Nuestro hombre en Bilderberg: cerca pero sin llegar al meollo

Los tíos de seguridad con sus espejos para bombas y discutiendo si me dejan tomarme una tortilla de queso o no. Fotografía: Charlie Skelton/Charlie Skelton

Entrega 2

Es B menos 1. Y parece que la cosa va en serio: he visto las armas. Pensé que sería buena idea acercarme al Astir Palace a la hora del almuerzo y ver la tortilla de queso que se toma el Presidente de la Reserva Federal. Pero no llego muy lejos, pues a la puerta hay ametralladoras, hombres con la chaqueta suelta y guardias controlando las bombas bajo el bajo de los coches, con ese tipo de espejos con mango que utilizan la gente con obesidad mórbida para comprobar los lugares de cuerpo inaccesibles a la vista.

He llegado a la hora del desayuno. Al entrar un guarda de seguridad me preguntó si yo estaba alojado en el hotel. A lo que le contesté que había venido a almorzar.
“Está cerrado ahora, es para invitados solamente”, me contestó. Y luego se dirigió al conductor del taxi para que se diera la vuelta, lo que así hicimos. Le expliqué al conductor lo que estaba ocurriendo allí dentro, pero evitando palabras como globalización, corporatocracia, la disolución de las soberanías conducen a unas estructuras de orden supranacional. Así que sólo dije lo esencial: “Vienen los líderes del mundo”. “¿Para una conferencia o de vacaciones? Ahora es tiempo de vacaciones, mire la playa.”

Rockefeller



Miré la playa, todo el mundo estaba cerca del agua, jugando al tenis, otros leyendo, alguien parecido a John Grisham, su equivalente griego. El cielo estaba azul, la mar en calma, los perros bien alimentados por las sobras de los cubos de basura de los restaurantes. ¿Cómo podía haber algo de malo en el mundo con un día así?

En la parte alta de una colina un pequeño grupo de gente que se reúne para el fin de semana. Quizás jugasen al ping-pong. ¿Qué hay de malo en eso? Quizás hablasen algo de política entre el pop-pop de las pelotas. ¿De microchips? ¿Del Banco Mundial? Son cosas que hay que discutir, y es bueno que hablen entre ellos como hablamos nosotros de esos temas.

El hotel ofrece comida gourmet, salas privadas, áreas de eventos y servicios, y un spa con sala de vapor. ¡Y ya sabemos cuánto le gusta a Kissinger el vapor!

Tampoco Jim Tucker puede fisgonear. Parecía cansado. Le pregunté por el orden del día. “Este año van a hablar de la ridícula gripe porciiiiiiiiina. Quieren convertir a la Organización Mundial de la Salud en el departamento mundial de la salud”. ¿Pero no lo es ya?, le digo.

“Sólo para los miembros de la Naciones Unidas. También hablarán de ratificar la Corte Penal Internacional. Obama está a la espera de conseguir un Senado comprensivo después de las elecciones de 2010. Luego pasará una noche y será demasiado tarde para que los periódicos del domingo saquen la noticia. La reunión sucederá, pero nadie se dará cuenta.”

El sr. Tucker nos está dando los detalles, nada de “viaje usted al extranjero” o “cuidado con un hombre que lleva una D en su nombre”.

"Para mí, son unas reuniones apasionantes. Sí, apasionantes. A lo largo de los años, vas conociendo gente muy diversa, bien informada, bien relacionada, cada una con un bagaje formidable en su terreno, en su área, o en su país. Allí se juntan personas de muchos mundos: política, finanzas, energía, defensa, comunicaciones, investigación científica...¡Se aprende tanto!?. "La Reina, muy de cerca" de Pilar Urbano

Si David Rockefeller está vivo también estará aquí. ¿Por qué molesta a cierta gente que un grupo de … digo…., o sea banqueros y políticos, se reúnan una vez al año? Muchas personas admiten que asisten, como ya señaló George Osborne, que asistió al Club Bilderberg en 2008, costeándose los gastos él mismo. Entonces, ¿por qué preocuparse? ¿Por qué molestar al Jhon Grisham un sólo segundo porque las limusinas giren en torno a la colina?

Tal vez es que el problema no es que esta gente se reúna arriba, sino que no sabemos si existe un programa global y coherente, un programa preparado por la gente que tiene el poder, y que hacen todo lo posible para que las cosas vayan en el sentido que ellos quieren, y si este programa es bueno, o tiene por el contrario aspectos oscuros.

Voy a volver al Palacio de Astir, ahora que ya el calor del día se pasa y el sol de la tarde se refleja en los cañones de las ametralladoras.

Charlie Skelton mandaba diariamente sus reportajes desde Atenas, hasta que es detenido por la sombra de las gafas oscuras.

guardian.co.uk, Wednesday 13 May 2009 17.47 BST

Charlie Skelton