Por Agustín García Calvo
Del libro ¿Qué es el Estado? Ed. Gaya Ciencia, 1977.
Para ver la Estrecha relación ( que monta a tanto como a una identidad) entre el Estado y Yo, baste con recordar que Yo, en cuanto soy una Persona, no puedo menos ya de ser un Sujeto o Súbdito del Estado: esto es, que como el Estado es esa forma de Orden político que pretende constituirse en un conjunto cerrado o Todo, correspondientemente Yo no puedo ser otra cosa sino elemento del Conjunto, el Uno de ese Todo.
Ahora bien, es sabido que cada elemento de un conjunto finito es de algún modo el conjunto entero, en cuanto que todos los elementos han de ser en verdad el mismo, intercambiables el uno por el otro, a fin de poder contarse, y además, por otro lado, siendo Yo un elemento de un conjunto definido, en Mí se centran todas las relaciones con cada uno de los otros elementos componentes y Yo estoy constituido como centro de esa red de relaciones; de manera que con verme a mí se está viendo al Estado todo del que formo parte. Ni el Estado puede tener una realidad palpable sin contar con que la vida sea Mi Vida y esté Yo constituido a su servicio ni puedo Yo ser el que soy si no es como un súbdito del Estado , que es el que me garantiza una identidad bien fija y definida.
Es así como, sin exageración ni inexactitud alguna, aquel «El Estado soy Yo», que dicen que pronunció el Rey Sol en un momento crítico del establecimiento del Estado, puede oírse como simple constatación de una verdad (de una tautología), con sólo tomar la precaución de completarlo, dándole también la vuelta para que diga «Yo soy el Estado».
Pero será también ilustrativo a tal propósito recordar cómo el desarrollo del Estado y el de Mí mismo han sido estrictamente paralelos: que en otros tiempos, cuando no había propiamente Estado y sólo formas más imperfectas de Patria dominaban a las gentes, tampoco Yo era propiamente todavía este Yo que soy ahora, sino que sólo se hablaba aproximadamente del Alma, que era lo que servía por entonces para reducir mi cuerpo a un cierto Orden y a ser una Idea de sí mismo ( pues antes, cuando no había siquiera Alma, está claro que no había tampoco Cuerpo), y así reinaban en estrecha correlación la Idea de Alma con la de Patria, sirviendo una y otra a confirmar, desde distintos lados, la muerte de uno solo o de los miles de cuerpos que ya como miles de almas se contaban en las ciudades de la Patria.
Sobre esta situación, vino el momento en que se decidió decir de Mí, como de Dios, que EXISTO, y así se constituyó, en lugar del Alma, esa forma más perfecta y aparentemente definida de la Persona y de la Fe en Mí Mismo que llegó a llamarse el Yo, haciendo nombre sustantivo del pronombre, insustantivo como lo era. Pues bien, a tal institución de Mí mismo corresponde punto por punto la institución del Estado propiamente dicho de la Era Moderna y casi ya más bien Contemporánea. Y la correspondencia se refleja bien en la de los símbolos respectivos que a tal propósito hubieron de desarrollarse: pues si de un lado la Bandera Nacional, a partir de los usos vagos y conflictivos de enseñas o pendones anteriores, vino a fijarse y constituirse como la faz visible del Estado, al mismo tiempo del otro lado el Documento Nacional de Identidad vino a fijarse y establecerse obligatoriamente, como símbolo propio de Mí Mismo y garantía conjuntamente de mi propia seguridad y de la del Estado. De cómo asimismo la forma correspondiente de Dinero, definida como Capital, necesitaba al mismo tiempo del desarrollo de la Masa estadística, del desarrollo de la Personalidad individual puede ilustrarnos sin más el rememorar los refranes de la Propaganda, que es la que suele decir a voces las más profundas verdades y secretos del Señor.
Así que, en fin, mostrado – espero -, aunque con rapidez, con cierta claridad, cómo funciona la identidad entre el Estado y Yo, puede el lector sin más deducir de ahí lo irrisorio de la demanda de aquellos bienintencionados que contraponen al Estado con el Yo y que piensan rebelarse contra la esclavitud del Estado en nombre de la libertad del Individuo o la Persona sin percatarse de que lo uno y lo otro son las dos caras necesarias de Lo Mismo. ¿Cómo podré de veras Yo, que constituyo el Estado, enfrentarme al Estado que me constituye? Son esos militantes la contrapartida y complemento de aquellos otros que, por el procedimiento de las llamadas reivindicaciones, reclamaban la libertad y el gozo de la vida al Capital y al Estado mismo, que sólo tienen su esencia y razón de ser en la muerte de sus vidas y en la prisión de sus libertades.
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