece que describe el orden natural de las cosas.
La tarea de santificar estos supuestos – y asegurarse de que no se contradicen- corresponde a los medios de comunicación de los que son dueños las Corporaciones y su publicidad hace que esta industria sea rentable. Es decir, los medios de comunicación no pueden cumplir la función de perro guardián del poder, porque de hecho son el poder mismo. Es el poder de la elite globalizada que controla y limita los horizontes ideológicos e imaginativos de los lectores de los medios de comunicación y de los espectadores y oyentes. Lo hacen para asegurar sus intereses imperiales, que son los mismos que los de las Corporaciones, de modo que no sean amenazados.
La historia de Curveball ilustra a la perfección el papel de los medios
Esta confesión llega demasiado tarde -ocho años es mucho tiempo- para que tenga impacto sobre los hechos que se denuncian. Otro tanto ocurre muy a menudo con otras importantes historias que desafían los intereses de la elite, hechos de vital importancia que se necesitarán conocer para que la opinión pública Occidental sacase conclusiones en el momento, cuando aquella información se necesita. En este caso, Bush, Cheney y Rumsfel ya han dejado su cargo, al igual que sus asesores neoconservadores. La historia de de Curveball es ahora un cadáver al que realizan la autopsia los historiadores.
Este último punto es literalmente cierto. Las revelaciones de The Guardian han tenido un nulo interés para los medios de Estados Unidos, con los perros guardianes controlando el corazón del Imperio. Una búsqueda en la base de datos Lexis Nexis sobre los medios de comunicación que recogieron esta información, muestra que sólo lo hicieron New York Times, en una breve noticia en la página 7, así como otra breve en Washington Times. El resto de grandes periódicos, incluyendo Washington Post, no hicieron mención del asunto en absoluto.
Fuera del Reino Unido, apareció en periódicos de la India y en el Khaleej Times.
Pero incluso The Guardian, a menudo considerado como valiente en su enfrentamiento contra los poderosos, presenta la información del tal forma que priva a la confesión de Curveball de su verdadero valor. Los hechos fueron enmascarados en su importancia real. Se presentan de tal modo que sólo los lectores más avispados se dan cuenta de que Estados Unidos no fue engañado por Curveball, sino que la Casa Blanca explotó la historia fantasiosa de un exiliado desesperado de un régimen brutal, dependiendo de cómo se mire, para sus propios intereses ilegales e inmorales.
¿Por qué The Guardian oculta la cuestión principal de su exclusiva? La razón es que todos nuestros medios de comunicación, incluso los liberales, toman como punto de partida la idea de que la cultura política de Occidente es intrínsecamente benevolente y que es moralmente superior al resto de culturas existentes o imaginables, los sistemas alternativos.
En la presentación de la información y en los comentarios, esto se demuestra con mayor claridad, la idea de que nuestros líderes siempre actúan de buena fe, mientras que los líderes que se oponen al imperio o sus intereses están impulsados por el mal.
De esta manera, los enemigos oficiales, como Sadam Husein o Slobodan Milosevi, pueden ser señalados como el arquetipo del dictador enloquecido, mientras que regímenes tiránicos, como Arabia Saudita, se describen como moderados, abriendo el camino para que aquellos países se conviertan en los objetivos de la estrategia imperial.
Los países señalados con el dedo por el Imperio tienen una difícil elección: aceptar las condiciones impuestas o desafiar al Imperio y sufrir sus consecuencias.
Cuando las elites empresariales pisotean a otros pueblos y Estados para conseguir sus propios intereses egoístas, como ocurrió con la invasión de Iraq para controlar sus recursos naturales, nuestros medios de comunicación dominantes no pueden permitir que los hechos aparezcan tal cual son. Si leemos los comentarios sobre el ataque de Estados Unidos a Iraq, por ejemplo, y una vez que no se encontraron armas de destrucción masiva, el Gobierno de Bush se mantuvo en el esfuerzo equivocado de “acabar con los terroristas, restaurar la ley y el orden, y extender la Democracia”.
