Rafael Sánchez Ferlosio
extraído de Esas Yndias equivocadas y malditas
Entre la vasta fauna de los apologetas de las grandeza histórica tampoco faltan quienes conceden, con solícita pero no solicitada generosidad, que ciertamente hubo grandes abusos, donde ya el mero empleo de la palabra abuso comporta un apartar a un lado lo que hubo de sobrante innecesario en el esfuerzo, lo que éste tuvo de excesivo; pero en el reconocimiento de algo que sobró se refrenda la necesidad de todo lo restante; en la condena de la parte correspondiente del abuso se absuelve, legitima y santifica la contraparte implícitamente aludida como uso de cuyo justa y plausible medida sobresalga.
Otros, más avisados, ni sienten necesidad alguna de disculpas ni incurren en la ingenuidad de hablar de abusos, porque los reconocen tan inherentes al estilo de acción de la Historia Universal, tan necesariamente consubstancial a la señorial generosidad de su epopeya, que les parecería hasta indigno de ella el detenerse en la mezquindad de escatimar esfuerzos; sus sentimientos de grandeza se avergonzarían de una Historia Universal atenta a calcular, como un tendero, el minimum de destrucciones, de laceraciones, de estragos, de tormentos y de muertes necesario para alcanzar sus altos fines; antes, por el contrario, gustan de imaginarla excesiva, desbordante, sobrada de virulencia y energía, de suerte que el abuso le sea connatural, como la única forma posible de concebir el uso de una manera acorde con su dignidad. Pocos han acertado a expresar esta concepción estética de la historia, como historia del impulso y dominación, como Ortega y Gasset en su clásico ensayo El origen deportivo del Estado:
Por esto, la palabra que más sabor de vida tiene para mí y una de las más bonitas del diccionario es la palabra incitación. Sólo en biología tiene este vocablo sentido. La física lo ignora. En la física no es una cosa incitación para otra, sino sólo su causa. Ahora bien: la diferencia entre causa e incitación es que la causa produce sólo un efecto proporcionado a ella. La bola de billar que choca con otra transmite a ésta un impulso, en principio, igual al que ella llevaba: el efecto es en la física igual a la causa. Mas cuando el aguijón de la espuela roza apenas el ijar del caballo pura sangre, éste da una lanzada magnífica, generosamente desproporcionada con el impulso de la espuela. La espuela no es causa, sino incitación. Al pura sangre le bastan mínimos pretextos para ser exuberantemente incitado, y en él responder a un impulso exterior es más bien dispararse. Las lanzada equinas son, en verdad una de las imágenes más perfectas de la vida pujante y no menos la testa nerviosa, de ojo inquieta y venas trémulas del caballa de raza […] ¡Pobre la vida, falta de elásticos resortes que la hagan pronta al ensayo y al brinco! ¡Triste vida la que, inerte, deja pasar los instantes sin exigir que las horas se acerquen vibrantes como espadas! ¡Da pena cuando uno piensa que le ha tocado vivir en un a etapa de inercia española y recuerda los saltos de corcel o de tigre en sus tiempos mejores fue la historia de España! ¿Dónde ha ido a parar aquella vitalidad?
Como puede observarse, el biologismo orteguiano, que, con el gusto perfectamente hortera de un aristocratismo dandy y deportivo – al que parece hacérsele la boca agua cada vez que repite pura sangre-, se entusiasma con la arrancada del caballo al acicate de la espuela como imagen más perfecta de la pujanza vital, proyecta esta idea ya estética d e vida o de vitalidad biológica sobre las representaciones de la historia, transfigurando en la imagen de los saltos del tigre o del corcel los arrebatos históricos del furor de sojuzgamiento y predominio, convalidando como generosa efusión y hasta eclosión de vida respecto de la historia precisamente lo que en ésta no es sino el más tenebroso y asolador desencadenamiento de la muerte. ¡Tan mala sombra puede llegar a proyectar la imagen de la biología sobre la historia!
Así, mientras los apologetas de escuela orteguiana encarecen la grandeza de la Historia Universal como suprema manifestación de la vitalidad más excelsamente humana, recargando desafiantemente las tintas de engreimiento, virulencia y afán de predominio de sus epopeyas, y poniendo así el acento más en el ejercicio, el esfuerzo y el empeño que en el logro, los otros, más cobardemente, se contentan con salvar a la Historia Universal por la bondad y la dignidad de sus últimos designios, sin perjuicio de ir pidiendo a diestro y siniestro las más rendidas disculpas por la indudable enormidad de los abusos que -según ellos- aun la más alta y más noble empresa humana se hallaría siempre abocada a perpetrar.
Estos son los que incurren en la abyección de echarles a indios, negros u otras cualesquiera gentes de color el brazo por la espalda, tratando de venderles su propio pasado de martirio y el reconocimiento de la legitimidad de sus autóctonos valores culturales a cambio de recabar su beneplácito para la común Historia Universal, como en aquel repugnante serial televisivo norteamericano que llevaba por título Raíces y que recogía la secular historia de una familia negra desde ancestro capturado, puesto en cadenas y estibado en la sentina de un navío negrero, que lo arrancaba para siempre del África natal, hasta el descendiente finalmente libre, con su familia modesta, pero honrada y feliz, ya en los años de Martin Luther King, pretendiendo mostrar cuán inescrutables son los designios del Señor y por qué insospechables caminos y a través de cuántas fatigas, humillaciones y sacrificios había llegado finalmente a cumplirse en este último vástago, desde aquella mañana inmemorial de la captura en una remota playa de Guinea, el orgullo de haber contribuido a lo largo de diez generaciones a la creación de la gran nación americana.
En esta misma abyección – para la que, bajo el título encuentro no faltarán cultivadores en la celebración del V centenario- incurrirán cuantos acuden a echarles a los indios el brazo por la espalda, interesándose por sus tradiciones ancestrales y deplorando la grave pérdida y el irreparable deterioro que, bajo la desconsiderada férula de la cultura de los dominadores, han sufrido las esencias y valores constitutivos de su más prístina y genuina identidad.
Rafael Sánchez Ferlosio
Esas Yndias equivocadas y malditas. Comentarios a la historia.
Para leer a un apologeta, aquí, por ejemplo: http://www.abcdesevilla.es/20101012/latercera/america-fuerza-mitos-20101012.html