“Está bien, entonces, iré al infierno”
por Kathleen Wallace Peine, 12 de mayo de 2011
La cita es de un libro que estoy segura de que les obligaron a leer si tiene usted más de 30 años. Esto fue antes de que abandonase las estanterías de las bibliotecas en los últimos años. Estoy hablando, por supuesto, de una obra clásica norteamericana, Huckleberry Finn, de Mark Twain, un libro que aparentemente parece simple, pero que discurre entre los meandros de la raza y las costumbres sociales en el período de pre-guerra civil Norteamericana.
Un viejo amor se reavivó en mí cuando vi una que uno copia de Huck Finn en la biblioteca local, puesto a la venta para obtener fondos. Otros muchos clásicos quedaron en el montón, sobre la mesa, y esta obra fue pasada por alto por otros usuarios, de la que dicen es una de las más lúcidas biografías. Para añadir más ignominia, había sido sellado con letras en rojo chillón: DESCARTADO. Parecía que había sido donado por una Escuela Secundaria local y el libro, que estaba en perfecto estado, había sido purgado de los estantes. Mientras iba a casa con varias bolsas de libros, me di cuenta de que tenía que volver a leer a mi viejo amor de nuevo para corregir esta situación.
El momento más sublime del libro es cuando Huck Finn tiene el deber civil de entregar a su amigo esclavo, Jim. Huck tomó una decisión cuando agarró la carta [que lo denunciaba] y la hizo pedazos. “Está bien, entonces iré al infierno”, dijo, que es la declaración que el niño hace cuando se da cuenta de que no tiene ningún sentido la moral que le han enseñado desde pequeño, según la cual los esclavos son una propiedad. Descubre que va contra las enseñanzas de la Iglesia, las enseñanzas de sus mayores, contra la totalidad de la sociedad en la que ha estado inmerso. La declaración es sincera, al comprobar Huck que su traición va a tener graves consecuencias. Cree que va a ir al infierno, pero no podía por más tiempo adherirse a las normas sociales de su época. La profundidad de este acto altruista quizás pasase desapercibido para los miles de niños que se vieron obligados a leer este libro. La ironía de este momento se encuentra en el hecho de un pérdida personal, pero aflorando en su lugar una elección correcta, haciendo caso omiso de la voz de la sociedad, siendo un acto potencialmente sublime.
El alma de Norteamérica es complicada y tiene matices. Nuestro patriotismo se suaviza por el temor: el robo de tierras, las agresiones y la servidumbre. Incluso la mayoría de los que voluntariamente están ciegos en esta país saben esto. Tal vez esta herida molesta, sabiendo que se produce un equilibrio impío, que es el que ha conducido a algo más que una compensación en la psique norteamericana. El concepto de excepcionalismo estadounidense. (N. del T: por el cual sólo Estados Unidos tiene derecho, sea por sanción divina o por obligación moral, a brindar civilización, democracia o libertad al resto del mundo, mediante la violencia si es necesario). Estas ideas provienen de una cultura delirante, que voluntariamente mira lejos de las verdades. El bien adaptado debe ser consciente de sus debilidades personales; es el inadaptado el que crea mitos y dogmas.
De la misma manera que Huck Finn, decenas de personas de los Estados Unidos se sienten a disgusto con los imperativos cotidianos. Para algunos es el imperialismo, aunque no sepan cómo llamarlo. Pero más que esto es la degradación, el alma que se erosiona en el puesto de trabajo. Debemos sacar toda la medida del valor de una persona en su lugar de trabajo, recibiendo un sueldo justo. La mayoría no tiene un buen trabajo, e incluso los que lo tienen, mantienen una cierta desazón debido a los requisitos que deben cumplir para conservar un puesto de trabajo bien remunerado. Generalmente esto implica competir frente a los demás, y disculpar cualquier corrupción que pudieran observar. Si el conflicto ante el que se encuentran llega a ser insoportable, se les suele recomendar que se mediquen a sí mismos. Esto sirve para calmar los demonios, aunque todavía seguirán allí.
Cada civilización ha hecho la guerra a determinados aspectos de lo que significa ser humano. Durante los tiempos de Huck Finn, el concepto de ser humano se medía en porcentajes. Una persona con 3,5, ¡no lo es del todo! Es ridículo, pero nuestros legisladores hablaron de esto, y de ello no hace tanto tiempo, siendo la vida humana insignificante.
En nuestra época se habla de consumidores, no de ciudadanos. Se nos impuso de forma insidiosa hasta que nosotros mismos empezamos a utilizarla, la misma jerga. Dicen que es nuestro estado natural, es decir, somos consumidores, no seres humanos o ciudadanos. Un consumidor utiliza recursos, y punto. Un consumidor es una medida para gestionar y cuantificar. El consumidor no tiene derecho ni a la dignidad ni a la felicidad. Es sólo un trozo de carne que se utiliza para producir y luego desechar cuando ya no sirve para estas funciones. Estamos viendo esta progresiva degradación, una degradación de lo que significa ser humano. Los consumidores necesitan productores, y no deben ser muy humanos. La demanda de mayor productividad, la consideración del ser humano como un mero engranaje de la máquina que produce riqueza para unos pocos, es la realidad de lo que está pasando. Esto no es bueno para nuestras almas, simplemente porque no es la forma correcta de actuar. Ninguna propaganda nos quita nuestra sensación de vacío, y es por eso que existe un gran interés en la medicación, al margen de nosotros mismos. No es posible la armonía bajo este Sistema.
El cambio siempre parece imposible, por lo menos un cambio que beneficie a la gran mayoría en lugar de a unos pocos. Pero hay cambios que se están produciendo a nada que echemos la vista atrás. La esclavitud se consideraba algo natural y era lo que se esperaba, pero mediante una serie de actos de desobediencia, la ilusión colectiva fue emergiendo. Algunas personas encontraron una brújula moral que se apartaba de la que imperaba en la sociedad de ese momento.
Nuestro asalto a la humanidad no es tan dramático como el de seres humanos con grilletes. Pero no nos engañemos, se sigue manteniendo la espiral de muerte de los consumidores, la misera, incluso la esclavitud, y estas condiciones siguen existiendo. La guerra es ahora una parte integral del Sistema. El nivel de sufrimiento es cada vez mayor en todo el mundo, con el ser humano convertido en una maquina de consumir sin sentido, facilitando el consumo de unos pocos que están por encima.
La belleza de las palabras “Está bien, entonces, iré al infierno”, cuando ahora nos parecen poco sofisticadas, o que no nos dicen nada. Sólo un individuo en un determinado momento puede darse cuenta de ello. Son momentos difíciles de predecir, pero cuando ocurren se produce una transformación de la Humanidad. El que diga esto, el que lo lleve a cabo, quizás tenga que pagar mucho a corto plazo. Pueden surgir de personas que no golpean a los manifestantes, o a los empresarios que se niegan a aplicar prácticas que degradan el alma. Los posibilidades son infinitas, tanto como son las opciones de lo que podemos hacer. Y cuando nos enteramos de tales historias tenemos que compartirlas con los demás.
“Está bien, entonces, iré al infierno”, pero no… es el camino de la redención.
Kathleen Wallace Peine se alegra de recibir comentarios de los lectores. Se pueden poner en contacto con ella en: kathypeine@gmail.com
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