Israel continuará con sus matanzas masivas para lograr sus objetivos inmediatos, pero a largo plazo el contragolpe de su genocidio condenará al Estado sionista.
Por Chris Hedges, 14 de octubre de 2024
El exterminio funciona. Al principio. Esta es la terrible lección de la historia. Si no se detiene a Israel -y ninguna potencia exterior parece dispuesta a detener el genocidio en Gaza o la destrucción del Líbano- logrará sus objetivos de despoblar y anexionarse el norte de Gaza y convertir el sur de Gaza en un osario donde los palestinos sean quemados vivos, diezmados por las bombas y mueran de hambre y enfermedades infecciosas, hasta que sean expulsados. Logrará su objetivo de destruir Líbano -han muerto 2.255 personas y más de un millón de libaneses han sido desplazados- en un intento de convertirlo en un Estado fallido. Y puede que pronto haga realidad su sueño, largamente acariciado, de obligar a Estados Unidos a entrar en guerra con Irán. Los dirigentes israelíes están salivando públicamente con propuestas para asesinar al líder iraní, el ayatolá Ali Hosseini Jamenei, y llevar a cabo ataques aéreos contra las instalaciones nucleares y petrolíferas de Irán.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y su gabinete, al igual que quienes dirigen la política hacia Oriente Próximo en la Casa Blanca -Antony Blinken, criado en el seno de una familia sionista acérrima, Brett McGurk, Amos Hochstein, que nació en Israel y sirvió en el ejército israelí, y Jake Sullivan- son verdaderos creyentes en la doctrina de que la violencia puede moldear el mundo para adaptarlo a su visión demente. Que esta doctrina haya sido un fracaso espectacular en los territorios ocupados de Israel, y no funcionara en Afganistán, Irak, Siria y Libia, y una generación antes en Vietnam, no les disuade. Esta vez, nos aseguran, tendrá éxito.
A corto plazo tienen razón. No son buenas noticias para los palestinos ni para los libaneses. Estados Unidos e Israel seguirán utilizando su arsenal de armas industriales para matar a un gran número de personas y convertir ciudades en escombros. Pero a largo plazo, esta violencia indiscriminada siembra dientes de dragón. Crea adversarios que, a veces una generación después, superan en salvajismo -lo llamamos terrorismo- lo que se hizo a los asesinados en la generación anterior.
El odio y el ansia de venganza, como aprendí cubriendo la guerra en la antigua Yugoslavia, se transmiten como un elixir venenoso de una generación a la siguiente. Nuestras desastrosas intervenciones en Afganistán, Irak, Siria, Libia y Yemen, junto con la invasión israelí del Líbano en 1982, que creó Hezbolá, deberían habérnoslo enseñado.
Los que cubrimos Oriente Medio nos quedamos atónitos cuando la administración Bush imaginó que sería recibida como liberadora en Irak, cuando Estados Unidos se había pasado más de una década imponiendo sanciones que provocaron una grave escasez de alimentos y medicinas, causando la muerte de al menos un millón de iraquíes, entre ellos 500.000 niños. Denis Halliday, Coordinador Humanitario de las Naciones Unidas en Irak, dimitió en 1998 por las sanciones impuestas por Estados Unidos, calificándolas de «genocidas» porque representaban «una política deliberada para destruir al pueblo de Irak.»
La ocupación de Palestina por Israel y su bombardeo hasta la saturación del Líbano en 1982, fueron el catalizador del atentado de Osama bin Laden contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, junto con el apoyo estadounidense a los ataques contra musulmanes en Somalia, Chechenia, Cachemira y el sur de Filipinas, la ayuda militar estadounidense a Israel y las sanciones a Irak.
¿Seguirá la comunidad internacional permaneciendo pasiva y permitiendo que Israel lleve a cabo una campaña de exterminio masivo? ¿Habrá algún límite? ¿O servirá la guerra con Líbano e Irán de cortina de humo -las peores campañas de limpieza étnica y asesinatos masivos de Israel siempre se han hecho al amparo de la guerra- para convertir lo que está ocurriendo en Palestina en una versión actualizada del genocidio armenio?
