El secuestro de la Biología por el determinismo genético
Por Jonathan Latham, 21 de marzo de 2017
Título original: El Sentido de la Vida (I)
Muchos fechan la revolución del ADN en el descubrimiento de su estructura por parte de James Watson y Francis Crick en 1953, pero realmente se inició 30 años antes, concebido en la mente de John D. Rockefeller. Por lo tanto, es muy apropiado que el ADN reciba su nombre. El ADN es el Ácido desoxirribonucleico, donde “ribo” significa Instituto Rockefeller de Bioquímica (ahora Universidad Rockefeller), donde se descubrió por primera vez la composición química del ADN en la década de 1920. La Fundación Rockefeller estaba interesada en el ADN porque los administradores temían una revolución de estilo bolchevique. El fuerte resentimiento popular ya había obligado al cierre de la compañía petrolera Standard en 1911, por lo que la Fundación buscó las maneras, según dijo el administrador Harry Pratt Judson en 1913, de “reforzar el poder policial del Estado”. Su intención era la de encontrar la clave definitiva del comportamiento humano, de modo que pudieran manejarse de manera eficaz las turbas resentidas y envidiosas.
La Fundación tenía dos estrategias distintas de gestión, pero complementarias entre sí: controlar el comportamiento humano a nivel de las estructuras sociales, la familia, el trabajo, las emociones, a todo lo cual la Fundación dio el nombre de Psicobiología; y para controlar el comportamiento humano a nivel molecular.
La “Ciencia del Hombre”
Para desarrollar métodos de control social, la Fundación fundamentó, más o menos, la disciplina de las Ciencias Sociales a principios del siglo XX.
Max Mason, director de la Fundación en 1929, describió este doble enfoque como el proyecto “Ciencia del Hombre”:
“Se preocupa del problema general del comportamiento humano, con el objetivo de obtener un control a través de la comprensión. Las Ciencias Sociales, por ejemplo, se ocuparán de la racionalización del control social; las Ciencias Médicas y Naturales proponen un estudio coordinado de las ciencias que subyacen en la comprensión y el control personal” (cita de Lily Kay, La Visión Molecular de la Vida, 1993).
Ya que las Ciencias Sociales constituían el núcleo de la Fundación, trató de inculcar en la comunidad científica relacionada con las Ciencias Sociales unos hábitos mecánicos específicos de la mente y un ethos adecuado a este objetivo de control: “La validez de los hallazgos de las Ciencias Sociales debe suponer un control social efectivo”, escribió el Director de la Sección de Ciencias Sociales de la Fundación, Edmund E. Day. Según Warren Weaver, entonces Director de la Fundación, esto significaba la “reformulación de las ideas prevalecientes sobre la naturaleza y la conducta humana” de acuerdo con las “necesidades de gestión” de la industrialización, tales como la puntualidad y la obediencia.
La “reestructuración de las relaciones humanas en congruencia con el Capitalismo industrial”, como lo describió Lily Kay, biógrafa de la Fundación, formó parte de su agenda durante los años 30, algo muy desacreditado. Un crítico contemporáneo calificó el trabajo de la Fundación como “una manipulación capitalista mal disfrazada del orden social” (Kay, 1993).
Los Rockefeller construyen el gen
La otra estrategia de la “Ciencia del Hombre” se consideró como algo basado en la racionalidad científica.
Sin embargo, para los administradores de la Fundación Rockefeller, racionalidad significaba Eugenesia. La teoría Eugénica, por definición, considera que los seres humanos poseen unos determinantes ocultos para ciertos rasgos, como son el civismo, la inteligencia y la obediencia. Lógicamente, tales determinantes debían ser descubiertos, razonaron los administradores de la Fundación. Si la Ciencia fuera capaz de ahondar lo suficiente, entonces se descubrirían aquellos mecanismos y aquellas moléculas que determinan la conducta. Una vez identificados tales elementos de control, que inicialmente se supuso que eran proteínas, podrían entenderse y utilizarse.
Sin embargo, para llevar a cabo tales descubrimientos se requería de una nueva ciencia y un nuevo concepto: la Biología Molecular. La Biología Molecular era un concepto reduccionista, “la Ciencia de lo muy pequeño”, que se centró en descubrir la naturaleza del gen.
