Observando el camino del huracán

Por Richard Heinberg, 9 de septiembre de 2017

Common Dreams

Imagen de satélite Meteorológico Geostacionario (GOES) mostrando el huracán Irma en el Océano Atlántico. Este huracán tiene la categoría 5 en la escala de vientos huracanados de Saffir-Simpson, el día 5 de septiembre de 2017. (Foto de la Marina de Guerra de los Estados Unidos)

Es una experiencia espeluznante. Acabo de oír que se ha formado otro huracán en el Atlántico, y que se dirige hacia tierra. Usted busca el sitio web del Centro Nacional de Huracanes de la NOAA para ver la predicción del camino que seguirá la tormenta. Se horroriza por las consecuencias. Consulta cada pocas horas para ver las actualizaciones de pronóstico. Sabe en términos generales lo que se avecina: la evacuación de miles de personas, quizás millones. Unos días después, empieza a ver las tristes y estremecedoras fotos y videos de la destrucción.

Gracias a la ciencia y la tecnología modernas -satélites y computadoras- tenemos advertencias con días de antelación, antes de que se produzca un huracán. Eso es muy útil: si bien la gente no puede mover sus casas y todas sus pertenencias, puede cerrar ventanas, abastecerse de comida y agua y tal vez salir de la ciudad. Las enormes tormentas son mucho menos mortíferas de lo que serían si no tuviéramos un pronóstico actualizado del tiempo.

La Ciencia y la Tecnología también nos han permitido prever «tormentas» de otro tipo. Usando computadoras y datos sobre población, energía, contaminación, recursos naturales y tendencias económicas, es posible generar escenarios sobre el futuro de la Civilización Industrial. El primer grupo de investigadores que lo hizo, en 1972, halló que el «escenario más probable» mostraba básicamente el colapso de la civilización: en las primeras décadas a mediados del siglo XXI, la producción industrial alcanzaría su punto máximo y comenzaría a declinar bruscamente, del mismo modo que la producción de alimentos y (con un retraso de unos pocos años) la población. Durante décadas, los científicos han estado actualizando el software y utilizando nuevos y mejores datos, pero cada vez los más potentes ordenadores siguen arrojando el mismo escenario probable.

Uno de los factores que los investigadores de 1972 pensaron que sería cada vez más importante era el cambio climático. Ahora, 45 años después, muchos miles de científicos de todo el mundo están proporcionando a sus superordenadores datos sobre emisiones de carbono, ciclos de carbono, sumideros de carbono, sensibilidad climática, retroalimentación del clima y mucho más. También ven un «huracán» en el camino: estamos alterando la química de la atmósfera y de los océanos de la Tierra de manera tan significativa, y tan rápidamente, que las nefastas consecuencias son casi seguras, si es que no están ya están aquí. Más adelante, en este siglo, veremos tempestades, sequías, olas de calor e incendios forestales como nunca se han registrado. Es probable que la agricultura se vea gravemente afectada.

Desde que leí el informe de 1972 sobre Límites al Crecimiento, he tenido la misma extraña sensación que cuando observo los gráficos en el sitio web de la NOAA. Sólo que el sentimiento es más profundo, más penetrante y (por supuesto) duradero. Se acerca una tormenta. Deberíamos cerrar las escotillas.

Pero, 45 años después, la tormenta ya no está lejos. De hecho, las fotos y videos de destrucción están empezando a verse. Ningún país se ha molestado en hacer esfuerzos razonables para minimizar el impacto de la tormenta reduciendo el consumo de combustibles fósiles, estabilizando la población a niveles de los años setenta, o reconfigurando su economía para que no requiera un crecimiento continuo en el uso de recursos y energía. ¿Por qué no hicimos esas cosas tan sensatas, aunque nos advirtieron?

Nuestra falta de respuesta tiene mucho que ver con el largo período desde que se realizó la predicción. Los seres humanos actuamos mucho mejor haciendo frente a las amenazas inmediatas que las anunciadas con tanta antelación. En efecto, tenemos un período de acomodación que aplicamos a los posibles desastres, dependiendo de su proximidad temporal.

Ante una amenaza a largo plazo, es más probable que algunos de nosotros demos intrincadas razones para no hacer nada. Después de todo, evitar un desastre de semejantes proporciones puede traer consigo considerables inconvenientes. Salirse del camino de un huracán podría significar recoger sus pertenencias más preciadas, conducir un par de cientos de millas, y tratar de encontrar un hotel que no esté saturado (es decir, si usted está entre los afortunados con los recursos para hacerlo). Para minimizar la amenaza de un sobregiro global podría ser necesario cambiar todo nuestro sistema económico, desde cómo cultivamos los alimentos hasta cómo trabajamos y qué tipo de trabajo hacemos. Escapar del huracán nos obliga a tener alerta todos nuestros instintos de supervivencia; no tenemos tiempo para dudar del hombre del tiempo. Pero después de unas cuantas décadas para pensarlo, podríamos inventarnos muchas razones (en última instancia malintencionadas pero cuidadosamente razonadas) por las que nuestro sistema económico actual es el adecuado, y por las que el cambio global no es una amenaza.

Aquellos de nosotros que somos más lerdos en llegar a tales razonamientos estamos atascados ante la espeluznante sensación de que algo terrible está a punto de suceder-quizás en Florida este fin de semana, quizás en todas partes en poco tiempo. Aquí está mi recomendación, basada en unas cuantas décadas de observar todo tipo de mapas de tormentas: por favor, preste atención al hombre del tiempo. Deje de encontrar razones por las que realmente no tiene que cambiar o prepararse. Diríjase a tierras más altas. Y sobre todo, ayude a sus vecinos.

Richard Heinberg es miembro del Post Carbon Institute, autor de once libros, siendo el más reciente Snake Oil: How Fracking’s False Promise of Plenty Imperils Our Future. Sus libros anteriores incluyen: The Party’s Over: Oil, War, and the Fate of Industrial Societies, Peak Everything: Waking Up to the Century of Declines, y The End of Growth: Adapting to Our New Economic Reality

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