Por William T. Hathaway, 25 de abril de 2012
En Los viajes de Gulliver, los liliputienses atacaron a Gulliver, mucho más grande, mientras dormía y lo ataron al suelo con miles de hilos. De la misma manera, la elite gobernante ha sometido la clase obrera a la esclavitud. Pequeños en número, pero grandes en poder, las elites han diseñado mecanismos de control para mantener a los obreros, mucho más numerosos, obligándoles a trabajar para ellos. Esto incluye instituciones políticas ya establecidas, escuelas, sindicatos, policía, tribunales, militares, y los roles sexuales patriarcales. También se incluyen conceptos cargados emocionalmente, tales como un fuerte individualismo, una falsa imagen del socialismo, y la misma forma de concebir la clase social.
Este último punto, la enculturación de nosotros mismos, nos priva de nuestra identidad de clase. Muy pocos de nosotros nos consideramos clase obrera. El término parece una mohosa reliquia del siglo XIX, pareciéndonos sinónimo de clase baja, una especie de mala reputación, de perdedores, que son dignos de temer y de compadecer a la vez, con los cuales no queremos identificarnos. En su lugar se nos ofrece una jerarquía de clases: media-alta, alta, media, media baja, y la última y menos importante, el estrato más bajo: el lumpen. Dentro de estos grupos se producen fragmentaciones por distintos motivos: étnicos, religiosos, de género, estilo de vida. Se supone que debemos identificarnos con el lugar donde vivimos y donde trabajamos y debemos luchar para ascender en la escala social, o al menos no caer en los puestos más bajos de la jerarquía. Pero cada vez vamos descendiendo un poco más, perdiendo aquello que tuvimos. Indignados, ponemos nuestro afán en encontrar aliados dentro de nuestro nicho, pero nos vemos aislados, de ahí que nuestras luchas no sean efectivas.
Pero cada uno de nosotros somos, de hecho, clase obrera. La mayoría tiene que trabajar para otro para conseguir sus medios de subsistencia. Sólo cuando somos solidarios unos con otros es posible que tengamos éxito en nuestras pretensiones.
Las elites nos han fragmentado geográficamente. La mayoría de los explotados están muy lejos de los centros de poder y por lo tanto son invisibles para nosotros, excepto por las imágenes mediáticas de inmigrantes ilegales que intentan traspasar nuestras fronteras y de los insurgentes que atacan a los soldados. Viven bajo el yugo de Gobiernos autoritarios sostenidos por el poder de las naciones más ricas, viéndose obligados a trabajar en las peores de las condiciones. La riqueza obtenida a partir de su trabajo ha permitido a las empresas pagar a sus empleados mejores salarios en su país de origen, reduciendo así el descontento y estimulando el consumo.
Pero esta situación económica está cambiando a medida que la competencia global se intensifica. La venta en los mercados mundiales se ha convertido en algo más importante que vender en el país de origen. Competir a nivel mundial requiere producir a precios bajos, por lo que las empresas están recortando salarios y beneficios laborales. La clase obrera a nivel internacional está siendo aplastada. Nuestra tarea ahora es unirnos y derrocar a la elite que nos gobierna.
Esta elite está formada por muchas nacionalidades y tiene muchos conflictos internos. Incluso se hacen la guerra cuando la situación económica les agobia. Pero siempre reconocen sus privilegios de clase, y van a hacer todo lo posible para defender sus intereses. Nosotros, los trabajadores, tenemos que reconocer y defender nuestros propios intereses de clase con determinación, al igual que hacen ellos.
Han diseñado un sistema político que garantiza su monopolio del poder. Los candidatos de los grandes partidos representan sus intereses. Mediante la financiación de las empresas, estos candidatos se sabe que van a ganar las elecciones, aprueban leyes que les favorecen en los resultados electorales y van a tener mayor cobertura mediática, de modo que el resto de alternativas quedan excluidas.
Para liberarnos de su control político y construir una verdadera democracia, debemos deslegitimar a los grandes partidos*, que lo único que hacen es canalizar el descontento y llevarlo hacia un callejón sin salida. Son el cementerio de los movimientos sociales, capturando las esperanzas de la gente de realizar cambios fundamentales, pero que ellos entierran. En realidad proponen reformas superficiales que lo único que hacen es fortalecer el capitalismo.