Sin embargo, la Fundación probó otros enfoques de la Biología, incluso no reduccionistas. Durante un breve período de tiempo, apoyaron al biólogo matemático Nicolas Rashevsky, antes de arrinconarlo (Abraham, 2004). Presumiblemente, como Ciencia descriptiva, la Biología Matemática quizás no cumplía con los deseos de la Fundación para descubrir las fuerzas deterministas y de control.
Mediante pruebas y análisis, considerando distintos enfoques, con la ayuda de individuos e instituciones, la Fundación desarrolló una estrategia para reinventar la Ciencia de la Biología que, en 1933, ya estaba completamente elaborada. Se concentró en la financiación de círculos científicos en un número relativamente pequeño de instituciones de élite (como Caltech y la Universidad de Chicago). Estos círculos entrenaron a cientos de científicos, cuyo trabajo consistía en tratar de encontrar las moléculas responsables de esa causalidad ascendente, es decir, encontrar las moléculas específicas y los mecanismos específicos que determinaban la forma y la función de los organismos. Así se validaría la tesis Eugenésica de Rockefeller.
A nivel institucional, estos esfuerzos obtuvieron un gran éxito. George Beadle, galardonado con el Premio Nobel de Fisiología y miembro de la Fundación Rockefeller, señaló que todos los 18 Premios Nobel concedidos en la rama de la Genética después de 1953, lo fueron a científicos que trabajaban o habían trabajado en la Fundación (Kay, 1993). A la muerte de Beadle en 1989, y en gran medida gracias a la Fundación Rockefeller, la Biología Molecular se había convertido en el enfoque dominante de toda la Biología. Es decir, de la Medicina, la Biología del desarrollo, la Neurobiología y la Agricultura.
Casi todo el mundo asume hoy en día el énfasis abrumador que dentro de la Ciencias Biológicas ocupa la Genética y tal reduccionismo parece la deriva científica más lógica. Pero lo que demuestra la historia de la Fundación Rockefeller es su intención de descartar la Biología del organismo en su conjunto y la marginación de enfoques como el de Rashevsky, de la Biología nutricional, y el determinismo ambiental, todo ello fue un golpe de Estado minuciosamente planeado. Se trataba por tanto de conquistar esta parcela científica, con la pretensión de sustituir el determinismo genético por unas ideas de competencia sobre la causalidad en Biología.
Casi todo el mundo asume hoy en día
el énfasis abrumador que dentro de la Ciencias Biológicas
ocupa la Genética y tal reduccionismo
parece la deriva científica más lógica.
Pero lo que demuestra la historia de la Fundación Rockefeller
es su intención de descartar
la Biología del organismo en su conjunto…
El determinismo genético dice que los genes tienen un nivel privilegiado de causalidad, y por lo tanto un estatus especial dentro de la Biología. Como ya dijimos en otro artículo, “Los genes no determinan nuestro destino vital”, se trata de una idea falsa. La causalidad en Biología se puede considerar de muchas formas y la Genética sólo es una de ellas, pero los ladrones que secuestraron la Biología lo hicieron con el propósito específico de imponer un paradigma del determinismo genético.
Otras consecuencia de tales esfuerzos fue que, al mismo tiempo, se empobreció nuestra idea de la vida. Así que, cuando Watson y Crick descubrieron la estructura del ADN en 1953, creían que habían descubierto “el secreto de la vida”. Esto supuso un triunfo para la Fundación Rockefeller, pues nadie les contradecía.
Los orígenes del determinismo genético: Huxley y los victorianos
El miedo a las turbas indisciplinadas no era algo exclusivo de los jefes de la Fundación Rockefeller. Los críticos victorianos de los libros de Charles Darwin, cincuenta años antes, también vivieron una época tumultuosa. El advenimiento de las nuevas tecnologías, como el tren y el teléfono, el crecimiento de las ciudades y el surgimiento de una clase mercantil que amenazaba con desplazar a la nobleza, estaba desestabilizando el mundo.
Y añadido a todo este fermento, el darwinismo, que para aquellos críticos “sacudiría hasta los mismos cimientos de la sociedad” (Desmond, 1998). Y estos victorianos temían el darwinismo porque era un conjunto de ideas que atacaba la idea de Dios y a la Iglesia, los dos soportes sobre los que se construía su mundo.
Más que eso, la evolución amenazaba con destruir antiguos y sagrados conceptos, como el de la riqueza heredada y los méritos heredados. Para los victorianos, estos proporcionaban el orden y la jerarquía.
