Hemos hablado con filósofos y científicos que hacen una radiografía del porqué de ese inmovilismo e incluso negación
Por Georgina Pujol, 3 de julio de 2025

Las temperaturas de récord de este mes de junio, la ola de calor tanto atmosférica como marina, el incendio de sexta generación de Lleida… son síntomas de lo que ya es evidente para todos: el calentamiento global. El malestar, la angustia que ha podido generar a mucha gente, no se traduce en conciencia y acción.
Hemos hablado con filósofos y científicos que hacen una radiografía del porqué de ese inmovilismo, distracción y negación frente a la crisis ecosocial global. Los filósofos Adrián Almazán y Jorge Riechmann nos interpelan con una mirada lúcida: ¿somos capaces de afrontar el mayor reto de nuestro tiempo?
Tres formas de negación
Adrián Almazán, que es profesor de filosofía en la Universidad Carlos II de Madrid y que esta semana ha viajado a Barcelona para participar en el segundo Congreso de Humanidades Ecológicas, organizado por la Universidad Pompeu Fabra, hace un análisis de las tres maneras de relacionarse con la crisis global.
Subraya que las sociedades son muy complejas y que están influidas por ideologías, estrategias políticas y económicas. Habla de tres niveles diferentes de negación climática.
- La primera es la más activa, y en ella se responsabiliza a la industria fósil (como antes la del tabaco), a la que se atribuye haber trabajado para sembrar el desconcierto.
«Hay una parte de negación real, y no es de extrañar. Por un lado, porque las empresas saben que la quema de combustibles fósiles que les ha beneficiado debía generar un cambio climático. Y se han esforzado sistemáticamente durante décadas por generar confusión. Han creado fundaciones contra los informes científicos, lobbies comunicativos,»
Asegura que esto también se mezcla con la estupefacción de la gente a la hora de digerir que es precisamente nuestro estilo de vida lo que está modificando el clima. Y hay una base de votantes, por ejemplo, del actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que sigue insistiendo en mantener la perforación y la quema de combustibles fósiles.
- La segunda, una más ligera, es la de la tecnofantasía.
Es decir, hace referencia a que no es necesario preocuparse porque la tecnología nos solucionará todos los problemas. Una idea que está en todo el espectro político y en muchos ámbitos de la sociedad. «Y esto es una irresponsabilidad aún mayor, que de nuevo es utilizada por las élites. Por ejemplo, tienes un personaje como Elon Musk, que plantea que no hay que preocuparse porque, eventualmente, si no, nos iremos a vivir a Marte incluso.»
Confiar en que es cuestión de tiempo y que podremos seguir haciendo lo mismo de siempre (sin reducir las emisiones, residuos, contaminación, etc.) es una ilusión, según los científicos y expertos. Almazán lamenta que este tipo de pensamiento tiene una base cultural muy grande y no acepta que el planeta tiene unos recursos materiales limitados.
- Y por último, hay quien piensa que existe una conspiración para generar artificialmente la emergencia climática a través de la tecnología.
Almazán expone que existen élites que inducen estas ideas erróneas para satisfacer sus intereses económicos. “Estos grupos ven una oportunidad de negocio en el desastre, lo que es dramático. Y reflexiona sobre la paradoja de que hay personas que prefieren creer que es una conspiración más que nuestro sistema económico y modus vivendi estén desregulando el clima.
Entre la angustia y «hacernos cargo de la tierra en minúscula»
El filósofo también confía en que cada vez habrá más personas que pasen a la acción, que asuma que es responsabilidad de todos frenarlo. Aunque también dice que este fallo vital del planeta, con multitud de crisis encadenadas, hace que la gente se sienta impotente y desalentada.
«Hay mucha dificultad para pensar qué puedo hacer con todo esto. Y a mucha gente esto la lleva, a veces, al nihilismo, o incluso al cinismo, a negarlo, a esconderlo… o bien puede llevarla a un sufrimiento profundo.» Y enfatiza que es imposible salvar el planeta con mayúsculas. Es una tarea demasiado titánica para cargarla en los hombros.
Pero, en cambio, explica: «Sí podemos hacernos cargo de la tierra con minúsculas. Es decir, de los lugares donde vivimos, de los problemas que tenemos más cerca, y hacerlo colectivamente, de alguna manera.»
Jorge Riechmann, profesor de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid, matemático y miembro histórico de Ecologistas en Acción que también ha participado esta semana en el segundo Congreso de Humanidades Ecológicas, organizado por la Universidad Pompeu Fabra, está preocupado por la conciencia difusa de la crisis global.
Reflexiona sobre que falta conocimiento y ganas de aprender sobre lo que está pasando. Y que probablemente la sociedad no acabe de entender qué significa el incremento de un grado y medio de temperatura media global desde la era preindustrial. Y enfatiza que un aumento de tres o cuatro grados más, a escala global, significa llevar al planeta a un estado que los seres humanos nunca hemos vivido.
«Huir de la sensación de hipernormalidad»
Riechmann remarca que existen dos palabras imprescindibles para entender el comportamiento de la sociedad actual. »Agnotología», una disciplina que se ocupa de estudiar la producción deliberada de la ignorancia, es una de ellas. «Nos encontramos dentro de un orden social que podemos llamar capitalismo caníbal en el que hay sectores sociales minoritarios, pero muy poderosos, que tienen mucho interés en que no lleguemos a captar qué es lo que realmente está en juego, cuáles son las dinámicas que están en marcha. Se trata de procesos de difusión deliberada de la ignorancia.»
Se indigna ante la constatación de que las compañías petroleras ya sabían en los años setenta, como se ha demostrado en los últimos años, qué efectos tendría continuar por esta vía de una sociedad adicta a los combustibles fósiles. «Y, sin embargo, eligieron guardar aquellos estudios en un cajón para poder seguir con su negocio. Estamos, por desgracia, demasiado atrapados en estos negocios, dentro de un capitalismo profundamente autodestructivo.»
Y por otra parte, rescata el concepto de «hipernormalidad», creado por un historiador ruso que definió así el estado de la población durante la última etapa de la Unión Soviética. Por un lado, había muchas señales de que las cosas no iban bien y, por otra parte, todo el mundo hacía como si esa situación tuviera que durar para siempre.
«Había ese tipo de autoengaño colectivo, esa actitud de «esto seguirá tal y como está, sin más y más. Y cuando todo aquello se derrumba, paradójicamente, nadie se sorprende».
Él dice que actualmente vivimos este autoengaño colectivo, pensando que todo continuará como hasta ahora. «Abundan todo tipo de signos, análisis, señales y conocimientos que nos indican que somos sociedades sin futuro y, sin embargo, actuamos como si esto pudiera continuar sin más.
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