Debemos examinar los partidos y organizaciones de izquierda, encontrar uno que coincida con nuestra orientación y apoyarlo. Estar indignado con el Sistema no es suficiente. A menos que nos organicemos no puede surgir una alternativa viable a los partidos capitalistas. […].
Los Sindicatos, al igual que los partidos, se han convertido en reformistas. Han perdido el liderazgo de la lucha anticapitalista y ahora cumplen una función a nivel económico semejante a la que los partidos realizan a nivel político: convencer a la clase obrera de que acepten los dictados del capital. Líderes sindicales colaboran con los empresarios para empeorar las condiciones de los obreros. Se han convertido en funcionarios del capital y por ello son recompensados. Los trabajadores han de construir una base independiente de poder, dejando al margen a todo esta burocracia, para hacer frente a esta elite mundial.
El reformismo impulsado por los Partidos y los Sindicatos se ve reforzado por los medios de comunicación. Promueven la idea de que el Sistema es básicamente bueno, diciendo que sólo necesita ser corregido. Es una visión atractiva porque es fácil. En lugar de plantear un cambio radical del Sistema, sólo quieren repararlo.
Las reformas realizadas en el pasado sólo han mejorado algo las condicionales. La Seguridad Social ha contribuido a evitar la pobreza extrema en la vejez y unos gastos sanitarios insostenibles para las familias. Desde la década de 1950 a los años 1970, los sindicatos fueron capaces de forzar mejoras salariales y de trabajo en muchas empresas. Sin embargo, estas mejoras conseguidas a base de mucho esfuerzo se están perdiendo ahora debido a la necesidad que tiene el capitalismo de reducir precios para competir con las nuevas potencias industriales, como China y la India. La presión ejercida por la competencia Internacional se está trasladando hacia los trabajadores, y partidos y sindicatos lo están permitiendo. Ante esta nueva realidad económica, el reformismo se ha convertido en el sueño de un cobarde, una forma de evitar el cuerpo a cuerpo de una lucha prolongada. Tenemos que abandonar esta ilusión y prepararnos para una lucha que suponga cambios fundamentales; sustituir el capitalismo oligárquico por un socialismo democrático.
Otra cuestión es la imagen que tenemos del socialismo que se ha grabado en nuestros cerebros. Estamos convencidos de que significa una brutal dictadura, campos de concentración, ausencia de libertad, un Estado esclavista. Para contrarrestar esto, tenemos que criticar a regímenes como el Soviético o el de China, y hay que decir que no eran socialismos. La tradición totalitaria en sus culturas y el ataque constante por parte de las naciones capitalistas, les impidió lograr algo parecido a un socialismo real. En muchos casos, el Gobierno asumió el cargo de jefe explotador, teniendo los trabajadores muy poco poder. El socialismo real significa democracia económica, es decir que organizamos juntos cómo debería ser nuestra vida económica. Se ponen los recursos y la capacidad productiva en manos de las personas, que las utilizan para satisfacen necesidades humanas en lugar de generar beneficios privados para unos pocos propietarios.
Estamos educados para servir al sistema: ser obedientes, respetar la autoridad, encajar en los niveles jerárquicos. Nos enseñan las habilidades que las empresas necesitan, convirtiendo nuestro trabajo en una mercancía más. Nuestros más profundos intereses y nuestro talento queda a menudo sin desarrollar, sin ser reconocido, incluso por nosotros mismos. Estos no cambiará hasta que los estudiantes, padres, maestros y otros trabajadores eduquen de forma conjunta para tomar el poder.
Los medios de comunicación corporativos tienen la función de controlar a las masas dando forma a la percepción de la realidad. La papilla con la que nos alimentan bloquea nuestro cerebro, se nos ofrece una deslumbrante variedad de emociones personales y una estimulación sensorial para distraernos de la triste realidad de nuestras vidas.
A través del entretenimiento y las noticias de los medios de comunicación, nos detenemos en la violencia física, sin que logremos percibir la violencia estructural que la provoca. Nos parecen espeluznantes las imágenes de la violencia ejercida por los jóvenes de los guetos o por las guerrillas, y lo que hacemos es pedir medidas más duras para combatir a estas tribus viciosas. No nos damos cuenta de la violencia estructural de la pobreza y la opresión, que el capitalismo y el imperialismo han creado. Es esta violencia estructural integrada la que genera violencia física.