La evolución incluso amenazaba con desencadenar directamente una revuelta social: liberar a los esclavos, liberar a los trabajadores y emancipar a las mujeres. Thomas Huxley, el principal defensor del darwinismo, afirmó que esto supondría un apoyo popular a la Ciencia. Dijo a los entusiastas trabajadores victorianos que la evolución de las especies mostraba lo inevitable de la mejora social.
Huxley, sin embargo, no pudo ir demasiado lejos. A diferencia de otros colegas suyos más adinerados, tenía que ganarse la vida con la Ciencia. Pero como portavoz, de hecho, de Darwin, estaba en una posición privilegiada para dar forma a la percepción e interpretación del darwinismo.
Así, frente a los desposeídos, enfatizó las cualidades revolucionarias de la Ciencia, y presentó la Ciencia como el motor de una nueva era industrial. Y para el estancado establishment británico, hizo hincapié en que “la vieja ley Sálica de la naturaleza no será derogada, y no se efectuará ningún cambio dinástico”. La Ley Sálica era una antigua ley franca que aseguraba la herencia solamente a través de la línea masculina.
Huxley y otros científicos practicaron tales maniobras políticas. En ejemplo más destacado, por lo menos en lo que se refiere a la genética, era la consideración de las teorías precientíficas de la herencia, muy familiares al establishment, tales como la Ley Sálica, mezcladas con el darwinismo. No había pruebas de que los rasgos del carácter considerados por el establishment, tales como el intelecto y el refinamiento social, pudieran ser heredados biológicamente, e incluso si lo fueran, seguramente que era poco probable que se hiciera únicamente a través de la línea masculina. Sin embargo, Huxley y sus colegas, encubrieron esas inconsistencias para presentar la evolución como algo escasamente perturbador para las creencias y los valores del status quo. Esto requería que la naturaleza de los rasgos heredados fuese esencialmente de naturaleza determinista. La gente no adquiría y buenos rasgos de carácter, nacía con ellos.
Entre tales interpretaciones fue prosperando la Ciencia, pero fue a costa de olvidar anteriores promesas de Huxley sobre una mayor libertad para las clases más desfavorecidas. De este modo, los científicos utilizaron su posición como expertos para desviar el estudio científico y ponerse de lado del establishment en la lucha por el poder social que rodeaba la ciencia en la época Victoriana (Desmond, 1998).
Estas interpretaciones fueron cruciales para el futuro de la Biología. Los factores deterministas hereditarios se basaban en lo que Huxley llamó el “protoplasma”, que controlaba la conducta humana. La teoría del protoplasma se acepta hoy por parte de muchos historiadores como el origen de la teoría Eugenésica. Se convirtió en la justificación intelectual para la búsqueda por parte de la Fundación Rockefeller de las moléculas de control social, en realidad una teoría construida bajo razones políticas más que científicas, una teoría con los pies de barro.
La entrada de las grandes Empresas Tabacaleras
La deriva de la Biología, lejos de estudiar el organismo en su totalidad por parte de la Fundación Rockefeller (en estrecha relación con la Fundación de Carnegie), resultó relativamente fácil. Pero convertir eso en una forma de control social fue más difícil. La siguiente etapa requirió de un nuevo ímpetu y de más dinero.
A partir de la década de 1950, la Industria del Tabaco distribuyó 370 millones de dólares entre unos 1.000 científicos de los establishment médicos estadounidense y británico. El plan a largo plazo consistía en desarrollar una nueva ciencia molecular, la de la variación genética humana (Wallace, 2009). El objetivo inmediato era la de responsabilizar de las enfermedades provocadas por el tabaquismo a unos orígenes genéticos. La Industria Tabacalera estaba decidida a encontrar “defectos genéticos” que predispusieran al cáncer de pulmón y a la adicción. Los Ejecutivos de estas Empresas pensaron (correctamente) que incluso con unas pruebas limitadas se impediría echar las culpas a sus productos. Por lo tanto, el determinismo genético podría utilizarse para neutralizar la opinión pública, la profesional e incluso la jurídica (Gundle et al., 2010).
La financiación de las Empresas Tabacaleras nunca logró descubrir ningún determinante genético convincente como causante del cáncer o de la dependencia al tabaco. Pero tal estrategia supuso una modificación de la opinión pública. Por lo tanto, los investigadores de la Genética fueron animados por las Industrias y los Gobiernos a aplicar sus métodos a otras enfermedades (como la diabetes), y por las mismas razones (Vrecko, 2008).
