Por Charles Eisenstein, 3 de marzo de 2016
Las instituciones que gobiernan este mundo se encuentran muy cómodas recurriendo a los virus.
Primero fue con el Síndrome Respiratorio Agudo (SARS), luego con el H1N1, a continuación con el Ébola y ahora con el virus Zika; los medios de comunicación y los organismos oficiales se han apresurado a responder ante las nuevas amenazas lanzando advertencias a los viajeros, decretando cuarentenas, financiando investigaciones, desarrollando vacunas y extremando los niveles de vigilancia. Sin embargo, las informaciones sobre otro tipo de amenazas quizás más mortales, tales como los residuos farmacéuticos en el agua potable, la contaminación con pesticidas, o la intoxicación por metales pesados del aire y el agua, suelen quedar relegada a los medios alternativos, siendo algo ignorado, incluso rechazado de manera tajante por las autoridades de salud pública. ¿Por qué ocurre esto?
La respuesta más lisa y llana es que se trata de razones de índole económica. Las amenazas citadas anteriormente son subproductos de las actividades económicas de las empresas por las que obtienen una rentabilidad, lo cual tiene una gran influencia política. Si abordásemos a fondo la contaminación tóxica de nuestra biosfera, todo nuestro sistema económico, industrial, médico y agrícola se iría al traste.
Más concretamente, un virus u otro patógeno encaja perfectamente en la plantilla de respuesta a las crisis fundamentales de nuestra cultura. En primer lugar, identificar a un enemigo, un solo factor como causa de la crisis, y luego emprender una guerra contra ese enemigo utilizando todas las tecnologías de control disponibles. En el caso de un patógeno, el control toma la forma de antibióticos, vacunas o agentes antivirales, el drenado de los humedales o la fumigación de insecticidas, poniendo en cuarentena a los individuos infectados, obligando a llevar mascarillas, o quizás quedándose en casa o restringiendo los viajes. En el caso del terrorismo, el control toma la forma de vigilancia, bombardeos, aviones no tripulados, seguridad fronteriza… y así sucesivamente. Cualquiera que sea la crisis a la que nos enfrentamos, sea personal o colectiva, nuestra tendencia pseudoinstintiva es decretar ese patrón de respuesta.
Otra forma de verlo, en el caso de una enfermedad infecciosa, es que nuestra sociedad sabe qué debe hacer ( o cree que sabe lo que tiene que hacer). Las soluciones son relativamente familiares: se trata de seguir haciendo lo que ya hemos estado haciendo. Sólo hay que ampliar un poco más los sistemas de control de nuestra civilización, controlar lo que no estaba bajo control con anterioridad. Por lo tanto, toda la maquinaria empleada en contener o luchar contra una enfermedad amplían, en general, las agendas de control social. Se justifican y desarrollan esos sistemas de control, que pueden servir a otros fines.
La actual situación con el virus Zika, al que se culpa de una terrible epidemia de microcefalia en Brasil, es un ejemplo de utilización como recurso un patógeno. Las pruebas han demostrado la presencia del virus en la sangre y el líquido amniótico sólo en la décima parte de los fetos de los casos de microcefalia confirmados en Brasil. Sin embargo, el Zika también es frecuente en Colombia y Venezuela, donde no se ha dado, que se sepa, ningún brote de microcefalia.
La trama adquirió otro giro hace pocas semanas cuando un grupo de médicos argentinos afirmaron que el brote podría estar más estrechamente correlacionado con un larvicida químico, destinado, irónicamente, a combatir a los mismos mosquitos a los que se culpa de la propagación del Zika. El larvicida, el piriproxifeno, se ha añadido al agua potable en esas mismas zonas, y en el mismo período de tiempo, en donde se han incrementado los casos de microcefalia.
Obviamente, es mucho más conveniente desde el punto de vista político culpar a un agente externo de la propagación de la enfermedad antes que aceptar la responsabilidad por parte de los Gobiernos y de las Grandes Corporaciones. También es más conveniente desde el punto de vista Ideológico: la Humanidad por está por encima y domina la naturaleza. En lugar de culpar a las actividades humanas, podemos luchar contra una nueva amenaza del mundo natural, lo cual podemos hacer con nuestra superioridad tecnológica. Eso es algo con lo que nuestra cultura está familiarizada. Nuestras instituciones saben cómo hacerlo, de este modo ejercen sus potestades y justifican su existencia.
También debemos ser cautos, sin embargo, en proponer que la causa de la microcefalia sea el piriproxifeno. Echar la culpa al plaguicida de manera un tanto precipitada no es muy diferente de culpar al virus. Todavía entra dentro de la Ideología de control y la mentalidad de derrotar a un enemigo. De hecho, algunos casos de microcefalia se produjeron en regiones donde no se ha añadido piriproxifeno al agua potable; el piriproxifeno, por otro lado, es muy utilizado en todo el mundo. Es un argumento un tanto débil y circunstancial identificarlo como el culpable.
En la frase anterior, “el culpable”, he introducido de contrabando la suposición de que podría ser la raíz del problema. Estoy asumiendo que hay “un” culpable, un único factor. Ya se trate de un virus o de un producto químico, hay algo para controlar, algo contra lo que luchar. Ya sea por un virus, un Gobierno estatal o una Empresa química, el camino hacia la victoria está claro.
La Ideología de control supone un reduccionismo, a ser posible reducir un problema a una sola causa. Los problemas multifactoriales, no lineales, desafían las estrategias reduccionistas. Así, mientras que deberíamos prohibir el uso del piriproxifeno en el agua potable de manera inmediata, incluso si cesase la epidemia de microcefalia, eso no quiere decir que podamos continuar con normalidad y seguir pensando en términos de causa y efectos lineales. ¿Quizás por eso el piriproxifeno esté más cerca de ser la causa de las microcefalias? ¿O tal vez el producto no sea una causa directa, pero sí incide sobre un tercer factor o sustancia de nuestro cuerpo? ¿O quizás podría estar alterando los ecosistemas acuáticos de alguna manera que no entendemos, elevando de esta forma el factor de riesgo ambiental, pero que no conocemos? Simplemente, no lo sabemos.
Tenemos que hacernos preguntas tales como: ¿Cuáles son las perturbaciones que se producen en los ecosistemas cuando se matan las larvas presentes en el agua ( no sólo en el agua potable)?; ¿Cuáles son los efectos acumulativos y sinérgicos de miles de sustancias químicas artificiales que entran en la biosfera y en nuestros cuerpos?; ¿Cómo vamos a tomar decisiones sobre temas de seguridad, cuando los medios habituales para realizar las pruebas de seguridad no controlan todas las variables, excepto aquella que está siendo probada? Este es el paradigma central a través del cual se genera el actual conocimiento científico: aislar una variable y probar sus efectos.
Hasta que no comencemos a pensar en términos holísticos, vamos a dar bandazos de un enemigo a otro, siempre que se supriman los síntomas, incluso aunque empeore la enfermedad. Las preguntas anteriores no tienen respuestas fáciles, pero es un buen primer paso para dar marcha atrás en ese paradigma de dominar al enemigo, controlar al Otro, la conquista de uno mismo y mirar con nuevos ojos a todo lo que hacemos a partir de ese paradigma: aviones no tripulados, prisiones, control estatal, máquina de guerra, antibióticos, pesticidas, Ingeniería genética, medicación psiquiátrica, pago de la deuda… dominación (incluyendo el dominio de otras partes de nosotros mismos), que están totalmente presentes en nuestra civilización. Todo esto está funcionando mejor que nunca.
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Procedencia del artículo:
http://charleseisenstein.net/zika-and-the-mentality-of-control/
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