FÓSILES POLÉMICOS

 

Análisis Crítico sobre la evidencia fósil del origen del Hombre

Por el Dr. Raúl O. Leguizamón

(Extracto del artículo, del que se han recogido algunos párrafos de la introducción y el capítulo dedicado al Hombre de Pekín) (El artículo completo se puede leer en: http://www.scribd.com/doc/37799199/Fosiles-Polemicos)

 

Reconstrucción idealizada de un “Australopithecus Afarensis”

 

[…]

…. el origen simiesco del hombre es insistentemente presentado al público a través de series televisivas, películas, revistas, libros de divulgación, etc. como un hecho científico demostrado; como algo de lo que se hubieran encontrado pruebas concluyentes, o por lo menos abrumadoramente favorables.

Como entiendo que esto es ciertamente falso y como el que nuestros antepasados sean o no monos es algo que sin duda trasciende lo meramente científico, para afectar la visión que tenemos de nosotros mismos y del mundo en general, creo entonces que es más pertinente, no sólo analizar con sentido crítico la supuesta evidencia científica de tal hipótesis, sino también alertar al hombre de la calle sobre esta cuestión, brindándole –en forma clara y accesible– los elementos de juicio mínimos indispensables para que pueda abordar críticamente el problema y sacar así sus propias conclusiones.

Antes de entrar específicamente en tema y a manera de premisa fundamental, es menester destacar que cualquier hipótesis sobre el origen del hombre es necesariamente extra científica. Es decir que por la naturaleza misma del caso, escapa por completo al método científico que supone observación y reproducción experimental de los fenómenos bajo estudio, cosa que es evidentemente imposible en el problema que nos ocupa. O sea que la cuestión del origen del hombre está, por definición, fuera del campo específico de la ciencia y ésta jamás puede aspirar a ser la manera exclusiva ni tan siquiera fundamental de analizar este origen.

Lo cual no significa, por cierto, que no podamos abordar el tema con ayuda de datos y razonamientos de orden científico. Pero sí es importante que se comprenda claramente, que cualquier hipótesis sobre el origen del hombre y de la vida en general, no puede ser otra cosa que un postulado que sirva como modelo para explicar y correlacionar una serie de datos, lo cual ya es poner el problema en una perspectiva muy diferente de la de los hechos comprobados o comprobables científicamente.

… todo lo que en este sentido puede demostrar el estudio de los fósiles es una semejanza entre los esqueletos óseos de distintos organismos y nada más. Advertencia que al parecer no ha sido tomada en cuenta por muchos investigadores que no vacilan en utilizar la más insignificante semejanza fósil para establecer afinidades genéticas entre el hombre y el mono.

Es decir que podemos contar con el respaldo de las mejores autoridades en el tema cuando afirmamos que la semejanza estructural no constituye una prueba de parentesco. La semejanza no es prueba de parentesco, entonces todo este asunto de los fósiles se reduce automáticamente a sus verdaderas proporciones que, en sustancia, consiste en comprender que los restos fósiles no pueden –por sí mismos– probar absolutamente nada, relativo a parentescos. Todo lo que pueden hacer en este sentido es servir como evidencia circunstancial, pasible de ser interpretada en más de una forma, como veremos después.

Tan es todo esto así, que nadie menos que Lord Zuckerman, el anatomista británico que citamos anteriormente, ha llegado a comparar la interpretación de la historia fósil del hombre con la percepción extrasensorial, en el sentido de estar ambas disciplinas fuera del registro de la verdad objetiva y en donde cualquier cosa es posible para el creyente en dichas actividades, el cual es a veces capaz de sostener cosas contradictorias al mismo tiempo.

Hecha esta introducción –que juzgo imprescindible para ubicarse en las líneas generales del problema digamos que todos los esfuerzos de los investigadores que creen en el origen simiesco del hombre, se han dirigido en los últimos cien años a buscar el famoso “eslabón intermedio” ( o “perdido”) entre el mono y el hombre, pues de acuerdo al criterio de muchos antropólogos, el encontrar restos fósiles con caracteres intermedios entre el mono y el hombre, probaría (!) que éste desciende de aquel.

Esto que, como veremos, tampoco constituiría una prueba del origen simiesco del hombre, sí es en cambio imprescindible como evidencia circunstancial en favor de tal origen y su ausencia hace mucho más endeble la argumentación en favor de esa conjetura.

Como es imposible en un trabajo de esta naturaleza analizar todos o la mayor parte de los hallazgos fósiles, he seleccionado como material de análisis sólo a los más importantes, que además de ser los mejor estudiados, resumen en gran medida toda la historia del tema y la significación de los demás hallazgos.