La Industria Tabacalera estaba decidida
a encontrar “defectos genéticos” que predispusieran
al cáncer de pulmón y a la adicción.
Así que aunque los practicantes de la Eugenesia, como Adolf Hitler, lograron que tal palabra fuera aborrecida por la gente en los años 1920 y 1930, la secuenciación del genoma convenció a la mayor parte de la gente de que el ADN era la molécula fundamental, la que gobierna la salud y el comportamiento, las actividades cotidianas y las decisiones. El estudio de los genes y los genomas logró la aceptación de las premisas eugenésicas a través de la puerta trasera, por así decirlo. La gente estaba convencida de culpar a su ADN de numerosas enfermedades y dolencias, y no sólo del cáncer de pulmón, sino de sus propias debilidades genéticas. De este modo, la Genética se estableció como la principal causa de la mayoría de las variaciones humanas, las enfermedades crónicas fueron normalizadas y el ADN fue coronado como “el Rey de las moléculas” por un Premio Nobel (Mullis, 1997).
El estudio de los genes y los genomas
logró la aceptación de las premisas eugenésicas
a través de la puerta trasera, por así decirlo.
Un dominio cada vez más amplio en el campo científico
Thomas Huxley escribió en un editorial del año 1865 que la Ciencia sólo se contentaría con “una victoria absoluta sobre la Iglesia y una dominación incontrolada de todo el reino del intelecto” (citado en Desmond, 1998). Así que mientras Charles Darwin se abstuvo inicialmente de perseguir públicamente las implicaciones intelectuales de sus ideas, por temor a que al hacerlo impidiera su aceptación, sus apóstoles rara vez mostraron tales cortapisas.
De Huxley y Herbert Spencer, a través de EO Wilson, Richard Dawkins, Steven Pinker, y otros muchos, de las presuntas propiedades del ADN han forjado la base de enormes construcciones . La Sociobiología: La nueva síntesis (1975) de EO Wilson y El gen egoísta y El Fenotipo extendido (1982) de Dawkins, se ha extrapolado la Biología molecular mucho más allá de los dominios previamente aceptados, para abarcar los deseos humanos, el “mal comportamiento humano”, la ética humana y las estructuras sociales humanas. Los genetistas han afirmado que cientos de atributos humanos tienen una explicación genética, al menos una parte significativa, incluyendo: la orientación sexual y religiosa, las preferencias en el voto, el sonambulismo, el comportamiento empresarial, el sexismo, la violencia. Y muchos otros (por ejemplo, Kales et al., 1980). Estas afirmaciones han proporcionado titulares muy jugosos para decir que los genes juegan un papel determinante en el comportamiento.
Los genetistas han afirmado que cientos
de atributos humanos
tienen una explicación genética,
al menos una parte significativa,
incluyendo: la orientación sexual y religiosa,
las preferencias en el voto, el sonambulismo,
el comportamiento empresarial,
el sexismo, la violencia.
El fracaso de las “moléculas maestras” para explicar la vida
En 2016, Gary Greenberg, profesor emérito de la Universidad Estatal de Wichita, Kansas, revisó un libro que él consideraba claramente innecesario. El libro examinado se titula ¿Cuántos clavos se necesitan para sellar el ataúd?. El ataúd en cuestión al que hace referencia es la Ciencia de la conducta genética. Cita al sepulturero, Richard Lerner de la Universidad de Tufts, que describe las “concepciones contractuales del papel de los genes en el comportamiento y desarrollo” (Lerner, 2007), y el director de las pompas fúnebres, Douglas Wahlsten (2012) que dice que “toda esperanza se ha perdido” en la búsqueda de genes que determinen el comportamiento humano (Greenberg, 2016).
El problema básico identificado por Greenberg, Lerner, et al., es que si una gran cantidad de dinero, miles de millones de dólares, no ha encontrado evidencias de la influencia de los genes ( a excepción de algunos rasgos raros como el síndrome de Down), entonces la única conclusión razonable es que la influencia de los genes en esos rasgos está ausente o es muy escasa. Sin embargo, el zombi genético, tras su exasperación, vive, por la simple razón de que está generosamente financiado.