Me temo que, dado que el lobby israelí ha comprado y pagado al Congreso y a los dos partidos gobernantes, y ha acobardado a los medios de comunicación y a las universidades, los ríos de sangre seguirán creciendo. En la guerra se gana dinero. Mucho dinero. Y la influencia de la industria bélica, reforzada por los cientos de millones de dólares gastados en campañas políticas por los sionistas, será una formidable barrera para la paz, por no hablar de la cordura.
A menos que, como escribe Chalmers Johnson en «Némesis: Los últimos días de la República Americana», “abolamos la CIA, devolvamos los servicios de inteligencia al Departamento de Estado y eliminemos del Pentágono todas las funciones excepto las puramente militares”, “nunca volveremos a conocer la paz ni, con toda probabilidad, sobreviviremos mucho tiempo como nación”.
El genocidio se lleva a cabo por desgaste. Una vez que un grupo es despojado de sus derechos, los siguientes pasos son el desplazamiento de la población, la destrucción de la infraestructura y la matanza masiva de civiles. Israel también está atacando y matando a observadores internacionales, organizaciones de derechos humanos, trabajadores humanitarios y personal de Naciones Unidas, una característica de la mayoría de los genocidios. Los periodistas extranjeros son detenidos y acusados de «ayudar al enemigo», mientras que los periodistas palestinos son asesinados y sus familias aniquiladas. Israel lleva a cabo continuos asaltos en Gaza contra el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (OOPS), donde dos tercios de sus instalaciones han sido dañadas o destruidas, y 223 de sus empleados han muerto. Ha atacado a la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en el Líbano (FPNUL), donde se ha disparado contra las fuerzas de mantenimiento de la paz, se les ha lanzado gases lacrimógenos y se les ha herido. Esta táctica reproduce los ataques serbobosnios de julio de 1995, que yo cubrí, contra los puestos avanzados de la Fuerza de Protección de la ONU en Srebrenica. Los serbios, que habían cortado el suministro de alimentos al enclave bosnio, lo que provocó una grave desnutrición y hambruna, invadieron los puestos avanzados de la ONU y tomaron como rehenes a 30 soldados de la ONU antes de masacrar a más de 8.000 hombres y niños musulmanes bosnios.
Estas fases iniciales se han completado en Gaza. La fase final es la muerte masiva, no sólo por las balas y las bombas, sino por el hambre y las enfermedades. No ha entrado comida en el norte de Gaza desde principios de este mes.
Israel ha estado lanzando octavillas exigiendo la evacuación de todos los habitantes del norte. 400.000 palestinos del norte de Gaza deben marcharse o morir. Ha ordenado la evacuación de hospitales -Israel también tiene como objetivo hospitales en Líbano-, ha desplegado drones para disparar indiscriminadamente contra civiles, incluidos los que intentan llevar a los heridos para que reciban tratamiento, ha bombardeado escuelas que sirven de refugio y ha convertido el campo de refugiados de Jabaliya en una zona de fuego libre. Como de costumbre, Israel sigue atacando a periodistas, entre ellos Fadi Al-Wahidi, de Al Jazeera, que recibió un disparo en el cuello y permanece en estado crítico. Se calcula que al menos 175 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación han muerto a manos de las tropas israelíes en Gaza desde el 7 de octubre, según el Ministerio de Sanidad palestino.
La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas advierte de que los envíos de ayuda a toda Gaza se encuentran en su nivel más bajo en meses. «La gente se ha quedado sin medios para hacer frente a la situación, los sistemas alimentarios se han quebrado y persiste el riesgo de hambruna», señala.
El asedio total impuesto al norte de Gaza se impondrá, en la próxima etapa, al sur de Gaza. Muerte progresiva. Y el arma principal, como en el norte, será la hambruna.