SINANTHROPUS PEKINENSIS

(Hombre de Pekín)

Como a pesar de la intensa búsqueda paleontológica, el supuesto “eslabón intermedio” entre el mono y el hombre se resistía a aparecer, los antropólogos comenzaron a usar también la expresión «eslabón perdido» para referirse a este hipotético ser.

Desde luego que lo científico hubiera sido usar la expresión “eslabón faltante” en todo caso, ya que para decir que algo se ha perdido debemos tener evidencia de que realmente existió: evidencia que en este caso consistiría en encontrar al “perdido”. Pero los antropólogos –que son gente habituada a la certeza– estaban tan seguros de su existencia, que no vacilaron en crear esta expresión “eslabón perdido”.

En los últimos 150 años, numerosos han sido los restos fósiles aspirantes al sublime título de “eslabón perdido”, aunque ninguno ha podido cumplir satisfactoriamente con los requisitos. Excepto uno.

Hoy estamos en condiciones de afirmar que si hay un fósil a quien legítimamente le corresponde el título de “eslabón perdido” ese es sin lugar a dudas el Hombre de Pekín.

Efectivamente, se ha perdido.

Me refiero a que todo el material fósil sobre el que se basa la existencia de este homínido, encontrado durante la década del 30 en Chukutien, a unos 50 km. de Pekín ha desaparecido por completo y nadie tiene la menor idea de donde puede estar.

Si Ud. lector no conocía este hecho, especialmente si le interesa el tema y ha leído algo sobre él, sin duda estará de acuerdo conmigo en que a esta noticia –que ya tiene unos 40 años de vida– no se le ha dado en absoluto la trascendencia que merece, por parte de aquellos que tienen la responsabilidad de esclarecer al público sobre esos temas.

Efectivamente, a pesar de la importancia del hecho, parecer la no haber demasiado interés por parte de las autoridades en la materia en hacer que el público tome acabada conciencia de esta realidad.

Algunos autores por ej., al escribir sobre el tema, ¡ni siquiera mencionan que los restos del H. de Pekín, han desaparecido!

Reproducción del famoso cráneo del “Hombre de Pekín”

 

Otros ponen una pequeña nota aclaratoria al respecto y siguen lo más campantes como si el asunto no tuviera mayor importancia.

Como no puedo creer, ni que desconozcan el hecho, ni tampoco, que realmente consideren como algo sin mayor importancia la desaparición de toda la evidencia original de un fósil, debo entonces concluir que tanto el no mencionar el asunto, como el no darle trascendencia, son sólo una forma de ocultar o minimizar ante el público este hecho de importancia decisiva cual es la ausencia de toda evidencia original, del Hombre de Pekín.

–¿Y qué demonios paso con los restos? – se preguntará lógicamente el lector.

Bueno, la versión más o menos oficial sobre el destino de los restos del H. de Pekín, es que los japoneses los hicieron desaparecer durante la Segunda Guerra Mundial.

Claro, como todos sabemos que los japoneses eran, por esa época, enemigos de la humanidad (fósiles incluidos) y como además perdieron la guerra, esta versión de su culpabilidad encontró pronta y favorable acogida en los medios académicos.

Si esto fue así o no, francamente no puedo decir. Lo que sí puedo decir es que esta versión sobre la responsabilidad de los japoneses tiene más de un punto oscuro, como veremos más adelante.

De todas maneras, sea quien hubiere sido el responsable, el hecho es que cualquiera que desee hoy estudiar este homínido, depende en forma exclusiva de modelos y descripciones de los hallazgos, realizados por investigadores que desde luego estaban buscando el “eslabón intermedio”.

Que quede bien claro entonces, que todas esas fotos o dibujos de “cráneos del H. de Pekín” que nos muestran los libros, no son en absoluto de los cráneos originales sino sólo de los modelos en pasta hechos por el antropólogo a cargo del caso: Franz Weidenreich. Cosa que muy rara vez se le explícita al lector.

Tampoco se le dice que salvo un par de fotos –muy deficientes–, prácticamente no se tomaron fotos de los restos en el lugar y momento del descubrimiento. Lo cual llama la atención pues está reñido con los más elementales procedimientos de rutina en paleontología

Esto es doblemente lamentable considerando que los restos originales han desaparecido. Antes de proseguir con el análisis de este caso creo es menester convenir en que la ausencia de toda la evidencia fósil original del H. de Pekín, descalifica, de entrada sin más, cualquier especulación seria sobre este homínido ya que por una elemental cuestión de método científico –que debe basarse en el examen personal de la evidencia y no en la autoridad de nadie– no podemos obviamente apoyarnos nada más que en un modelo, hecho según el criterio de un antropólogo, para sacar conclusiones validas sobre el tema.

¿Qué tribunal por ej. aceptaría una “evidencia” de este tipo? Una cinta grabada pongamos por caso, ¿en lugar de un testigo?