Los medios corporativos también estimulan la codicia y el consumo. El capitalismo nos aísla unos de otros, y este aislamiento genera inseguridad y un sentimiento de que nos falta algo. Se crean personalidades huecas que intentan rellenar el vacío interior, entonces se suple esta carencia por medio de la satisfacción que supone el consumo. Surge el vacío y luego nos convencemos que hay que llenarlo de cosas -hermosas, estimulantes, fascinantes, extraordinarias, sexys. Cuantas más mejor. Pero nunca se satisfacen nuestras necesidades, y necesitamos más.
Dissident Voice y otras publicaciones alternativas están intentando despertar a la gente del estupor que produce toda esta avalancha de propaganda. Merecen que las apoyemos.
Para escapar de esta manipulación mental, debemos luchar por conseguir una autosuficiencia interior, de modo que no necesitemos toda la basura que los medios nos venden. Esta autosuficiencia tiene su fundamento en nuestra humanidad compartida, y si sintonizamos con los demás no vamos a necesitar los sustitutos: los productos comerciales y ciertos entretenimientos perderán todo su atractivo. Una buena manera de combatir este tipo de condicionamiento es mediante las huelgas de consumo. Comprar lo mínimo imprescindible. Apagar la televisión. Superando esa necesidad de entretenimientos podremos desarrollar nuestra creatividad. Al no consumir tanto, el planeta va a sentirse aliviado. En lugar de escondernos detrás de la última moda, las joyas, los cosméticos, nos vamos a enfrentar al mundo tal y como somos y dejar que esa belleza sea un desafío.
Los medios de comunicación crean imágenes y mitos que refuerzas las ideologías existentes. Un fuerte individualismo, por ejemplo, el “sálvese quien pueda” sería el espíritu del capitalismo en su esencia. La creencia de que somos seres aislados que luchamos por nuestra propia satisfacción es un axioma de nuestra sociedad. Los hombres parecen tener especial querencia por ella, identificándose con el echado al monte, el lobo solitario, el emprendedor.
Que estamos separados unos de otros es fácil de ver, cada uno habitamos un cuerpo diferente. Nuestras conexiones aunque visibles son fundamentales, por lo que una cultura superficial como la nuestra no las percibe. Podemos vencer todo esto centrándonos en nuestras conexiones y actuar de esta forma. En nuestras vidas y en nuestras formas podemos comprobar la existencia de una coincidencia profunda de unos con otros, algo que subyace por debajo de lo que percibimos superficialmente. Nuestra auténtica individualidad podría desarrollarse mejor en este contexto.
El refuerzo de la masculinidad tradicional es una de las principales maneras que tienen las elites para tratar de que la clase obrera se ponga de su parte. Explotan el hecho de que muchos hombres se aferran a la masculinidad como última cosa que les queda. De la clase trabajadora, los hombres poco dicen de su vida laboral, siendo el machismo lo único que reina en la empresa. Esto es explotado por muchos medios de comunicación, retratando a los izquierdistas como la representación de un hombre tradicional ya extinguido. Hay algo de verdad en esto. Las tradiciones de dominación y agresión, sean practicadas por hombres o mujeres, es algo a lo que hay que resistirse. El verdadero ataque a los hombres de la clase trabajadora, sin embargo, no viene de la izquierda, sino de las fuerzas económicas que cada día constriñen más nuestras vidas y limitan nuestras posibilidades, con un trabajo mal pagado y agotador. La rabia que esto genera en ellos es desviado por los medios de comunicación hacia la izquierda, hacia las feministas y las minorías, que son en realidad el núcleo de la oposición a las fuerzas económicas (capitalistas).
Tenemos que mostrar a los hombres tradicionales que el socialismo les dará seguridad económica y poder en el lugar de trabajo. Cuando esto se consigue no se siente la necesidad de dominar a esposa e hijos. Si persisten en su empeño, la sociedad tiene que evitarlo. La mentalidad dominante es una patología que debemos superar.