Egipto y los demás Estados árabes se han negado a considerar la posibilidad de aceptar refugiados palestinos. Pero Israel apuesta por crear un desastre humanitario de proporciones tan catastróficas que estos países, u otros, cedan para poder despoblar Gaza y dedicarse a la limpieza étnica de Cisjordania. Ese es el plan, aunque nadie, incluido Israel, sabe si funcionará.
El ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, se quejó abiertamente en agosto de que la presión internacional impide a Israel matar de hambre a los palestinos, «aunque esté justificado y sea moral, hasta que nos devuelvan a nuestros rehenes».
Lo que está ocurriendo en Gaza no carece de precedentes. El ejército de Indonesia, respaldado por Estados Unidos, llevó a cabo en 1965 una campaña de un año de duración para exterminar a los acusados de ser dirigentes, funcionarios, miembros del partido y simpatizantes comunistas. El baño de sangre -en gran parte llevado a cabo por escuadrones de la muerte y bandas paramilitares- diezmó el movimiento sindical, junto con la clase intelectual y artística, los partidos de la oposición, los líderes estudiantiles universitarios, los periodistas y los ciudadanos de etnia china. Un millón de personas fueron masacradas. Muchos de los cadáveres fueron arrojados a los ríos, enterrados apresuradamente o dejados pudrir en los arcenes de las carreteras.
Esta campaña de asesinatos masivos se mitifica hoy en Indonesia, como se mitificará en Israel. Se presenta como una batalla épica contra las fuerzas del mal, igual que Israel equipara a los palestinos con los nazis.
Los asesinos de la guerra indonesia contra el «comunismo» son vitoreados en los mítines políticos. Se les ensalza por salvar al país. Se les entrevista en televisión sobre sus «heroicas» batallas. Los tres millones de miembros de las Juventudes Pancasila -el equivalente indonesio de los «camisas pardas» o las juventudes hitlerianas- se unieron en 1965 al caos genocida y son considerados los pilares de la nación.
El documental de Joshua Oppenheimer «The Act of Killing», cuya realización llevó ocho años, expone la oscura psicología de una sociedad que comete genocidios y venera a los asesinos en masa.
Somos tan depravados como los asesinos de Indonesia e Israel. Mitificamos nuestro genocidio de los nativos americanos, idealizando a nuestros asesinos, pistoleros, forajidos, milicias y unidades de caballería. Nosotros, como Israel, fetichizamos a los militares.
Nuestras matanzas masivas en Vietnam, Afganistán e Irak -lo que el sociólogo James William Gibson denomina «tecno-guerra»- definen el asalto de Israel a Gaza y Líbano. La tecno-guerra se centra en el concepto de «ensañamiento». El ensañamiento, con un número intencionadamente elevado de víctimas civiles, se justifica como una forma eficaz de disuasión.
Nosotros, al igual que Israel, como señala Nick Turse en «Kill Anything That Moves: The Real American War in Vietnam» mutilamos, maltratamos, golpeamos, torturamos, violamos, herimos y matamos deliberadamente a cientos de miles de civiles desarmados, incluidos niños.
Las matanzas, escribe Turse, «fueron el resultado inevitable de políticas deliberadas, dictadas en los niveles más altos del ejército».