Ya sé que Weldenreich, el autor de los modelos, era un antropólogo famoso y respetado y todo eso, pero desde el momento que nadie está exento de cometer errores, sus modelos del H. de Pekín no pueden constituir, en sentido estricto, evidencia científica legítima sobre este homínido.

No obstante, como la mayoría de los antropólogos no comparten obviamente este criterio ya que insisten en considerar a los modelos como evidencia legítima para fundamentar el caso, es oportuno entonces que analicemos un poco estos modelos para ver qué valor podemos otorgarles, aun como evidencia indirecta.

Pues bien, a pesar de lo que digan (o mejor, dejen de decir) los antropólogos, creo que existen suficientes elementos de juicio como para poner seriamente en duda el grado de fidelidad de los modelos con el original.

Y entiendo que se puede decir esto, por dos importantes razones.

La primera de ellas es que al comparar las descripciones originales del cráneo del Sinántropo –hechas por ej. por M. Boule, E. Smith, H. Breui– con el modelo de Weidenreich se nota una sorprendente discordancia que, francamente, se hace difícil atribuir nada más que a las pequeñas y lógicas discordancias que pueden existir entre distintos autores.

Así por ej. en sus descripciones originales, todos los autores arriba mencionados coinciden en destacar el aspecto claramente simiesco del cráneo del Sinántropo y su pequeña capacidad craneal. En el modelo de Weidenreich, por el contrario, el aspecto del Sinántropo es francamente humano, con una capacidad craneana de 1000 a 1200 c.c. (¡dentro de la variabilidad del H. Sapiens!).

Esto, como digo, excede holgadamente el grado de variación lógica de autor a autor. Ningún antropólogo en su sano juicio podría llamar pequeña –aún sin medirla a una capacidad craneal de 1000 a 1200 c.c. (Esta discrepancia entre las descripciones originales y el modelo, nos demuestra una vez más que al parecer la evolución obra verdaderos milagros, ya que no sólo es capaz –según dicen los darwinistas– de transformar un mono en un hombre, más también de transformar un fósil de un mono en un fósil de un hombre. Lo cual supera ciertamente todas las expectativas).

Además de esta discordancia entre las descripciones originales y el modelo de pasta, hay otra razón importante por la que no parece prudente aceptar este modelo artificial como evidencia científica, aun indirecta.

Esta razón se basa en el testimonio de un conocido antropólogo, uno de los más destacados de este siglo y uno de los pocos que conoció tanto el original como el modelo.

Me refiero al holandés Von Koenigswald, quien en su libro “Meeting Prehistoric Man”, escribe los siguiente:

Nuestro conocimiento real del H. de Pekín, no asciende a mucho. El cráneo es el elemento mejor conocido y Weidenreich lo aprovecho para hacer una reconstrucción algo excesivamente idealizada…que se dio en llamar Nelly”

Para luego agregar con fina ironía: “Nelly es una verdadera hija de la evolución”. Y más adelante coloca estas significativas palabras:

Pienso que mucha gente que ha admirado los espléndidos dibujos y fotografías (del modelo) en sus libros (de W) se decepcionaría si viese los originales”.

Creo que está perfectamente claro que a este autor –Von Koenigswald– la diferencia existente entre el cráneo original y el modelo, le ha llamado lo suficientemente la atención como para ponerlo por escrito y sin rodeos.

Y si el modelo está tan “excesivamente idealizado”, como para que nos “decepcionáramos si viésemos los originales”, ¿qué valor podemos atribuir a este modelo aun como evidencia indirecta?

Aclaro que no se de nadie que haya rebatido esta apreciación de Von Koenigswald. Y este antropólogo, insisto, es uno de los pocos que tuvo oportunidad de conocer los originales y el modelo Los demás hablan de oído.

Aparte de la ausencia de los restos originales y de los modelos “excesivamente idealizados” hay dos

hechos más, particularmente desastrosos para la credibilidad que se puede otorgar a este “homínido” de Chukutien.

El primero es la existencia, en Chukutien, de una avanzada industria paleolítica; el segundo es la presencia en el lugar de restos fósiles humanos.

Porque ha de saberse que en realidad casi toda la pretensión de que los restos del Sinántropo eran de algo más que un mono, se basó en la coexistencia en el lugar, de fósiles marcadamente simiescos (los modelos francamente humanos vendrían después…) con huellas de actividad inteligente (fuego) que inmediatamente se dio por sentado eran producto de aquéllos.

Si a algún lector le parece un poco aventurado concluir que porque un fósil coexista con huellas de alguna actividad, éstas tienen necesariamente que ser producto de aquél, entonces ya somos por lo menos dos.