No es solamente en el estudio del comportamiento humano donde faltan las evidencias genéticas. En 2013, el Jefe del Instituto Broad del MIT, que es la institución mundial más destacada en el estudio de la genética humana, llamó la atención sobre el hecho de que la influencia de los genes en las enfermedades humanas no es más que un mero “fantasma” (Zuk et al., 2013). A este giro de 180º se sucedieron una serie de convincentes críticas que destacaron:
1.- La falta de replicabilidad de las supuestas predisposiciones genéticas en los seres humanos (Ioannidis, 2007);
2.- La falta de evidencias sobre los efectos en la salud (Manolio et al., 2009; Dermitzakis y Clark, 2009);
3.- La ausencia de datos estadísticos sobre sus efectos, a excepción de una pocas predisposiciones genéticas individuales (Ioannidis y Panagiotou, 2011);
4.- La falta general de rigor experimental de los métodos e hipótesis genéticas (Buchanan et al., 2006; Wallace, 2006; Charney y English, 2012).
En 2013, el Jefe del Instituto Broad del MIT,
que es la institución mundial más destacada
en el estudio de la genética humana,
llamó la atención sobre el hecho de que
la influencia de los genes en las
enfermedades humanas no es
más que un mero “fantasma”.
Los medios de comunicación (incluyendo los medios científicos) apenas han dado cuenta de estas críticas, pero al menos han dejado la disciplina de la Genética con un cierto desasosiego. Ya de por sí resulta interesante ver que miles de millones de dólares destinados a investigaciones médicas sólo hayan dado resultados negativos (véase Manolio et al., 2009). La pregunta que hay que hacerse es: ¿cuál es la molécula fundamental subyacente?, ya que el determinismo genético se ha convertido en el paradigma central de toda la Biología.
Los defectos fundamentales de este concepto de molécula maestra fueron resumidos de una manera muy sucinta por Richard C. Strohman de la Universidad de California, Berkeley, en un artículo publicado en 1997: “La próxima revolución Kuhniana en Biología”:
“Hemos considerado una teoría y un paradigma en torno al gen como de éxito y muy útil y lo hemos propagado de manera ilegítima como un paradigma de la vida”. Pero dijo Strohman, que tal paradigma “tiene escaso poder y finalmente fallará”.
Curiosamente, Lily Kay identificó la misma deficiencia lógica en su biografía de la Fundación Rockefeller de 1993. Al concluir, observó la naturaleza autolimitada de su método reduccionista:
“Al estrechar su dominio epistémico, la nueva Biología ha olvidado importantes fenómenos animados de su discurso sobre la vida”.
Este fracaso se hace muy patente. Gracias a los hallazgos de investigación emergentes, como los que se describen en “Los genes no determinan nuestro destino vital”, resulta difícil pasar por alto que el reduccionismo genético no ha podido explicar “importantes fenómenos animados” tales como el crecimiento, la autoorganización, la evolución, la conciencia, el aprendizaje, la salud y las enfermedades. Estos son los elementos clave que un paradigma debe poder explicar, pero el determinismo genético nunca lo ha hecho.
El paradigma que lo reemplaza es muy diferente,
y en él se conciben los sistemas vivos
como cooperativos y no como dictaduras.
El paradigma que lo reemplaza es muy diferente, y en él se conciben los sistemas vivos como cooperativos y no como dictaduras. Para ser claros, algunas consideraciones sobre el ADN no son motivo de disputa. El ADN está ahí. Las mutaciones o la adición de genes pueden tener considerables efectos en las propiedades de los organismos, pero esto no hace que el ADN sea especial. La eliminación o adición (cuando sea posible) de la mayoría del resto de componentes del organismo, como el ARN o las proteínas, incluso el agua, tienen el mismo efecto. Por lo tanto, incluso el uso de los cultivos transgénicos, que podrían parecer ejemplos claros de causalidad ascendente, es consistente con el nuevo paradigma porque los transgenes introducidos son cuidadosamente diseñados para actuar como módulos aislados, es decir, rasgos que actúan independientemente de todos los controles a nivel de los sistemas que los organismos emplean para gestionar e integrar la actividad genética y las funciones bioquímicas.
Pero en lo que se fundamenta en última instancia este nuevo paradigma es la falta de necesidad conceptual de que el ADN anime a los organismos. Los biólogos moleculares dicen del ADN que tiene propiedades de “expresión”, de “control” y de gobierno de las células, en un sentido que otras moléculas no hacen. Estas son propiedades que necesita el paradigma molecular, pero al afirmarlas no se rompe el determinismo genético, tratándose más bien de un mero vitalismo precientífico.
