La planta inteligente

Por Michael Pollan, 22 de diciembre de 2013

The New Yorker

Imagen: The New Yorker
Imagen: The New Yorker

En 1973, un libro afirmaba que las plantas eras sensibles a las emociones, que preferían la música clásica antes que el rock and roll, y que podían verse afectadas por nuestros pensamientos aunque no fuesen expresados verbalmente, incluso si había de por medio cientos de kilómetros de distancia. El libro entró en la lista de best-seller del New York Times. “La vida secreta de las plantas” de Peter Tompkins y Christopher Bird, presentaba una mezcolanza entre ciencia, curanderismo y una visión mística de la naturaleza, lo que capturó la imaginación del público en aquel momento en el que la corriente principal de pensamiento era la llamada New Age. Los pasajes más memorables del libro describen los experimentos que realizó un antiguo agente de la CIA experto en poligrafía, Cleve Backster, quien en 1966, por capricho, sujetó un galvanómetro a la hoja de una dracaena que tenía en su despacho. Para su asombro, Backster dijo que simplemente imaginando a la dracaena ardiendo podía mover la aguja del galvanómetro, registrando mayor actividad eléctrica, lo que indicaba una mayor actividad en la planta. ¿Podían las plantas leer la mente?,, se preguntaban los autores. Backster tuvo ganas de salir a la calle y gritarlo a los cuatro vientos: Las plantas pueden pensar.

Backster y sus colaboradores conectaron las agujas del polígrafo a decenas de plantas: lechugas, cebollas, naranjas y plátanos. Afirmaban que reaccionaban a los pensamientos ( tanto a los buenos como a los malos) de cualquier ser humano que se encontrase en las proximidades, y a grandes distancias en el caso de que la persona fuese del entorno familiar o cercano. Backster encontró que una planta que había sido testigo de un asesinato pudo distinguir al asesino de entre las fotos de seis sospechosos al registrar un aumento de la actividad eléctrica cuando estaba delante de la imagen del asesino. Las plantas de Backster también sentían una gran aversión por la violencia; otras mostraban estrés solamente con romper delante de ellas la cáscara de un huevo, o cuando se cocía un langostino vivo. Esto apareció en la Revista Internacional de Parapsicología en 1968.

En los años posteriores, varios especialistas en Botánica trataron de reproducir el efecto Backster, sin éxito. Gran parte de lo que se dice en La vida secreta de las plantas quedaba desacreditado. Pero el libro dejó su huella: la gente empezó a hablar con las plantas, les ponían música de Mozart, y todavía mucha gente lo hace. Es una práctica por lo menos inofensiva, pero siempre quedará en nosotros esa capa de romanticismo en torno a las plantas (Luther Burbank y George Washington Carver hablaban y escuchaban a las plantas, con las que hicieron un brillante trabajo). Sin embargo, los científicos dicen que La vida secreta de las plantas hizo mucho daño durante mucho tiempo. Según Daniel Chamovitz, un biólogo israelí que es autor de un reciente libro titulado ¿Qué sabe una planta?, Tompkins y Bird “bloquearon importantes investigaciones sobre el comportamiento de las plantas, ya que se extendió entre los científicos una desconfianza al insinuarse un paralelismo entre los sentidos de los animales y los sentidos de las plantas”. Otros afirman que La vida secreta de las plantas produjo una autocensura “entre los investigadores que exploraban las posibles relaciones entre la neurobiología y la fitobiología”, es decir, la posibilidad de que las plantas fuesen mucho más inteligentes de lo que solemos pensar, capaces de comunicarse, de procesar la información, de aprender y tener memoria…

Fuente: http://www.newyorker.com/reporting/2013/12/23/131223fa_fact_pollan