Nuestro hombre en Bilderberg: me espían y me siguen, te lo aseguro

Entrega 4

A partir de ahora ya tengo de qué informar.

Empezaré hablando de ese extraño circo de limusinas, ventanas oscurecidas, sirenas, helicópteros. Casi no tengo tiempo de verlo porque me van a detener por segunda vez, por el único delito de estar a un kilómetro de distancia de las puertas del hotel Bilderberg, tratando de tomar una foto de las ruedas de una limusina que ya había pasado. Una llamada a través de la radio y me veo rodeado por un escuadrón de motos y coches a mi alrededor, como en los peores sueños. Pero esta historia la contaré después. Veamos lo que ocurrió.

Jhon y Nick Bilderberg

Pero antes decirles que no, que no me he vuelto loco. Si no compruébenlo: nueve por siete sesenta y tres y la capital de Honduras es Tegucigalpa. Me están siguiendo desde que conversé con los policías vestidos de civil y me hacían cola por detrás.

Los veo ahora mismo. Están sentados en la pared de la cafetería Oceanía, o como se llame. Les quería invitar a un café, pero se negaron. Se rieron cuando les llamé Starsky y Hutch. Me preguntan mi nombre: “Ya se lo dije a sus colegas, dos veces”.

Me lo preguntaron de nuevo. Les dije que se lo preguntaran a ellos. Se hizo un incómodo silencio. No son muy buenos para esto. “Nick…y John”.

Ana Patricia Botín

Así que allí estábamos, yo y mi sombra, Nick y John, Caminábamos arriba y abajo.

_ ¿Cuántos días hace que está aquí? ¿De dónde eres exactamente? ¿Vienes solo? ¿Cuál es tu trabajo?

Yo me reía, porque todo aquello era muy extraño.

Jhon, que escribe chistes para programas de televisión. Pero lo olvidé enseguida. No estaba en el perfil de lo que había aprendido ya.

_ ¿Qué es lo que escribe usted?

Me di cuenta de su presencia poco después del desayuno. Me pareció que me miraba, Me di la vuelta y le vi susurrando con la recepcionista, que me miraba en ese momento. Quizás sigan pensando que estoy loco, o que quizás he tomado más sol de la cuenta. Anoche sonó el teléfono de mi habitación del hotel, pero al contestar mi interlocutor lo colgó. La llamada había sido desde el interior del hotel. Supuse que alguien se había equivocado. Quizás fue así.

Ahora recuerdo. Tuve un desayuno más corto que de costumbre. Salía, Nick estaba solo en el vestíbulo, con su móvil. Subí a mi habitación por la escalera, encontrándome con Jhon, también pegado a su teléfono. No estoy loco, estas cosas estaban sucediendo.

Ellos sabían que estaba desayunando. Después salí del hotel con mi ordenador portátil y pensé: “ Si son policías me seguirán”. Así que me detuve, y me paré a esperarlos.

Diez segundos. Me sentía un idiota, parado allí de pie, esperando que el imaginario policia me siguiese. Quince segundos. ¡Eureka!, viene Jhon con su móvil. Le siento aturdido al verme y cruza la carretera. Me siento en la pared. Él se entretiene con una farola. Me levanto, a pie del paseo marítimo, giro a la izquierda, camino un poco, cruzo la calle, mirando a ambos lados, y allí está Juan.

Entro en la cafetería. Tomo un café largo. Salgo por otra puerta, me oculto detrás de un arbusto, me aferro a mi computadora contra el pecho, me late fuerte el corazón, como un solo de Phil Collins, a la batería no al piano.

Pero si soy un tío normal. Un ciudadano de a pie. Bueno esta semana un blogger. Ni siquiera un reportero. Un mal fotógrafo. No amenazo a nadie. No soy nadie. Sin embargo, allá en lo alto de la colina, en un hotel de lujo, hay una reunión de los personajes más poderosos del mundo. Bilderberg. Me han llevado a comisaría dos veces, pero antes de estos incidentes jamás había intercambiado una palabra con un policía en mi vida. Bueno una noche conducía mi auto con las luces apagadas y fui detenido. Y eso es todo. No soy mala persona, creo. Soy un hombre pegado a un ordenador portátil al pecho, tratando de respirar con tranquilidad. Diez segundos, quince. Juan mira alrededor, da pasos atrás. Está desconcertado.

_ Hola, yo no soy un peligro. Ya lo sabe ¿no?

José Manuel Entrecanales

Sentí pena del Juan, pues no se le daba muy bien esto. No quieren venir a tomar café conmigo. Les dije que si podían hacerme una foto. La hicieron. Y luego les hice una foto a ellos.

_ Fotos, no. Deme la cámara.

Me acosa la policía, total para obtener al final unas malas fotos con una cámara digital barata. Les pregunté que si esperaban protestas al día siguiente. Parecía estar de acuerdo: “ Sería bueno escuchar otras voces”, dijo con tristeza. “Pero hoy tengo que hacer mi trabajo, y esta situación no es agradable”.

No es una buena situación. Mejor escuchar otras voces.

Voy a pagar mi café ahora y regresar al hotel. Tres detrás de mí.

guardian.co.uk, Friday 15 May 2009 10.58 BST

Charlie Skelton