Francamente no veo cómo, porque los restos de un mono coexistan con evidencia de fuego –aun en ausencia de restos humanos– se puede fundadamente concluir que el mono es el autor del fuego (¡con lo cual deja de ser mono para pasar a ser homínido!).

Teilhard de Chardin

De todas maneras así parece que piensan muchos antropólogos y ellos tendrán sus razones. ¡Sea!. Pero si luego resulta que las huellas de actividad inteligente no son “primitivas” como corresponde a un dinámico mono que se está haciendo hombre (o dicho en forma más elegante, a un “homínido pre-sapiens”), sino que son elaboradas y complejas, entonces –aun con las premisas de los mismos antropólogos– es ilegítimo atribuir esta actividad a alguien que no sea el H Sapiens.

Si para colmo de desgracias quiere la mala suerte que además se encuentren restos humanos, entonces el caso está concluido y hay que dejarse de inventarle toda suerte de inclinaciones artesanales y pirotécnicas al mono y atribuírselas a su legítimo autor, o sea el H. Sapiens.

Y esto es precisamente lo que ha pasado en Chukutien.

Lo que al principio parecía evidencia de una actividad “primitiva” resultó luego ser una avanzada industria calífera, con implementos de piedra y cuarzo semejantes a los del paleolítico medio (H. de Neanderthal) y algunos, aun a los del paleolítico superior europeo (¡H. de Cromagnon!), imposible de atribuir a un homínido primitivo como se pretende habría sido el Sinántropo.

Esto que ya había sido señalado por paleontólogos de la talla de M. Boule, por ej. encontró su total confirmación al encontrarse los restos fósiles humanos, en 1933.

Teilhard de Chardin, el geólogo y paleontólogo de las excavaciones de Chukutien, en un artículo escrito en 1934, donde menciona por primera vez el hallazgo de los restos humanos (descubiertos el año anterior), se apresura a decirnos que estos restos se han encontrado en una “caverna superior” más moderna geológicamente y sin ninguna relación con la “inferior” donde estaba el Sinántropo).

(Es obvio en este artículo, el esfuerzo de su autor para convencernos de que los restos humanos están efectivamente en un nivel “absolutamente diferente” de los del Sinántropo).

Lo curioso es que Teilhard recién comienza a hablar de esta supuesta “caverna superior”, después que se descubren los restos humanos. Antes, ni una palabra.

Ni él, ni Weidenreich, ni Breuil, ni Young, ni Pei, han visto ninguna “caverna superior”.

Es más, todos ellos (Teilhard incluido) coinciden en señalar la absoluta homogeneidad de la fauna (que en sustancia significa la misma capa geológica) desde el nivel inferior al superior de Chukutien.

Sin embargo, después de encontrados los restos humanos, la parte superior resulta de un período “totalmente distinto” a la inferior.

A lo mejor será que la distinción entre las dos capas geológicas, en el terreno, era muy sutil y por eso no lo vieron antes. Pero no; Teilhard insiste –no sea que quedara alguna duda– en que el nivel superior es absolutamente distinto del nivel del Sinántropo.

Uno no puede menos que preguntarse ¿cómo es posible que siendo “absolutamente distinto” no se dieran cuenta antes?

¿Pero existe realmente -a pesar de lo que diga Teilhard- una caverna o por lo menos un nivel superior en Chukutien, “totalmente distinto” del inferior?

Veamos.

Weidenreich, por ej. el antropólogo a cargo de las excavaciones, se refiere a esta supuesta caverna superior, como la “así llamada” caverna superior es decir, que –aparentemente– no le consta que fuese realmente tal y que estuviese separada geológicamente del nivel inferior.

Y tan no debió creer Weidenreich en esta separación, que una de las mandíbulas que describe -aunque “con reservas”- como del Sinántropo, fue hallada precisamente en la parte superior en el mismo nivel de los cráneos humanos.

A. J. Kelso por su parte, antropólogo de la Universidad de Colorado, U.S.A., tampoco cree en la separación de los dos niveles, basándose para ello en la semejanza de los implementos de piedra hallados en todos los niveles de Chukutien.

Pero y entonces ¿por qué insiste Teilhard de Chardin, en que el nivel superior es “totalmente distinto” del inferior?

La fauna; ahí está la explicación dice Teilhard.

Los animales asociados a los restos de H. Sapiens, serían totalmente diferentes de los asociados al Sinántropo, por consiguiente los niveles respectivos son de distinto período geológico.

Sin entrar a considerar la validez intrínseca de esta argumentación, aceptemos lo que el experto dice.

Los animales asociados al H. Sapiens –nos informa Teilhard– incluyen entre otros al ciervo Sika, al tigre, al oso, etc.. Y como para que no queden dudas los enumera dos veces en la misma página; olvidándose al parecer, que en un artículo escrito tres años antes51 –cuando todavía no se habían descubierto los restos de H. Sapiens– al describir la fauna asociada al Sinántropo mencionaba, entre otros, al ciervo Sika, al tigre, al oso, etc.

