por Mae-Wan Ho
La coherencia cuántica en los organismos vivos
Las consideraciones anteriores y las observaciones muestran que la integridad ecológica se consigue cuando las partes constituyentes, locales y globales, parte y todo, son indistinguibles, o sea, cuando las actividades del organismo están plenamente coordinadas de forma continua desde lo molecular a lo macroscópico. Esto nos convence (como se argumenta con detalle en Ho, 1993 y Ho, 1996) de que hay algo muy especial en la totalidad del organismo que sólo es captado en su totalidad por la coherencia cuántica. Una apreciación intuitiva de la coherencia cuántica es el pensar que el “yo”, todos y cada uno de nosotros tiene la experiencia de su propio ser. Sabemos que nuestro cuerpo está formado por una multiplicidad de órganos y tejidos, integrado por miles de millones de células, cifras astronómicas de moléculas de muy diferentes tipos, siendo todos capaces de trabajar de forma autónoma y, sin embargo, aglutinándose de una forma singular, dando una experiencia propia. Esto es propio de la coherencia cuántica, lo cual no significa que todos y cada uno de los elementos del sistema deban estar haciendo lo mismo al mismo tiempo, sino que es algo más parecido a un ballet, o una banda de jazz, donde cada música toca su parte, pero en sintonía con el todo.
Un sistema cuántico coherente maximiza la cohesión global y permite la libertad local (Ho, 1993). Esta propiedad técnicamente se conoce con el nombre de factorizability (¿factoriabilidad?): son las correlaciones entre susbsistemas de modo que se comportan como si fueran independientes unos de otros. Esto permite que el cuerpo pueda realizar todo tipo de funciones diferentes coordinadas y simultáneas (Ho, 1995b). También permite una comunicación instantánea, así como la intercomunicación que tiene lugar dentro de todo el sistema. Ahora mi sistema digestivo está funcionando de manera independiente; mi metabolismo trabaja afanosamente en la transformación de energía química en todas mis células, y algo después se formarán depósitos de grasa y glucógeno, mientras que pueden ser fácilmente utilizadas mediante el ATP. Del mismo modo, mis músculos se mantienen a tono, lo que me permite trabajar en el teclado que, con suerte, mis neuronas están mandando patrones coherentes desde mi cerebro. Sin embargo, si sonase el teléfono ahora mismo, lo cogería sin dudar.
La importancia de la factoriabilidad (?) se evoca perfectamente en el personaje de la película “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú” Dr. Strangelove, interpretado por Peter Sellers, un científico megalómano que quería gobernar el mundo. Estaba parapléjico e iba en silla de ruedas, pero no podía hablar sin levantar el brazo en forma de saludo nazi. Es un síntoma de pérdida de factoriabilidad (?), que es sello de la coherencia cuántica.
El organismo es coherente de forma ideal, una superposición cuántica de las actividades, organizadas de acuerdo con sus características espacio-temporales, donde cada uno es coherente en sí, de modo que pueda ser coherente con el resto (Ho, 1995b; 1996a). Esto es coherente con la anterior propuesta, la de que el organismo almacena la energía en todos los dominios espacio-temporales, donde cada uno se comunica entre sí y con el resto; la superposición cuántica también permite a un sistema maximizar el grado de libertad, el grado de libertad justa que requiere una actuación coherente y de acceso instantáneo.
La libertad de los organismos
El organismo maximiza la autonomía local y la intercomunicación global. Se llega al sorprendente descubrimiento de que el organismo es coherente en sentido real, y de forma libre. Nada está bajo control, y sin embargo todo está bajo control. Por lo tanto, es la imposibilidad de trascender el marco mecanicista lo que hace que la gente insista en preguntar qué partes tienen el control, o de dónde vienen las instrucciones, o si existe el libre albedrío, o cómo es la coreografía de las moléculas ¿Hay una conciencia en el control de la materia o viceversa? Estas preguntas tienen sentido cuando uno entiende lo que es un todo coherente y orgánico. En un complejo orgánico todo está conectado, donde parte y todo, lo global y lo local, están tan profundamente implicados que no es posible hacer una distinción entre lo uno y lo otro, de modo que cada parte participa en el control, ya que es sensible y tiene capacidad de respuesta. La coreográfa y la bailarina recaen en la misma persona. El yo es un dominio de actividades coherentes, idealmente, un estado puro que impregna la totalidad de nuestro ser, que no tiene localizaciones o límites definidos, como Bergson dejó escrito.
La posición del “yo” como un campo de actividades coherentes, implica la existencia de una norma: todo agente es libre. Debo subrayar que la libertad no implica la ruptura del principio de causalidad, como muchos han supuesto erróneamente. Por el contrario, un mundo no causal sería un mundo donde es imposible ser libre, ya que nada sería inteligible. Sin embargo, la libertad implica un nuevo tipo de causalidad orgánica que no sea local, y que recaiga en el propio organismo. Es la experiencia de la retroalimentación perceptual, de modo que algo o alguien es responsable de la intuición de causalidad ( véase Freeman, 1990). Sin embargo, no se debe suponer que la causa o la conciencia se encuentra en secreto localizada en alguna parte del cerebro, sino que se distribuye y está deslocalizado por todo el sistema (véase Freeman, 1990).
La libertad en este contexto significa ser fiel al “yo”, en otras palabras, ser coherente. Un acto libre es un acto coherente. Por supuesto que no todos los actos son libres, pues rara vez hay una coherencia total.
“Somos libres cuando nuestros actos brotan de nuestro ser, cuando se encuentra ese indefinible parecido entre el artista y su obra”.
La coherencia del “yo” está distribuida de forma no local, viéndose implicada con unas entidades de una comunidad, con las que está imbricada (Witehead, 1925; véase también Ho, 1993). Por lo tanto, ser fiel al principio de libertad no implica actuar contra los otros. Por el contrario, se sostiene en los otros y estos en él, por lo que ser fiel a los demás significa ser fiel a uno mismo. Sólo dentro de una visión mecanicista y darwiniana, la libertad se pervierte en actos de unos contra otros (véase Ho, 1996e). La coherencia del “yo” va parejo con la coherencia con el medio, de manera que se convierte tanto en el control del medio como un ser sensible que recibe estímulos de éste. El organismo participa en la creación de las posibilidades futuras, así como toda la comunidad de organismos del Universo, tanto como lo que Whitehead (1925) había previsto.
Me atrevo a sugerir, por tanto, que una persona verdaderamente libre es un ser que vive de forma coherente la vida, de forma plena y espontánea, sin fragmentación ni vacilaciones, que está en paz consigo misma, y en la facilidad con que el Universo participa en esta creación que hace un futuro posible.