Muchos de los vietnamitas -como los palestinos- que fueron asesinados, relata Turse, fueron sometidos primero a formas degradantes de maltrato público. Según Turse, cuando eran detenidos por primera vez «se les confinaba en diminutas “jaulas para vacas” de alambre de espino y a veces se les pinchaba con palos de bambú afilados mientras estaban dentro». A otros detenidos «los metían en grandes bidones llenos de agua; luego golpeaban los recipientes con gran fuerza, lo que les causaba lesiones internas pero no les dejaba cicatrices». A algunos «los colgaban de cuerdas durante horas o los colgaban boca abajo y los golpeaban, una práctica llamada “el viaje en avión”.» Eran sometidos a descargas eléctricas con teléfonos de campaña accionados por manivela, dispositivos alimentados por pilas o incluso picanas para ganado». Golpeaban las plantas de los pies. Les descuartizaban los dedos de las manos. Los detenidos fueron acuchillados con navajas, «asfixiados, quemados con cigarrillos o golpeados con porras, garrotes, palos, mazos de bambú, bates de béisbol y otros objetos». Muchos fueron amenazados de muerte o incluso sometidos a simulacros de ejecución». Turse descubrió -de nuevo como Israel- que «los civiles detenidos y los guerrilleros capturados eran utilizados a menudo como detectores humanos de minas y morían regularmente en el proceso.» Y mientras soldados e infantes de marina participaban en actos diarios de brutalidad y asesinato, la CIA «organizó, coordinó y pagó» un programa clandestino de asesinatos selectivos «de individuos específicos sin ningún intento de capturarlos vivos ni pensar en un juicio legal.»
«Después de la guerra», concluye Turse, »la mayoría de los estudiosos descartaron los relatos de crímenes de guerra generalizados que se repiten en las publicaciones revolucionarias vietnamitas y en la literatura antibélica estadounidense como mera propaganda. Pocos historiadores académicos pensaron siquiera en citar esas fuentes, y casi ninguno lo hizo extensamente. Mientras tanto, My Lai pasó a representar -y, por tanto, a borrar- todas las demás atrocidades estadounidenses. Las estanterías de los libros sobre la guerra de Vietnam están ahora llenas de grandes historias, sobrios estudios sobre diplomacia y tácticas militares, y memorias de combate contadas desde la perspectiva de los soldados. Enterrada en los olvidados archivos del gobierno de Estados Unidos, encerrada en los recuerdos de los supervivientes de las atrocidades, la verdadera guerra de Estados Unidos en Vietnam prácticamente ha desaparecido de la conciencia pública.»
No hay diferencia entre nosotros e Israel. Por eso no detenemos el genocidio. Israel está haciendo exactamente lo que nosotros haríamos en su lugar. La sed de sangre de Israel es la nuestra . Como informó ProPublica , «Israel bloqueó deliberadamente la ayuda humanitaria a Gaza, concluyeron dos organismos gubernamentales. Antony Blinken los desoyó».
La ley estadounidense obliga al gobierno a suspender los envíos de armas a los países que impiden la entrega de ayuda humanitaria respaldada por Estados Unidos.
La amnesia histórica es una parte vital de las campañas de exterminio una vez que terminan, al menos para los vencedores. Pero para las víctimas, el recuerdo del genocidio, junto con el anhelo de venganza, es una vocación sagrada. Los vencidos reaparecen de formas que los asesinos genocidas no pueden predecir, estimulando nuevos conflictos y nuevas animadversiones. La erradicación física de todos los palestinos, la única forma de que funcione el genocidio, es una imposibilidad, dado que sólo seis millones de palestinos viven en la diáspora. Más de cinco millones viven en Gaza y Cisjordania.
El genocidio de Israel ha enfurecido a los 1.900 millones de musulmanes de todo el mundo, así como a la mayor parte del Sur Global. Ha desacreditado y debilitado los regímenes corruptos y frágiles de las dictaduras y monarquías del mundo árabe, donde viven 456 millones de musulmanes, que colaboran con Estados Unidos e Israel. Ha estimulado las filas de la resistencia palestina. Y ha convertido a Israel y a Estados Unidos en parias despreciados.
Es probable que Israel y Estados Unidos ganen este asalto. Pero en última instancia, han firmado sus propias sentencias de muerte.
Chris Hedges es un periodista galardonado con el Premio Pulitzer y fue corresponsal en el extranjero del New York Times durante 15 años, en los que fue jefe de la oficina de Oriente Próximo y jefe de la oficina de los Balcanes. Anteriormente trabajó en el extranjero para el Dallas Morning News, el Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador de «The Chris Hedges Report».
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