¡Sí, estimado lector, los mismos animales que ahora nos dice están asociados al H. Sapiens!, lo cual indicaría – según el propio Teilhard– la misma capa geológica.

¿Qué pasó entonces con el nivel superior “absolutamente distinto” del inferior evidenciado por la diferente fauna asociada? ¡¡Si la fauna es la misma!!

Lo que pasa es que este nivel superior “absolutamente distinto” sólo existe en la mente de Teilhard de Chardin, no en el terreno; ¡por eso es que no lo vieron antes!

Y podemos estar seguros de que esto es así, pues el propio Teilhard se encarga de decírnoslo (involuntariamente supongo), ya que en el mismo artículo de 1934, luego de haber hablado de todo este asunto de la “caverna superior”, “absolutamente distinta” etc., a vuelta de página inocentemente reconoce que esto de la separación de niveles no es un hecho sino sólo una interpretación; es decir no una observación sino una hipótesis.

Transcribo:

Actualmente solo hay una interpretación en presencia de este hecho (hallazgo de fósiles humanos) y la hemos aceptado. Es admitir que los depósitos de la nueva gruta (superior) de Chukutien son de una edad pleistocénica y que su cultura representa un Paleolítico superior. Todo encaja dentro de esta hipótesis”.

¡A martillazos encajará! Pero de todas formas ahora sí está claro.

El nivel superior, “absolutamente distinto” no es un hecho que esté en el terreno, sino sólo una hipótesis en la mente de este autor (y de todos los que lo citan, aparentemente sin leerlo).

El hecho real es que los restos humanos coexisten básicamente con la misma fauna y con los mismos instrumentos que el Sinántropo lo cual indica claramente que son del mismo nivel geológico.

Como aceptar este hecho representa el fin del Sinántropo como antepasado del hombre, se inventa entonces (o digamos que “se acepta”) un nivel superior, “absolutamente distinto” geológicamente para darle así tiempo al Sinántropo de “evolucionar” hasta H. Sapiens.

En síntesis; aparte de que la ausencia de los restos originales del Sinántropo, le quita todo valor probatorio a este hallazgo, y aparte también de que los modelos no parecen muy convincentes en cuanto a su fidelidad, entiendo que la presencia del H. Sapiens en el mismo nivel del Sinántropo, hace que cualquier pretensión de mostrar a este ser como un antepasado del hombre no sea más que una mera conjetura, insostenible a la luz de los hechos.

No quiero cerrar este capítulo, sin antes analizar algunos aspectos relacionados con la desaparición de los restos del Sinántropo, que –créame lector– plantean interesantes cuestiones.

Como habíamos visto, la versión oficial sobre el destino de los restos es la de que los japoneses los hicieron desaparecer durante la guerra.

Esta versión es, desde el vamos, una maliciosa deformación de la versión original que debemos a un tal coronel Ashurst –comandante de los marines americanos en Pekín al comienzo de la guerra– quien, poco después de terminada la contienda, en una entrevista periodística53 dice que los japoneses “habrían”, “quizás”, “posiblemente” tirado los fósiles del tren donde eran transportados, confundiéndolos con “alimentos envasados” (¡sic!).

¡Confundir restos fósiles con alimentos envasados! No pequeña hazaña realmente. ¡Y encima tirarlos!

Vamos. Poco faltó ciertamente para que este coronel nos dijera que los soldados del Mikado se habían hecho un sabroso puchero con los huesos. Sería más lógico.

Pero no seamos desacatados y aceptemos la versión de Ashurst, en la que es evidente por de pronto no sólo su carácter conjetural, sino también que la desaparición de los restos no habría sido un robo por parte de los japoneses –como maliciosamente se sugiere– sino el producto de una confusión. Es decir un accidente propio de las circunstancias de la guerra.

Y esto es coherente pues los japoneses ocupaban Pekín desde 1937 y en todo ese tiempo (cuatro años) seguramente no les hubiera faltado oportunidad de «hacer desaparecer» los restos si ésa hubiera sido su intención.

Por el contrario, los japoneses estaban muy interesados en que se continuaran los estudios sobre este

fósil, que supuestamente demostraba la antigüedad del hombre asiático {y servía por consiguiente a su concepción ideológica) y después de la desaparición, entiendo que realizaron pesquisas para encontrar los restos, aparentemente sin resultado.

Pero volvamos a la versión de Ashurst según la cual los restos son tirados, por error, del tren donde eran transportados.

¿Y qué hacían los fósiles en un tren? Eran evacuados al puerto de Chinwangtao para ser embarcados rumbo a EE. UU. Ajá.