Lo que la Ciencia nos está diciendo, por lo tanto, es que en los sistemas vivos todo depende de todo lo demás, y la vida surgió de modo espontáneo del cieno. El ADN no fue el que señaló el camino.
Las consecuencias sociales del determinismo genético
Sea verdadero o no, todo sistema de creencias tiene consecuencias. Cuando llegaron a Alemania las noticias de la teoría evolutiva de Darwin en la década de 1860, Ernst Haeckel, biólogo alemán, construyó los primeros árboles de la vida, colocando a los seres humanos (sin una razón científica) en la cúspide de la creación. Del mismo que Huxley, Haeckel amplió las implicaciones del darwinismo estableciendo una lucha determinista genética, en este caso, una lucha que llevó a los “pueblos irresistiblemente hacia adelante”. El darwinismo predijo, dijo Haeckel, un nuevo destino para los teutones.
Ya muerto Charles Darwin (1882) se dijo que su pensamiento (en su mayor parte se trataba de las interpretaciones de Huxley) se podía encontrar “bajo cien disfraces en las obras legales y de historia, en discursos políticos y religiosos… Si tratamos de pensar que nos alejamos de él, entonces deberíamos pensar que nosotros mismos nos alejamos de nuestra época” (John Morley, 1882, citado en Desmond, 1998).
Por lo tanto, el sistema de creencias que considera que los seres humanos están controlados por una molécula maestra interna se ha instalado en miles de áreas del pensamiento social. Está mucho más allá de las intenciones de este artículo el describir las consecuencias del determinismo genético, tanto a nivel personal como a nivel social (véase en su lugar El ADN Místico), pero las dos guerras mundiales, el holocausto, el racismo, el colonialismo, la eugenesia, la desigualdad, toda esta violencia se genera como consecuencia, o quizás nunca se habrían dado tales situaciones, de no haber prosperado la idea del determinismo genético. El determinismo genético ha moldeado todo según los cánones de “por encima”, “por debajo”, “normal” y “anormal”, y se han traducido en propiedades científicas intrínsecas e inmodificables de los organismos y grupos biológicos, en lugar de ser lo que eran previamente: prejuicios cuestiones y presunciones dudosas.
…las dos guerras mundiales, el holocausto,
el racismo, el colonialismo, la eugenesia,
la desigualdad, toda esta violencia
se genera como consecuencia,
o quizás nunca se habrían dado tales situaciones,
de no haber prosperado la idea del determinismo genético.
El determinismo genético se convirtió en la idea que definió el siglo XX. Nada se escapaba a su dominio. Ha sido el camino seguido por la Biología, incluso de la Ciencia misma.
Instituciones externas impusieron sus agendas generales a largo plazo sobre la Ciencia. Se trata de una importante consideración, perturbadora y trascendente, que contradice nuestra idea de que la Ciencia se desarrolla gracias a individuos brillantes, a las innovaciones técnicas y a un rigor intelectual colectivo. En cambio, entender lo que ha ocurrido con el ADN es algo tan simple como seguir el rastro del dinero.
…entender lo que ha ocurrido con el ADN
es algo tan simple como seguir el rastro del dinero.
La Ciencia, y por tanto toda la sociedad, ha estado fascinada por una interpretación de la vida basada en el ADN, un pensamiento mágico sobre las propiedades de los genes. Sin embargo, una vez que se establecieron las condiciones iniciales, una importante observación es que la investigación biológica fomentó el pensamiento social del determinismo genético, y el determinismo genético, a su vez, hizo que la Ciencia genéticamente determinista pareciera válida y correcta. Se creó así un circuito de retroalimentación autosostenible.
Un ejemplo de cómo el determinismo genético participó en este bucle se expuso en una carta del año 1975 de destacados genetistas aparecida en NY Review of Books (NYRB). Estaban respondiendo a una revisión que carecía de sentido crítico de La Sociobiología: Una nueva síntesis de EO Wilson. La carta de los genetistas da una explicación de por qué el establishment político podría financiar la Sociobiología y la Genómica: porque proporcionarían interpretaciones sobre el origen de las actividades humanas y por tanto determinando las normales sociales y de conducta. Los autores escribieron: “para Wilson, lo que existe es adaptativo, lo que es adaptativo es bueno, por lo tanto lo que existe es bueno”. Los autores señalaban, antes de que se desenmascarara la estrategia de la Industria Tabacalera, que cualquier afirmación científica que dijese que las aberraciones que se producen en una sociedad, tales como la guerra o un mal comportamiento individual o la violencia, tiene raíces genéticas, era considerada como natural o normal. Por lo tanto, lo que parece ser un simple hallazgo científico y apolítico, digamos por ejemplo una predisposición genética a la obesidad, genera inferencias que son muy valoradas por las instituciones (como la Industria Alimentaria) que favorecen con sus productos la obesidad, pero que desean resistirse a las presiones sociales de cambio.
