por Michael Greenwell / 18 de febrero 2011
Procedo de una tradición en la que nos gusta hace un trabajo de verdad. Ser corresponsal ya es cosa del pasado. Cuando vez que pienso en el resto de cosas que podría hacer, entonces sólo lo percibo como un tremendo derroche de la vida humana (1).
Actualmente estoy en una difícil situación. ¿No debería hablar con los demás de un caso real que me es muy próximo, o por el contrario airearlo a los cuatro vientos en las conversaciones sobre instituciones parasitarias y anticuadas?
Las absurdas justificaciones que se dan para el mantenimiento de la monarquía cuando todo está en calma están ya muy gastadas y no quiero volver a repetirlas. Pero sí hay una que gustaría mencionar y es esa que dice que “atrae a los turistas”. Esta monserga todavía se sigue dando. Cuando la oigo recuerdo que Francia es el país del mundo que más turistas recibe. He oído decir, creo que fue a Mark Steel, que no se imagina a la gente diciendo: “Me iba a ir a Francia, pero como no es una Monarquía, así que hemos decidido no ir”.
Pero volviendo al asunto, en un país en el que la principal fuente de noticias es la televisión, lo que vemos es un servilismo efusivo que acompaña a estas cosas. Cuando la televisión informa sobre la Monarquía, pretende, aun en contra de lo evidente, que todas las personas del país sienten que forman parte de la misma gran familia. Este servilismo induce a la náusea, en el mejor de los casos.
Un amigo me dijo hace poco que era increíble el interés que esto estaba suscitando en los Estados Unidos ¿En serio? Por un momento pensé, con todos sus defectos, que se había superado ya este problema y me pregunto ¿qué está pasando para esta repentina regresión?
¿Usted se está dando cuenta de que esto todavía no se ha terminado, verdad?
Y es que allí también tienen su propia realeza. Son las estrellas lo que les permite “ caminar bajo la lluvia”, mientras no se dan cuenta de que bajo lo que caminan es una meada. Millones de estadounidenses viven indirectamente bajo la ilusión de ser una celebridad, al menos tener su dinero y sus palacetes, importándoles un carajo sus actitudes. No importa que sean estrellas del deporte, que tengan títulos nobiliarios, herederos de enormes fortunas o actores. La distracción es la misma.
Y de esto es de lo que se trata finalmente. La monarquía sigue existiendo porque es un espectáculo de distracción que ofrece sobre la realidad y dificultades de la vida. Lo mismo ocurre con el culto a las estrellas.
La defensa que se hace de la realeza se basa en que es “difícil tener una vida privada estando bajo la mirada pública”. Sin duda supongo que así será. Por lo tanto ¿ por qué no les hacemos humanos y les eximimos de esta carga? Lo mismo podríamos hacer con las celebridades que nada han aportado.
Yo, por ejemplo, no voy a volver nunca sobre este asunto otra vez.
(1) Mi amigo me dijo que era “motivo para para acabar con esta lobotomía contemporánea, extirpando los humores vítreos con agujas al rojo vivo”.
Michael Greenwell, de Escocia, ha trabajado, en diferentes etapas de su vida como profesor universitario, camarero, pinchadiscos (no muy bueno), lacayo de oficina, dependiente de supermercado, presidente de una asociación benéfica, investigador, bibliotecario, y voluntario social en Nepal durante la guerra civil, y algunas otras ocupaciones, pero que sería muy aburrido mencionar.
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