¿Y por qué iban rumbo a ese país? ¿No se trataba acaso de un fósil asiático? Sí, pero se lo enviaba a EE. UU. para protegerlo de los malos. ¡Aah!

¿Y cuándo ocurrió esto? En diciembre de 1941, dice Ashurst. Bien.

¿Qué sucede mientras tanto con los investigadores a cargo de este fósil?

Weidenreich a mediados de 1941 se ha ido a América. Pei y Teilhard de Chardin están en Pekín, ocupado por los japoneses.

¿Detenidos, internados, perseguidos? Nada de eso. Siguen tranquilamente con su trabajo en el laboratorio de Pekín, sin que nadie los moleste54. Los japoneses incluso le brindan protección militar (!) a T. de Chardin , en alguna oportunidad en que éste necesita trasladarse hasta el lugar de las excavaciones, Chukutien (a 50 km de Pekín), zona abierta en ese momento.

Llega diciembre de 1941. Desaparecen los restos según la versión oficial.

Obviamente tanto Pei como T. de Chardin no pueden ignorar esto. Ellos están ahí, con los fósiles. En todo caso podrán no saber (?) cómo fue exactamente que desaparecieron y quiénes fueron los responsables.

Pero es absolutamente inconcebible que ignoren que han desaparecido los restos.

Sin embargo Teilhard de Chardin en un artículo sobre el H. de Pekín publicado en 194356 ¡¡no dice absolutamente una palabra de que los restos hayan desaparecido!!

Confieso que además de las incoherencias del relato de Ashurst -lo cual sería al fin y al cabo circunstancial- este silencio inexplicable de Teilhard sobre la desaparición de los restos, fue lo que me impulsó a ahondar un poco más en este asunto.

Como no faltará quien intente atribuir este silencio a la “censura japonesa” –Teilhard sigue en Pekín entonces– me apresuro a decir que este mismo artículo es reproducido en la revista Psyché en 1948 sin ninguna nota aclaratoria que mencione absolutamente nada sobre la desaparición de los restos.

Es decir que debemos suponer acaso que seis años después que los restos han desaparecido (fueran los japoneses o Mandrake) y dos años después de que la versión de Ashurst ha circulado en los periódicos, este investigador, personalmente involucrado en el estudio del fósil, ¿¿no se ha enterado todavía que los restos han desaparecido??

Como esta suposición es claramente absurda, sólo puedo concluir que Teilhard de Chardin, por alguna razón, no quiere hablar públicamente sobre la desaparición de los restos

¡A menos que los restos no hubieran desaparecido! En cuyo caso es lógico que no dijera nada. Pero no, tampoco. Pues en este caso tendría que haber refutado la versión de Ashurst, cosa que no hace.

Como ven el asunto no es tan simple como parecía.

Para complicar aún más las cosas, en enero de 1952, Pei, el otro investigador de Chukutien (Weidenreich ha muerto en 1948) ¡acusa públicamente a los norteamericanos por la desaparición del fósil!

Los norteamericanos niegan.

¿Qué dice entonces Teilhard de Chardin –que está en EE. UU. en esa época– ante la acusación formal y pública de su compañero de equipo, él, que es ahora (muerto Weidenreich) el principal responsable de este fósil?

Pues ¡¡NADA!! Sí lector, como lo oye, ni una palabra; escrita al menos y con carácter público.

Esto es -una vez más- inexplicable. Uno pensaría que él estaba ciertamente obligado a tomar posición, públicamente, sobre el tema. Aunque más no fuera para decir que no sabía exactamente qué había pasado con los restos.

¿Cómo es posible que permaneciera en silencio ante la acusación de Pei?

Para colmo hoy sabemos que Teilhard no estaba de acuerdo con la acusación de Pei, o por lo menos dice no estar de acuerdo en carta personal a H. Breuil, en la que llama “absurda” a tal acusación, aceptando como válida la versión de Ashurst.

O sea, que Teilhard de Chardin, que es ahora la máxima autoridad sobre el Sinántropo; que ha vivido todas las circunstancias de la guerra y de la desaparición de los restos ahí, en Pekín, y que encima dice en su correspondencia que la acusación de Pei es “absurda”, ¡no la refuta públicamente!

¿Es ésta una forma lógica de proceder?

El tenía –creo yo– la ineludible obligación de hablar y esclarecer, pero calló.

Como en 1943, como en 1948, como siempre hasta su muerte en 1955.

¿Cómo se explica este silencio de Teilhard? ¿Es que hay algún motivo que desconocemos por el cual este autor no quiere hablar públicamente sobre la desaparición del fósil?

Porque creo que está claro que este silencio no puede ser espontáneo. Tiene que ser intencional; y si hay intención hay motivo.