…lo que parece ser un simple
hallazgo científico y apolítico,
digamos por ejemplo una predisposición genética
a la obesidad, genera inferencias
que son muy valoradas por las instituciones
(como la Industria Alimentaria)
que favorecen con sus productos la obesidad,
pero que desean resistirse a las presiones sociales de cambio.
No es de extrañar entonces que la publicación de Sociobiología fuese seguida de un boom de financiación de la investigación genética, tanto en las ciencias sociales como en las médicas. Este auge se produjo a pesar de que la investigación de la genética humana rara vez tiene valor en la búsqueda de curas y tratamientos de las enfermedades (Chaufan y Joseph, 2013). La conclusión es que aunque existan predisposiciones genéticas para la obesidad, todos debemos hacer ejercicio y no comer en exceso.
De este modo, las explicaciones biológicas han ampliado el ámbito intelectual de la Ciencia, trasladándose a los asuntos sociales, a la Economía, la política, la Religión, incluso la Filosofía y la ética. Confirmando las predicciones de la carta aparecida en NYRB, la Sociobiología ha desechado prácticamente otras interpretaciones académicas tradicionales de la actividad humana, como el Marxismo o el deconstruccionismo, que daban una visión de la vida bastante incómoda para los instalados en el poder.
Como Dororthy Nelkin y Susan Lindee observaron:
“En las últimas décadas muchas universidades han dejado de dar cursos de investigación sobre la civilización occidental, que una vez trataron de dar explicaciones sobre la cultura humana y el pasado humano. El postcolonialismo, el postmodernismo, la teoría literaria y otras tendencias de la vida académica ponían en tela de juicio la legitimidad de la narrativa incorporada a la noción de Civilización Occidental. Muchos estudiantes universitarios nunca han recibido tales cursos. La Biología se ha convertido en el equivalente cultural del antiguo currículo de la civilización occidental, explicando la cultura humana y el pasado humano, de modo que el conocimiento biológico es visto como la más relevante de las preocupaciones sociales, el desarrollo económico, las relaciones internacionales y los debates éticos. La Biología se presenta como lo único válido, el único esfuerzo en busca de la verdad, no manchada por compromisos religiosos, políticos o filosóficos. Coloca a los seres humanos en un universo significativo, proporcionando formas de entender las relaciones entre los grupos étnicos y raciales y entre la identidad y el cuerpo” (Prólogo a la segundo edición, El ADN Místico: el gen como un icono cultural, 2004).
La Biología se ha convertido en el
equivalente cultural del antiguo currículo
de la civilización occidental, explicando la cultura humana
y el pasado humano, de modo que el conocimiento biológico
es visto como la más relevante
de las preocupaciones sociales,
el desarrollo económico, las relaciones internacionales
y los debates éticos.
Cualquiera que no conozca las estrategias de la Fundación Rockefeller y la Industria Tabacalera considerará que la Sociobiología es una ciencia válida y no contaminada. Sin embargo, dada su historia y los nuevos descubrimientos científicos, las explicaciones genéticas ocultan ciertos compromisos políticos, y resulta muy relevante que las explicaciones genéticas se hagan en el mundo académico, en los círculos políticos y en el ámbito público por científicos financiados (ya sea por Gobiernos o Corporaciones) por aquellos que se benefician de la esterilización del discurso público.
El resultado final de la expansión intelectual de la Biología de Huxley ya está aquí. Estudiantes sin experiencia en la historia del pensamiento y cocinados en explicaciones genéticas no verificables, se han convertido en el núcleo intelectual de una sociedad complaciente y a la deriva. Muchos participan activamente en su propio engaño considerando las enfermedades como genéticas, incluso en los casos en que la única evidencia clara es la causalidad ambiental. Por lo tanto, una sociedad genéticamente determinista es incapaz de entender que está en riesgo al someterse a las actividades irresponsables de las Corporaciones y de la indiferencia de los Gobiernos. Se encuentra fundamentalmente indefensa frente a los que contaminan, los venderos de comida basura, la dislocación de la comunidad y otras amenazas a la integridad humana.