Para los medios de comunicación Occidentales, nuestros líderes cometen errores, son ingenuos o incluso estúpidos, pero nunca son malos o hacen el mal. Nuestros medios de comunicación no recogen la idea de que Bush o Blair sean juzgados en el Tribunal de La Haya como criminales de guerra.
Esto, por supuesto, no significa que los medios Occidentales sean el Pravda, órgano de propaganda del antiguo imperio soviético. Hay diferencias. El desacuerdo es posible, pero debe permanecer dentro de los límites relativamente estrechos de un razonable debate, un espectro de pensamiento posible que acepte sin reservas la presunción de que somos mejores, moralmente mejores que los otros.
Del mismo modo, a los periodistas rara vez les dicen -al menos directamente- de qué tienen que escribir. Ya los medios de comunicación han desarrollado procesos de selección y cuidado de forma conveniente la jerarquía entre el personal de su redacción – son los denominados filtros por medios de comunicación críticos, de Herman y Noam Chomsky- para asegurarse de que realmente los disidentes o los periodistas independientes no llegan a puestos influyentes.
No hay, en otras palabras, una línea compartida. Allí compiten las elites y las Corporaciones, y su voz se recoge en el estrecho margen de los comentario y las opiniones. En lugar de estar dictados por los funcionarios del partido, como ocurrió en el marco del sistema soviético, los periodistas luchan por el acceso, el acceso a las antecámaras del poder. Esto es para ellos un enorme privilegio, pero tiene un enorme coste para su independencia.
Sin embargo, el rango de lo que se permite está ampliándose – la oposición a las elites y a la televisión y prensa convencional. La razón se encuentra en la aparición de nuevos medios que van erosionando el monopolio disfrutado durante mucho tiempo por los medios corporativos, que controlaban la difusión de la información. Wikileaks es su resultado más evidente e impresionante, de esta tendencia.
Las consecuencias ya son tangibles en todo el Oriente Medio, que ha sufrido de forma desproporcionada la opresión del Imperio. La lucha del pueblo árabe para sacudirse a sus tiranos ha servido también para poner al descubierto algunas de las ilusiones que los medios de comunicación nos seguían vendiendo: que el Imperio quiere la Democracia y la Libertad en todo el mundo. Y sin embargo, permanecen mundos e impasibles cuando los esbirros del Imperio dan rienda suelta a la fabricación de armas en contra de sus pueblos, que exigen también libertades al estilo Occidental.
Es importante hacerse una pregunta: ¿cómo responden nuestros medios de comunicación ante estos hechos, no sólo ante la hipocresía de nuestros políticos, sino también ante la suya propia? Pues tratando de cooptar a los nuevos medios de comunicación, incluyendo a Wikileaks, pero sin éxito. También están empezando a permitir un más amplio debate, aunque todavía muy limitado, que no era posible antes.
La versión oficial de la glasnot es particularmente evidente en la cobertura de problemas que nos son cercanos, aquí, en Palestina: ¿qué campaña de deslegitimación de Israel se lleva a cabo en los medios para permitir que haya algo de luz donde antes reinaba la oscuridad?
Se presenta una oportunidad y hay que aprovecharla. Debemos exigir de los medios corporativos más honestidad, debemos avergonzarlos para que informen mejor, no sólo que nos remitan a los comunicados oficiales, sino que deben buscar mejores fuentes de información.
Se ha abierto una puerta. Y hay que abrirla antes de que las elites del Imperio intenten cerrarla.
-
Éste es el texto de una charla titulada “Medios de comunicación como una herramienta del Imperio”, dada en el Centro Ecuménico de la Teología de la Liberación, en su Octava Conferencia Internacional celebrada en Belén, el viernes 25 de febrero de 2011.
Jonathan Cook es escritor y periodista que vive en Nararet, Israel. Sus últimos libros son Israel y el choque de civilizaciones; Iraq, Irán y el Plan para rehacer Oriente Medio ( Pluto Press) y La desaparición de Palestina: Israel experimenta la desesperación en humanos (Zed Books). Visite el sitio web de Jonathan: http://www.jkcook.net/
http://dissidentvoice.org/2011/02/an-empire-of-lies/