Esto es para mí francamente un misterio. Y más misterioso aún que los expertos en el tema, los paleontólogos, los antropólogos, incluso los biógrafos de Teilhard, guarden también absoluto silencio sobre este silencio.

¿Es que realmente consideran que no tiene ninguna importancia?

Y desde luego no puedo creer que esto no le haya llamado la atención a nadie. Si me ha llamado la atención a mí –que soy propiamente nadie– con mayor razón a los expertos.

Más aún, ¿no le parece lector que en toda esta historia de la desaparición de los restos del Sinántropo, son demasiadas las incoherencias, las versiones contradictorias, las actitudes ilógicas, los silencios inexplicables, como para que los expertos no digan una palabra sobre esta cuestión?

Consulte el lector cualquier libro sobre el tema y comprobará lo que le digo.

A lo sumo encontrará una pequeña nota al pie de página diciendo que los japoneses hicieron desaparecer los restos y luego las consabidas disquisiciones sobre las características anatómicas y evolutivas del H. de Pekín (del modelo de pasta, claro) y su significación como antepasado del hombre.

Con el debido respeto considero que hablar sobre el H. de Pekín y omitir toda referencia a las cuestiones que acabo de hacer mención, es una forma totalmente inapropiada –e inaceptable– de tratar el tema. Demasiados interrogantes quedan sin respuesta.

Si los expertos hablaran, es de suponer que nos darían una explicación satisfactoria sobre estas cuestiones. Como lamentablemente no lo hacen, nos quedan sin más esos interrogantes sin aclarar.

Con el agravan te de que existe una versión sobre la desaparición de los restos del Sinántropo que plantea una grave acusación contra los investigadores involucrados en este caso. Versión que por cierto jamás aparece en los libros de las autoridades en la materia, pero que de todas maneras existe, y con un autor que pone su nombre y apellido detrás de ella.

Me refiero a la versión de Patrick O’Connell sacerdote irlandés, misionero en China durante la época de los descubrimientos y un profundo conocedor del tema de los fósiles.

Según este autor los restos originales del Sinántropo habrían sido destruidos –aprovechando las circunstancias de la guerra– por alguno de los mismos antropólogos a cargo del caso (¿Pei?) para sustraerlos al examen de los científicos que hubieran descubierto de este modo la superchería de hacer un antepasado del hombre de los restos de mono encontrados originalmente.

Como ve lector, esto es muy grave, pues ya no se trata de una diferencia de interpretación de los restos del Sinantropo sino de una acusación concreta de fraude científico.

Aclaro que me faltan elementos de juicio para saber si O’Connell tiene o no razón61, pero de la misma manera que presenté la versión oficial y la de Pei sobre la desaparición de los restos, me pareció que el lector tenía derecho a conocer también esta otra.

Sin embargo los antropólogos y paleontólogos sí deberían tener los suficientes elementos de juicio para expedirse con autoridad sobre esta versión. Y el hecho es que no lo hacen. Pues no he podido encontrar en ningún libro escrito por un antropólogo o paleontólogo profesional sobre el tema, la más mínima referencia a esta versión de O’Connell.

¡No puedo creer que no la conozcan! Y si la conocen ¿por qué no toman posición frente a ella?

Si la consideran equivocada; ¿cómo es que no la refutan? Porque una interpretación errónea (o aun aviesa) se destruye con una adecuada refutación; no con el silencio sistemático.

Pienso que los expertos en el tema están obligados a tomar posición frente a esta denuncia de

O’Connell. Acá está planteada una grave acusación que exige una adecuada respuesta y entiendo que el silencio sepulcral no constituye una adecuada respuesta

Pero hay aún otra cuestión que los expertos deberían aclarar en este caso. Cuando se descubre el primer cráneo de Sinántropo, 2 de diciembre de 1929, se encuentran junto con él diez esqueletos fósiles enteros (excepto las cabezas) –supuestamente del Sinántropo– según consignan el New

York Times del 16-12-1929 y la revista Nature del 28-12-1929.

Esqueletos que pareciera habérselos tragado la tierra, pues no he podido encontrar la menor referencia sobre ellos en ninguna de las obras consultadas sobre el tema. (!!)

Si se trató de una falsa noticia, producto de un error periodístico, ¿cómo es que nadie la desmintió?.

Si no fue un error periodístico, ¿qué pasó con esos esqueletos?

Que la noticia del hallazgo de estos restos no puede haber sido un simple error periodístico, se desprende no sólo de la ausencia de un desmentido (y de la seriedad de las publicaciones mencionadas) sino además que en las ediciones del N. Y. Times del 16 y 18 de diciembre aparecen las opiniones sobre estos esqueletos, de varios de los más destacados antropólogos de la época: Elliot Smith, Arthur Keith, Ales Hrdlicka; por lo que debemos entonces asumir que estos restos fueron efectivamente encontrados. Y si fueron encontrados, ¿por qué nadie los menciona?

