Por Charles Eisenstein, 23 de febrero de 2016
En el libro “La cuarta fase del agua”, Gerald Pollack ofrece una nueva y elegante teoría de la química del agua que tiene profundas implicaciones no sólo con la Química y la Biología, sino que también constituye una metáfora de nuestra comprensión de la realidad y el tratamiento de la naturaleza.
Quisiera destacar que este no es un libro de los llamados de la Nueva Era, escrito por alguien cuyas credenciales científicas puedan ser puestas en cuestión. Se trata de un libro de Química, aunque de fácil lectura para aquellos no entendidos en la materia. Pollack es un profesor muy reconocido de la Universidad de Washington, autor de numerosos artículos revisados por pares, y que ha recibido la Medalla Prigogine en 2012, y editor de la revista científica Agua.
Esto lo digo porque es un campo en el que abunda la llamada pseudociencia, esas especulaciones sin rigor científico que generan una excesiva hostilidad.
De hecho, el Dr. Pollack dedica uno de los primeros capítulos del libro a dos cuestiones relacionadas con este hecho: la debacle de la poliagua de los años 1960 y la controversia de la memoria del agua de veinte años más tarde. Estos dos casos iluminan con claridad cómo la Ciencia se institucionaliza y desecha los puntos de vista de los que disienten. Además, como señalaré más adelante, también se ponen al descubierto algunos sacrosantos supuestos metafísicos subyacentes en la Ciencia tal y como la conocemos, unos supuestos que viola indirectamente el presente libro. No es de extrañar que haya sido considerado una mezcla y recibido con una cierta frialdad en los círculos científicos. A pesar de todo esto, La cuarta fase del agua evita cualquier tipo de estridencia o de exponer teorías que a veces dan un cierto color a los libros heterodoxos. El tono es amable y coloquial, y emplea cierta cautela a la hora de presentar las ideas que podríamos llamar especulativas.
Uno podría pensar que después de doscientos o más años de la Química moderna, algo tan fundamental y aparentemente simple como el agua ya sería algo entendido a fondo en los tiempos actuales. Antes de leer este libro, repasé los términos que se estudian en la enseñanza secundaria o en la Universidad, tales como evaporación, capilaridad, congelación, formación de burbujas, movimiento browniano y tensión superficial, porque casi todo el mundo asume lo mismo: que las explicaciones convencionales rara vez se analizan. Sin embargo, en La cuarta fase del Agua se realiza un examen de estos supuestos y se encuentran graves deficiencias en las explicaciones.
El concepto crucial del libro es de de Zona de Exclusión del agua o zona EZ para abreviar. Imagine un vaso de precipitados con agua en la que se añaden una gran cantidad de microesferas de plástico. La Química convencional diría que las microesferas se distribuyen de manera uniforme por todo el medio. Sin embargo, cerca de los bordes del vaso de precipitados ( y lo mismo ocurre con cualquier superficie hidrófila sumergida en el agua), el agua se mantiene clara, libre de las microesferas. ¿Por qué? Una explicación de la Química convencional predice una zona de exclusión de unas pocas moléculas de espesor cerca de las paredes de vidrio, donde la polaridad de las moléculas de agua permitiría su adhesión a las cargas presentes, pero la zona de exclusión de Pollack se observó que tenía al menos un cuarto de milímetro, es decir, varios cientos de miles de veces el espesor de las moléculas.
Tanto Pollack como sus colegas procedieron con cautela, descartando varias explicaciones convencionales del fenómeno (por ejemplo, flujos de convención, cepillos de polímero, repulsión electrostática y fuga de materiales). También comenzaron a investigar las propiedades de la zona de exclusión, con interesantes resultados: la Zona de Exclusión del agua excluye casi todo, no sólo a las partículas en suspensión, sino también los solutos. Se observa un pico de absorción electromagnética a 270 nm, y emite menos radiación infrarroja que un mayor volumen de agua; tiene mayor viscosidad y un mayor índice de refracción que el resto del agua. Lo más sorprendente es que descubrieron que la Zona de Exclusión tiene carga negativa y que el agua situada fuera de esta zona tenía un bajo pH, lo que parece indicar que los protones habían sido expulsados de la Zona de Exclusión del agua.
