Por Uri Avnery, 2 de enero de 2015
(Discurso de apertura de la Conferencia El aliento de nuestra existencia en el Colegio Kinneret, sobre la conexión entre Arqueología e Ideología)
En primer lugar, permítanme darles las gracias por haberme invitado a participar en esta importante conferencia. No soy ni profesor ni doctor. De hecho el único título académico que tengo es el SEC (séptimo grado de estudios primarios). Pero, del mismo modo que otros muchos de mi generación, tuve un gran interés por la Arqueología desde mi juventud. Voy a tratar de explicarles por qué.
Cuando me preguntan sobre mi relación con la Arqueología, siempre piensan en Moshe Dayan.
Después de la guerra de junio de 1967, Moshe Dayan era un ídolo nacional, incluso internacional. También era conocido por su obsesión por la Arqueología. En mi revista, Haolam Hazeh, investigamos sus actividades y pudimos comprobar que eran devastadoras. Empezó a excavar solo, recogiendo piezas por todo el país. Dado que el objetivo principal de la Arqueología no es simplemente el descubrimiento de restos materiales, sino también intentar armar con ellos la historia de un determinado lugar, las excavaciones de Moshe Dayan eran incontroladas y sumidas en el caos. Cuando utilizó los recursos del ejército, las cosas empeoraron aún más.
Entonces descubrimos que Moshe Dayan no sólo expoliaba los objetos que encontraba ( que por ley eran del Estado), sino que también se había convertido en un traficante internacional, haciéndose rico con la venta de esos objetos de la “colección personal de Moshe Dayan”.
La publicación de estos hechos y su exposición en la Knéset (Parlamento de Israel), supuso para mí una distinción muy singular. Un instituto de opinión pública identificaba cada año a la persona más odiada de Israel. Ese año yo alcancé esa distinción.
Sin embargo, la pregunta más importante no hace referencia a la conducta moral de Moshe Dayan, sino a una cuestión más profunda. ¿Por qué Dayan y muchos de nosotros nos dedicamos a la Arqueología, una ciencia considerada por muchas personas como una actividad bastante lúgubre?
Sentíamos una verdadera fascinación.
Esa generación sionista era la primera que había nacido en el país (aunque yo había nacido en Alemania). Para sus padres, Palestina era un territorio abstracto, una tierra con la que habían soñado en las sinagogas de Polonia y Ucrania. Para sus hijos nacidos en el país era su patria natural.
Anhelaban descubrir sus raíces, de modo que recorrieron cada uno de sus rincones, pasaron noches alrededor del fuego y llegaron a conocer cada colina y cada valle. Para ellos, el Talmud y todos los textos religiosos eran tediosos. El Talmud y otras escrituras sagradas habían sido mantenidas por los judíos en la diáspora durante siglos, pero ahora no tenían ningún interés por ellos. La nueva generación se abrazaba a la Biblia hebrea, con un entusiasmo desmedido, no como un libro religioso ( casi todos nosotros éramos ateos), sino como una obra maestra sin parangón en la literatura hebrea. Como se trataba también de la primera generación que veía renacer el hebreo como lengua materna, les atrajo el lenguaje más vivo y concreto del hebreo bíblico. El lenguaje muchas más abstracto del Talmud y de otros libros les repelía.
Los acontecimientos bíblicos habían sucedido en el país que conocían. Las batallas bíblicas se habían desarrollado en los valles que habían visto, los reyes habían sido coronados y enterrados en localidades que conocían muy de cerca.
Habían visto durante la noche las estrellas desde Megiddo, donde los egipcios se enfrentaron en la primera batalla registrada de la historia ( y donde, según el Nuevo Testamento cristiano, se dará la última batalla, la batalla de Armagedón). Subieron al monte Carmelo, donde el profeta Elías mató a los sacerdotes de Baal. Visitaron Hebrón, donde Abraham fue enterrado por sus dos hijos, Ismael e Isaac, padres de los árabes y los judíos.
Esta pasión hacia el país no fue algo previsto de antemano. De hecho, Palestina no jugó ningún papel en el nacimiento del sionismo político moderno.
El fundador del sionismo, Teodor Herzl, no pensó en Palestina cuando desarrolló su nueva visión de la cuestión judía. Odiaba Palestina y su clima. Y odiaba sobre todo Jerusalén, una ciudad sucia y degradada. En el primer borrador de su idea, que dirige a la familia Rothschild, su tierra de promisión era la Patagonia, en Argentina. En la Patagonia se había producido un genocidio, y aquellas tierras estaban prácticamente vacías. Fue el sentimiento de la mayoría de los judíos de Europa Oriental lo que obligó a Herzl a redirigir sus esfuerzos hacia Palestina. En su libro fundacional, Der Judenstaat (El Estado Judío), hay un corto capítulo titulado Palestina o Argentina. La población árabe no se menciona en absoluto.
Una vez que el movimiento sionista dirigió su mirada hacia Palestina, la historia antigua de este país se convirtió en un tema candente. Las pretensiones sionistas de ocupar Palestina se basaban únicamente en la historia bíblica del Éxodo, la conquista de Canaán, los reinos de Saúl, David y Salomón y el resto de acontecimientos de aquellos tiempos. Dado que casi todos los fundadores eran ateos declarados, difícilmente podrían haberse basado en el hecho de que Dios les había prometido personalmente aquella tierra para la descendencia de Abraham.