Yo supongo que en algún libro deben estar descriptos, pero ¿cómo es posible que en toda la obra de

Teilhard de Chardin por ej. –uno de los principales responsables de este caso– no exista la menor alusión a estos diez esqueletos encontrados en 1929?

¿Cómo se explica que este investigador, que es el paleontólogo agregado oficialmente a las excavaciones y que en 1930 –a pocas semanas del hallazgo– escribe un artículo sobre el Sinántropo63, no diga una palabra sobre los diez esqueletos encontrados junto con el cráneo? (y que mejor oportunidad para desmentir la noticia si se había tratado de un error de información).

Es importante señalar que tanto A. Keith como A. Hrdlicka en esas mismas notas del N. Y. Times, ponen en duda que estos restos sean tan antiguos como se pretende (o sea de la edad que correspondería al Sinántropo) y sugieren que podría tratarse de restos modernos.

Huelga destacar que si los restos eran de hombres modernos y coexistían con el Sinántropo, adiós nuevamente cualquier pretensión de mostrar a éste como un antepasado del hombre. Pero esto es aparte. Lo fundamental es ¿qué pasó con estos esqueletos?

Y es fundamental pues si estos fósiles fueron efectivamente encontrados y los investigadores a cargo del caso han evitado toda mención sobre ellos, entonces estaríamos en presencia de un acto de ocultamiento de evidencia, lo cual da fundamento para cuestionar formalmente la honestidad y el rigor científico con que se ha manejado este caso.

Conclusión que es ciertamente muy desagradable pero del todo legítima a menos que se dé una explicación satisfactoria sobre estos restos de 1929.

Como no sé de ningún antropólogo en el mundo que cuestione qué pasó con estos esqueletos, supongo –una vez más– que los expertos tendrán sin duda una explicación satisfactoria sobre este asunto. Explicación que deberían proporcionar al público no sólo para aclarar este caso, sino también porque el hecho de permanecer en silencio frente a una irregularidad de esta naturaleza podría ser interpretado como una forma de complicidad con ella.

Y para concluir con este capítulo del H. de Pekín quiero señalar a vuelo de pájaro algunas otras incoherencias que fui descubriendo a medida que ahondaba el tema.

Teilhard de Chardin por ej. en el artículo comentado de 1934 64, dice que se han encontrado en Chukutien restos fósiles humanos (Sapiens), en otro artículo de 193765 en cambio dice –explícitamente– que no se han encontrado restos humanos en Chukutien (!!); en 1943, vuelve a decir que se han encontrado restos humanos. (Los mismos que había mencionado en 1934).

Houghton Brodrick, conocido antropólogo inglés, no coincide con la cifra de los cráneos humanos des-cubiertos, pues aunque T. de Chardin habla de 3 cráneos, Brodrick dice que se han encontrado “los cráneos y algunos otros huesos de siete individuos humanos”; aunque luego describe sólo seis (Que de todas maneras no son 3).

T. de Chardin en su artículo de 1934 da a entender que los restos humanos han sido descubiertos en

1933; Brodrick en cambio dice que en 193068, Weidenreich por su parte en un artículo de 1935, dice que no se han encontrado en Chukutien otros restos que los del Sinantropo (!!)

¿Alguien entiende esto?

Pero hay más aún.

T. de Chardin en su artículo de 1943 dice:

De manera general, sin duda, el Sinántropo por el conjunto de sus caracteres anatómicos más esenciales queda situado del lado y al lado del hombre”.

Y al final de la misma página dice:

el Sinántropo se halla más cerca de los grandes antropoides actuales, que del hombre mismo” (!!).

Con referencia a los huesos del muslo (fémur) encontrados del Sinántropo, H. Brodrick dice que se re- cogieron 7 fémures71; E. de Aguirre dice en cambio que son 7 fragmentos de fémur72; T. de Chardin dice que en total se encontraron algunos fragmentos de huesos de los miembros.

Respecto a la cantidad de cráneos hallados del Sinántropo hay también no pocas discrepancias pues

Teilhard dice (en 1943 cuando ya han terminado las excavaciones) que son 6 74; Brodrick que son 775; D. Pilbe- am apunta 1276; E. de Aguirre 14 (!).

Al parecer no es sólo el peso argentino el que sufre de inflación.

Y a esta altura del análisis estimado lector decidí parar, pues se me hizo claro de pronto que es absolutamente inútil pretender cuestionar o refutar este caso.

¡No tiene la suficiente coherencia científica para ello!

Algo en mi interior me dice que estamos en presencia de uno de los hallazgos más inconmovibles en la historia de la Antropología.