Con esta información, Pollack y sus colaboradores plantearon la hipótesis de que la Zona de Exclusión está compuesta por una forma cristalina líquida del agua, constituida por capas hexagonales apiladas, con oxigeno e hidrógeno en una proporción de 2:3. Por supuesto, el hielo también está formado por capas hexagonales apiladas, pero en el caso de las láminas de hielo se mantienen unidas por protones adicionales. Pollack propuso que las capas de la Zona de Exclusión están “fuera de registro”, alineadas de manera que los átomos de oxígeno de cada capa se encuentran con frecuencia junto a los átomos de hidrógeno de las capas adyacentes. La alineación no es perfecta, pero se crean más atracciones que repulsiones, lo suficiente como para generar cierta cohesión, así como una matriz molecular lo suficientemente ajustada para excluir incluso el más pequeño de los solutos.
¿De dónde procede la energía para producir esta separación de cargas? Proviene de la radiación electromagnética incidente. Cuando una muestra de agua no recibe esa radiación incidente, ni hay flujo de calor, entonces no se genera una zona de exclusión.
La mayor parte de La cuarta fase del agua se destina a la aplicación de esta hipótesis a diversos fenómenos de la química del agua. Su mayor contribución científica es la de realizar preguntas aparentemente ingenuas sobre algo que nadie parece prestar atención. Por ejemplo, cuestiona la explicación convencional de la tensión superficial, según la cual se señala directamente a la presión de los enlaces de hidrógeno en la superficie del agua. ¿Podría explicarse la tensión superficial del agua por la energía de una capa que tiene menos de un nanómetro de espesor? Pollack se pregunta: ¿Por qué los geles, que están formados por más de un 99,9% de agua no tienen fugas o filtraciones de agua? ¿Por qué las gotas de aerosol cargadas de agua se unen en las nubes en lugar de repelerse entre sí y dispersarse uniformemente por todo el cielo? ¿Por qué al agua caliente a veces se congela más rápidamente que el agua fría (el efecto Mpemba)? ¿Por qué el aumento de vapor en una taza de café caliente se produce en pequeñas bocanadas? ¿Por qué los barcos dejan una estela de agua relativamente tranquila después de que han pasado 15 o 30 minutos?
Este libro ofrece respuestas sencillas o estas y otras preguntas. Los experimentos que cita son claros y convincentes. Mientras que ofrece respuestas a preguntas poco convencionales y básicas de la Química, no invoca a fuerzas sobrenaturales o paranormales. Tampoco cuestiona las leyes físicas fundamentales ( de la termodinámica, la relatividad, la teoría cuántica, etc). Entonces, uno se pregunta, ¿por qué se ignora esta teoría?
Creo que las razones están más allá de la resistencia estándar de Kuhnsian sobre los cambios de paradigma. Pollack no es, después de todo, el primer científico que presenta otras miras de cara a avanzar en las teorías sobre el agua, que van más allá de considerarla una sustancia con una estructura genérica, y algo más que un medio y una materia prima para la química. Hay algo más.
Una rápida revisión de la historia de estas controversias mencionadas anteriormente, la de la poliagua y la memoria del agua, resulta algo instructivo. En el primer caso, químicos rusos descubrieron que el agua al pasar por unos tubos muy estrechos presentaba una propiedades anómalas, ni de líquido ni de sólido ( anomalías que son exactamente las mismas que describe Pollack). Se armó un gran alboroto, y los científicos occidentales acusaron a los rusos de que no habían eliminado las impurezas del agua, es decir, había restos de sílice disueltos en el agua de los tubos de vidrio. Al final, los rusos admitieron que el agua contenía impurezas, y este descubrimiento fue relegado a los basureros de la Ciencia. Nadie, sin embargo, se detuvo a ofrecer una explicación de por qué la sílice disuelta en el agua da a ésta tan peculiares propiedades. Pollack señala que obtener agua pura, el solvente universal, es algo casi imposible. La sustancia presente en el agua utilizada por los rusos nunca fue considerada, fue más bien un pretexto para descartar el descubrimiento.