Con la llegada de los sionistas a Palestina, empezó una búsqueda frenética de vestigios arqueológicos. El país fue peinado de arriba abajo buscando las pruebas científicas de que las historias bíblicas no eran sólo un montón de mitos, sino algo real. Los sionistas cristianos habían llegado incluso antes.
Fue el comienzo de verdaderas tropelías a los sitios arqueológicos. Las capas superiores del Imperio Otomano, los mamelucos, árabes y cruzados, los bizantinos, romanos, griegos y persas fueron arrasadas con el fin de poner al descubierto las capas más antiguas de los Hijos de Israel y para demostrar la razón de la Biblia.
Se hicieron esfuerzos enormes. David Ben-Gurion, un autoproclamado erudito bíblico, dirigía aquellos esfuerzos. El Jefe del Estado Mayor del Ejército, Yigael Yadin, el hijo de un arqueólogo, y él mismo arqueólogo profesional, realizaron búsquedas en los lugares más antiguos para demostrar que la conquista de Canaán realmente sucedió. Pero por desgracia, no encontraron ninguna evidencia.
Cuando se descubrieron los restos óseos de los combatientes de Bar Kojba en cuevas del desierto de Judea, fueron enterrados bajo las órdenes de Ben-Gurion en una gran ceremonia militar. El hecho indiscutible de que Bar Kojba había supuesto una de las mayores catástrofes en la historia judía se pasó por alto.
¿Y los resultados?
Por increíble que parezca y a pesar de la dedicación de cuatro generaciones de arqueólogos, empleando una enorme cantidad de recursos, se obtuvo: nada.
Desde el inicio de las excavaciones hasta hoy en día, no se han encontrado evidencias y ni un solo vestigio de esa historia antigua. Ni un solo indicio del éxodo de Egipto, la base de la historia judía, algo que nunca sucedió. Tampoco esos 40 años de peregrinación por el desierto. No hay pruebas de la conquista de Canaán, como se describe con detalle en el libro de Josué. El poderoso rey David, cuyo reino se extendía, de acuerdo con la Biblia, desde la Península del Sinaí hasta el norte de Siria, no dejó ningún rastro. (Hace poco se descubrió una inscripción con el nombre de David, pero sin indicio de que fuera el rey David).
Israel aparece por primera vez en los hallazgos arqueológicos de inscripciones asirias, que describen una coalición de reinos locales que intentó detener el avance asirio en Siria. Entre otros, se menciona al rey Ahab de Israel como jefe de un considerable contingente militar. Ahab, que gobernó Samaria ( en el norte de la Cisjordania ocupada) desde el año 871 a. de C. hasta el 852 a. de C., no era muy querido por Dios, aunque la Biblia lo describe como un héroe de guerra. Marca el comienzo de la entrada de Israel en la historia, como hecho probado.
La falta de evidencias sugiere que la historia bíblica más temprana es algo inventado. Como no se ha encontrado rastro alguna de esa historia bíblica, ¿quiere decir eso que todo es ficción?
Tal vez no, pero no hay pruebas de que fuera así.
La Egiptología es una disciplina científica separada de la arqueología de Palestina. Pero la Egiptología demuestra de manera concluyente que la historia bíblica hasta el rey Ahab es ficción.
Hasta ahora se han descifrado decenas de miles de documentos egipcios, y se sigue haciendo. Después de los hicsos que invadieron Egipto en el año 1730 a. de C., los faraones de Egipto siempre estuvieron al tanto de los acontecimientos en Palestina y Siria. Los espías egipcios, comerciantes y soldados informaron con detalle sobre los acontecimientos en cada pueblo de Canaán. Ni en un solo documento se ha visto que se hable de algo remotamente parecido a los relatos bíblicos. (Se cree que hay una mención a Israel en una estela egipcia para referirse a un pequeño territorio situado al sur de Palestina).
Incluso si pensamos que la Biblia exagera hechos reales, lo cierto es que no hay ni una mínima mención al Éxodo, ni a la conquista de Canaán, ni al rey David.
Así que, esos hechos no han ocurrido.
¿Esto es algo importante? Sí y no.
La biblia no es una historia real, sino un documento religioso y literario de gran importancia, que ha inspirado a millones de personas a lo largo de los siglos. Ha formado las mentes de muchas generaciones de judíos, cristianos y musulmanes.
Pero la Historia es otra cosa. La Historia nos dice lo que sucedió. La Arqueología es una herramienta que utiliza la historia, una valiosa herramienta para comprender qué ocurrió.
Son dos disciplinas diferentes, y nunca las dos serán la misma cosa. Para los religiosos, la Biblia es una cuestión de creencias. Para los no creyentes, la Biblia hebrea es una gran obra de arte, quizás la más grande de todas. La Arqueología es algo completamente diferente: una cuestión de hechos probados.
En las escuelas israelíes se enseña la Biblia como una historia real. Esto significa que los niños israelíes aprenden sus capítulos, sean verdaderos o ficticios. Cuando indiqué esto es un discurso ante la Knéset, exigiendo que se enseñase la historia completa del país a lo largo de los siglos, incluyendo los capítulos de las Cruzadas y los mamelucos, el por entonces Ministro de Educación empezó a llamarme mameluco.
Sigo creyendo que todos los niños de este país, sean israelíes o palestinos, deben aprender su historia, desde el principio hasta hoy, con todas sus etapas. Es la base de la paz, el verdadero aliciente de nuestra existencia.
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Uri Avnery es un activista por la paz, periodista y escritor. Lea otros artículos de Uri Avnery, o visite su página web.
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Procedencia del artículo:
http://dissidentvoice.org/2015/01/the-rock-of-our-existence/
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