La política de género por sí misma no va a construir el socialismo. De hecho, en muchos casos termina sirviendo al capitalismo. Sin embargo, los estudios de género pueden ayudar a romper el modelo patriarcal, que sigue produciendo el mismo tipo de personalidad autoritaria. Esto abre muchas posibilidades y fomenta la diversidad psicológica. Al mostrar que nuestras categorías de femenino y masculino no son naturales sino culturales, se pone en duda la naturalidad de otras instituciones. Nos ayuda a ver que el capitalismo tampoco es una necesidad inherente, sino más bien el producto de fuerzas sociales abiertas al cambio. La subversión de género puede conducir a la subversión política.
Los mecanismos de aplicación sociales de imposición, policía, militares, tribunales, son la mano fundamental de opresión. Los tres tienen licencia para matar y lo hacen con regularidad. Los militares son la punta de lanza del capitalismo. Su trabajo consiste en defender y expandir el imperio, y se sacrifica a millones de personas para conseguir este objetivo. La policía cumple con su lema, proteger y servir, pero sobre todo para proteger y servir a una estructura social opresiva, defendiendo la propiedad y a sus propietarios contra los ataques de los desposeídos. Los tribunales están a cargo de jueces que en su mayor parte son miembros de la elite. Son los árbitros que regulan el castigo, cayendo sobre cualquiera que amenace al sistema, principalmente a las minorías pobres. Han creado un gulag, un creciente complejo industrial carcelario que aplasta a los que se atreven a desafiar sus reglas.
Hay que convencer a soldados y policías de que también son trabajadores, que todos tenemos los mismos intereses básicos y un enemigo común: el empleador. Si se ponen un buen número de nuestra parte, si se unen a nosotros en lugar de ir contra nosotros, ayudaría en una situación revolucionaria. Ganarnos la confianza de los jueces es poco probable. La mayoría pertenece a la clase dominante. Probablemente haya que buscar para ellos un trabajo socialmente útil, por ejemplo, barrer las aceras.
Nuestros gobernantes ( si es que realmente tenemos gobernantes) tratan de convencemos de que no hay solución a los problemas de la humanidad, de que no hay alternativa a la situación actual. Esta es la naturaleza humana, hay que acostumbrarse a ella.
Afortunadamente, la clase obrera internacional se niega a acostumbrarse. Se resiste a esta nueva oleada de empobrecimiento que las corporaciones y gobiernos están llevando adelante. El Gulliver atado está empezando a despertar. Sabe que está encadenado, pero está poniendo a prueba su fuerza contra lo que le encadena. Por algunos partes se han roto ya algunos eslabones. El gobierno de los liliputienses está llegando a su fin. Esto no va a suceder de repente, sino que tenemos una lucha larga por delante. Pero la marea ha cambiado y ahora viene a nuestro favor.
El levantamiento se inició en el mundo musulmán porque están sometidos a un ataque imperialista directo. Luego se propagó a los países de la OTAN, los principales instigadores de los ataques imperialistas, debido a que sus poblaciones se ven obligadas a pagar las cuentas de las guerras a través de recortes sociales y salarios más bajos. A medida que el levantamiento se extiende a nivel mundial, la elite hace todo lo posible por aplastarlo. Van a tratar de dividirnos y hacer que nos enfrentemos entre sí. Ofrecen tentadoras reformas y compromisos que les permita mantener la propiedad. Sobornan a líderes oportunistas con promesas de un poder simbólico si cooperan con ellos. Nos encarcelarán. Matarán a algunos de nosotros, pero si persistimos, más allá del puro reformismo, finalmente nos podremos liberar de ellos y construir un sistema que ponga énfasis en lo humano y la humanidad. Este es nuestro tiempo, una batalla histórica por la liberación.
* Nota del traductor: Algunas referencias concretas a partidos o instituciones de Estados Unidos se han sustituido por otras más generales, por entender que las afirmaciones hechas son también válidas aquí.
William T. Hathaway: Un Mundo de dolor ( Premio de la Fundación Rinehart); CD-Ring y Nieve de verano. Es profesor adjunto de Estudios Estadounidenses en la Universidad de Oldenburg en Alemania.
http://dissidentvoice.org/2012/04/the-last-days-of-the-lilliputians/