Nuestro hombre en Bilderberg: no está autorizado a tomar fotos de los policías

Entrega 6

Foto: Charlie Skelton en The Guardian

Un día volveré y diré exactamente cómo he llegado a una estación del metro, a las 8 de la mañana, empujado por dos hombres desconocidos, gritando. “¡Que alguien me ayude! ¡Servicio de seguridad, por favor! ¡Llamen a la policía!” Todavía me duele la garganta. Mi cabeza a punto de explotar.

Pero estamos a día de hoy. El de ayer se divide en dos mitades: la del que quiere huir de Bilderberg, pero tiene miedo y está encadenado a permanecer; la otra mitad decide coger un taxi al azar y dirigirse a la Embajada Británica por su propia seguridad.

Soy acosado. No exagero. No son imaginaciones. No estoy histérico. Y todo porque desconfié de Bilderberg y puse el dedo allá en la oscura península de la costa.

No miento. No exagero. No me lo imagino. No estoy histérico. Finalmente me agarraron y acabé forcejeando con ellos en el vestíbulo de una estación del metro de Atenas. Pero eso fue por la mañana, cuando ni siquiera había desayunado todavía. Tengo que contarles lo de ayer.

Estoy sentado en un café junto al mar, soy observado (por supuesto), mientras me tomo un zumo de naranja. Es otro hermoso día en la Riviera Griega…

Esto es todo, he terminado. Me voy.

***

Me han intimidado físicamente. He sumergido la cabeza en el mar del estado policial griego y sobrepasa el nivel de lo que puedo soportar.
Si alguna vez has sido intimidado sabrás de qué hablo: una opresión en el pecho, mirar a todos lados, odiar el miedo, y odiarte a ti mismo por preguntar: “¿Estoy seguro aquí? He sido intimidado estando lejos de Bilderberg por querer estar cerca.

Me voy de la órbita tóxica de Bilderberg para respirar en libertad. Poder andar por la calle sin que me persiga la policía. Estoy cansado de la vigilancia de los hombres en el vestíbulo del hotel, de encontrarlos por la escalera, los mismos hombres en lugares diferentes. Los mismos coches, los mismos sentimientos. Estoy harto de quejarme. Me he quejado tres veces, y al final se hace desagradable tanta queja. Encima me dicen que no es verdad, que son imaginaciones mías. Les enseño una foto que hice hoy mismo.

Me han hechos sentir débil, pero dentro se encierra furia. ¿Cómo me pueden hacer sentir así? Han convertido este rincón de la Riviera Griega en un Berlín Oriental ( un helicóptero da círculos sobre mí mientras digo esto).

De la cosa que estoy más furioso, la que más me duele es el hecho de que me he puesto nervioso. Vigilo la puerta de entrada y el balcón, comprueba el baño y el armario cuando entro. Hago fotos de mi portátil cuando salgo, y cuando vuelvo se había movido. Quiero aire libre, luz del sol, delante de la gente. El aire libre del centro de Atenas, aunque sólo fuera éste.

No estoy imaginando cosas, ni son ideas de mi mente. Y lo curioso es que tengo que justificarme. Tengo que justificar mi cordura, defender mis percepciones y permanecer en la comisaría de policía porque me estoy imaginando cosas. Les enseñé una foto del hombre asentado en la esquina.

_ ¿Cómo puedes hacer una foto del hombre que dices que te está siguiendo? Será un hombre que has visto.

_ Es él, ¿qué quiere, que lleve un cartel que diga estoy siguiendo a Charlie Skelton? – respiré profundamente antes de decir esto-. Tiene que creerme.

Llega el jefe. Bossios Hoggios.

_ ¿Qué problema hay?

_ Estoy siendo seguido por la policía y les pido que lo dejen de hacer, o en caso contrario díganme la razón.

_ ¿Por qué está aquí?

_ He venido por la conferencia de Bilderberg en el Palace Astir. Esa es la razón, ninguna más.

Se lava las manos, se despide con un gesto, y se va.

_ ¡Idiota!, murmuré.

Inaudito.

Insisto con la fotografía.

_ ¿Cómo sabe que es un policía?

_ Le he visto hablando con sus colegas en el puesto de control.
_ No está autorizado a sacar fotografías de los policías

_ ¿Así es que estoy siendo seguido por agentes de la policía?

Mira por la ventana.

_ ¿Dónde estará ahora este hombre que dice usted que le sigue? Indíquemelo.

Estoy de pie en la comisaría. No sé qué decir. Dicen que llame a la policía si me sigue. Dicen que llame a la policía si me sigue la policía.

Yo no tenía que haber llamado idiota a un oficial. No tenía que haber levantado la voz. El lugar no es agradable. Al final me dejan, pero no antes de hacer a lo que me incita mi enojo:

_ ¡Estamos arreglados!

Así que yo también me lavo las manos.. de la policía griega.
Pero no he terminado con Bilderberg.

Termino mi zumo de naranja, recojo mi mochila y voy en busca de un taxi. Es la tercera vez que voy a ser detenido. Estoy a media milla de Bilderberg, tratando de salir de Atenas, cansado.

_ Está haciendo fotografías.

_ ¿Qué dice? Estoy esperando a un taxi.

_ Enséñeme su cámara. ¿Por qué está aquí?

Se forma un círculo. Policías locales, antidisturbios, guardas de seguridad privados. Uno de los matones habla por su walkie-talkie. ¿Por qué estás aquí? Yo repito, cansado, que soy periodista. Se frota la barbilla y dice las palabras que a uno le hielan la sangre.

_ Muéstreme sus papeles.

guardian.co.uk, Sunday 17 May 2009 12.43 BST

Charlie Skelton