El caso de la memoria del agua es todavía más flagrante. Jacques Benveniste publicó un artículo en la revista Nature que afirmaba que una muestra de agua que anteriormente contenía anticuerpos todavía era capaz de producir una respuesta inmune de los glóbulos blancos de la sangre, como si el agua “recordarse” su presencia. Nature publicó el artículo (Benveniste fue un destacado inmunólogo francés), pero se envió a una brigada inquisitorial para que investigase, entre los que se encontraban el mago Jame Randi y el investigador de fraudes Walter Stewart. Los relatos difieren en cuanto a lo que sucedió después, pero todo el mundo está de acuerdo en que no se encontró ninguna evidencia directa de fraude. El equipo llegó a la conclusión de que sus resultados no eran replicables, una afirmación que siempre negó Benveniste de manera enérgica, pero a continuación se le negó toda financiación, su laboratorio fue cerrado, y su carrera académica se vio arruinada. A día de hoy, su nombre está asociado con la Ciencia patológica y sus obituarios son obras maestras de la difamación.
Observe que en el párrafo anterior pongo la palabra “recordase” entre comillas, para que sepa el lector que no creo que el agua, literalmente, tenga recuerdos. Las comillas implican que sólo el agua puede, en el mejor de los casos, comportarse como si pudiera recordar. Porque después de todo, el agua es sólo agua, ¿verdad?. No posee la complejidad, la organización, la inteligencia, la base experimental necesaria para tener una memoria real. La Química moderna sostiene precisamente esto: que el agua es un líquido genérico, que dos muestras de agua son fundamentalmente idénticas, que sólo difieren en la temperatura y la presencia de impurezas ( y la proporción de isótopos de hidrógeno, que son muy rigurosos en este sentido).
La poliagua, la memoria del agua y la teoría de Pollack, violan este principio, que en realidad es un tipo de antropocentrismo. Nuestra civilización, especialmente en su tratamiento de la naturaleza como si se tratase de una mercancía más, opera bajo el supuesto de que los seres humanos son los únicos que tienen tales cualidades. El resto del mundo es un montón de cosas que están por ahí. Por lo tanto, tenemos la libertad de explotarlo a nuestro antojo, imponiendo nuestra inteligencia sobre un sustrato insensible que carece en absoluto de ella. Cualquier teoría científica o tecnología que viole este principio será considerada inmediatamente reprobable, y extravagante la mente que ha sido capaz de diseñarla.
Una forma de ver la transición que nuestra sociedad está experimentando hoy en día, es que estamos asignando el ser como ya algo propio del pasado. Hemos hecho algunos progresos: en la actualidad se reconoce la plena personalidad jurídica de las mujeres y de las minorías ( aunque por desgracia, las creencias racistas y sexistas persisten con mucha mayor tenacidad de lo que aparentemente reconocemos). Ya no vemos a los animales como seres insensibles, aunque la forma y el grado de la inteligencia animal es poco conocida. Incluso la inteligencia de las plantas se está convirtiendo en un tema candente dentro de la investigación, a pesar de que sean considerados raros los científicos que hablan de la “inteligencia de las plantas” o de la “experiencia subjetiva de las plantas”, sin que por ello se produzcan inmediatas descalificaciones. Por supuesto, no estoy diciendo que sean verdaderamente inteligentes.