Por lo tanto, una sociedad genéticamente determinista
es incapaz de entender que está en riesgo
al someterse a las actividades irresponsables
de las Corporaciones y de la indiferencia de los Gobiernos.
Se encuentra fundamentalmente indefensa
frente a los que contaminan, los venderos de comida basura,
la dislocación de la comunidad
y otras amenazas a la integridad humana.
En un marco político más amplio, la historia del siglo XX demuestra que una sociedad de determinismo genético es también vulnerable a los fascismo, al racismo, a los dictadores y los belicistas. Todo esto es también producto de un siglo y medio de manipulación de las Ciencias Biológicas.
¿Es un tema demasiado escabroso como para hablar de él? No lo creo. Considere, como caso de estudio, el de Adolf Eichmann y el traslado de los judíos a los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial. El mundo consideró culpable a Eichmann e Israel lo ejecutó. Sin embargo, Hannah Arendt atribuyó sus crímenes a una mística “banalidad del mal”.
Las cosas no eran así. Adolf Eichmann y sus superiores seguían los dictados de la Ciencia y de la Genética. Los judías eran, para ellos, un problema genético de pureza racial y la única solución a un problema genético fue el del exterminio y la prevención de la reproducción (véase especialmente La guerra contra los judíos: 1933-1945, de Lucy S Dawidowicz). Dadas las premisas, la solución final era perfectamente lógica.
Pero la pregunta perfectamente lógica para nosotros (que será el tema de El significado de la vida, parte II) es: ¿por qué casi nadie se da cuenta de todo esto? ¿Por qué es tan difícil criticar o cuestionar la Genética? No sólo atribuimos a los genes un nivel privilegiado de casualidad totalmente injustificado en la Biología, sino que también les damos un nivel de privilegio dentro de la sociedad. El dominio de la Genética es, pues, un fenómeno que no se origina en la ciencia.
En el último artículo de esta serie voy a escribir sobre esto, proponiendo una novedosa teoría para explicar la fascinación de nuestra sociedad por el determinismo genético y las moléculas maestra. Esta teoría explica el estatus icónico y la atracción científica del ADN en términos de su papel metafísico como representante del Universo. Como ese otro representante del Universo, el Dios judeocristiano, el ADN confiere las propiedades de liderazgo y autoridad en un naturaleza desordenada. El ADN, como verdadero sentido de la vida, legitima así la autoridad en nuestra sociedad científica. Por lo tanto, los actores históricos, como la Fundación Rockefeller, que ayudaron a alzar al ADN a su papel de actor principal, fueron, como todos los demás, esclavos de unas fuerzas que no entendían completamente.
Esta teoría tiene importantes implicaciones. Sugiere que desde que el determinismo genético se estableció en la mente de la gente, las sociedades occidentales se han visto sumergidas en una espiral descendente de política autoritaria y pensamiento de determinismo genético. Esta espiral ya está poniendo en peligro a la misma Democracia, pudiendo apagar completamente los valores democráticos. Desde un punto de vista más optimista, la teoría ofrece una manera conceptualmente sencilla de revertir esta espiral. Se basa en señalar que todos los organismos vivos son sistemas y no dictaduras. Se hace necesario, para la supervivencia de una sociedad Democrática, confrontar estos hábitos de pensamiento de determinismo genético que, al fin y al cabo, no tienen una base científica.
Parte II
Referencias:
Abraham, TH (2004) Nicolas Rashevsky’s Mathematical Biophysics. Journal of the History of Biology 37: 333–385.
Buchanan, AV, KM Weiss, and SM Fullerton. Dissecting Complex Disease: The Quest For the Philosopher’s Stone? International Journal of Epidemiology 35.3 (2006): 562-571.
Charney E, and English W (2012) Candidate Genes and Political Behavior. American Political Science Review 106: 1-34.
Chaufan C, and Joseph J (2013) The ‘Missing Heritability’ of Common Disorders: Should Health Researchers Care? International Journal of Health Services 43: 281–303.Lucy S. Dawidowicz (1975) The War Against the Jews: 1933-194 New York: Holt, Rinehart and Winston
Dawkins R (1982) The Extended Phenotype. Oxford University Press.
Dermitzakis E.T. and Clark A.G. (2009) Life after GWA studies. Science 326: 239-240.
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