Por Yves Engler, 10 de marzo de 2014
Fotograma del cortometraje de Vincent Mayrand, Homo automobilis: http://vincent.mayrand.net/homo-automobilis/
Cuando un avión que transportaba a 239 personas desaparece y todos los pasajeros se dan por muertos, las televisiones de todo el mundo dedican horas enteras a dar cobertura de la tragedia. La prensa también lo cuenta de forma extensa y detallada. Se entrevista a los expertos para discutir sobre las causas del accidente y las posibles soluciones.
Se reúnen Comisiones gubernamentales para investigar y elaborar informes. Parece tratarse de un intento de aprender de lo sucedido y evitar en adelante que vuelva a ocurrir algo semejante.
Pero cuando se trata del automóvil, la reacción antes las muertes es muy distinta.
Según las estadísticas del año 2010, 1.240.000 personas murieron en todo el mundo como consecuencia de accidentes con automóvil. Esto quiere decir que murieron de media 3397 personas por día, o 142 cada hora. Por los accidentes de circulación mueren en dos horas más personas que los que murieron en el accidente de Malasia Airlines. Y eso contando sólo lo que se denominan accidentes.
Otras muchas muertes también están relacionadas con el automóvil y sus emisiones, como el cáncer y otras enfermedades. De acuerdo con los estudios del MIT, solamente en Estados Unidos mueren cada año 53.000 personas por enfermedades atribuidas a los contaminantes emitidos por los automóviles.
Los gases de efecto invernadero que lanzan los automóviles también suponen un riesgo de enfermedades, y de alteraciones del clima. El Monitor de Vulnerabilidad Climática ha estimado que el cambio climático es responsable de unas 400.000 muertes al año, y se prevé que en el año 2030 afecte a un millón de personas.
Pero la característica más negativa del sistema de transporte basado en el automóvil es el estilo de vida sedentaria que acarrea. La Organización Mundial de la Salud calcula que la inactividad física es el cuarto factor de riesgo asociado a la mortalidad en todo el mundo, causando según las estimaciones unas 3,2 millones de muertes al año.
Los investigadores del Hospital St. Michel concluyeron que las tasas de diabetes y de obesidad son hasta un 33% más altas en las zonas suburbanas de Toronto debido a la escasa tendencia a andar. Otro estudio publicado en Diabetes Care encontró que las personas que cambiaban de residencia a zonas mal comunicadas, con escasa densidad residencial y pocas tiendas en el entorno, tenían hasta un 50% más de probabilidad de desarrollar diabetes que los residentes en zonas con calles peatonales.
El auge del automóvil privado ha provocado una crisis en otras formas de moverse. Al inicio de la década de 1900, las personas en Estados Unidos caminaban unos cinco kilómetros al día, y hoy en día el promedio está en menos de 500 metros. Como resultado, la mayoría de los adultos no cumplen con los niveles mínimos recomendados de actividad física diaria ( 30 minutos de actividad física durante 5 días a la semana).
La razón principal de esta reducción en el caminar es el apetito insaciable por el vehículo privado, que ha dislocado el territorio. Las distancias entre los espacios donde se vive, el trabajo y los comercios se ha alejado, tanto como para no poder hacerse a pie o en bicicleta.
Pero hay otra razón por la cual la gente ha dejado de caminar: los coches nos han hecho perezosos. Cuanto más los usamos, más nos cuesta pensar en una vida sin ellos. Una encuesta mostró que el grado de dependencia psicológica hacía el automóvil es extrema. Un estadounidense promedio sólo está dispuesto a recorrer 500 metros y en algunos casos, menos. El vehículo privado ha creado el Homo automobilis, es decir, el deseo de emplear el coche.
Llegamos a depender tanto del automóvil que no estamos dispuestos a aparcarlo a una distancia que nos lleve más de cinco minutos andando hasta el lugar donde vamos. El coche nos ha creado un estado mental donde caminar un par de metros más es visto como un fracaso.
Es un estado mental paranoide, sobre todo entre los que se ocupan de los más jóvenes. Un estudio británico publicado recientemente entre niños de ocho años de edad de cuatro generaciones distintas, en Sheffield, encontró que se está produciendo una disminución drástica en la libertad del niño para moverse. En 1926, un niño de ocho años de edad podía separarse hasta seis millas de su casa sin vigilancia, mientras que los niños de hoy, según señala el Daily Mail: “Apenas recorren los niños la distancia que les separa de la escuela, no más de 300 metros de su casa, realizándose los desplazamiento en coche para distancias mayores”.
Los niños canadienses son mucho menos propensos a ir caminando a la escuela que sus padres. De acuerdo con Active Healthy Kids Canada, el 58% de los padres de hoy en día iban a la escuela andando cuando eran niños, mientras que en la actualidad sólo el 28% de sus hijos lo hacen. Como resultado, sólo el 5% de los niños canadienses realizan la actividad física recomendada de 60 minutos al día.
Llevar al niño en coche hasta la escuela es una consecuencia de las grandes distancias que hay que recorrer como consecuencia de la dispersión urbana. Pero no sólo no andan los niños hasta la escuela. En un estudio realizado en Estados Unidos, el 87% de los estudiantes que vivían a una milla de distancia ( 1609 metros) de la escuela iban andando en 1969, mientras que hoy en día sólo lo hacen un tercio para el mismo recorrido.
Así que los niños del Homo automobilis no pueden ir caminando hasta la escuela, o temiendo por su seguridad prefieren llevarlos. ¿Es un temor justificado? No por la posibilidad de que sean secuestrados o intimidados, sino que la principal razón para restringir el caminar sin vigilancia es el riesgo del tráfico.
Pero cuando los padres utilizan el automóvil para proteger a sus hijos de otros coches, dan lugar a una mayor peligrosidad en el entorno de los colegios, dando esa justificación para llevar a sus hijos a la escuela: un circulo vicioso mortal.
¿Cómo hemos logrado producir todo este entramado con el automóvil? Más importante aún: ¿cómo escapar de él?
Una buena manera de empezar es considerando las muertes producidas por los accidentes de tráfico como si fuesen accidentes aéreos.
Ives Engler es autor de Canadá e Israel; la construcción del Apartheid y La lista negra de la Política Exterior canadiense. Para más información visite: http://yvesengler.com.
Procedencia: http://dissidentvoice.org/2014/03/the-age-of-homo-automotivis/