Gerald Pollack no ha dicho que el agua sea inteligente. Su investigación sin embargo abre las puertas a tal punto de vista, ya que implicaría que dos “muestras” de agua pura son únicas, con una estructura que depende de lo que haya estado en contacto con ella. ¿Por qué utilizo las comillas aquí? Pues debido a que la misma palabra implica que si tomo una pequeña cantidad de agua de una cantidad mayor, por ejemplo un tubo de ensayo de una bañera, cuanto más pequeña sea la muestra tendrá las mismas propiedades que la cantidad mayor. En otras palabras, implica que el agua, o cualquier cosa de la que se obtenga una muestra, será aislable de su entorno.
La investigación de Pollack se enfrenta a ambos supuestos, el de uniformidad y aislabilidad. No va tan lejos como para afirmar que el agua pueda transportar información, sino que se acerca a ella cuando señala que las propiedades de la Zona de Exclusión son distintas para diferentes materiales. Esta sea quizás la razón por la cual los homeópatas hayan tenido en cuenta esta investigación ( como lo hicieron también con la de Benveniste). La homeopatía, es el epítome de la charlatanería a los ojos de la ortodoxia médica: al asociarse con el trabajo de Pollack ( aunque él nunca ha dicho nada en este sentido) es sin duda una de las razones por las que la comunidad científica no se fía de su obra.
Nadie en su sano juicio diría que ha demostrado la validez de la homeopatía, por no hablar de la gran cantidad de modalidades y productos a base de agua que se pueden encontrar en Internet. Pero si aceptamos los resultados, y espero que otros científicos repitan y amplíen sus experimentos, ya podremos decir que estas modalidades no contradicen principios científicos indudables. Por supuesto, si dos muestras de agua pura fueran idénticas, los productos y los medicamentos basados en el agua y luego estructuras, serían productos de mercachifles. Gracias a Pollack ( y otros investigadores de la literatura científica), esto ya no es cierto.
La Cuarta Fase del Agua contribuye a un cambio de paradigma, mucho mayor que el que se está llevando a cabo en todas las Ciencias, y de hecho a una transición de la mitología que define nuestra Civilización. Las implicaciones de este hallazgo, de verificarse, serían profundas, especialmente en áreas de la Biología celular, Fisiología vegetal, señalización química, y por supuesto, en Medicina . Mas allá de eso, pierde validez esa idea de que vivimos en un Universo muerto de sustancias genéricas, que nosotros, la única inteligencia de este Universo, seríamos los legítimos señores y amos. Pollack forma parte de esa evolución de la Ciencia hacia una visión del mundo más cercana a la de los chamanes, que entiende que todas las cosas poseen algún tipo de ser.
La resistencia a este cambio es todavía muy fuerte, tal vez porque sus consecuencias son enormes. Incluso sin darse cuenta de la magnitud de las consecuencias, los pensadores ortodoxos atacan por instinto cualquier trabajo que se alinee con él. La táctica común de alegar contaminación ( que junto con el fraude) se utiliza como una salida para todo aquello que les resulta anómalo, sea en Arqueología, o en Astronomía, y claro, también se utiliza en Química. Esto equivale a una acusación de dejadez, de incompetencia. Nadie quiere ser considerado una víctima. Por lo tanto, cuando se mantiene el ostracismo de los iconoclastas, como se ha hecho con Benveniste, Pollack, Pons y Fleischmann, Halton Harp, etc, los que muestran una cierta comprensión hacia ellos, se mantienen en silencio, por miedo a que dejen de financiarse sus proyecto y se arruinen sus carreras.
Aunque sospecho que Gerald Pollack se solidariza con la transición más importante de la mitología de nuestra Civilización, hay pocos indicios de ello en el libro. Se restringe al campo de la Química, y cuando se adentra en el terreno de la especulación, se atiene a una base experimental para contrarrestar el escepticismo del lector y hacia lo científicamente ortodoxo. Pero lo dudo. Las implicaciones radicales de este trabajo son cercanas y demasiado profundas.
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Procedencia del artículo:
http://charleseisenstein.net/the-waters-of-heterodoxy-g-pollacks-the-fourth-phase-of-water/
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